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La constitución de lo común y las razones de la izquierda

Fuentes: http://uninomade.org

¿Puede devenir la izquierda en un poder constituyente? Probablemente nuestra discusión debe comenzar con esta pregunta, reflexionando si la izquierda tiene la capacidad de comprender la radicalidad de los problemas a los que actualmente una política democrática debe enfrentarse. Son los problemas de un poder constituyente sobre los que hay que introducir el debate público. […]

¿Puede devenir la izquierda en un poder constituyente? Probablemente nuestra discusión debe comenzar con esta pregunta, reflexionando si la izquierda tiene la capacidad de comprender la radicalidad de los problemas a los que actualmente una política democrática debe enfrentarse. Son los problemas de un poder constituyente sobre los que hay que introducir el debate público. Estamos convencidos de que solo abrir una discusión constituyente puede encontrar nuevamente «razones para la izquierda.» Comencemos entonces a enumerar los grandes problemas de un dispositivo constituyente en la actualidad.

1. ¿Qué ha sido la izquierda?

  Érase una vez el neoiluminismo académico (Norberto Bobbio por ejemplo) que definía la izquierda como portadora de los valores de la igualdad, mientras la derecha lo sería de la libertad… aunque lo ideal sería tenerlos juntos. Dejemos estas fábulas a Habermas, el único ideólogo a seguir todavía. De todos modos este proyecto de igualdad-libertad ha acabado en nada cuando la reforma blairiana del Labour lo ha hecho propio. Mejor dicho, en catástrofe. En este momento, en efecto, nos encontramos frente a una serie de autocriticas generalizadas de las que no sorprende que sean portavoces Pierre Rosanvallon y Anthony Giddens. De hecho, en el neoliberalismo triunfante la distinción entre izquierda y derecha es sutil y flexible. La izquierda defiende el Estado de bienestar hasta que su coste no incida demasiado sobre la deuda pública, es decir, sobre la voluntad de mantener el orden jerárquico de la sociedad; y la derecha lo desmantela mientras el orden público y la seguridad no estén en peligro. Bajo la máscara de la igualdad-libertad la dimensión monetaria ha devenido fundamental en la gestión de la desigualdad social. En lo militar la distinción entre izquierda y derecha ha llegado a ser todavía más hipócrita: donde la derecha conduce guerras imperiales y ocupaciones, la izquierda contribuye a estas guerras a través de bombardeos humanitarios. En todo caso, también estas distinciones son superficiales: al trascendentalismo ideológico de la propaganda de la derecha y de la izquierda corresponde una práctica brutal que no hace distinciones. Este conformismo de la izquierda sobre las prácticas de la derecha no es caricaturesco, al contrario, nada más lejos de la realidad. De cualquier modo el concepto de izquierda no parece tener mucho espacio en la gobernanza imperial. El proyecto de un movimiento «de lucha y de gobierno», viejo paradigma de la izquierda, no funciona ya porque, cuando nos confrontamos con la gobernanza imperial, el poder de captura de las instituciones es más fuerte que cualquier tentativa de renovar el orden de la sociedad y de democratizar la administración.

No creemos, sin embargo, que el concepto de izquierda sea inútil e insensato. Al contrario, puede llegar a ser importante cuando es concebido como potencia constituyente.

2. Obama y las ilusiones de la reforma

  ¿Por qué nos agradaba Obama? Porque tanto en las primarias como en las elecciones presidenciales, había expresado la intención constituyente -no solo como «forma» de su proyecto sino como «fuerza» de su política- de transformar desde el ejecutivo la sociedad americana. Todo esto se revelado una ilusión. Enfrentado a los problemas de la crisis, Obama no ha sabido responder sino renovando la confianza a los organismos financieros que dominan la política mundial y que han provocado la propia crisis; enfrentado a las guerras desencadenadas por Bush, Obama no ha conseguido desmarcarse sino que incluso ha renovado la agresividad militar y policial; en cuanto respecta a la política social, y en particular a la reforma sanitaria, Obama solo ha complicado las primeras medidas reformistas con retrocesos y compromisos paralizantes.

