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La China y nosotros

Fuentes: Rebelión

Mi amigo José Antonio Cerrillo Cerrillo me ha preguntado sobre taoísmo y confucionismo. No soy un experto académico, ni tan siquiera sé chino ni he estado en China. Pero sabe que llevo muchísimos años leyendo textos, practicando disciplinas de origen chino y, como filósofo, reflexionando sobre todo ello. Es sólo una opinión, aunque bastante meditada. […]

Mi amigo José Antonio Cerrillo Cerrillo me ha preguntado sobre taoísmo y confucionismo. No soy un experto académico, ni tan siquiera sé chino ni he estado en China. Pero sabe que llevo muchísimos años leyendo textos, practicando disciplinas de origen chino y, como filósofo, reflexionando sobre todo ello. Es sólo una opinión, aunque bastante meditada. A José Antonio le dedico el artículo.

Lo titulo la China y nosotros pero en realidad hablo de lo que significa China en mi propio imaginario. Pero cómo persona de izquierdas me gusta recoger lo que la cosas tienen de público y no de lo que tienen de privado. Lo común aquí es algo que tiene que ver con personas de entornos urbanos, de raíz cultural católica y miembros obligados de una sociedad capitalista relativamente consolidada. Personas que nacimos sobre los años 50 y a los que China llegó a nuestro imaginario por dos vías antagónicas. Por una parte por la influencia del movimiento contracultural de los «hippies» La fascinación por el Oriente mítico incluía el Tao Te King, el I Ching, el taoismo, el tai chi y la acupuntura. Y David Carradine con su kungfu nos ofrecía la imagen de un iniciado en los secretos de la sabiduría y de las artes marciales. Por otra parte teníamos, a través de Mayo del 68, la fascinación por el maoísmo y la revolución cultural como un mensaje renovado del hombre nuevo que alumbraría el comunismo.

Más tarde descubrimos los ilusorio de ambas expectativas. Ni había una vía iniciática para la espiritualidad verdadera ni tampoco un camino abierto para una sociedad de hombres libres e igualitarios. Nos desencantamos y esto estuvo bien porque las ilusiones nunca son buenas y siempre nos engañan.

Llega entonces el momento de valorar de una manera equilibrada, es decir desde la razón común que nos orienta en la búsqueda de la búsqueda de la felicidad personal y colectiva, lo que nos puede quedar como resto positivo de todas estas influencias. Porque lo contrario del encantamiento, que es el resentimiento de quién se ha sentido engañado, tampoco es bueno. No se trata de pasar del amor al odio sino de buscar que es lo nos queda de aprovechable de todo este imaginario confuso. Y yo, por supuesto, hago una valoración personal que interesa, repito, en lo que puede tener de común.

Empecemos por el maoísmo. Creo que fue el peor espejismo de los jóvenes decepcionados por el comunismo oficial que buscaban una izquierda real. Fue tan grave que transformó una pesadilla en un ideal y creo que hoy tenemos suficiente documentación cómo para afirmarlo y considerar que la época de la Revolución cultural fue la más nefasta de la China comunista. Porque los testimonio vivo de los que la padecieron, perfectamente contrastados, fueron escalofriantes. Igualmente considero el maoísmo europeo como una deriva dogmática y sectaria del peor izquierdismo. Los partidos maoístas que surgieron en Francia a raíz de mayo del 68 dilapidaron en gran parte toda la energía que puso en marcha el movimiento. Y ni Sartre, ni Althusser ni Foucault tuvieron la capacidad crítica para no dejarse seducir por esta ilusión. Sólo la autentica izquierda crítica como Cornelius Castoriadis en Francia ( o Manuel Sacristán en España) fueron capaz de distanciarse con nitidez de aquella moda izquierdista. En España el PC(i), la ORT, el MCE, diferentes versiones de la izquierda autoritaria, fueron sus frutos. Por lo tanto lo único aprovechable de esta influencia es la necesidad de potenciar una izquierda democrática y crítica que huya como de la peste tanto de los dogmatismos sectarios como del atractivos del exotismo ( que también tuvo su parte, y que surge siempre de un rechazo inmaduro de lo propio).

