Este texto es un fragmento de «La Remodelación», libro que aparecerá en el mes de mayo de 2014. La Concertación nació como una de las formas orgánicas de la resistencia ante la dictadura. No la única, por cierto. Ni siquiera se puede garantizar que haya sido la más eficaz. Pero evidentemente fue ese pacto político […]
Este texto es un fragmento de «La Remodelación», libro que aparecerá en el mes de mayo de 2014.
La Concertación nació como una de las formas orgánicas de la resistencia ante la dictadura. No la única, por cierto. Ni siquiera se puede garantizar que haya sido la más eficaz. Pero evidentemente fue ese pacto político el que capitalizó el proceso de resistencia y obtuvo el triunfo en el plebiscito con el que tuvo el honor y el placer de derrotar al dictador, para esperar luego que él entregase la banda presidencial. Pero Pinochet no se retiró en lo más mínimo. Y siguió a cargo del Ejército. Y luego continuó como Senador. Todo como certificando que no se negocia con un dictador si no se negocia con una dictadura, todo para demostrar que la democracia seguía lejos y convicta, mientras el dictador seguía cerca y libre. La Concertación fue la forma político-partidista de la resistencia, fue el órgano que hizo la función electoral. Y todo el trabajo de las ollas comunes, de las poblaciones, de la Iglesia católica (y de otras), todo el trabajo de los exilados, de los intelectuales, todos los trabajos del mundo, tomaron la forma eficaz del voto, encontraron su cauce en la Concertación y se resumieron en un «No» escueto y escrito que vencería al dictador en nombre de los muertos, detenidos desaparecidos, torturados, detenidos aparecidos, pero también de los trabajadores con sueldos de miseria, de los sindicatos destruidos, de los jóvenes que pasaron a pagar sus estudios, también en nombre de los humillados y ofendidos, de los pensionados y de los hijos de un modelo donde el precio coordina a las personas. Decir que «No» era más que un resumen, era una cristalización, la forma superior de la piedra, pero al mismo tiempo era una usurpación, un robo, como en la película sobre el plebiscito donde la franja televisiva del «No» vence al dictador, como en una película de Hollywood, donde la publicidad, la televisión y los cineastas destruyen con sus ramilletes de flores del bien a la política oscura y tenebrosa del dictador latinoamericano.
El gran clivaje de la política chilena de la transición ha sido el del plebiscito: los que votaron que «Sí» querían que siguiera Pinochet, los que votaron que «No» querían que siguiera el dictador. Las coaliciones, sumando y restando, se han estructurado a partir de este clivaje. Sólo que el «Sí» nunca ha terminado de consolidarse, nunca acabó por ser aceptable. Los que votaron que «Sí» han llegado a ser gobierno con Sebastián Piñera, pero él votó «No». Y por tanto, el «Sí» no conoce de triunfos, solo de derrotas leves y brutales (año 2000 para lo primero, año 2013 para lo segundo). El elemento relevante de este clivaje es la Concertación, es ella la que permite entender la transición; o son sus vacíos y silencios, además por cierto de sus actos y discursos, los que permiten hacerse una idea de lo que está en juego cuando hablamos de esta coalición, que sumó cuatro gobiernos consecutivos y que retoma hoy el poder configurando una nueva coalición.
Y mientras el cuerpo presente de la Concertación se imponía con toda evidencia, mientras millones de preguntas arreciaron para cuestionar su quehacer, parece persistir su carácter conceptualmente huidizo, su irreductibilidad al concepto. ¿Qué fue la Concertación? ¿Cómo definirla? Social-liberal, liberal-social, social de mercado, de mercado, socialdemócrata, tercerviísta, conservadores. Y si fue todo eso, ¿cómo se articuló ese enjambre de definiciones en una gelatina viable, gobernable? ¿Y por qué murió hace unos días, sin previo aviso, sin fecha conocida? ¿Qué vieron sus líderes para declararla muerta o exánime y quizás para propinarle una eutanasia?
Lo que es claro es que la razón de Estado de la Concertación ha sido el crecimiento, el piloto automático del crecimiento, el funcionamiento de la máquina. Chile ha sido capaz de producir crecimiento, con problemas de desigualdad y problemas de malestar social, pero la máquina produce crecimiento. Y el gran temor es detener la máquina. La evidencia indica que el crecimiento chileno está basado en los beneficios a grandes compañías en el sistema de tributación, en las políticas de energía y agua, en la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias, en la precarización del empleo, en las facilidades de las compañías para integrarse verticalmente y en la existencia de mercados regulados en los que el Estado facilita o garantiza la utilidad. La ausencia de riesgo en la inversión es lo que hace pensar en este tipo de empresariado como un tipo ‘rentista’, aunque en el caso chileno la magnitud de la utilidad es como si fuera un innovador y el riesgo es como si fuera una inversión con intereses fijos en el banco.