Pero el problema no es Obama -incluso si lo es. El problema es la incapacidad de la izquierda de mantener sus promesas una vez que ha sido envilecida por el poder. ¿Dónde está el límite? La izquierda no consigue reabrir las luchas mientras gobierna. ¿Podemos pensar que las estructuras del poder han llegado en la actualidad a tal nivel de complejidad que no se corresponden ya los plazos electorales con los tiempos de cualquier reforma? ¿O hay otras razones -no solo institucionales- que hacen ilusoria toda propuesta de reforma por parte de la izquierda?

Para responder a esta pregunta, debemos recordar que, tanto en EE.UU. como en Europa, ha habido una fuerte expansión del poder ejecutivo en los últimos treinta años. Por todas partes la burocracia ejecutiva ha desarrollado estructuras que duplican y/o rivalizan con los otros dos poderes: en EE.UU. el ejecutivo domina el poder judicial. La Office of Legal Counsel ha llegado a ser más importante que Attorney General y los expertos económicos de la presidencia dominan sobre el poder legislativo. En Europa, de un tiempo a esta parte, los gobiernos vacían el poder parlamentario a través de una legislación por decreto y los ministerios del interior escapan a todo control. La guerra y la gestión del ejército presentan posiblemente el momento más dramático de esta transformación. ¿Por qué dada esta desproporción del poder ejecutivo en contraposición con los otros poderes, Obama no ha sido capaz de desarrollar sus proyectos de reforma? Obama no ha acabado con el uso de los poderes que en la epoca de Bush habían sido identificados como excepcionales ¿Por qué entonces no ha sido capaz de utilizarlos efectivamente? ¿En qué medida el propio Obama es prisionero de la estructura ejecutiva de la que debería ser el padrone? Es cierto que Obama no es un revolucionario pero había llegado al poder con la intención de hacer algunas modestas y significativas reformas. Lo mismo se podría decir de la izquierda en Europa: el último ejemplo de fuerte reforma de la izquierda se remonta al primer bienio de François Mitterrand. Después de 1983 la izquierda en el poder no ha conseguido ya renovar la sociedad a través de proyectos reformistas.

Para responder a estos interrogantes, creemos que es necesario subrayar la diferencia entre la eficacia y la éxito de las reformas de la derecha (Reagan por ejemplo) y la ineficacia y el fracaso de las reformas de la izquierda. Creemos que la derecha puede hacer sus reformas porque las constituciones democráticas prefiguran esta posibilidad solo para ella. Las constituciones democráticas, ya sea las antiguas, ya sea las construidas tras la postguerra, son fundadas dentro un marco liberal. El único ejemplo opuesto, la única reforma radical de izquierda, el New Deal de Roosevelt, no vale para demostrar lo contrario, así como no valen las socialdemocracias triunfantes de la inmediata postguerra europea. En estos casos el desastre de la economía capitalista y la guerra apenas terminada han sido los que impusieron esas reformas, que no eran reformas sino compromisos transitorios y reversibles.

Al contrario, se puede ver que las transformaciones y expansiones del poder ejecutivo de EE.UU. comienzan bajo la administración Reagan, no han sido llevadas a cabo solamente por los republicanos sino incluso perfeccionadas por las administraciones demócratas. Las políticas de la Casa Blanca bajo Clinton y Obama han proseguido en esa concentración del poder en el ejecutivo referida. Tampoco en Europa los movimientos de izquierda han conseguido imponer sobre el poder ejecutivo una fuerza detonante en el sentido de la reforma.

