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La confesion de Juan Manuel Santos ante el Papa Francisco

Fuentes: Rebelión

El día 15 de junio Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, visitó al Papa Francisco en el Vaticano. Los medios de comunicación convencionales del país le dieron una gran difusión a ese encuentro y lo consideraron como una clara demostración de la vocación de paz del tahúr que habita en el Palacio de Nariño. Sin […]

El día 15 de junio Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, visitó al Papa Francisco en el Vaticano. Los medios de comunicación convencionales del país le dieron una gran difusión a ese encuentro y lo consideraron como una clara demostración de la vocación de paz del tahúr que habita en el Palacio de Nariño. Sin embargo, fuentes confidenciales nos han revelado los detalles de lo que verdaderamente sucedió en esa ocasión y que ahora les contamos en forma exclusiva a los lectores de Rebelión.

Cuando Santos ingresó a la sede del Vaticano, el Papa lo invitó a seguir y enseguida le preguntó si se quería confesar. Santos dijo que él no acostumbraba a confesarse, porque no tenía pecados de que arrepentirse, puesto que si había dicho mentiras, había dado la orden de masacrar a humildes colombianos, había participado en forma directa en la organización de los falsos positivos o si se deleitaba con los muertos de la insurgencia, eso no era pecado ni mucho menos sino que era un comportamiento normal de la clase que él representa. Y a la larga, además así habían procedido las elites colombianas desde la independencia.

Ante tal convicción el Papa Francisco se le acercó y le dijo:

-No importa, yo sé cómo actúa tu clase, de tal forma que eso para mí no es una novedad.

Y en forma inesperada le ordenó: ¡arrodíllate¡ Con una sonrisa fingida Santos asintió, agregando:

-No me queda difícil adoptar esa posición y no precisamente por mi catolicismo, sino porque yo vivo postrado ante los Estados Unidos, Israel y la OTAN.

Cuando Santos estuvo arrodillado ante el confesionario, el papa Francisco tomó la iniciativa y le dijo:

-Voy a facilitarte las cosas, de tus pecados -un término muy benigno que uso para no ofenderte, porque en realidad son crímenes- y yo que ando enterado de lo que pasa en Colombia te voy a detallar algunos, aunque por su cantidad se queden muchos sobre el tintero.

Luego, con convicción, empezó a hablar.

-Para empezar quiero recordarte que tú eres responsable directo de asesinatos de humildes colombianos, de esos que ustedes los colombianos que son cultores de las formas y del lenguaje, llaman en forma hipócrita como «falsos positivos». Quiero decirte que este es uno de los crímenes más terribles que se han vivido en el mundo en tiempos recientes, algo parecido a lo que soportó mi país, Argentina, durante la última dictadura. Tal es el horror de estos crímenes que una organización proclive al gobierno de los Estados Unidos, la Human Rights Watch en un informe sobre el asunto dice, y te lo leo en forma textual: «Los ‘falsos positivos’ representan uno de los episodios más nefastos de atrocidades masivas en el hemisferio occidental de los últimos años, y hay cada vez más evidencias de que altos oficiales del Ejército serían responsables. No obstante, los oficiales del Ejército que estaban al mando cuando sucedieron las ejecuciones han conseguido eludir la acción de la justicia e incluso han ascendido a los niveles más altos del mando militar, incluidos los actuales comandantes del Ejército Nacional y de las Fuerzas Militares». Pero esta afirmación ni siquiera se aproxima a lo que verdaderamente son esos crímenes de Estado, porque no es que solamente los militares estuvieran involucrados, puesto que presidentes de la República y Ministros de Defensa, y ambos cargos los has desempeñado tú, son los máximos responsables y es algo que no puede ser eludido. Pueden que sean destituidos militares, incluso altos oficiales, lo cual no significa gran cosa, porque no serán juzgados ni condenados, sino que antes por el contrario, esos militares asesinos serán nombrados como Embajadores de Colombia en distintos países del mundo, incluso aquí en Italia, en donde delincuentes, como Sabas Pretelt, se han desempeñado como embajadores. No me extraña porque otro asesino, Jorge Noguera, fue cónsul en Milán luego de ser director del DAS, entidad desde donde asesinó a muchos colombianos. Y esos criminales fueron catalogados como mis buenos muchachos por ese mafioso que ocupó el Palacio Presidencial, Álvaro Uribe Vélez, periodo durante el cual tú fuiste uno de sus ministros de defensa.

Y a propósito de ese Ministerio salió la orden de matar colombianos pobres, para presentarlos como guerrilleros, o terroristas como a los de tu clase les gusta llamarlos, y mostrar logros militares.

