Una vez más, hemos sido testigos de esa comedia, con tintes de melodrama barato, donde el empresariado, la derecha y el gobierno, han expresado su rechazo unánime a la denominada colusión del papel confort. Y no es para menos, considerando que el acuerdo establecido por la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) y la […]
Una vez más, hemos sido testigos de esa comedia, con tintes de melodrama barato, donde el empresariado, la derecha y el gobierno, han expresado su rechazo unánime a la denominada colusión del papel confort. Y no es para menos, considerando que el acuerdo establecido por la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) y la empresa sueca SCA, ex Papeles Industriales S.A. (PISA), les permitió inflar los precios durante más de 10 años, en productos de primera necesidad, como el papel higiénico, toallas, pañuelos desechables y servilletas .
La Corporación de la Producción y el Comercio (CPC) y la SOFOFA, que agrupan a lo más conspicuo del empresariado chilensis, manifestaron su profunda sorpresa, incredulidad e incluso desazón, ante una situación que calificaron de «extremadamente grave». Pero lo más increíble vino después, cuando un compungido Eliodoro Matte, presidente de la CMPC y del Centro de Estudios Públicos (CEP), pidió perdón a los chilenos por lo que calificó como «hechos repudiables». Desde el púlpito mercurial, además, aseguró que nunca se enteró de colusión alguna, ni de las suculentas ganancias que generó este «emprendimiento» a la familia Matte y al ex Ministro del Deporte de Sebastián Piñera, Gabriel Ruiz-Tagle, ex dueño de PISA.
El apoyo de la Moneda a Matte fue inmediato. Los ministros de Interior y de Hacienda, Jorge Burgos y Rodrigo Valdés, valoraron las disculpas del acongojado líder empresarial. «Pedir perdón siempre es positivo», exclamó un comprensivo Burgos, y Valdés se unió solícito a la defensa del empresario pinochetista. Ciertamente comprensible, la lealtad de los ministros, que habían disfrutado un distendido encuentro con Matte en el CEP, días antes.
En aquella reunión también participó la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, que bromeó y contó chistes a un entonces animoso Eliodoro Matte. En la oportunidad, la cúpula empresarial calificó de «interesante y muy buena la reunión» y destacaron que «La Presidenta estuvo muy simpática». Fue un encuentro donde primó la camaradería y la «buena onda», señalaron sin ocultar su entusiasmo. Permitió restablecer las confianzas perdidas y aminorar ese clima de crispación, que tanto daño hace a la economía del país, destacaron otros. Si la economía no crece, afecta principalmente a los más pobres, por quienes el empresariado nacional siempre ha tenido una especial preocupación, espetó otro de los empresarios presentes en el magno evento.
Lo cierto, es que Bachelet disipó la incertidumbre de los empresarios, ese fenómeno indeseable que afecta la inversión y que priva al empresariado de cumplir con la sagrada misión que se han autoimpuesto: generar más y mejores empleos para los chilenos. La felicidad fue total en la antigua casona de Providencia, porque después de todo, no hay diferencias de fondo entre empresariado y gobierno. Todos unidos por el bien superior de Chile. Bachelet y los mercaderes del templo, sonriendo para el país, mientras en segundo plano, los ministros Burgos, Valdés y Nicolás Eyzaguirre, observaban la escena con el corazón exultante. La felicidad de los patrones, es la felicidad de los súbditos.
No existe capitalismo sin corrupción, violencia y terrorismo
Bachelet fue cauta ante la caída en desgracia de «don Eliodoro». Si bien, destacó la gravedad de la colusión, evitó cualquier alusión directa. Sabe muy bien que el clan Matte es poderoso, y que desde el escándalo de su hijo, Sebastián Dávalos, ella también tiene tejado de vidrio. Porque a pesar de la hipocresía y la moralina que hemos sufrido a raudales con este nuevo escándalo, que se suma a la colusión de las farmacias, Caval, SQM y tantos otros, es necesario comprender que no se trata de un problema de individuos, sino del sistema. En el capitalismo todo es mercancía, incluidas las personas.
