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“Hacia el final de la partida”, la novela de Guillermo Rodríguez

La bronca y la tristeza del guerrillero

Fuentes: La Nación

Guillermo Rodríguez participó en el Gobierno de Allende, fue exiliado y regresó clandestino a Chile para luchar contra la Dictadura. Su ficción reconstruye esos años de peligro y pone algunos palos a los revolucionaros de entonces. Cuando Guillermo Rodríguez pasó el control militar del aeropuerto y el taxista lo dejó en Santiago centro, su euforia […]

Guillermo Rodríguez participó en el Gobierno de Allende, fue exiliado y regresó clandestino a Chile para luchar contra la Dictadura. Su ficción reconstruye esos años de peligro y pone algunos palos a los revolucionaros de entonces.

Cuando Guillermo Rodríguez pasó el control militar del aeropuerto y el taxista lo dejó en Santiago centro, su euforia se transformó en desconcierto: la gente caminaba feliz de la vida por una Alameda coronada de letreros que declaraban «hoy vamos bien, mañana mejor».

Era 1979 y el chofer transportaba sin saberlo a un guerrillero que falsificó varias veces sus papeles para entrar al país y comprometerse en la lucha armada contra la dictadura. Un tipo que a los 16 se incorporó al MIR y a los 19 entró al GAP (Grupo de Amigos Personales del Presidente Allende); luego se desligó, protagonizando el movimiento Poder Popular en el cordón industrial Maipú-Cerrillos; disparó contra los militares el 11 de septiembre, fue torturado en el Estadio Nacional y la «Beca Pinochet» lo expulsó a Canadá.

El mismo hombre que mientras espera a su «contacto», no encuentra signos visibles de la «opresión», el mismo detenido luego de llegar a ser jefe de las milicias en Santiago.

«Cuando existe hambre y opresión en una nación, surge inevitable y de manera absolutamente legítima la rebelión (…) hoy no se juzga a Guillermo Rodríguez, aquí las FFAA de los grupos monopólicos juzgan a un combatiente del pueblo, juzgan en definitiva a la resistencia», escribió en pequeños papeles de cigarrillo que fuera de la cárcel otros escribían a máquina difundiendo su defensa ante el consejo de guerra en 1981, respondiendo ante la muerte de un CNI y 31 delitos, que van desde incendios a discotheques de Las Condes a asaltos a mano armada para financiar la guerrilla. Mientras el texto se fotocopiaba y se difundía, él sería envenenado con armas químicas del mismo origen de las que, supuestamente, mataron a Frei.

VIVIR PARA CONTARLA

Rodríguez ahora mira hacia La Moneda y piensa quizá que cosas. Acaba de lanzar «Hacia el final de la partida» (Lom), novela que se lee de un tirón y sin esfuerzo involucra al lector en la aventura/tragedia de la resistencia armada durante la «apertura» de principios de los ochenta y que, sabemos, desembocó en una sangrienta represión en las poblaciones.

«El triunfo de la dictadura fue el individualismo. Que a nadie le interese la política. Que la felicidad de la clase obrera sea tener un DVD, a pesar vivir como la mierda. Hacernos creer que somos menos pobres, pero es cosa de revisar la distribución del ingreso», dice el escritor.

Pero en la novela no hay «Machucas». A diferencia de la película, acá los niños se comprometen. Como Aarón, el protagonista, que tras luchar por el proyecto de la UP, contempla cómo los que hicieron política gozan de sobresueldos y los que tomaron las armas -para apoyar la causa- terminaron solos, vencidos, terminales. O el detestable Castor, que juró salir de la población sea como fuere y terminó siendo colaborador civil de los militares.

«A mí no me importa Pinochet. El odio a su figura fue la mejor forma de tapar a los actores directos. Y más profundo, si vemos a los auténticos responsables, los poderosos, ellos jamás se mancharon las manos y se pasean tranquilos», dice Rodríguez con su mirada vagando en la nada.