De tal forma, que resulta muy difícil que tú, aunque seas presidente de Colombia, te laves las manos y pretendas que nada de eso tuvo que ver con tu gestión. Pero es todavía peor que cada vez que se denuncia a los altos mandos militares de esos asesinatos de Estado, tú salgas a decir que los militares colombianos son unos angelitos o unos corderos y llegues hasta el extremo de tartamudear discursos -pues la oratoria no es precisamente tu fuerte- en los que dices disparates como este: «defenderé la dignidad de las fuerzas militares hasta el día que me lleven a la tumba». Muy confuso tu mensaje, pues no queda claro si es que tienes miedo que a ti las fuerzas armadas te conviertan en otro falso positivo si te le salieras del redil y por ello te conduzcan al cementerio, o es que te vas a hacer matar para defender los crímenes de las fuerzas armadas, que son los mismos tuyos. Algo más lógico y cerca de la realidad colombiana, plena de impunidad y mentira.

Para completar, tú vienes a hablar de paz conmigo, cuando en este momento estás adelantando una política brutal de guerra y tierra arrasada, bombardeando miserablemente a insurgentes y pobladores del campo que estaban en tregua unilateral, como lo hiciste en Guapi, en la costa Pacífica colombiana, cuando las «bombas inteligentes» masacraron a veintiséis personas, aunque en la región se afirma con seguridad que fueron ochenta los muertos, entre esos muchos niños y adolescentes. Como me lo comunicó el arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve, y lo ha dicho en voz alta: «Esos no son homicidios provocados en la guerra, sino asesinatos premeditados». ¿Cómo tú siendo presidente de Colombia te atreves a decir que ese asesinato, que habrías podido evitar, es un hecho de paz? Esto francamente es un cinismo que pocas veces había conocido, y se asemeja a las «grandes enseñanzas» de mis coterráneos argentinos de la última dictadura.

Santos quedó apabullado y solo atinó a gangosear que eso era cierto pero que él nunca sería condenado por tribunales humanos, porque jamás se toca a los de su clase, pero que pedía por medio de su Santidad perdón en los tribunales celestiales.

El papa Francisco le indicó que eso estaba por verse, porque había más crímenes y pecados que le quería recordar. Entre estos le dijo con convicción que no era ni muy católico ni humanitario que se festejara, y en público, cuando era asesinado algún miembro de la insurgencia, tal como aconteció con Raúl Reyes, Iván Ríos, Alfonso Cano, el Mono Jojoy, entre muchos. Cómo es posible, que tú hayas festejado cuando siendo Ministro de Defensa te trajeron la mano de Iván Ríos y consideraste valido ese trofeo de guerra e incluso ofreciste una jugosa recompensa en dinero al traidor, la que nunca pagaste. O cuando lloraste de felicidad al ordenar asesinar, en forma traicionera, a Alfonso Cano, con el mismo que habías iniciado conversaciones de paz. Esos son hechos que muestran tu verdadera catadura y que difícilmente tienen perdón.

Santos guardó silencio y pensó en sus adentros:

-Este viejito parece comunista y fue un error haber venido hasta aquí a soportar esa perorata, propia de esos obispos de la Teología de la Liberación, como ese Monseñor Romero, que acaban de convertir en Santo, y que de haber sido colombiano, nosotros nos hubiéramos encargado de matar, como bien lo hicieron en Salvador. Si no fuera Papa y estuviera en Colombia este curita tendría los días contados y le enseñaríamos lo que se hace con los terroristas y sus secuaces, lo convertiríamos en otro falso positivo.

El papa Francisco como leyendo sus pensamientos lo espetó:

-Yo sé que mis palabras no te deben causar ningún efecto real, porque además no las puedo manifestar a la luz pública, por aquello de la diplomacia vaticana, en donde tenemos que proclamar hermandades, perdones y olvidos, porque como nosotros los del Vaticano también hemos estado inmiscuidos en muchos crímenes, como violar niños, o apoyar criminales y dictadores, o patrocinar el asesinato de sacerdotes de izquierda… De tal forma, que no te preocupes por mis palabras, pues ellas quedaran estrictamente reservadas, y no únicamente por cuestiones de confesión, sino de diplomacia. Pero eso sí, antes de terminar quiero agregar una última cosa, que me tiene muy molesto, puesto que se refiere a la ecología, sobre lo que acaba de editar mi encíclica Laudato Si. (Alabado seas)