3. Los tres poderes en crisis

  Ha habido intentos, y en Italia está uno en curso, de determinar nuevos equilibrios constitucionales y aperturas reformistas a través del uso y la movilización del poder judicial. También en EE.UU. se han perseguido estos intentos a veces con éxito: la jurisprudencia de la Corte Suprema en los años treinta y en los sesenta ha contribuido a las reformas sociales y a la modificación libertaria y antirracista de la propia Constitución. Pero, como decíamos antes, esto se debió a condiciones excepcionales de crisis económica o conflictos que ponían radicalmente en peligro el orden social. Las cosas han cambiado actualmente, el poder judicial es nuevamente, y banalmente, reconocido como conservador. Sin recordar el papel crucial de la Corte Suprema estadounidense en la elección de Bush en el 2000, baste insistir sobre la reciente decisión de permitir contribuciones ilimitadas a la campaña electoral por parte de las empresas, estimándolas como protección del derecho constitucional «free speech». También en Europa, hay intentos de considerar a la magistratura como maquina constituyente. Aquí se renueva una antigua utopía jacobina, nunca eficaz y siempre ambigua. En Italia en particular, el poder reformador de los jueces produce una deformación del lugar constitucional atribuido a la magistratura: cuando los jueces funcionan de manera no conservadora, lo hacen en función sub rogatoria del poder político, lo que produce desastres sin fin. Es terrible después subrayar cómo el lugar designado para las reformas, el parlamento, el poder legislativo, ha sido paulatinamente vaciado de sus funciones. La crisis de la representación democrática parece hoy constituir el punto de mayor debilidad de los sistemas occidentales de la organización del poder. La capacidad del poder legislativo es ya muy débil, casi inexistente, para proponer proyectos sociales, presupuestarios, y especialmente, para ser eficaz en el control de los asuntos militares. Su rol primario, de hecho, se ha convertido en el de construir apoyos o crear obstáculos a las propuestas del ejecutivo. La mayor actividad de la que el congreso estadounidense es capaz es la de bloquear las iniciativas del ejecutivo y obstaculizar al gobierno. Desde este punto de vista la izquierda, cuando se confía en el poder legislativo -y es el único espacio donde a menudo está presente-, o nos embrolla o nos engaña sobre su eficacia.

Como siempre en estos casos, el sentido de alienación que los ciudadanos sienten ante los partidos políticos, que son la columna vertebral de la representación parlamentaria. sigue creciendo. Sobre todo porque esta desconfianza se centra en los partidos de la izquierda. Algunos se quejan de que el rol de los partidos es extraordinariamente complicado entre los siglos XX y XXI: además de los problemas clásicos de la representación de la sociedad civil, los partidos se enfrentan a la deuda pública, las migraciones, los cambios climáticos, la política energética, etc… de modo que dentro de esta complejidad su capacidad de representación debería extenderse y especializarse. En realidad, se anula. En este marco, el sistema parlamentario, asediado por los lobbies, parece ser del todo insuficiente. Pero, ¿cómo reformarlo? ¿cómo renovarlo? Serían necesarias nuevas formas de representación, un nuevo terreno civil de discusión y de propuesta, nuevos sujetos constituidos en un proceso constituyente desde abajo, pero ¿cómo abrir este proceso? La izquierda, a la que compete esta tarea, no nos dice nada sobre ello. Los debates sobre las cifras electorales de la representación parlamentaria son incomprensibles e inútiles. En Europa, cuando se afronta el tema de las leyes electorales, ya no se distingue entre la ironía y el cinismo. En todo caso parece olvidarse que el dinero juega un papel determinante en la política electoral, ya sea a través de las contribuciones de los poderes económicos o a través de sus medios de comunicación. La pretensión de la representación social desaparece dentro del poder del dinero. Y, por tanto, de la corrupción que paradójicamente se convierte, sobre todo para la izquierda, en casi inevitable. En resumen, los partidos de la izquierda se muestran particularmente incapaces de estructurar correctamente la relación con la sociedad civil. Así que de nuevo nos preguntamos, ¿por qué?

