No soy muy amigo de la estadística. Esta disciplina, entendida como la ciencia de la «recolección, análisis e interpretación de datos», ha sido objeto desde siempre de la manipulación por parte de quienes la conducen o quienes la contratan. Además, con frecuencia sufre de un abusivo manoseo poniéndosela por delante en cualquier situación. Y sirve […]
No soy muy amigo de la estadística. Esta disciplina, entendida como la ciencia de la «recolección, análisis e interpretación de datos», ha sido objeto desde siempre de la manipulación por parte de quienes la conducen o quienes la contratan. Además, con frecuencia sufre de un abusivo manoseo poniéndosela por delante en cualquier situación. Y sirve para todo. Para «convencer» a la opinión pública o para destruir los argumentos del contrario. También para presupuestar, proyectar, programar, tomar decisiones en sectores públicos y privados, buscar aproximaciones a la verdad o redondear un cuadro dentro de alguna visión histórica o, en fin, para hacerse elegir Presidente de un país y, después a su amparo, seguir ahí por «sécula seculorum» mientras ellas se mantengan dóciles y leales y bien financiaditas. Además, todavía no logra convencerme aquello de que ya nada se valora, se arquea, se tasa, se regula, se niega o aprueba, si no va por delante un vibrante «tanto por ciento». Sin embargo, es inevitable reconocerlo, y lo hago con gusto: cuánto no han aportado las estadísticas al entendimiento y la comprensión de los problemas sociales y a las respuestas que estos requieren. No vista como herramienta para «hacer política» sino como instrumento para ejercer el servicio público desde el poder político, puede llegar a convertirse en un instrumento ideal.
Pero el introito que no engañe. No es ésta una columna de moral o espíritu acomodaticios. Muy al contrario, escuetamente, de la mano de las estadísticas que tanto han servido al temerario estilo «fujimorezco» del presidente Uribe, «creador, señor y patrón» de la Seguridad Democrática en Colombia, mi propósito es uno solo e inequívoco: mostrar, sin la recurrente retórica acostumbrada en la publicación de las estadísticas, lo que algunas de éstas vienen diciendo hoy por hoy sobre el discurrir de nuestra maltrecha república. Ojalá, así como usan a su antojo las estadísticas que los tienen en el poder, también algún día crean en ellas y las usen para sacar al país del más cruel, sanguinario y prolongado atolladero en que se ha visto inmerso en toda su historia.
Las fuentes todas son oficiales o de ONG respetables, también de autoridades colombianas o de organismos internacionales como la OEA y la ONU.
Veamos:
Según la Comisión Colombiana de Juristas, las ejecuciones extrajudiciales entre julio de 2002 y julio de 2008 alcanzaron la cifra de 1.205 casos. En los cuatro primeros meses del presente año, dice el propio Mindefensa, se dieron 5.270 homicidios, entre ellos los de 42 indígenas y 11 sindicalistas. Entre mayo de 2008 y abril de 2009, se produjeron 16 mil víctimas y cada 48 horas al menos un secuestro
Para el Índice Global de Paz 2008 (IGP), Colombia es el país más violento de América Latina y el décimo en el escalafón mundial. El 60% de nuestra población vive en la pobreza y 11 millones de compatriotas, en la absoluta miseria. Cada día mueren 14 niños por desnutrición y entre 177 países, figuramos como uno del los 8 con peores índices de iniquidad.
Y ahora recurro a dos voces que, aunque provenientes del establishment, alcanzan cierto grado de sensatez cuando verifican con honradez ellas mismas el estado de descomposición social del país que los vio nacer. Se trata de doña Lucy Nieto De Samper, columnista del diario El Tiempo de Bogotá, y la del doctor Ricardo Arias Mora, senador quindiano. Entre ambos nos muestran el siguiente cuadro:
«El desempleo es del 13,1 % y, a la vez que aumenta el empleo informal, decrece el empleo estable. El 36% de la población carece de servicios básicos. En vivienda de interés social, el déficit es de 2’300.000 unidades; no tiene vivienda digna 2’500.000 personas; 75.000 familias viven hacinadas; en 600.000 hogares no hay servicios públicos; 2’400.000 adultos se acuestan con hambre; 3’300.000 colombianos emigraron en busca de oportunidades… En la Colombia del siglo XXI, el 15 % es analfabeto. Al día hay 1.000 abortos, 45 violaciones infantiles, 3 niños asesinados y 35.000 niños explotados sexualmente. Y son menores de 16 años los autores del 75 por ciento de los 84 asesinatos registrados a diario…»
Somos, pues, mientras gracias a la Seguridad Democrática los que podemos hacerlo paseamos libres de sobresaltos por nuestras «modernas» carreteras, el país con el mayor número de desplazados en el mundo, entre 3 y 4,6 millones, muy por encima de Irak, Somalia y el Congo. A Venezuela, desde el 2002 han llegado más de 200.000 refugiados buscando la protección que nuestro Gobierno no les brindó. Y así al Ecuador, Panamá, España, EE.UU., etc.
Y es que, con todo y la artimaña de la «Seguridad Democrática» y las aceitadas estadísticas, la pregunta nos revienta en la cara:
¿Acaso a ese aletargado 70% que se dice viene votando y sosteniendo a Uribe desde el 2002 no le dice nada las anteriores escalofriantes cifras que están llevando a Colombia poco a poco pero con paso firme a su absoluta insolvencia ética y moral y a su inviabilidad como país civilizado?
Pobre país, pues, esta azotada Colombia, que sigue votando y reeligiendo su propia desgracia.
Blog: http://german-uribe.blogspot.com/
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