-Resulta que ahora tú te muestras como el campeón de la ecología y dices la blasfemia que la insurgencia de las FARC -algo que repiten esos pasquines de mala muerte que se publican en Colombia, entre ellos El Tiempo, del que alguna vez fuiste copropietario- ha realizado el peor ecocidio en la historia de Colombia, solo porque derramó unos cuantos galones de petróleo. Esto se ha prestado para que los de tu clase ahora se hagan cruces y posen de protectores del medio ambiente y digan que los problemas de miseria y desigualdad de los habitantes de la costa pacífica son producto de unos cuantos atentados de los insurgentes. Eso no es nada, si se le compara con la magnitud de los crímenes ambientales, que vienen cometiendo desde hace décadas las empresas privadas, multinacionales y de tu país (como Ecopetrol) y el Estado colombiano, que han destruido millones de hectáreas de bosque natural, han contaminado ríos, lagos y espejos de agua, han privatizado páramos, parques naturales, nevados y porciones de selva, han envenenado a millones de seres humanos con agua impotable y han permitido que empresas extranjeras y colombianas arrasen con todo lo que encuentran a su paso, e incluso desviando ríos para beneficiar sus apetitos de ganancia, como en el Quimbo o en la Guajira. De tal suerte que ecocidas de verdad son los de tu clase, y por eso me produce asco que los medios de incomunicación colombianos, como RCN, Caracol, El Espectador, El Tiempo, Semana… ahora vengan a decir que nunca antes hubo problemas ambientales en Colombia y que esos son consecuencia de las acciones de las FARC. Este es un cuento de tan mala factura que solo lo pueden creer los ignorantes columnistas y opinadores, que escriben o hablan todos los días desde sus tribunas de la impunidad que les permiten mentir y tergiversar. O incluso que tú mismo hayas dicho, lo cual es una verdadera ocurrencia que en otras circunstancias produciría risa, que los atentados de la insurgencia aceleran el cambio climático. Claro que Colombia contribuye al cambio climático y es afectada por el mismo, pero la razón de fondo es el tipo de economía y sociedad que allí se ha construido, profundamente desigual, y en donde unos cuantos se lucran de la destrucción de los ecosistemas, o si no preguntémoselo a los empresarios petroleros o a los terratenientes que arrasan con los Llanos Orientales.

Ecocidas, lo que se dice ecocidas, de verdad pa’ Dios, como hablan en Colombia, son los ricos, multimillonarios y acaudalados de Colombia, que han convertido las tierras del país en desiertos o en muladares ganaderos, y que están en curso de exterminar la biodiversidad del país al convertirla en un coto de caza de las empresas mineras y petroleras. Por eso resulta de un cinismo que ofende sostener que la gente de Buenaventura o Tumaco, pobres entre los pobres, sufridos y masacrados, no tienen agua potable o malviven en la miseria por culpa de unos atentados ocasionales. Ya lo digo en mi encíclica, y te lo quiero recordar, para que cese la demagogia ecológica que ahora se ha apoderado de los medios de desinformación colombianos: «Muchos profesionales de los medios de comunicación están ubicados en áreas urbanas aisladas , sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría». Pero además también preciso que «la tierra del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso».

¿Acaso no has leído el texto de mi encíclica?, porque allí yo muestro quienes son los verdaderos destructores de nuestra casa común, de nuestra tierra. Y entre esos destructores se encuentran las empresas y Estados que, como el colombiano, han establecido un sistema estructuralmente perverso.

Viendo que el papa estaba por terminar el encuentro, pues ya se le veía la incomodidad ante la catadura del personaje que se encontraba de rodillas, apenas pudo balbucear que si se podía poner de pie porque, pese a que toda la vida había estado postrado ante los poderes extranjeros, creía que ya era de salir del Vaticano, pero que le imploraba a su Santidad que rezara por la paz de Colombia y que le dieran luces para seguir matando pobres.

Dicho esto, el papa Francisco, ya casi salido de sus casillas, le replicó que una verdadera paz solo se construye cuando hay voluntad de cambio, y Colombia sí que necesita cambios urgentes, puesto que nunca han sido realizados, y un puñado de oligarcas, como los que tú representas, son quienes viven confortablemente en medio de la miseria y la explotación de millones de colombianos. Si eso no cambia, agregó el papa, nunca habrá paz en tu país. Yo sólo viajaré a Colombia cuando se hayan dado pasos en ese sentido. ¿A eso estás dispuesto tú y los de tu clase, o solo quieren el silenciamiento de los fusiles, para dejarle el país abierto a las empresas extractivistas, para que arrasen con la riqueza natural que aún queda en Colombia y masacren a los pobres? Si es para eso que los oligarcas de Colombia quieren la paz, esa no es una paz cristiana, sino que es la Pax Romana, la de los sepulcros, la neoliberal, de la cual tu eres el representante más cínico.

Juan Manuel Santos se levantó, en forma hipócrita beso la mano derecha del papa y raudo, como alma en pena, salió de la sala de recepciones del Vaticano.

Sobre los pormenores de este encontronazo entre el papa y Juan Manuel Santos nada dijeron los grandes medios de incomunicación, que al otro titularon sus telenoticieros o sus periódicos con las habituales frases de cajón: «Usted es el mandatario por el que más he rezado», «El papa le pidió perseverancia al presidente Santos», «Papa Francisco ora por el proceso de paz».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.