Tenemos el otro paquete y aquí la cuestión es diferente porque pienso que hay aquí mucho de aprovechable y lo que hemos de hacer es filtrarla, depurarla de la ilusión pseudoespiritualista que acompañó la «contracultura hippie» y derivó en la New Age, tan sincrética como superficial. Y lo que hay que hacer entonces es tratar de entender lo que nos pueden ofrecer de interesante estos aspectos de la cultura tradicional china. Pero para ello hay que entender que ni somos chinos ni nunca lo seremos y que nos podemos aproximar a esta riqueza cultural sin dejar de ser lo que somos ( y la racionalidad que tenemos) aunque abriéndonos a una manera radicalmente diferente de ver, entender y actuar en lo real. Esta doble actitud de respeto y de criterio tiene un exponente muy interesante en Joseph Needhman, un biólogo británico muy reconocido que además era católico y marxista. Su encuentro con la cultura china le conmocionó profundamente y se dedicó a escribir estudios muy rigurosos sobre la aportación de China a la historia de la ciencia, de los que existen muchas traducciones al castellano que recomiendo vivamente. Su punto de vista coincide con el de Jean François Belletier, sinólogo contemporáneo que tiene, que yo sepa, sólo traducido un pequeño libro que se llama Cuatro lecciones sobre Zhuan Zhi ( que es Chuang-Tsé, no lo olvidemos, ya que a muchos todavía nos suena esta antigua transcripción y no la actual, que es la PinYi). Y esta perspectiva es la de buscar una historia universal de la filosofía y de la ciencia y ver las aportaciones de la cultura tradicional china a este fondo común. Aquí hay una concepción amplia que nos permite acoger estas aportaciones en una historia universal de la filosofía y de la ciencia. La concepción de la ciencia es la de los razonamientos empíricamente contratados y la de la filosofía, y repito a Belletier porque me gusta su definición es la de «un hombre que piensa por sí mismo, consulta ante todo su propia experiencia, reflexiona también sobre lo que dicen los demás y hace un uso meditado del lenguaje». La postura contraria la tiene otro sinólogo francés contemporáneo al anterior que se llama François Jullien, que entiende la sabiduría china a partir de la diferencia con nuestra manera de pensar. Jullien tiene bastantes libros sobre diversos temas de la cultura china ( estética, moral, eficacia, tiempo, vida) y su punto de vista es que esta civilización se construye sobre bases totalmente diferentes de la nuestra, que no la podemos entender desde un fondo común y universal, y que lo único que podemos y debemos hacer es, sin dejar de ser quién somos, intentar entender lo que nos pueden aportar desde su concepción radicalmente diferente. Su planteamiento me parece muy interesante y muy dialéctico : partimos del Uno que somos, vamos hacia el Otro y volvemos después de la confrontación con el Otro. Para Jullien la filosofía y la política son inventos griegos que no comparte China y que los rechaza en el momento que le resulta posible ( en el primer caso) o ni siquiera contempla en el segundo. Si por filosofía entendemos el pensar sobre la Verdad, sobre el Bien y sobre el Ser, entonces China rechaza esta práctica. En algún momento es posible pero no la quiere. La vía es la del Sabio que no tiene ideas ( como se titula uno de sus libros). El sabio no se pronuncia, no se posiciona porque si lo hace se identifica con un punto de vista parcial, particular y pierde la visión global que le caracteriza. No es un modelo ni marca unas normas porque él mismo forma parte de la regulación natural de las cosas, de su transformación, él forma parte del proceso armónico y por lo tanto su presencia, su acción ya es transformadora. Jullien no sólo considera que esta es la actitud propia de los sabios taoístas sino también de los confucionistas, en concreto de Mencio, el seguidor más importante de Confucio, que es el que estudia a fondo. De la misma manera la política no existe en China porque no hay democracia, hay una jerarquía que es preciso mantener a través de una estrategia eficaz. Y aquí la palabra eficacia también quiere decir desarrollar el potencial de las cosas no adecuarse a unos objetivos planificados.

