Solo una sociedad decadente y mercantilizada, dominada por la avaricia del cemento y la tiranía urbanística del ángulo recto, puede considerar que el espacio es estático e inerte. El espacio colectivo tiene memoria, está vivo y nos habla. No sin razón, Jorge Oteiza afirmaba en sus últimos años que lo primero era la biología del […]
Solo una sociedad decadente y mercantilizada, dominada por la avaricia del cemento y la tiranía urbanística del ángulo recto, puede considerar que el espacio es estático e inerte. El espacio colectivo tiene memoria, está vivo y nos habla. No sin razón, Jorge Oteiza afirmaba en sus últimos años que lo primero era la biología del espacio, antes que la arquitectura y la escultura. Si el espacio es un bien común, una muestra del procomún, entonces la visión oteiziana es acertada y pionera en su diagnóstico social y estético, porque, como le gustaba decir, la cultura es el gran hospital del ser humano, ya que la cultura crea la hospitalidad.
En su obra Quousque tandem…!, el escultor oriotarra se definió a sí mismo como un obrero metafísico. Lo fue porque, además de dominar la física de la escultura, comprendió la metafísica de la cultura popular. Las cajas vacías y metafísicas están entre sus obras más célebres. Las cajas metafísicas no son, como pudieran parecer a primera vista, esculturas hechas de planchas y chapas de metal, sino un lugar abierto, donde se nos aparece el espacio vacío de la conciencia. De esta forma lo que el artista esculpe no es la materia, sino el sentimiento y la inteligencia de los espectadores y, finalmente, de los ciudadanos, porque para él la obra de arte es una escuela pública y abierta para concienciarnos y empoderarnos. Oteiza llegó a afirmar en este sentido que el arte es una escuela política de toma de conciencias. Él no veía una separación entre el pueblo y el artista, ni entre el espacio privado y el espacio público.
Desde esta experiencia, la verdadera obra de arte es una caja de resonancia, igual que ocurre con el espacio público. Cualquier plaza es una caja abierta, donde los ciudadanos aparecen y existen. Ese es el lugar donde los ciudadanos nos reunimos y hablamos. Desde ahí vemos el cielo y sentimos la tierra. En ese lugar vacío nos estrechamos la mano y nos damos besos cuando nos encontramos. Las fachadas de los edificios son las aristas y los límites espaciales de la caja que conforman las calles y plazas de sus habitantes. Y cuando la gente sale a la plaza y a la calle, la ciudad se convierte en una caja de resonancia, en un espacio vacío que se llena de vida, porque el vacío no es pasivo, sino receptivo y activo. Por eso Oteiza se regocijaba cuando veía que la gente se reunía en los frontones y celebraba el juego de la pelota vasca, pues el espacio tridimensional de las canchas, abierto y vacío, se convertía en una expresión de vitalidad cultural, colectiva y común.
Justo ahora, cuando los mercados codiciosos echan a la gente de sus casas, los ciudadanos se manifiestan en las calles y en las plazas, ocupando el espacio de la ciudad. El espacio público se convierte así en una caja de resonancia, porque toda resistencia colectiva es un tipo de resonancia. En cada resistencia encontramos una caja de resonancia, tal y como nos explican los expertos en música o como sucedía en la carbasseta, el violonchelo-calabaza de Pau Casals -dicho sea de paso, Oteiza guardaba con cariño una foto dedicada del gran músico catalán-. Para que el sonido se mantenga y se escuche, en algunos instrumentos musicales es necesario incluir una caja. Gracias a ella las notas se prolongan y extienden en el espacio y el tiempo. En las plazas y en las calles las palabras de la gente adoptan esta clase de resonancia. Su eco perfora el espacio, lo orada, para que escuchemos la voz de los que no tienen voz. Mientras los desahuciados y los desempleados sigan aumentando, las plazas y las calles seguirán llenándose, en un efecto de vasos comunicantes en el espacio ciudadano. Mientras a la gente la priven de su espacio privado, los ciudadanos se verán abocados a ocupar el espacio público para hacerse oír, en una resonancia común cada vez mayor.
Una de las cajas metafísicas de Oteiza se llama Caja vacía con gran apertura. Parece una metáfora de la situación actual. En el espacio asfixiante de la Europa monetaria y mercantil, nuestras viviendas han quedado atrapadas en ghost towns o ciudades fantasmas, que más que urbes parecen museos para zombis. Sin embargo, los ciudadanos no somos ni fantasmas, ni zombis. Somos habitantes del espacio público y común, dotados de palabra, quienes queremos abrir una gran grieta, una apertura en esta caja fuerte liberal, opaca y corrupta, donde quieren silenciar nuestra voz y nuestras vidas.
Yo creo en las palabras y por eso me dedico a la escritura y a la filosofía. Si solamente creyera en la fuerza de la violencia, entonces sería soldado o terrorista. Pero creo en la fuerza de las palabras. Ésta es mi fe civil, mi evangelio ciudadano. La filosofía de la democracia es así desde que nació en Grecia: antiguamente inventaron e impulsaron el género de la deliberación y para ello prepararon un lugar, a saber, el ágora o la plaza. En las ciudades griegas el ágora fue el auténtico espacio público y político, un lugar de encuentro común para el debate y la comunicación. En ese espacio aparentemente vacío, en el corazón de las ciudades, se discutía y decidía, en busca de un logos común -o como traducía Agustín García Calvo, una razón común-. La finalidad del ágora era abrir el espacio público por medio de la palabra. El ágora era en aquella época una caja metafísica y política, porque, a fin de cuentas, el lenguaje es una caja de herramientas para su uso común. En ese espacio vacío y común no había lugar para los dictadores, los oligarcas y los emperadores, quienes intentan imponer su palabra al resto de la ciudadanía. De hecho, según relata Heródoto, el rey persa Ciro despreciaba a los griegos por dejar ese espacio vacío y desperdiciado en las ciudades.
Hoy, por desgracia, la troika de la Europa de los mercaderes pisotea Grecia. Han olvidado el suelo natal de la filosofía del ágora, así como el lugar de la democracia en Europa. Frente a ese ultraliberalismo que ha vaciado de sentido la democracia y ha transformado el mundo en una caja de caudales para las élites apoderadas, necesitamos construir otra caja metafísica abierta en este continente, porque las cajas de las urnas electorales tienen una ranura muy estrecha para los deseos y las aspiraciones de la mayoría. Eso pienso en la Ciudadela de Pamplona, rodeado de pesadas murallas de piedra, mientras contemplo la escultura titulada Retrato de un gudari llamado Odiseo.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2013/04/28/ocio-y-cultura/la-caja-metafisica-del-espacio-comun