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El racismo de Occidente favorece a los terroristas

La chispa que enciende la furia

Fuentes: La Jornada

«Ya se volvió un artículo de fe que Gran Bretaña era vulnerable al terror por su antiracismo políticamente correcto», escribe la autora. No es así, refuta. «El problema no es que haya demasiado multiculturalismo, sino demasiado poco. Lo que existe es una diversidad de ghetto, presente sólo en los márgenes de las sociedades occidentales ­geográfica […]

«Ya se volvió un artículo de fe que Gran Bretaña era vulnerable al terror por su antiracismo políticamente correcto», escribe la autora. No es así, refuta. «El problema no es que haya demasiado multiculturalismo, sino demasiado poco. Lo que existe es una diversidad de ghetto, presente sólo en los márgenes de las sociedades occidentales ­geográfica y psicológicamente­ realmente se le permitiera migrar a los centros, podría infundirle a la vida pública en Occidente un poderoso humanismo nuevo». Si fuese así, sería «mucho más difícil para los políticos (…) librar guerras en las que sólo se contabilizan los muertos de los invasores. «Una sociedad que de verdad vive sus valores de igualdad y derechos humanos, en casa y en el extranjero, tendría un beneficio adicional. Les quitaría a los terroristas lo que siempre ha sido su mayor herramienta de reclutamiento: nuestro racismo»

Hussain Osman, uno de los hombres que supuestamente participó en los fallidos bombazos del 21 de julio [en Londres], recientemente dijo a los investigadores italianos que se prepararon para los ataques viendo «películas sobre la guerra en Irak», informó La Repubblica. «Especialmente aquellas en las que mujeres y niños son asesinados y exterminados por soldados británicos y estadunidenses… de viudas, madres e hijas que lloran».

Ya se volvió un artículo de fe que Gran Bretaña era vulnerable al terror por su antiracismo políticamente correcto. Sin embargo, los comentarios de Osman sugieren que lo que propulsó al menos a algunos de quienes colocaron las bombas fue la furia ante lo que percibían como un racismo extremo. Y, ¿cómo más podemos nombrar la creencia ­tan común que casi ni la notamos­ de que las vidas estadunidenses y europeas valen más que las de los árabes y los musulmanes, a tal grado que sus muertes en Irak ni siquiera se contabilizan?

No es la primera vez que este tipo de cruda desigualdad nutre al extremismo. Sayyid Qutb, el escritor egipcio generalmente tomado como el arquitecto intelectual del Islam político radical, tuvo su epifanía ideológica mientras estudiaba en Estados Unidos. El puritano estudiante estaba horrorizado con las licenciosas mujeres de Colorado, es verdad, pero fue más significativo el encuentro de Qutb con lo que más tarde describió como «la discriminación racial fanática y malvada» de Estados Unidos. Coincidentemente, Qutb llegó a Estados Unidos en 1948, año en el que se creó el Estado Israelí. Fue testigo de un Estados Unidos ciego a los miles de palestinos que el proyecto sionista volvía refugiados permanentes. Para Qutb, no se trataba de política, era un asalto a su identidad básica: claramente, los estadunidenses creían que las vidas árabes valían mucho menos que las de los judíos europeos. Según Yvonne Haddad, un profesor de historia en la Universidad de Georgetown, esta experiencia «dejó a Qutb con un amargo sentimiento que nunca se pudo quitar de encima».

Cuando Qutb regresó a Egipto, se unió a la Hermandad Musulmana, que lo llevó al próximo evento que cambió su vida: lo arrestaron, fue severamente torturado y condenado por conspirar contra el gobierno, mediante una farsa de juicio. La teoría política de Qutb se formó a profundidad con la practica de la tortura. No sólo veía a sus torturadores como subhumanos, sino que estiró esa categoría para que incluyera a todo el Estado que ordenó esta brutalidad, incluyendo a los musulmanes practicantes que pasivamente apoyaban el régimen de Nasser.

La vasta categoría de subhumanos de Qutb permitió que sus discípulos justificaran la matanza de «infieles» ­ahora prácticamente todos­ siempre y cuando se hiciera en nombre del Islam. Un movimiento político por un Estado islámico se transformó en una violenta ideología que cimentaría las bases intelectuales para Al Qaeda. En otras palabras, el llamado terrorismo islámico fue «cosecha propia» del Occidente mucho antes de los ataques del 7 de julio ­desde su inicio fue una progenie moderna quintaesencial del racismo ocasional de Colorado y los campos de concentración en El Cairo.

