Dice que tras su postulación presidencial se conformó el agrupamiento más grande de izquierda desde los tiempos de la Unidad Popular y que hoy representan «los cambios radicales», como devolver el cobre y el agua a los chilenos y terminar con el lucro en educación, salud y previsión social. Le preguntamos si vio el chiste […]
Dice que tras su postulación presidencial se conformó el agrupamiento más grande de izquierda desde los tiempos de la Unidad Popular y que hoy representan «los cambios radicales», como devolver el cobre y el agua a los chilenos y terminar con el lucro en educación, salud y previsión social.
Le preguntamos si vio el chiste de «The Clinic» donde aparece solitario empujando un auto, «en campaña». Sonríe y dice que no lo vio. Se lo mostramos. Lo mira. Ahora ríe. «Tengo sentido del humor, así que no me enojo». Ya más serio, añade: «Yo estoy dispuesto a empujar el auto solo, pero tras mi candidatura están tres partidos y cuatro movimientos». Más enérgico, apunta: «Hemos constituido el agrupamiento más grande de izquierda desde la Unidad Popular (en 1970), eso somos hoy».
Es Jorge Arrate, convertido hace tres semanas en el candidato presidencial de la izquierda. El primer socialista que apoyan los comunistas desde Salvador Allende. Junto a él camina la Izquierda Cristiana, los humanistas y otras agrupaciones de izquierda. Tienen como objetivo llegar a la segunda vuelta «sé que es muy difícil» y en todo caso el gran triunfo serían los dos dígitos.
Arrate aclara que «no soy ‘el’ candidato de toda la izquierda. Soy el candidato de la mayor coalición de agrupamientos de izquierda en torno de su tronco histórico. Hay otras candidaturas de izquierda y esas las considero y respeto».
Está sentado en un cómodo sillón flanqueado por dos lámparas que iluminan la enorme biblioteca de techo alto en su casa de Ñuñoa. Un ambiente copado de libros, hermosos cuadros, adornos y modernidad de por medio el infaltable computador. Se le ve tranquilo, incluso cuando habla sobre el diputado de traje negro, Marco Enríquez-Ominami, el fantasma que se puso a recorrer los pasillos del mundo electoral.
¿Converger entonces con Alejandro Navarro del MAS y con Enríquez-Ominami? Sus ojos parecen acomodarse a un punto de mira y dispara: «La candidatura de Navarro es de izquierda. La de Enríquez es de la Concertación».
Entonces con el MAS sí y ¿con el diputado hasta que no salga del oficialismo? «Yo no pongo condición a las personas señala. El cuadro de hoy es que en la Concertación hay dos candidaturas. Una principal, la de Frei. La otra secundaria, la de Enríquez. Él ha querido ser candidato dentro de la Concertación». Argumenta: «Ahí no es donde queremos reconstruir a la izquierda, nosotros no queremos reconstruir a la Concertación. Yo me fui del Partido Socialista y de la Concertación porque no estuve dispuesto a estar cuando proclamaran a un candidato que yo no iba a apoyar».
Ideas de cambios radicales
Le recordamos que muchos dicen que en Enríquez-Ominami «está el cambio» y que puede incubar una alternativa a la situación del país, de la gente. Más aun, que él puede representar mejor la opción donde está parado Arrate. El ex ministro se acomoda la chaqueta pero no se le ve incómodo con la pregunta. Habla pausado, categórico. «Marco efectivamente puede estar convocando un cierto malestar con el estado de cosas y con la Concertación. La izquierda también convoca en torno de un malestar, pero el malestar que nosotros convocamos es con proyecto. Somos un malestar con proyecto. Con ideas de cambios radicales en materia económica, institucional, social, democrática y medioambiental. Somos un cambio constructivo, con un programa. No somos más de lo mismo con adornos o maquillajes».
Pero el diputado marca dos dígitos en varios sondeos. El presidencial de la izquierda adopta tono didáctico, porque él hace tiempo que anda explicando que las consultas pueden ser engañosas. «Mire, hay encuestas y encuestas. Afortunadamente un medio digital sacó un editorial el otro día, que yo suscribo totalmente, porque a veces las encuestas tienen ribetes escandalosos. También salió una (la CERC) que yo dije, anticipadamente, que me parece interesante seguirla, porque es cara a cara, no por celular ni por teléfono fijo. En esa yo no aparezco, ni Guillermo Teillier (PC) ni Tomás Hirsch (PH), porque se hizo hasta el 27 de abril y nosotros proclamamos candidato el 26. Otros candidatos que sí estaban, como Navarro y Enríquez-Ominami, aparecen con el uno por ciento. El contraste es muy grande con otras».
Lo miramos, con su pelo blanco peinado hacia atrás, su traje sencillo e impecable, su tono que dan los años. Y se nos aparece Marco «en el imaginario», igual con traje, con sus eternas camisas blancas y corbatas negras, pelo muy negro, ágil, mediático, díscolo, confrontador. Y salta la pregunta a Jorge Arrate: ¿no es mejor un perfil como el de Enríquez-Ominami para una candidatura de la izquierda?, más joven, liberal, de otra generación, por encima de su perfil más histórico, de una generación antigua. El ex ministro recibe el sablazo con calma y replica con otro movimiento de espadachín: «Tengo ese defecto y esa virtud». Añade que «yo no olvido que un dirigente del PPD que ahora está con Piñera dijo que la gracia del PPD es que no tenía historia. En un momento eso puede ser gracioso, novedoso, atractivo. Pero mire, yo represento la generación de la izquierda que viene desde los sesenta y que hizo suya la historia de atrás. Si yo tuviera esa memoria y 40 años de edad, sería lo mejor, pero esa combinación es imposible».
¿Pero cómo va a encantar a los jóvenes? «No es fácil», reconoce. «Los jóvenes son una categoría muy heterogénea. Hay cambios vertiginosos en nuestras sociedades y entonces un joven de 30 años pude ser un viejo para un joven de 18 años. Tienen poco que ver. Y así se reproducen las distancias entre los que tienen 20, 30, 40 ó 60. Eso hay que asumirlo, es verdad». Y se confiesa: «Yo me distingo como un adulto mayor, pero ni me tiño las canas, ni me pongo canas falsas ni me opero las ojeras».
No estoy para bajarme
Como sea, la interrogante está en bandeja. ¿Se bajaría para darle paso a Marco? «Eso es imposible», ataja. Con malicia él interroga «¿por qué no preguntarse quién hace correr esa pregunta?». Porque «eso no está puesto sobre la mesa. Yo no estoy aquí para bajarme. Los únicos que pueden deponer mi postulación son los que me postularon, la asamblea de izquierda, los partidos y los movimientos que me apoyan».
Envía un mensaje: «Yo no seré obstáculo para la unidad de la izquierda. Sí seré obstáculo para construir una izquierda falsificada».
Suena un timbre en su casa. Se oyen voces y él atina: «Me disculpas». Atiende por unos minutos algo personal. Sus pasos se sienten en esa casona ñuñoína de alfombras y cuadros. Su caminar es suave. Quién sabe si será así en las giras que hará las próximas semanas a la zona central, al sur, al norte, con candidatos comunistas al Parlamento. Porque dice que «haremos una campaña de terreno, no mediática porque los medios no nos cubren, estaremos en todo Chile, encontrándonos con la gente».
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