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Grandes logros de un país socialista moderno (NOTA I)

La China socialista que yo vi

Fuentes: Rebelión

La Academia de Ciencias Sociales de China (CASS, sigla en inglés) nos invitó a Irina Santesteban, secretaria general del Partido de la Liberación (PL) de Argentina y a mí, también dirigente de ese partido, a la XIII Edición del Foro del Socialismo Mundial que se realizaría entre el 28 y 30 de noviembre en Beijing, la capital del país, y seguiría en otras conferencias internacionales en ciudades de Jinan y Suzhou, entre el 2 y el 5 de diciembre.

El lema del Foro fue “Construyendo la comunidad de futuro compartido de la humanidad y el desarrollo del socialismo mundial”, con subtemas sobre los cuales giraron las ponencias de 65 participantes de 37 países y unos 120 académicos, políticos, profesores y estudiantes doctorandos chinos.

Con Irina presentamos dos ponencias cada uno, en los Foros de Beijing y Jinan, apuntando a denunciar el mundo en crisis del imperialismo, cada vez más desigual y violento, con genocidios como el que Israel comete contra Palestina. Y también contrastando los avances de un país socialista en modernización como la República Popular China con los modelos semicoloniales sometidos a la dependencia y brutales ajustes, como es Argentina desde antes de la asunción de Javier Milei y mucho más desde entonces.

Personalmente había visitado China como invitado por el Departamento Internacional del Comité Central del PC de China en 1983, 1984 y 1990. Volvía después de treinta y tres años. Un tiempo suficiente para comprobar los cambios operados en su economía y su sociedad, transformaciones que ya habían comenzado a partir de las reformas políticas decididas por el PC de China desde 1978.

En aquellas ocasiones las calles de Beijing eran un enjambre de miles y miles de personas pedaleando en sus bicicletas, por calles atestadas y no sólo en horas pico. Ahora vi pocas bicicletas, bastantes motos eléctricas y muchísimos autos de fabricación moderna, además de los colectivos urbanos y los trenes de alta velocidad que conectan las ciudades que visitamos. Por caso, desde Suzhou hasta Beijing distan 1.138 kilómetros y los recorrimos en ese tren a 330 kilómetros por hora, en solo 4 horas y media.

UN PAÍS SEGURO, SIN DELINCUENCIA NI DROGAS

Ese primer dato habla del avance en el nivel de vida de los 1.400 millones de chinos, que antes andaban en bicicleta y ahora en motos y autos nuevos (en 11 días de estadía en cuatro ciudades ¡sólo vi dos autos viejos!). Esto conecta con un dato que conocíamos antes de viajar: China había completado en 2020 la eliminación de la pobreza, diez años antes de la meta propuesta por la Agenda de Desarrollo Mundial 2030. Liberó de la misma a 740 millones de personas según su estadística y confirmada por entidades internacionales. En 2021 el presidente Xi Jinping detalló que en el tramo final se había sacado de la pobreza a 99 millones de habitantes, a 832 distritos pobres y a 128.000 aldeas pobres.

Por eso en mi ponencia en la Conferencia de Jinan yo subrayé que “ese es un logro descomunal del socialismo con peculiaridades chinas que despierta admiración y sana envidia en otros pueblos, por caso en Argentina”.

Nos llamó poderosamente la atención que las miles y miles de bicis y motos eran dejadas en la calle, sin cadenas ni candados, junto con los cascos y guantes, sin que se produzcan robos. ¿Cómo fue posible esa seguridad, que en otros países no se consigue a pesar de una legislación represiva y policías armados y represores, dispuestos a castigar esos robos? La explicación es sencilla: 1) hay una población educada por 9 grados de la escuela pública donde se le enseña que no se roba. 2) hay una sociedad donde la mayoría cuenta con ingresos básicos y no necesita robar para satisfacer alguna necesidad urgente, como comer o vestirse. Posiblemente exista una tercera razón, de que quien delinque sufre castigos, que no pasan por mandarlos a un campo de concentración, como miente la propaganda imperialista. Es probable es que el ladrón pierda su lugar en la lista de quienes esperan, por ejemplo, una vivienda social provista por el Estado. La policía china no porta armas de fuego, ni pistolas láser ni garrotes ni esposas ni gas pimienta. Sólo el uniforme y éste se respeta.

En cuanto al tráfico de drogas, China ha sido históricamente la víctima de ese flagelo, desde que los ingleses le impusieron el consumo y venta de opio mediante la primera de las dos Guerras del Opio, en 1840. Así envenenaron y endeudaron a la China de la dinastía Qing.

El socialismo superó esos negociados y enfermedades, saneando su país y haciendo una contribución grande al mundo. Sin embargo en los últimos meses el imperialismo yanqui acusó al gobierno chino de no contribuir a la lucha contra el fentalino y de ser un país “origen de drogas”, reiterando así las calumnias de que el COVID-19 se había originado en investigaciones de un laboratorio chino de Wuhan.

La cancillería china, por medio de su portavoz, Mao Ning, desmintió en septiembre pasado aquella acusación: “no tiene fundamento y es pura difamación maliciosa. China se opone firmemente y ha presentado una protesta ante Estados Unidos”. La funcionaria aseguró que el gobierno chino otorga una “gran importancia” al trabajo antidrogas y ha adoptado “medidas estrictas” para controlar las sustancias estupefacientes. Y recordó que China “ha incluido en su lista de control 456 tipos de drogas, lo que lo convierte en uno de los países con más sustancias reguladas y con una de las legislaciones contra el narcotráfico más estrictas del mundo”.

Mao Ning pegó en el mentón yanqui, al decir que Beijing coopera activamente con la comunidad internacional en prevención, tratamiento, rehabilitación y educación antidrogas, y ha contribuido a la seguridad y estabilidad regionales y globales. Por el contrario, acusó: “EEUU es el agujero negro y la fuente del caos del problema mundial de las drogas, ya que consume el 80 % de los opiáceos del mundo con solo el 5 % de la población mundial”. Touché el imperio…

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