En definitiva, todos los caminos nos llevan a definir a la Concertación por su pragmática. Los conceptos superiores son definidos como intangibles y etéreos, por ellos mismos. Para muchos de los líderes conceptuales de la Concertación, la transición es ritual, etérea, intangible. La justicia, la reconciliación, son valores absolutos que no se encarnan. La modernidad significa que se debe ir a lo concreto, a la calidad de vida. Irónicamente la historia reciente de malestar social demuestra que la sociedad chilena no cerró la transición ni avanzó en esa modernidad. La única modernización fue la del mercado, la del sistema financiero. Pero hoy sabemos que no se avanzó en la liturgia pública porque no pudimos cerrar desde el poder la transición, porque la Concertación no pudo hacer una jugada simbólica suficiente para ello (más lo hizo Piñera con el cierre del Penal Cordillera), porque de hecho hoy están pendientes muchos temas ‘de la transición’, entre ellos, el más importante que es cambiar la Constitución Política de Pinochet. Por otro lado, la crisis social que se desata desde 2011 está basada en la operación concreta de la vida cotidiana, en el malestar por la calidad de vida, por el endeudamiento, por las contradicciones entre la modernización capitalista y la modernización social, generando la primera una precarización de la segunda. Porque en la medida que más exitoso era el sistema financiero para producir mecanismos de provisión de salud y pensiones, peor salud y pensiones otorgaba y más desigualdad construía. Por tanto, al final del camino, con las mismas categorías que la Concertación se inventó, esto es, poniendo al frente el avance de la transición o la modernización, lo que tenemos es el fracaso visible en ambas dimensiones.
¿Por qué fracasó la Concertación en el proceso de abordar esos dos desafíos? En primer lugar, se debe señalar que hablar de fracaso resulta o inverosímil o doloroso para quienes participaron en esa coalición. Durante años el mundo politológico consideró la transición chilena una de las más exitosas en lo político, en lo judicial y en lo económico. Los líderes de la Concertación de Partidos por la Democracia se pasearon por el mundo recibiendo las loas por el logro. La coalición parecía haber ‘modelado’ una transición muy eficiente. Las movilizaciones de 2011 sorprendieron a muchos alrededor del orbe. El caso chileno mostraba fisuras, sus logros eran cuestionables, al menos se debía reconocer la disonancia cognitiva de una sociedad que mostraba la educación, la salud y la energía más cara del mundo de acuerdo al ingreso, el tercer país con más presos cada mil habitantes con índices de delincuencia y violencia bajos, con grandes niveles de precariedad laboral, con un paradojal incremento en los años de estudios y un decrecimiento de las competencias culturales, un crecimiento de la calidad de vida muy inferior al crecimiento económico, en fin, con malestar y desarrollo a la vez, eso que el PNUD llamó las paradojas de la modernización en 1998. Pues bien, hoy debemos reconocer que la transición chilena terminó teniendo que volver al punto cero, volviendo a la Constitución, regresando a remodelar las principales vinculaciones entre Estado y mercado respecto a la sociedad (tributos, pensiones, educación, salud, trabajo). Si esto es así no es porque Chile ha dado saltos y debe resolver problemas nuevos. Chile tiene que resolver los problemas de hace años. La superación de la pobreza existe y es probablemente el principal logro, pero se da un ciclo económico virtuoso que depende de fenómenos externos. Chile tiene una participación creciente del cobre en el PIB y el cobre llegó a precios internacionales muy elevados en los últimos años, se le ha llamado el ‘superciclo del cobre’. Es altamente probable que ese ciclo haya terminado. Por otro lado, la superación de la pobreza se basa en varias políticas que permiten superar ‘formalmente’ la pobreza. Las pensiones chilenas se han definido por ley con un mínimo que es $7.000 pesos aproximadamente (US$12) sobre la línea de pobreza. Tener un bolsón de población ‘no pobre’ justo en el límite inferior de la ‘clase media’ es un formalismo que no habla de las virtudes del modelo de desarrollo, sino de una gestión de datos.
La sorpresa de la Concertación por su fracaso ha sido mayúscula. Su vergüenza también. A tal punto que enterraron su coalición sin honores, mejor dicho, sin siquiera funeral. Y comenzaron su nuevo proyecto sin proyecto alguno, con un programa que nuevamente (igual que Boeninger hizo en su momento) habita en la ambigüedad respecto a los asuntos más críticos del modelo, precisamente porque es el único camino para evitar la escisión (y debemos agregar que Boeninger señala que fue el camino para imponer la visión más conservadora).