¿Porqué vale la pena desenterrar esta historia ahora? Porque hoy, las chispas gemelas que encendieron la furia por cambiar el mundo de Qutb son rociadas de gasolina: cuerpos árabes y musulmanes son degradados en cámaras de tortura alrededor del mundo, y sus muertes en guerras coloniales simultáneas son ignoradas, al tiempo que la evidencia gráfica digital de estas pérdidas y humillaciones está al alcance de cualquiera que tenga una computadora. Y, de nuevo, este coctel letal de racismo y tortura arde por las venas de los enojados jóvenes. Conforme el pasado de Qutb y el presente de Osman se revelan, se ve que no es nuestra tolerancia hacia el multiculturalismo lo que alimenta al terrorismo; es nuestra tolerancia a la barbarie cometida en nuestro nombre.

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Tony Blair se metió en este explosivo entorno, empeñado en hacer pasar a dos de las principales causas del terror como su cura. Pretende deportar a más gente a países donde probablemente enfrenten tortura. Y seguirá librando guerras en las cuales los soldados no se saben el nombre de los pueblos que están demoliendo. (Por citar sólo un ejemplo, un informe de Knight Ridder [cadena de periódicos] del 5 de agosto cita a un sargento de la marina que incita a su pelotón diciéndoles: «Estos serán los buenos viejos tiempos, en los que trajeron… muerte y destrucción a ­¿cómo chingados se llama este lugar?» Alguien intervino: «Haqlaniyah».)

Mientras tanto, en Gran Bretaña no escasea la «discriminación racial fanática y malvada» denunciada por Qutb. «Claro, también ha habido actos aislados e inaceptables de odio racial o religioso», dijo Blair antes de dar a conocer su plan de 12 puntos para luchar contra el terror. «Pero han sido aislados». ¿Aislados? La Comisión Islámica de Derechos Humanos recibió 320 quejas de ataques racistas tras los bombardeos; el Grupo Monitor ha recibido 83 llamadas de emergencia; Scotland Yard dice que los crímenes de odio se incrementaron 600% respecto a 2004. Y el año pasado no está para presumir: «Uno de cada cinco votantes de minorías étnicas en Gran Bretaña dijeron que habían considerado dejar Gran Bretaña debido a la intolerancia racial», según una encuesta de The Guardian en marzo.

Esta última estadística muestra que el tipo de multiculturalismo practicado en Gran Bretaña (y Francia, Alemania, Canadá…) poco tiene que ver con una genuina igualdad. Más bien se trata de una oferta faustiana, negociada entre políticos en busca de votos y líderes comunitarios autoasignados, una [oferta] que mantiene a las minorías étnicas escondidas en ghettos periféricos patrocinados por el Estado, mientras los centros de la vida pública en buena medida no son afectados por los cambios sísmicos en la composición étnica nacional. Nada muestra la superficialidad de esta supuesta tolerancia más que la velocidad con la que ahora se les dice a las comunidades musulmanas que «se vayan» (por citar al miembro del parlamento Gerald Howarth) a nombre de los valores esenciales nacionales.

El problema real no es que haya demasiado multiculturalismo, sino demasiado poco. Si a la diversidad ahora ghettoizada en los márgenes de las sociedades occidentales ­geográfica y psicológicamente­ realmente se le permitiera migrar a los centros, podría infundirle a la vida pública en Occidente un poderoso humanismo nuevo. Si tuviéramos sociedades profundamente multiétnicas, en vez de superficialmente multiculturales, le resultaría mucho más difícil a los políticos firmar órdenes de deportación que envían a los solicitantes de asilo argelinos a la tortura, o librar guerras en las que sólo se contabilizan los muertos de los invasores.

Una sociedad que verdaderamente vive sus valores de igualdad y derechos humanos, en casa y en el extranjero, tendría un beneficio adicional. Les quitaría a los terroristas lo que siempre ha sido su mayor herramienta de reclutamiento: nuestro racismo.

(Asistencia en la investigación: Andreá Schmidt. Traducción de Tania Molina Ramírez. Esta columna fue publicada en The Nation)

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