Jullien propone una lectura interesante y veraz del pensamiento chino. El Sabio del que habla se corresponde perfectamente con el que nos ofrece el taoísmo. Pensemos que éste nace en la misma China de una manera relativamente tardía y tiene manifestaciones muy diversas. Los sabios fundadores de esta tradición siempre son consierados retroacativamente. Lao Zi con el Daodejing ( Lao Tse, Tao te king en la transcripción antigua) y Zhunag Zhi ( ChuantgTse ) no se consideraban parte de ninguna escuela, ni tan siquiera de un grupo.. Eran sabios que escribían pero con muy poca fe en la escritura, y quizás no fueron ellos sino sus discípulos los que lo hicieron. Poco de puede decir, poco se puede hablar, las cosas se manifiestan por sí mismas y se captan de manera directa, intuitiva. El Tao te king, libro mítico para la contracultura, es un libro muy enigmático, del que son posibles múltiples lecturas, incluso la militar. Es un libro para leer como un poema, no para interpretar. Y de esta manera te llega de manera indirecta, intuitiva, más al corazón que a la cabeza. Luego apareció el taoísmo alquímico ( prácticas que sólo interesan al realmente iniciado porque más vale no hacer de aprendiz de brujo) y el religioso, que como tal no tiene mayor interés que el puramente histórico. El introductor del taoísmo a las generaciones de jóvenes americanos y europeos del movimiento «hippie» fue Alan Watts y él marcó en gran manera la recepción que tuvimos del taoísmo. Watts, un ex presbiteriano inteligente, carismático y didáctico propuso una lectura espontaneista del taoísmo. El fluir, la espontaneidad, lo inmediato, lo flexible frente a las convenciones, la rigidez, la dureza de la sociedad burguesa y cristiana occidental. Esta lectura ahora ya no tiene sentido porque el capitalismo se ha vuelto líquido y fluido. ¿ Que podemos aprender del taoísmo ? Yo creo que la actitud serena, tranquila que desprende. El dejar que las cosas vayan madurando, no precipitarnos, no forzar, saber esperar, dejar que todo siga su curso natural. Vivir la vida como un proceso del que formamos parte, no como un proceso que hemos de controlar. Relajar la mente, salir del ego y de sus pasiones ( envidia, vanidad…). Todo esto, claro, de una manera relativa porque de lo contrario se convierte en un camino absoluto, el del Sabio que lo abandona todo. Porque en China taoísmo y confucionismo no hay que verlos como contrapuestos, ya que se corresponden con dos etapas de la vida. El Yin y el Yang como principios cosmológicos que no pertenecen propiamente a ninguna tradición específica pero que atraviesa todo el pensamiento chino y que mucho más tarde se integraría en lo que podríamos llamar una sabiduría ( ¿ o filosofía ? ) llamada neoconfucionismo y que no sólo se formará a partir de estas nociones tradicionales junto al taoísmo y el confucionismo sino también con lo que será el tercer pilar, el budismo Chan. Éste último será la versión china de una religión venida de la India que es el budismo y que surgirá de una tradición cultural diferente que es el hinduismo. Pero éste es otro tema.

El confucionismo es una ética y una moral social que se dirige a los adultos y los jóvenes , que tienen unos deberes sociales, y el taoísmo se dirige a las personas ya mayores, que han cumplido con sus obligaciones y se retiran a una vida sencilla. Parémonos en la bella concepción de la vejez ésta que la presenta no como un retiro de la vida sino como un retiro a la vida, a la Naturaleza para acabar fundiéndote con ella. Por esto pienso que es un error presentar el taoísmo como una manera de vivir en sociedad porque esto nos llevaría al pasotismo. Y su derivación más perversa es intentar extraer del taoísmo formas directivas del nuevo ejecutivo postmoderno, como también se ha hecho ( por vía USA, claro, quizás los jóvenes «hippies» transformados con los años en hábiles gestores del capitalismo fluido).

