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Entrevista a Andrés Piqueras sobre La tragedia de nuestro tiempo: la destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital (I)

«La capacidad de mutar de este sistema ha sido excepcional, porque excepcional es su dinámica de crecimiento y destrucción»

Fuentes: El Viejo Topo

Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología en la Universidad Jaume I de Castellón, donde fue director del «Observatori Permanent de la Immigració». Ha dirigido diversos cursos de doctorado y de máster sobre Desarrollo en su versión más crítica. Actualmente es miembro del Observatorio Internacional de la Crisis, con el que lleva diez años estudiando […]

Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología en la Universidad Jaume I de Castellón, donde fue director del «Observatori Permanent de la Immigració». Ha dirigido diversos cursos de doctorado y de máster sobre Desarrollo en su versión más crítica. Actualmente es miembro del Observatorio Internacional de la Crisis, con el que lleva diez años estudiando el capitalismo y sus crisis. Es autor de numerosas publicaciones sobre identidad y sobre la construcción de sujetos colectivos en las sociedades tardocapitalistas, entre las que cabe destacar La opción reformista: entre el despotismo y la revolución (Barcelona, Anthoropos, 2014) y el libro en el que centramos esta conversación.

***

 

Mi enhorabuena por tu nuevo libro. Déjame esta vez preguntarte por asuntos no tan centrales pero que, en mi opinión, pueden tener importancia para la comprensión de tus reflexiones. En el título hablas de la tragedia de «nuestro tiempo», de la destrucción de la sociedad y la naturaleza por la civilización del capital. Pero, bien mirado, ¿no siempre ha sido así? ¿Cuándo el capitalismo no ha destruido sociedad y naturaleza?  

El capitalismo construyó una naturaleza mercancía en cuanto que «capital circulante» (materias primas, insumos…), convirtiéndola en una fuente aparentemente infinita de recursos gratuitos o semigratuitos y en un vertedero sin fondo de residuos. Esto trazaba el camino seguro de su destrucción. Lo que está haciendo hoy es completarlo. Este sistema está dispuesto a destripar todo el planeta antes de morir.

En cuanto a la sociedad, cuando el capitalismo fue un modo de producción en auge que generaba crecimiento -el capitalismo industrial clásico-, al mismo tiempo que enormes sufrimientos y horrores para las poblaciones, permitió la construcción de la «civilización industrial» en los núcleos centrales del sistema capitalista, y la mermada extensión del mismo hacia las periferias de aquél. La extracción de plusvalía y el sistema de propiedad privada fueron viables porque, a pesar de la desposesión y la explotación, a través del trabajo asalariado se otorgaba la posibilidad del consumo obrero y de su (relativo) acceso a bienes y recursos, así como una cierta redistribución del excedente para cimentar la cohesión social, con lo que la sociedad se fue expandiendo en diferentes términos. Es decir, que la plusvalía extraída a partir del empleo de la fuerza de trabajo, tenía como contrapartida los salarios de la población trabajadora empleada, los cuales revertían en consumo. Se trata de un mecanismo de integración de las poblaciones y de generación de base social; una distribución de la riqueza por medio del empleo que asegura al mismo tiempo la realización de la ganancia mediante el consumo y con ello la reproducción ampliada del capital.

