La captura de Carlos Arturo Velandia Jagua en las instalaciones del aeropuerto de El Dorado en Bogotá cuando regresaba de España este 20 de junio por orden de la Fiscalía General, tiene varias lecturas que no pueden menos que competir en perversidad. De una parte, que ello se produzca contra un importante ex dirigente guerrillero, […]
La captura de Carlos Arturo Velandia Jagua en las instalaciones del aeropuerto de El Dorado en Bogotá cuando regresaba de España este 20 de junio por orden de la Fiscalía General, tiene varias lecturas que no pueden menos que competir en perversidad. De una parte, que ello se produzca contra un importante ex dirigente guerrillero, humanista reconocido, como el que más comprometido de verdad con la paz y que no le debe absolutamente nada a la justicia ni al Estado colombiano porque lo que éstos consideraban deberle lo pagó y de contado en los términos en que el acreedor consideró -tras los barrotes de dura prisión y previa la canónica sesión de tortura en guarnición militar-, es muy mal precedente para la paz inminente que se suscribirá entre el gobierno y las FARC-EP.
Y aunque lo anterior desde luego no requiere explicación, sí vale recordar que el Estado colombiano tiene una larga tradición de traiciones y perfidias en esta materia: los asesinatos de Guadalupe Salcedo el legendario comandante de las guerrillas liberales del Llano, de Carlos Pizarro León-Gómez cuando apenas bajado del monte se perfilaba ya como caudillo que atiborraba las plazas públicas, la eliminación de los liberales gaitanistas una vez cesada la violencia liberal-conservadora, el exterminio de la Unión Patriótica movimiento que sería la plataforma de acción política de las FARC una vez se pactara la paz en las negociaciones de entonces con el Estado, el asesinato, desaparición y persecución judicial de dirigentes del movimiento político A Luchar y del estudiantil Sin Permiso con el pretexto de ser brazos políticos del ELN, y el asesinato selectivo además del encarcelamiento de ex guerrilleros del M-19, del EPL y del Quintín Lame acogidos a procesos de paz. En fin…
Pero con la anterior lectura sobre la captura de Carlos Arturo, y sin perjuicio de ella, converge otra no menos proterva: la Fiscalía General de la Nación con este clamoroso falso positivo judicial, satisface la necesidad de mostrarle al país la utilidad del impúdico multimillonario contrato que el ex fiscal Montealegre Lynet suscribió con su amiga Natalia Splinger o Lisarazo o como quiera que se llame. Contrato que consistía en documentarle a la Fiscalía lo que esta no sabía ni tenía documentado en miles de expedientes, que el ELN había cometido múltiples delitos en sus cincuenta años de existencia.
Sea cual fuere la razón real de la esa captura, lo cierto es que ella es una de las tantas pequeñas conspiraciones que sectores del Estabelecimiento refractarios a la paz, intentan contra ella. Con mayor o menor fortuna, eso lo va diciendo la incierta historia de cada día, ésa que ignota y mudable construye la voluntad y la lucha de los hombres hasta conformar el gran libro de la Historia. Ésta hablará.
Carlos Arturo Velandia Jagua hace cuarenta años, muy joven, dejó las aulas de la gloriosa y combativa Universidad Industrial de Santander que a los jóvenes de media Colombia les ofrecía -y cumplía- si querían un espléndido futuro de confort e indiferencia social, por irse tras los pasos de Camilo y del Che. Y cuando después de la heroica lucha una traición -otra- lo llevó a prisión, libre de ésta el 8 de octubre del 2003 renunció a las armas y con la fortaleza del guerrero y la mística del monje se dedicó a predicar el evangelio de la paz. Ello, fiel además al apotegma de los revolucionarios: «la mejor forma de decir es hacer».
Entereza en la guerra, la misma de la que hizo gala en prisión -el gesto estoico, la moral firme-, hoy incólume la fe cuando en la cruzada por la paz como en las antiguas guerras de caballería, los enemigos lanzan abrojos al camino para herir la cabalgaduras. Este el talante de Carlos Arturo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.