Queda entonces el confucionismo, que quizás la forma cultural más propia de la civilización tradicional china. Confucio ya no llega con la contracultura, por supuesto, porque es un sistema moral jerárquico basados en las convenciones, aquello contra lo que los «hippies» tanto lucharon. El gran admirador de Confucio en Europa, bastantes decenios antes, fue una bestia maldita : el poeta Ezra Pound. Confucio tampoco es un filósofo porque el no busca la Verdad sino que transmite la mítica Sabiduría de los Antiguos. Hay cosas de Confucio que no tiene sentido plantear hoy y si se hiciera sería desde una opción política ultraconservadora. La jerarquía Emperador/súbditos; Hombre/mujer ; Padres/hijos y toda ella enmarcada en una estructura jerárquica global de obediencia al superior. Olvidémonos del tema planteado en estos términos. Ahora bien, queda el tema de la autoridad y de su reconocimiento a través del respeto. Y queda ligado a esto lo que se llama la Teoría de los Nombres de Confucio. Con Confucio podríamos quizás recuperar una buena noción de respeto correspondiente a un determinado lugar simbólico siempre que el que ocupa el lugar cumpla con su función. El padre, la madre, el profesor, el adulto, una autoridad pública ocupan un lugar que merece un respeto pero siempre que su conducta sea acorde con lo que implica su función. Es decir que para Confucio si un gobernante, un directivo, un padre, un profesor, un juez o un policía merecen respeto es porque son lo que dice ser y son lo que dicen ser cuando están a la altura de lo que exige su posición. Sino el nombre es puramente formal y por tanto no puede exigir el respeto que como tal merece. Bueno, para las gentes de izquierda el tema del poder y de la autoridad es una cuestión compleja que hay que aclarar y podríamos leer criticamentelo que dice al respecto Confucio. También decía que todo ser humano por serlo merecía un respeto. Tanto él como Mencio resaltaban el sentimiento de humanidad ( que Jullien compara con Kant y yo compararía más bien con David Hume o John Stuart Mill). En todo caso está claro que hay también una igualdad democrática que es contrapuesta a la jerarquía de Confucio.

Muy interesante es la concepción del carácter de Confucio como estructura sólida, centrada y basada en el esfuerzo, la paciencia y autodisciplina. También lo son sus comentarios al Yi king ( o I Ching)o Libro de los Cambios. Recomiendo vivamente el ejercicio de hacer una consulta una vez tomada una decisión porque funciona siempre lo que podemos llamar el azar objetivo. Esto quiere decir que aunque la figura que sale es casual ( no creo en la sincronicidad de la que hablaba Jung) siempre es un comentario sabio que uno acaba relacionando con sus propias intuiciones y expectativas, por lo cual siempre surge una reflexión provechosa. La idea china de la realidad como proceso, como transformación, como unidad de contrario es muy sugerente.

Finalmente, y saliendo del tema de la sabiduría hay otras cuestiones de las que he hablado como son el tai chi y la acupuntura. El Taijiquan ( nombre correcto) es una disciplina de salud y marcial muy completa e integral para el trabajo corporal entendido de manera integral, entendiendo la mente como algo conectado con el resto del cuerpo. Lo que puedo decir es que es muy aconsejable como ayuda para calmar la mente y tranquilizarnos y centrarnos. Nos enseña a ser una cabeza en un cuerpo más que una cabeza transportada por un cuerpo. Pero olvidemos de pseudomisticismos que no tienen nada que ver con estas disciplinas y que engaña quien las ofrece de esta manera. Y la acupuntura hay que situarla en el contexto de la Medicina Tradicional China y el diálogo de paradigmas con la Medicina científica. El mejor libro traducido para hacerlo es, sin duda, «Medicina china. Una trama sin tejedor» de Ted J.Kaptchuk. En todo caso vale la pena recordar el buen pragmatismo chino de los tiempos en que existía una sanidad pública en la que los médicos, algunos tradicionales y otros científicos, convivían perfectamente porque cada cual sabía las dolencias que les correspondían desde un sentido común.

Bien, aquí acaban mis reflexiones. Los límites ya vienen del idioma chino, radicalmente diferente al nuestro, aunque lingüistas como Chomsky plantean que la estructura innata es la misma. En todo caso es el conocmiento profundo de su lengua lo que necesitaría para profundizar más. Y si no me animo, que no lo hago, siempre podemos leer y releer los textos clásicos ( a partir de buenas traducciones, que las hay)que siempre son un placer. Y por supuesto leerme el libro de Rafael Poch «La actualidad de la China» y ver con él a través de su lectura que es lo que queda en la China real de todo este imaginario. Pero antes iré a comer a un restaurante chino que, ventajas de la globalización, está en la esquina de mi casa.