No se trata de un hecho aislado, como quieren hacer creer a los ilusos. Los Matte, Luksic, Angelini, Délano, Piñera, Yuraszeck y otros parásitos del empresariado chileno, sólo han sido coherentes con la esencia del capitalismo: maximizar la ganancia sin contemplaciones de ninguna índole. En este sistema, nadie se hace rico trabajando. La única manera de lograrlo, es explotando, estafando, robando y especulando. Y claro, si las condiciones lo requieren, como ocurrió en 1973, la tortura, el asesinato y la desaparición de seres humanos, es un recurso útil para preservar los intereses de clase. «Don Eliodoro» sabe mucho al respecto, porque en el fundo de la Papelera de Laja, propiedad de la familia Matte, fueron asesinados y sepultados clandestinamente 19 trabajadores de San Rosendo y Laja, en los días posteriores al golpe militar. Pero a Bachelet parece no importarle el currículum siniestro de personajes como Matte, Agustín Edwards y otros, con quienes se relaciona haciendo gala de un servilismo sonriente.
Como planteó Marx, «todas las naciones capitalistas abrazan periódicamente el fraude, pretendiendo ganar dinero sin mediar proceso productivo». El problema no son los individuos, sino el sistema. Marx lo explicó claramente al referirse a las figuras del capitalista y el terrateniente. «Se trata de personas en la medida que son la personificación de categorías económicas, portadoras de determinadas relaciones e intereses de clase». Por ello, sostuvo que «no se puede responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura, por más que subjetivamente pueda elevarse sobre la misma».
Tener claridad sobre este punto es esencial, porque si aceptamos la idea que se busca imponer, que se trata de hechos aislados, de individuos corruptos, de algunas almas descarriadas, que han actuado mal, significa que creemos que hay solución para la corrupción y la crisis del modelo, dentro del propio sistema. Por el contrario, si observamos atentamente la realidad y comprendemos a Marx, concluiremos que la corrupción es inherente al capitalismo, o dicho de otra manera, no existe capitalismo sin corrupción, explotación y violencia.
Por eso, da pena ver la ingenuidad de los chilenos, organizados a través de las redes sociales para boicotear los productos de la CMPC. Arrasaron con el papel confort de la empresa Scott, que en Chile no era parte de la colusión, pero sí lo fue de otro cartel del rubro en Colombia. Paralelamente, la compañía chilena Lipigas es acusada de colusión en Perú y la clase política, incluidos los autodenominados «progresistas», chapotean en el lodazal de la corrupción, de la cual es imposible escapar.
El peso de la realidad es concluyente: no existe solución para la corrupción dentro del sistema, porque la lógica del capitalismo, es obtener la máxima ganancia , en el menor tiempo posible, y ello sólo se logra, a través de la corrupción. Tampoco existe solución para la violencia dentro de los márgenes del capitalismo. La bestialidad de los asesinos de París, es la misma bestialidad de los terroristas norteamericanos, que han asesinado a cientos de miles de iraquíes, afganos, libios y pakistaníes, con sus bombas teledirigidas. Es la misma crueldad de los sionistas israelíes matando al pueblo palestino. Detrás de esa violencia está la apropiación de recursos naturales, el control de zonas estratégicas del planeta, el dinero. Para comprender la esencia del imperialismo norteamericano hay que seguir la huella del dinero. Ello nos permite entender que el imperialismo es la principal y mayor amenaza para la humanidad, y por tanto nuestro enemigo principal.
El desafío, es superar el capitalismo y construir un nuevo modo de producción, que ponga en el centro al ser humano y la naturaleza. La alternativa es el socialismo, pero si bien las condiciones objetivas son las mejores para el socialismo, las condiciones subjetivas son deficitarias. Si queremos triunfar en el objetivo estratégico, no podemos soslayar este elemento objetivo de la realidad.
Por ello, en una primera etapa, hay que trabajar para avanzar hacia una democracia participativa, que nos permita implementar cambios estructurales al sistema: nacionalizar el cobre, los recursos naturales y la banca; renacionalizar los servicios básicos (agua, electricidad); salud y educación gratuita y de calidad; terminar con las isapres y las AFPs; desmantelar las fuerzas armadas; fortalecer la integración regional y dar un impulso decisivo a la industrialización del país.
Para cumplir estos objetivos se requiere un proyecto político y una organización que logre unir al pueblo, elevar su nivel de conciencia y conducirlo. El socialismo nunca ha sido ni será resultado de un devenir natural y espontáneo.
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