La última conclusión de este capítulo es la más importante. La Concertación es un conjunto de grupos políticos y personas a quienes les pasaron las mismas cosas, una colección de padecimientos, temores, acontecimientos. La Concertación es el nombre de un ‘pathos’, es la reacción pragmática a los caminos que se cerraron y se abrieron. La Concertación nunca ha tenido proyecto, nunca ha modelado nada. La Concertación ha sido modelada. A la Concertación le aconteció su propia existencia por haber visto el camino de derrotar a Pinochet en su ley. A la Concertación le aconteció heredar a Chile con crecimiento y temer ‘parar la máquina’. Le aconteció el temor a los procesos de hiperinflación en América Latina, le aconteció la caída del muro de Berlín. A la Concertación le aconteció ‘el modelo económico’, le aconteció la «justicia en la medida de lo posible», le aconteció la democracia de los acuerdos y le acontecieron los gremios empresariales. También le aconteció la detención de Pinochet en Londres, que abrió juicios antes cerrados y una ruta de justicia que ella no había buscado porque ‘no era posible’. Y le aconteció la presión empresarial. Y aunque cambió la ley laboral luego de fuertes conflictos con trabajadores, no es menos cierto que redactó la ley laboral para que tuviera excepciones tan grandes que quedaba igual, o casi igual. Redactó una nueva Ley General de Educación para sacar la Ley Orgánica Constitucional de Educación de Pinochet, pero fue chivo expiatorio de la presión de los estudiantes secundarios en la revolución pingüina. Mientras la Iglesia tuvo legitimidad, la Concertación se refugió en ella. Cuando le aconteció el caso Karadima, se volvió laica y se abrieron las alamedas homosexuales, abortistas y hasta el marihuanismo. A la Concertación le aconteció el movimiento estudiantil, en cuyo desarrollo bajó su aprobación como bloque a niveles históricos. Y como ello le aconteció fuertemente, entonces fue el suceso final. Y se reinventó como Nueva Mayoría. ¿El proyecto? Adaptarse, el azar del darwinismo, probar fórmulas, una y otra vez, hasta que funcione el nuevo órgano. El siguiente cambio será para el siguiente acontecimiento que padezca.
El temor a ejecutar cambios ha estado siempre cubierto con un velo que ornamenta el conservadurismo del modelo en favor de la empresa de un repertorio de excusas suficientemente sólido. Uno de los recursos más interesantes es la idea de ‘excepcionalidad de la falla’. Cada vez que el modelo fracasa, se señala que es una excepción. El caso La Polar fue presentado como una excepción, aunque el fenómeno de la unilateralidad de decisiones y el manejo de información privilegiada no se han cansado de aparecer (desde Cencosud, BancoEstado, hasta Cascadas).
La Concertación nunca ha modelado nada. Ella ha sido modelada por las presiones. Las que han sido sociales han generado sus avances en protección social. Pero la presión de lo social es inestable, es fiebre que se quita, espasmo de dolor que se mitiga en la rutina y el fracaso. Por eso el gran modelador de la Concertación ha sido el capital, los gremios empresariales, la derecha negociando por ellos, ellos negociando por ellos, los centros de estudios negociando por ellos, los tecnócratas negociando por ellos, los abogados, los sociólogos, el lobby, los diarios, las radios, las revistas, la televisión, don Francisco negociando por ellos. En el nombre del capital, de la derecha y de su brazo militar.
Hoy supuestamente la Concertación debe remodelar el capital. Ella debe volverse en contra de su demiurgo y darle forma, hacer ella misma de nueva divinidad, de principio creador. A la Democracia Cristiana le duele. Creerse Dios es un pecado, definir el bien y el mal y no esperar que un superior lo dicte le produce pavor. Pero para eso llamaron a los comunistas, que bien pueden tener más energía demiúrgica. Pero durante la campaña quedó en evidencia que siguen siendo los mismos: les pasó la educación gratuita, les pasó el cambio de gabinete antes del gabinete,, les pasó la no paridad de género (lo intentamos, pero no pudimos, dijo Bachelet), les pasó la reforma tributaria (es para educación, no es que queramos), les pasó la toma de su comando en la elección de primera vuelta por parte de la ACES (y eso definió el destino de ciertas rutas de ‘ministeriables’). Hoy la Nueva Mayoría habita no solo en una casa que no construyó, sino que remodeló antes con plano ajeno. Hoy la casa no es capaz de resistir el peso de sí misma y requiere nuevos cimientos. Pero la Concertación no quiere tocar los cimientos (se puede frenar la máquina), al mismo tiempo que debe ser capaz de producir cimientos que eviten el derrumbe. Hoy la Concertación padece su propia paradoja, su propia falta de proyecto, su propia banalidad. Pero en medio de su timidez, debe remodelar a su creador. En medio de su silencio, debe elegir adecuadamente el verbo. En medio de su falta de arquitecto, debe hacer los cambios en el edificio. Debe y puede, pero no quiere. Y en el esfuerzo por refugiarse de una transición en otra, en el esfuerzo de pasar de la transición política a la social, decidió hacer una Nueva Mayoría, una nueva excusa, una nueva negociación, una nueva espera, una nueva esperanza que se hace en el silencio.
http://eldesconcierto.cl/la-concertacion-221988-sin-fecha-2013-memoriam/