4. Conservadurismo de la izquierda, reformismo de la derecha

  Los partidos de izquierda se han convertido en partidos de las lamentaciones. En Europa lamentan la incapacidad capitalista para dar trabajo, la destrucción del Estado de bienestar, las intervenciones militares imperiales, y eventualmente lamentan también la corrupción de sus propios representantes y la ineficacia de la propia legitimidad representativa. La única posición que saben tomar agresivamente es la defensa de la Constitución: protegen un pasado imaginario consagrado al antifascismo y un compromiso constitucional con los poderes capitalistas. Sufren de un «extremismo de centro» que recuerdan como un pasado idílico. Y los intelectuales de izquierda -si es que en Europa todavía existen- lamentan la corrupción de la Constitución y cómo se han vaciado las estructuras de la representación. Lo mismo ocurre en EE.UU., donde a Bruce Ackerman, por ejemplo, le preocupa que la expansión del poder ejecutivo dé lugar a peligros dictatoriales y Sheldon Wolin sostiene que la capacidad democrática de la constitución americana ha sido vaciada hasta el punto de crear un «totalitarismo invertido»: donde el estado totalitario controla las estructuras capitalistas, en el «totalitarismo invertido» las estructuras capitalistas controlan directamente las estructuras del estado. En Europa Rosanvallon, uno de los padres de la «tercera vía», admite ahora la imposibilidad de control del poder financiero por parte del Estado. Y el mismo Giddens lamenta el exceso de poder de los monstruos mediáticos denunciando sus efectos totalitarios.

Hemos llegado al punto, un tanto paradójico, que solo los movimientos populistas como Tea Party, Lega Nord u otros, plantean el problema de la trasformación o de la reforma de la Constitución. Por lo que respecta al Tea Party, en particular, si una parte ha asumido indudablemente la retórica standard del partido republicano en defensa de la Constitución -interpretaciones literales y retorno a la voluntad de los Padres Fundadores-, la base reconoce que la representación ha dejado de funcionar y que el parlamento ya no la representa, por lo que piden una asamblea constituyente. Los contenidos programáticos del Tea Party son en gran parte reaccionarios y explícitamente racistas, pero sus planteamientos políticos básicos son correctos. Tal vez podría decirse lo mismo de los principios que sostiene el populismo de la Lega Nord, también a menudo reaccionarios y racistas, pero sin duda eficaces cuando insisten sobre la crisis del sistema constitucional representativo. En cambio, la izquierda institucional no consigue hoy comprender la profundidad de la crisis de la representación, no consigue concebir la necesidad de una reforma constitucional. La izquierda italiana ni siquiera ha sido capaz de comprender que los recientes referéndums no han sido defensivos sino innovadores en materia constitucional. En fin, uno de las grandes contribuciones de la «revolución española» del 15 de mayo es haber encontrado la energía crítica sobre la crisis de la representación, no para restaurar la ilusoria legitimidad del sistema sino para experimentar nuevas formas de expresión democrática -democracia real ya. El movimiento Occupy Wall Street lleva adelante esta crítica de la representación y esta demanda de democracia. Los acampados en la Puerta del Sol y Wall Street quieren un proceso constituyente.

5. ¿Puede devenir la izquierda en un poder constituyente?

  Probablemente nuestra discusión debe comenzar con esta pregunta, desde la reflexión, es decir, si la izquierda tiene la capacidad de comprender la radicalidad de los problemas a los que actualmente una política democrática debe enfrentarse. Son los problemas de un poder constituyente sobre los que hay que introducir el debate público. Estamos convencidos de que solo abrir una discusión constituyente puede encontrar nuevamente las «razones de la izquierda.» Comencemos entonces a enumerar los grandes problemas de un dispositivo constituyente en la actualidad.

