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La evolución política de Fernando Savater

La construcción intelectual de Lady España

Fuentes: Rebelión

«La evolución de Savater»: así reza el encabezamiento del artículo escrito por José Lázaro en El País, el 26 de Noviembre de 2010. Hay algo realmente incómodo en este artículo, y es esa intención de convencer de que «pensar libremente es, también, cambiar de ideas» y de que «El librepensador puede cambiar de ideas, pero […]

«La evolución de Savater»: así reza el encabezamiento del artículo escrito por José Lázaro en El País, el 26 de Noviembre de 2010. Hay algo realmente incómodo en este artículo, y es esa intención de convencer de que «pensar libremente es, también, cambiar de ideas» y de que «El librepensador puede cambiar de ideas, pero lo que hace el creyente es cambiar de secta».

No estoy de acuerdo con José Lázaro: deberíamos esforzarnos más en indagar sobre los motivos que llevan a los intelectuales a cambiar de ideas -motivos que, aún siendo personales, tienen una pulsión tan política como las ideas que expresan en público-, y deberíamos esforzarnos más, también, en la contrastación empírica entre sus discursos y los hechos: en la susodicha sociedad de la información, sumergidos en una cultura plenamente audiovisual, convendría exigir algo más de pasión y esfuerzo interpretativo sobre los textos y las imágenes. No basta con pensar bien. Creo, como John Berger, que también hay que aprender a mirar.

Percibo cierta intención justificadora en el artículo de José Lázaro. De algún modo pretende convencer de que el derecho a cambiar de ideas es la pulsión característica de todo librepensador, y de que fuera del mismo sólo nos queda la militancia en la secta. Me parece, sinceramente, una afirmación excesivamente bipolar y rotunda: la ética de las convicciones no es, necesariamente, sectárea, del mismo modo que el librepensamiento, que no consiste en cambiar de convicciones cuando nos interesa, tampoco está reñido con la firmeza.

Hechos, son hechos: el Fernando Savater ácrata, que identificaba al estado como un enemigo abstracto, que hacía énfasis en el carácter puramente negativo del pensamiento crítico, y que se burlaba desde las páginas de Egin de la entusiasta campaña constitucional, y el Fernando Savater que afirmaba que el movimiento de las nacionalidades periféricas suponía «una nueva forma, más directa, de participación en la gestión de sus asuntos, una nueva motivación comunitaria menos abstracta que el estado tradicional y la reinvención de una solidaridad plural en lugar de monocorde», sufrió ya tiempo ha una metamorfosis visceralmente fustigadora con los nacionalismos periféricos; metamorfosis, por cierto, peligrosamente anclada en un dogmático constitucionalismo abstracto incapaz de poner en duda, partiendo de hechos sociales concretos, en qué medida se cumplen sus promesas.

Además, su crítica al sectarismo comunista, que convivía en tensión con su reconocimiento del núcleo noble del marxismo, acabó en una deshonesta y superficial pulsión trivializadota que no ahonda en la evolución, riqueza y diversidad de esta tradición intelectual.

En 1981, Savater escribía: «Creo que la profundización de la democracia en España pasa, entre otras cosas, por el cumplimiento radical de las autonomías y el abandono por derribo (…) del modelo de Estado madrileño-centralista». También, en 1981, Savater respondió enérgicamente a un manifiesto de Amando de Miguel y Jiménez Losantos en el que se denunciaba un hipotético intento de «convertir al catalán en la única lengua oficial, amenazando los derechos de los castellano hablantes». Esta fue, concretamente, la irreverente y cómica respuesta de Savater al manifiesto:

«Otro tema por el que asoman las orejas -¿o el tricornio?- los de la ofensiva pro-recuperación de la España cañí es el del manifiesto en defensa de los derechos del castellano en Cataluña, que por lo visto pretende ajusticiar con anécotas para manchegos inocentes la lucha por recuperar una lengua maltratada y postergada».

Y bien, hechos son hechos: a día de hoy, Fernando Savater ya ha firmado manifiestos en pro de la única (sic) lengua común de Lady España. Mientras tanto, José Lázaro escribe artículos en los que escribe que habría que preguntarle a Savater si Amando de Miguel y Jiménez Losantos «se dieron cuenta» en 1981 de lo que otros «tardaron mucho más tiempo en ver con claridad».

De nuevo, paternalista presuposición con nostalgia incorporada : Don José Lázaro proyecta hacia el pasado lo que sería, hoy, la supuesta irrefutabilidad de las tesis sociolinguísticas del nacionalismo filológico y sociológico de la España cañí, fielmente representado por Amando de Miguel, acérrimo militante de DENAES -fundación para la defensa de la nación española- y Jiménez Losantos, el mayor productor de odio de Lady España después de José María Aznar. Sólo faltaba un poco de verborrea anti-nacionalista apoyada en retórica estatólatra, y por supuesto, filosóficamente fundamentada, con perfume metropolitano de universalista humanismo inclusive: Este es el espacio que, cómodamente, ocupó -y ocupa- Fernando Savater.

En la alta corte de Lady España, cualquier humanista y científico es bienvenido para agrandarle los pechos o limpiarle sus bragas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.