En cambio, las dinámicas del capitalismo degenerativo o terminal en el que nos hallamos, ya no hacen sociedad, son antisociales. Así, la renta diferencial proveniente de las operaciones en el exterior, de las dinámicas parasitarias y de saqueo de recursos, así como de la especulación financiera, termina en su mayor parte acrecentando la concentración de riqueza en manos de los grandes capitales, especialmente de su rama parasitario-especulativa, banca pasiva, accionistas… Lo que quiere decir que aquella renta no revierte en el ciclo económico productivo y de consumo de masas (salarios, impuestos, obras, servicios, empresas…), pues además de las exacciones fiscales, apenas se declara una minúscula parte de aquellas ganancias, dado que la contabilidad se divide en subcontrataciones, filiales, sectores deslocalizados, secciones sumergidas, etc., y por si fuera poco la mayor parte van a parar a esas nuevas territorialidades creadas para sustraerse a cualquier control social y para esconder el botín proveniente de atracar a la sociedad, de apropiarse de la riqueza colectiva, los mal llamados «paraísos fiscales». Es decir, esas ganancias bien se atesoran o bien se destinan a la especulación, sirviendo para agrandar el fetiche del dinero que hace dinero por sí mismo. La repatriación de la plusvalía, de las ganancias y de la renta, irá también a aumentar aún más los ya enormes auto-salarios de las elites bancario-financieras y de los CEO, a la especulación bursátil, a circuitos financieros, y sólo muy, muy marginalmente, al mantenimiento de la sociedad.

No hay que cavilar mucho para darse cuenta de que con ello se entorpece el propio funcionamiento del ciclo capitalista.  

De acuerdo. En cuanto a la expresión «fase actual». ¿Tiene alguna definición económica? ¿A qué podemos llamar fases en la historia del capitalismo?

En mi anterior libro de La opción reformista intento dar una explicación de ellas vinculándolas a los distintos modelos de crecimiento (acumulación-regulación) del capital. En estos momentos estamos, como he dicho, en su fase degenerativa (terminal) -esa es al menos la formulación teórica que llevamos a cabo en el Observatorio Internacional de la Crisis-. En esta fase, las estructuras sociales de acumulación del capitalismo se ven cada vez más incapacitadas porque la generación de valor y de plusvalor se ve crecientemente entorpecida, como explico en el libro que ahora comentamos. Lo que tenemos, en vez de acumulación de capital -cada vez más exigua-, es un pobrísimo crecimiento ficticio en cuanto que está dado por deuda y por la invención de dinero sin ningún valor (no está vinculado a la producción). La deuda y el capital ficticio mantienen la ilusión de que el sistema sigue funcionando. Esto da como resultado una economía cada vez más irreal, un capitalismo moribundo asentado sobre la irrealidad. Lo propio de una demencia senil.  

En el prólogo, Luis Enrique Alonso elogia la que llama brillante conceptualización tuya; hipercapitalismo mutante. ¿Qué aporta esta nueva categoría? De hecho, ¿no es el caso que cualquier modo de producción, y la civilización anexa, son entidades mutantes?

La capacidad de mutar de este sistema ha sido excepcional, porque excepcional es su dinámica de incesante crecimiento y destrucción de todo lo dado que va implícita en el desarrollo asimétrico y desproporcionado de fuerzas productivas que genera, hecho que no comparte con ningún otro modo de producción ni civilización. La opción reformista (aunque rebajada respecto de las propuestas de Kalecki, e incluso aplicada en versión «light» respecto de lo que posteriormente puso sobre la mesa Keynes) consistió en la puesta en marcha de mecanismos de distribución de una parte de la plusvalía generada por la propia población trabajadora, así como de medidas de protección de esta población, que supusieron la desmercantilización de diversos aspectos de su reproducción social, y por tanto en cierta manera la parcial desmercantilización y desproletarización de la fuerza de trabajo a través de servicios y bienes sociales. Ese «reformismo», además de construir sociedad, como dije, fue la propia salvación del modo de producción capitalista. Hoy, al destruir tal opción da muestras evidentes de que ha agotado sus posibilidades «progresistas» (de progreso para la humanidad) y de que no tiene vías de escape. En realidad, se está autofagocitando para sobrevivir, es decir, está devorando la riqueza social que hasta ahora le permitía funcionar más o menos vigorosamente porque mantenía a la sociedad de la que se nutre. Si elimina los sustentos de su sociedad y la pudre, se mata a sí mismo.

Por cierto, ya que lo mencionas, tengo que agradecer a Luis Enrique su cariñoso acogimiento de mi libro, al que da en su prólogo esa potencialidad que confiere su gran conocimiento.  