El primer problema surge cuando nos damos cuenta que las constituciones liberal-democráticas están basadas en la propiedad privada mientras que hoy la producción se da cada vez más común. La innovación y la expansión de las fuerzas productivas se basan cada vez más en el acceso libre y abierto a los bienes comunes, conocimiento e información, mientras que su cierre en manos privadas reduce y obstaculiza su productividad. La acumulación capitalista está hoy organizada en términos financieros, el capital explota una riqueza socialmente producida y la capta principalmente en forma de renta financiera. Así, cada vez más dramáticamente, la naturaleza social de la producción choca con la naturaleza privada de la acumulación capitalista. Este es el primer marco de referencia de la política constituyente de una izquierda alternativa, la que se determina en relación a la expresión de lo común e intenta fijar de tal modo los criterios de una «producción del hombre por el hombre». En este marco, el primer obstáculo objetivo lo constituye la propiedad privada y la renta. El poder constituyente debe organizar la apertura de los bienes comunes a la productividad social y la reapropiación de la estructura financiera de la producción para destinarla a los fines comunes. La reproducción de la vida prevalece sobre la acumulación del capital, el Estado de bienestar sobre la renta financiera.

El segundo problema a abordar por el poder costituente de una izquierda alternativa es hoy el del valor cognitivo del trabajo. Se trata de desarrollar, constitucionalmente, políticas de autoformación y de formación común que invistan todo el marco productivo. Las políticas universitarias y las de comunicación deben superar no solo la actual condición de miseria privada sino el nivel de organización pública de enseñanza para convertirse en motores de la construcción de lo común y la integración social. Sobre este terreno la izquierda debe demostrar su presencia y su voluntad política. El populismo de derecha puede ser abatido aquí a través de la expropiación de los instrumentos de producción y de comunicación actualmente en manos del capital privado y público. La libertad de expresión se mide en la capacidad de compartir la verdad y la libertad de producir compartiendo la vida.

El tercer punto en torno al que una izquierda debe organizar su capacidad constituyente consiste en la superación de la representación política como profesión. Esta es una de las pocas consignas de la tradición socialista que puede mantenerse en el centro de nuestra condición civil. La ampliación de los instrumentos de la democracia directa es fundamental y no puede sino extenderse a los temas de la seguridad de la vida en común y a las funciones de tutela y control de la privacidad o de las relaciones sociales. Está claro que las funciones de la justicia están relacionadas con la democracia directa, eliminando las ilusiones que una magistratura profesional pueda tener garantizadas, por el privilegio económico y la superioridad social, independencia y prudencia.

Un cuarto punto se refiere al programa federalista, es decir, a la difusión del poder territorial. La crisis del Estado-nación puede resolverse a través de una profundización de las instancias federales de gobierno, cercanas a la base, difusas geográficamente, capaces de intervenir sobre el conjunto de las figuras sociales y productivas, en suma en la gobernanza de la vida común. La soberanía moderna se ha acabado. La izquierda, como figura interna en la lucha por el poder en la modernidad, simétrica y cómplice de la derecha, también se ha acabado. Si todavía hay «razones para la izquierda», no tienen que ver a las aspiraciones al poder de grupos dirigentes, elites seleccionadas, sino con la participación democrática de base a partir de un proceso constituyente siempre abierto.

Un último punto a abordar -para la definición de una izquierda alternativa- es la capacidad hacer corresponder de manera permanente, la gobernanza con las modificaciones del sistema social. Un sistema de reglas constitucionales debe poder modificarse con urgencia y velocidad. Su problema es seguir las variaciones de la productividad en un sistema económico que asuma como finalidad «la producción del hombre por el hombre» y de estimular y profundizar la participación de los ciudadanos en las funciones de gobernanza.

