En el reciente concierto de Yomil, en Pinar del Río, hubo varias broncas. Una mujer, al menos, que perdió una chancleta en la estampida, ofreció 300 pesos de recompensa a quien se la recuperara.
La chancleta reclamada es marca “Tony”, una versión pirata —pobre, barata, plebeya—, de Tommy Hilfiger.
La catarata de memes burlones sobre la chancleta no se hizo esperar.
Desde hace mucho “chancleteo” es término despreciativo, mayormente empleado para mujeres. En el XIX, “chancleta” ya identificaba despectivamente a la niña recién nacida, tras conocerse que era hembra: “Mengana tuvo una chancleta.” Mayormente, si era negra.
Chancleteo es desinencia de chancletear. Ambos están asociados a la “vulgaridad”, a la mala educación, a la gritería, al no saber estar. En otras palabras, se asocia mayoritariamente a clases “bajas” y racializadas.
Chancleteo es una versión cubana de la “parresía”, esa forma de discurso que, según error histórico de Michel Foucault, sería solo el “el chismeo de porteras y criadas”. Chancletear es el código infamante de la etiqueta del solar, fuera de “su lugar”.
Creo que una de las grandes carencias cubanas es cómo producir respeto por el pueblo de Cuba.
“Revolucionarios” celebran ese pueblo, mientras no haga acto de presencia por sí mismo, y sobre todo, si no sale a protestar, a la vez que están aterrillados por la vulgaridad, la “violencia” del lenguaje y acciones de la gente (de abajo). Por favor, que el pueblo no mencione la palabra pinga, que es una afrenta contra Martí, pero el presidente es un “pingú”, y qué maravilla.
“Disidentes” celebran ese pueblo, si sale a protestar, pero acto seguido se burlan de las chancletas, a la vez que pretenden cancelar a Los Van Van, hacerle boicot al mismísimo Chucho Valdés, y prohibir perrear con Yomil. Por favor, que el pueblo no mencione sin más la palabra “comunista”, porque es una afrenta contra la nación, como si la columna vertebral de la cultura cubana (en música, poesía, arquitectura, ciencias sociales, medicina, bioquímica y un millón de cosas más) no tuviese una deuda extraordinaria, escandalosamente masiva, con socialistas y comunistas.)
En Cuba existe el baile de la chancleta, y es un clásico popular. Lecuona puso a una chancletera en María La O. Fernando Pérez muestra a una madre cubana en chancletas dándole el café de despedida a su esposo e hijo al irse ambos a trabajar, en una de las escenas más amorosas de Suite Habana, cosa que es mucho decir en ese filme. Más recientemente, por ese camino, Toques del Río canta “ponte la chancleta que nos vamos de fiesta, póntela, póntela”. El poeta underground Andrés Pérez ha compuesto una bellísima “Nana de la chancleta”, que canta “que aquí el que baila, goza y aprieta”.
Para el musicólogo Danilo Orozco: “la musicología mundial desde nuestra perspectiva (…), y también con chancletas de cualquier tipo, si no queda otro remedio, pero coño, compadre, aunque sea con un parche o una tira de goma delante para el precario sostén de los deditos con que se dan los pasos… O, ¡atención!, por lo menos con la erradicación sustancial de las chancletas mentales.”
Broncas en espacios populares cubanos existen desde que somos nación. Las comparsas de carnaval estuvieron prohibidas desde 1913 hasta 1937 porque eran causantes de “riñas” a manos de los “negros en la calle”. En 1937 en un club de alta sociedad (para blancos), durante un concierto de Miguelito Valdés, se armó una riña tumultuaria porque una rubia despampanante se puso con saña y alevosía para el también conocido como Míster Babalú, mulato que echaba humo, pero mulato al fin para “la alta sociedad”.
El chancleteo “mental”, que menciona Danilo Orozco, no es la bronca en sí misma, sino subrayar, cuando ocurre, que es el destino inevitable de cada actividad popular masiva. En el documental Canción de Barrio, de Alejandro Ramírez Anderson, aparece cómo le quieren suspender un concierto a Silvio Rodríguez, porque hay un apagón y, claro, “hay peligro de bronca”. Silvio pregunta: ¿cuántas broncas hemos tenido en decenas de conciertos, todos en barrios “difíciles”? La respuesta fue: “ninguna”.
El chancleteo “mental” es ver como “normal” que batallones de policías, con perros, sean la solución a la violencia presente en carnavales y conciertos populares masivos.
El chancleteo “mental” es burlarse de una mujer que probablemente solo tiene chancletas de “salir” cuando intenta recuperar, 300 pesos mediante, su par de “Tonys”.
Chancleteo “mental” es hablar por el pueblo y negarlo en el acto concreto en que se manifiesta como cuerpo social y cultural, lleno de problemas, olores propios, “malas” palabras y comportamientos no “deseables”. No hay que atribuirle virtudes “esenciales” al pueblo, pero tampoco atavismos ni ignorancias trascendentales. Ni burlarse de lo que parece un acto pobre, barato, plebeyo, pero que es muchas veces la trama de la vida cotidiana popular.
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