Solo el materialismo histórico-dialéctico, afirmas en la introducción, sobre todo, añades, cuando más abierto ha estado a la epistemología ecologista, «ha sido capaz de ofrecer claves estructurales de análisis y tendencias verosímiles del capitalismo realmente existente». ¿Qué es entonces para ti el materialismo histórico-dialéctico? ¿Cómo hay que entender aquí lo de dialéctico?

En la ciencia social llamamos estrategias ideales a las que pretenden (y así plantean sus investigaciones y teorizan) que son las ideas las que explican el mundo y por tanto también constituyen la primera causa de su transformación. Las estrategias materialistas, en cambio, sostienen que es lo material lo que explica lo mental; aunque el materialismo dialéctico en concordancia con su propia designación, siempre habló de que hay una interacción constante entre ambas dimensiones: la idea se hace materia a través de las acciones humanas, sobre todo cuanto más colectivas sean, pero a su vez esas ideas no pueden cobrar existencia ni mucho menos fuerza, fuera del entramado histórico-material en el que se desarrollan. Y si por tanto son ajenas al mismo o proponen acciones que no tienen coherencia con la realidad, no lograrán más que hacer surcos en el mar. Por ejemplo, si formulamos que la materia es penetrable sin más consecuencias, lo único que podremos conseguir es escalabrarnos contra la pared.

La ecosfera es lo más material que tenemos (nuestra infraestructura como especie), por eso es imprescindible partir de ella para cualquier análisis social realista. El materialismo dialéctico de epistemología ecologista es para mí lo más avanzado de que disponemos para explicar y transformar el mundo en el estado actual de desarrollo de la humanidad.  

Añades, críticamente, que desde Mandel y su capitalismo tardío, pocos análisis de fase rigurosos y de vasto alcance se han hecho. ¿Y eso por qué? ¿Está la tradición marxista, cuanto menos en su vertiente económica, obsoleta, perezosa, falta de nuevas ideas?

Lo que se mostró como una contundente victoria del capitalismo, saliendo aparentemente de su crisis estructural de sobreacumulación de los años 70 del siglo XX y eliminando o dejando fuera de juego a sus principales enemigos sistémicos, la URSS y China, fue en realidad una descarada huida del sistema capitalista hacia un mundo irreal, hacia una economía de ficción que, como acabo de decir, se basaba sobre todo en la permanente y creciente generación de deuda a partir de capital ficticio para aparentar que el sistema seguía funcionando. Esto no se vio en esos momentos ni siquiera por buena parte de los científicos sociales «de izquierdas» ni de las vanguardias políticas críticas. Muchos de los teóricos y políticos de la que una vez fue «izquierda antisistémica», incluso marxistas, claudicaron, y aceptaron la salud del capitalismo, su capacidad de sobrepasar las crisis y su potencialidad (aparentemente ilimitada) de seguir generando crecimiento y bienestar. También apertura democrática.

Todo el decorado era de cartón-piedra, pero como digo, en esos momentos muchos no lo vieron. La teoría se resintió, cundió el desaliento de lo «post»: el postmodernismo, el post-estructuralismo, el post-marxismo… como si estuviéramos en un limbo histórico en el que las tendencias, razones de ser y reglas del capitalismo hubieran quedado suspendidas. También se pretendió que el capitalismo había superado definitivamente sus crisis cíclicas (¡qué irónico resulta hoy!). Hubo marxistas que renegaron incluso del elemento clave del movimiento capitalista descubierto por Marx: la caída tendencial de la tasa de ganancia. De hecho, al marxismo en general se le declaraba «obsoleto» y se trataba en adelante de elaborar teoría dando por buena la supraestructura o pantalla ideológica del capital. Poco a poco, la teoría se ha ido convirtiendo en un fetiche más del mismo, parte de su propaganda.

