Es probable que las fuerzas conservadoras capturen los dos tercios de la convención constituyente este domingo. Una minoría establecida por las elites para bloquear cambios importantes en el actual orden político y económico. Pero la política, en especial en estos días, está revuelta, las ortodoxias del mercado están en retroceso y la sociedad civil atenta y movilizada. Podríamos decir que tenemos esperanzas de cambios.
La prensa, observadores y analistas, han considerado las elecciones para la convención constituyente como las de mayor relevancia en los últimos 30 años. Reiteran que no ha habido desde el inicio de la transición un evento electoral ni de la magnitud ni trascendencia del que viviremos este fin de semana. Dos días, 15 y 16 de mayo, para votar en tres comicios diferentes, desde los habituales municipales, la inauguración de las gobernaciones regionales, y la convención constituyente.
De una u otra manera ingresamos a partir de la próxima semana en un proceso político que es difícil de pronosticar y cuantificar con exactitud. No solo por los resultados de la elección y la conformación que tendrá la convención, sino cómo se ensamblará este proceso constituyente en un país que no ha resuelto ninguno de los grandes temas urgentes y pendientes desde la revuelta social del 2019. La contienda política que estará presente en la convención no será necesariamente para resolver las desviaciones y perversiones del actual orden sino también para consolidar esas características. La convención que se instalará a partir de este invierno no solo tenderá a canalizar los flujos de evidentes y explosivas demandas sociales sino también intentará contenerlos. Esta es la extrañeza de este proceso constituyente y estos son también sus riesgos.
Extraño, porque su diseño realizado en noviembre del 2019 por la clase política no busca una justa representación de la sociedad expresada en la revuelta popular desde el 2019 en adelante. Sus mecanismos electorales apuntan a neutralizar aquella representación popular para otorgarle más poder y representación a las elites y fuerzas políticas tradicionales. El proceso constituyente, que se abrió el 2019 y 2020 como respuesta a la revuelta, ha sido canalizado por los partidos y no es improbable que mantenga esta dirección.
Otra característica muy especial de este proceso es una clase política que le ha arrebatado el proceso constituyente al pueblo movilizado. Durante la revuelta las organizaciones levantaron la demanda de una nueva constitución que reemplace la actual de Pinochet y Lagos elaborada por una asamblea constituyente cuyo poder constituyente sea el pueblo movilizado. Lo que se votará este fin de semana, bajo los mecanismos electorales conocidos, es la formación de una convención en la que participa no el pueblo movilizado sino los mismos políticos tradicionales con todos sus trucos electorales. Ante esta pesada maquinaria que reproducirá todos los sesgos, desigualdades y distorsiones democráticas es muy probable que el resultado de la convención sea una reproducción del statu quo que el 2019 el pueblo intentó derribar.
En general los partidos, los independientes, falsos y encubiertos, incluso candidatos que legítimamente representan a organizaciones sociales, están preparados para participar este fin de semana sin mayores dudas ni críticas al proceso. Un particular optimismo parece iluminar a los miles de candidatos y candidatas que se presentan a estas elecciones para disputar los 155 escaños de la convención. Una rara euforia que bajo una mirada más atenta y calmada no tiene mucha explicación.
El historiador Felipe Portales, que ha estudiado la transición chilena, tiene suficientes argumentos para asegurar que este optimismo es inexplicable. O solo un narcisismo político podría justificarlo. El sistema electoral muy probablemente le dará con facilidad a la derecha el tercio que requiere para bloquear cualquier propuesta que afecte los intereses de sus representados. Ello sin contar con el apoyo que la exConcertación le ha entregado durante los últimos treinta años al orden neoliberal. Con estas mayorías será todo muy difícil para las fuerzas antineoliberales en la convención, si las hubiera, impulsar artículos que pongan fin a las políticas de libre mercado en aspectos como salud, educación o recursos naturales, y menos aún contaría con mayorías para cambiar los reglamentos de los altos quórum en la convención.
En el caso de la instalación de este escenario favorable a las derechas, que no queremos pero es probable, el curso que seguirán los hechos será de una consolidación, con ciertos remozamientos, del orden neoliberal. A diferencia de la constitución actual, espuria desde sus orígenes, la que salga de esta convención se dirá que ha sido elaborada de forma democrática por los representantes del pueblo. Estará bien certificada para durar largas décadas. Tal vez considere ciertas demandas y acepte concesiones propias de la sociedad civil organizada, pero sin duda mantendría un carácter capitalista neoliberal en muchas materias. Qué pasará con los recursos naturales, con el ambiente, con el sistema de pensiones, con los derechos laborales, de las mujeres, de los animales. ¿Qué pasará si no es capaz de resolver las urgentes demandas?
Es posible que la convención resulte una copia algo más pálida de todas las desviaciones y perversiones del orden político que padecemos. Una versión más, o tal vez peor, de las dos cámaras legislativas y de las coaliciones políticas que han gobernado Chile desde 1990 hasta la fecha. Mantendrá las estructuras basales instaladas por la dictadura y refrendadas por la constitución Lagos-Pinochet y en los hechos por todos los gobiernos de la transición. Si estas mismas fuerzas vuelven a ocupar el mismo espacio político para la elaboración de una nueva constitución, por qué su resultado tendría que ser muy diferente a lo conocido y vivido en los últimos treinta años. No debiéramos sorprendernos de una escena como esta o similares.
Pero pueden haber otras cifras este domingo. La derecha y el gobierno están inquietos a vista de mensajes más o menos explícitos durante esta semana. Otro resultado electoral y una dirección constitucional diferente sí sería una sorpresa, así como nos sorprendimos el 15 de octubre pasado con el Apruebo o cuando vivimos y observamos con una perplejidad de dimensiones históricas lo que sucedía en la primavera del 2019. Si llegara a ocurrir una derrota de las derechas sería una rareza, una feliz extrañeza.
Pero hay otros escenarios muy ciertos y no tan considerados. Las fuerzas anticapitalistas, aquellas que prendieron el estallido social del 2019, es muy probable que no participen en su totalidad en las elecciones del fin de semana, como ya lo han declarado diversas organizaciones, del mismo modo como tampoco votaron masivamente en el plebiscito. De cumplirse esta baja participación popular en las elecciones del 15 y 16, además de un triunfo para las fuerzas conservadoras, volveríamos a momentos anteriores al proceso constitucional con una reproducción del cisma histórico entre la clase política y las fuerzas sociales. Algo así sería una regresión imposible de sostenerse en el tiempo.
La convención, sea cual fuere su conformación, estará sujeta a otros momentos políticos y no podrá aislarse ni de la atenta mirada de una sociedad movilizada expectante ni de cambios globales y locales que parecen decisivos. El neoliberalismo y la globalización mercantil y financiera viven sus peores días y su futuro es una incógnita. La ortodoxia de mercado ha sido incapaz de resolver mínimamente el drama social y económico que ha dejado la pandemia por lo que su aparato doctrinario ha comenzado a ser desmontado. En reemplazo, como vemos por todos lados, incluso en nuestro propio rincón planetario mercantilizado y devastado, han sido los Estados las únicas entidades capaces de evitar mayores tragedias.
Será este contexto de la convención constitucional: altas tasas de desempleo, un aumento desatado de la pobreza, el hambre vivo haciendo estragos en los barrios y familias, Si a este momento lleno de anormalidades, de transformaciones aceleradas y desesperadas, le agregamos una sociedad civil organizada y despierta podríamos decir que no todo está perdido. Es la hora de convocar el espíritu del 18 de octubre.