6. La reapropiación social del común

  La fase actual se caracteriza por la crisis de todas las izquierdas que no son constituyentes. Vivimos en un periodo de luchas contra la crisis económica y política del capitalismo -luchas que revelan ampliamente un espíritu revolucionario. Los movimientos insurreccionales tanto en los países árabes como en los países europeos se rebelan contra la dictadura política de elites corruptas o contra las dictaduras político-económicas de nuestras falsas democracia. Ciertamente no pretendemos confundir unas con otras pero lo cierto es que existe un deseo de democracia radical que traza un «común de lucha» desde varios frentes. Las luchas hoy se presentan de modo diverso pero se unifican por el hecho de recomponer a las gentes contra la nueva pobreza y la antigua corrupción. Luchas que, desde la indignación moral y las jacqueries multitudinarias, avanzan hacia la organización de una resistencia permanente y la expresión de poder constituyente. Luchas que no atacan simplemente las constituciones liberales ni sus estructuras gubernamentales y estatales, sino que también proponen consignas positivas como la renta garantizada, la ciudadanía global, la reapropiación social de la producción común. En muchos sentidos la experiencia de América Latina en el último decenio del siglo XX puede considerarse un preámbulo a estos objetivos, también para los países centrales capitalistas altamente desarrollados.

¿Pude la izquierda ir más allá de lo moderno? Pero, ¿qué significa ir más de lo moderno? Lo moderno ha sido acumulación capitalista bajo el signo de la soberanía del Estado-nación. La izquierda ha sido demasiado dependiente de este desarrollo y por tanto corporativa y corrupta. Sin embargo, también ha habido una izquierda enfrentada al desarrollo capitalista, a la soberanía, a la modernidad. Y son las razones de esta izquierda las que nos interesan, al menos las que no se han quedado obsoletas. Si la modernidad capitalista sufre un estado de crisis irreversible, también las prácticas anti modernas, progresistas del pasado, han perdido su razón de ser. Si todavía queremos hablar de las razones de la izquierda, hoy solo vale hacerlo desde una «razón altermoderna», capaz de revitalizar radicalmente el espíritu antagonista del antiguo socialismo.

Ni los instrumentos reguladores de la propiedad privada ni los del dominio público pueden interpretar las necesidades de esta alternativa a lo moderno. Lo común es el único terreno sobre el que activar hoy el proceso constituyente -«lo común» concebido como la tierra y los otros recursos que compartimos , y también, y especialmente, como el producto común del trabajo social. Pero este común debe construirse y organizarse. Así como el agua no se hace común totalmente hasta que no se instala toda una red de instrumentos y dispositivos para asegurar su uso y su distribución, así la vida social basada en lo común no se presenta inmediata y necesariamente por la libertad y la igualdad. No solo el acceso al común sino su gestión deben organizarse y asegurarse por la participación democrática. Por tanto, lo común no corta el nudo gordiano de las razones de la izquierda sino que revela el terreno sobre el que debe reconstituirse. La izquierda tiene que entender que solo una nueva Constitución de lo común -y nunca más la defensa de las constituciones decimonónicas y de postguerra- puede devolverla la presencia y el poder. Las constituciones existentes, como habíamos ya recordado, son constituciones de compromiso, inspiradas más en Yalta que en los deseos de los combatientes antifascistas, que no han dado justicia y libertad sino que simplemente han consolidado, con el derecho público de la modernidad, las estructuras capitalistas de la sociedad. También en EE.UU. la izquierda sufre el mismo chantaje constitucional que debe superar para ir más allá de la trágica periódica repetición de una izquierda en el gobierno que refinancia a los bancos que han provocado la crisis, continua pagando guerras imperiales y es incapaz de construir un Estado de bienestar digno de un gran proletariado como el estadounidense.

Se exige hoy una constitución de lo común, y esta fábrica de lo común exige un Príncipe. Que nadie piense en un principio ontológico ni en un dispositivo dinámico como lo pensaron Gramsci o los padres fundadores del socialismo. Este Príncipe solo podrá surgir de las nuevas luchas por la constitución de lo común y solo mostrarlo una Asamblea Constituyente dominada por una izquierda más allá de la modernidad.


traducido por nemoniente
Fuente: http://uninomade.org/la-costituzione-del-comune-e-le-ragioni-della-sinistra/
traducido por nemoniente