En consecuencia, se dejaron también de hacer análisis de fase de este sistema. Negri y otros «operaístas» y/o «postmarxistas» nos quisieron convencer incluso de que el capital había generado el sujeto que le estaba ya sobrepasando: la multitud. Nos decían que el propio capitalismo nos estaba «empoderando» como sujetos transformadores (otro término ese, el de «empoderamiento», que se utiliza tanto más en la supraestructura del sistema cuanto éste más desprovee a la gente de toda protección, cuanto más destruye sus condiciones materiales de vida). En suma, las ideas propagandísticas se hacían pasar por cuestiones fehacientes.

No te veo muy próximo a las tesis y posiciones de Negri. ¿No hay nada que te intereses de su obra? Pienso, por ejemplo en Imperio y recuerdo la enorme influencia que tuvo entre las izquierdas del mundo ese ensayo que escribieron al alimón él y Michael Hardt.

Me quedo con el primer Negri, el que escribió el obrero masa y militaba con la fuerza de trabajo de carne y hueso. A pesar de haber seguido siendo un pensador con mucho ingenio, creo que desde que se liberó del encarcelamiento se ha limitado a eso, a decir cosas ingeniosas en el mundo de las ideas, sin ninguna base real. Sus libros no recogen ninguna trayectoria empírica ni de investigación social digna de tal nombre. Imperio, con perdón, es un puro despropósito: por eso se le difundió tanto y se le dio tanta cabida en editoriales comerciales. En general considero que las propuestas teóricas de la última época de Negri (ya de Hard ni hablamos) han contribuido a aumentar el ya elevado grado de confusión teórica y decadencia estratégica de las izquierdas. De lo contrario, los medios de la burguesía jamás te darían eco. En algunos de mis trabajos (por ejemplo, el de Capitalismo mutante, o en mis artículos en Polis) he criticado concretamente ciertos de sus conceptos, como el de multitud 

Salvas de la crítica anterior a un autor, a Samir Amin y sus análisis del capitalismo senil. ¿Qué te interesa más de su obra? Por lo demás, los dos libros que citas son de 2003 y han pasado ya 15 años desde entonces.

En realidad, hay que salvar a bastantes otros autores que llevan su militancia social en la cotidianidad de sus vidas incluido su quehacer científico, pero al tener Amin una dimensión mundial (y aun a pesar de algunas discrepancias con él) le menciono en mi Introducción para señalar que el materialismo dialéctico no había sido abandonado por todo el mundo. Su esfuerzo sistémico y sistemático creo que dio sus frutos más importantes hasta esa década que tú mencionas.

Para hacer honor a la verdad, de todas formas, en este plano tendría que haber nombrado por lo menos también a István Mészáros (a quien por otra parte cito en bastantes otros de mis trabajos). Creo que es el autor de talla mundial en la ciencia social que más ha incidido en el siglo XXI en el estudio de las reacomodaciones del capitalismo para hacer frente a sus límites estructurales y a su «insustentabilidad», que yo llamo degeneración.  

Dejemos constancia de su nombre. Hablabas de tus discrepancias con Samir Amin. ¿Algún ejemplo de estas discrepancias?

Nada importante por lo que toca al cuerpo principal de la teoría, que compartimos en cuanto que los dos no sólo venimos del marxismo sino que le vamos en lo sistémico desde una perspectiva similar. A parte de su histórica postura «campesinista», que le llevó a defender prácticamente sin críticas a China, pero que le distanció en cambio de la URSS, lo que me aleja más de Amin en los últimos tiempos son algunas de sus tomas de postura en ciertos puntos geoestratégicos de tensión imperialista. Así por ejemplo, la defensa de la intervención francesa en Mali o su intento de justificación de la represión del islamismo en su propio país, Egipto. En fin, espero que sean errores pasajeros, dado que en general Amin ha mostrado bastante claridad en el análisis de la mundialización capitalista, sus inequidades sistémicas, la explotación y desposesión que necesariamente conlleva en las diversas partes del Sistema Mundial (de nuevo Wallerstein), los grados de violencia y guerra que genera y, por tanto, sus dinámicas geoestratégicas. (A propósito, precisamente por eso, por su claridad investigadora-metodológica, Amin es también un duro crítico de Negri).  

Precisamente, en el presente, señalas también en la introducción que la polémica sacude al propio marxismo: el capitalismo está ya en fase terminal o es capaz de seguir su proceso de acumulación sin cesar mientras no intervenga alguna forma de acción política que lo sepulte. ¿Y cuál es tu opinión sobre esta disyuntiva? Por lo demás, sea a o b la respuesta, yo no logro ver fuerzas que se propongan, con posibilidades de éxito y a día de hoy, sepultar al sistema capitalista.

Claro. Yo tampoco. En la teoría tenemos que ser rigurosos. Las propuestas teóricas básicas en este campo son las siguientes: 1/ El capitalismo hace a sus propios sujetos transcendentes (véase Negri y el «marxismo autónomo» y el «post-marxismo»). De las mismas «resistencias» salen las «trascendencias» del orden capitalista, nos dicen. 2/ El capitalismo, como modo de producción que engendra sociedades clasistas, desigualitarias, suscita permanentemente el antagonismo y por tanto la lucha antagónica (ya sea latente o explícita), pero no por ello necesariamente los sujetos que le superen. Esta propuesta teórica ha proporcionado a su vez al menos de 2 grandes interpretaciones: a/ El capitalismo no genera ni su propia destrucción ni superación sin sujetos que se encarguen de enterrarle. Pero el que éstos salgan no es una condición necesaria, sino contingente, sujeta a muchas variables no precisamente facilitadoras (aquí están, por ejemplo, a mi entender, Michael Roberts, Rolando Astarita y, entre nosotros, Diego Guerrero, entre otros). b/ El capitalismo no genera necesariamente su propia superación, aunque sí su autodestrucción, la cual no significa por sí ni mucho menos un mundo mejor, al contrario, si el capitalismo cae (por razones económico-ecológicas) sin sujetos que lo trasciendan, lo más fácil es que genere terribles distopías. Los caminos para una u otra posibilidad quedan siempre abiertos en función de las luchas de clase (este es el punto donde me encuentro yo y creo que buena parte del ecologismo político). En estos momentos, desgraciadamente, la posibilidad mayor a mi juicio es esta última: la de que se desaten procesos catastróficos para la humanidad.  

Antes de que me olvide, tenía que haberte preguntado antes: ¿qué es para ti el marxismo? ¿Ciencia económica, filosofía, cultura alternativa, política revolucionaria, historia de los de abajo?

El marxismo lo entiendo como un método científico [materialismo dialéctico] para el conocimiento del mundo, que es al tiempo metacientífico: analiza las raíces sociales, las relaciones de poder, que constituyen la propia ciencia; en ese sentido podría decirse también que es alter-científico (otra forma de hacer ciencia). Además, o por ello mismo, a diferencia de otros métodos y teorías científicas, comporta una praxis, es decir, un compromiso con lo que se conoce, en orden a transformarlo en el camino de la emancipación humana. Es decir, la razón de ser del marxismo es enfrentar siempre cualesquiera relaciones de explotación, dominación-sumisión, opresión y marginación que tengan lugar entre seres humanos, tanto en sus expresiones individuales como colectivas. Incluyendo aquellas que se dan en nombre del propio marxismo. No quiero dejar de citar aquí la explotación y dominación estructural de los hombres sobre las mujeres, por ejemplo.

Por eso el punto de entrada del marxismo para el conocimiento del mundo es la relación de clase o relación en la que unos seres humanos se aprovechan del trabajo de otros y/o usurpan sus oportunidades de vida. Aquí subyace para aquél el núcleo explicativo de las sociedades.  

Respiremos un momento si te parece.  

Me parece.

 

Fuente: El Viejo Topo, n.º 365, junio de 2018