La contradicción entre «el sistema establecido» y los movimientos sociales en curso, dejan en claro que las estructuras formales no tienen la capacidad de contener ni de orientar las demandas de las mayorías. La calle, la marcha, la protesta, se hacen visible en nuestros países y dejan al descubierto una realidad social que no había […]
La contradicción entre «el sistema establecido» y los movimientos sociales en curso, dejan en claro que las estructuras formales no tienen la capacidad de contener ni de orientar las demandas de las mayorías. La calle, la marcha, la protesta, se hacen visible en nuestros países y dejan al descubierto una realidad social que no había tenido cobertura en los medios de comunicación oficiales. La pobreza no vende y las empresas no financian a los medios que intentan cumplir con el deber periodístico de informar. Los dueños del dinero y los controladores de la administración política, se van dando cuenta que han entrado en un ciclo en las que su «Roma arde por los 4 costados». Era cierto, tenían nuevamente razón las minorías, que levantaron sus voces haciendo ver que era este un modelo no sustentable.
Los brotes de corrupción van informando de la precariedad de la estructura institucional, de su agonía, de la desesperación que les oxida ideales y principios; sus movimientos representan el costo de un engaño histórico, que ha permitido presentar como distintos a oficialistas y opositores, en circunstancias que son lo mismo, salvo los movimientos sociales, que abren nuevamente paso al proceso de construcción de pueblo. La clasificación de la corrupción como «problema país» puede ser la forma de darse un nuevo aire, que le proporcione al sistema unos 10 o 15 años más, de su ciclo conclusivo y para ello le puede resultar, incluso inspirador, el llamar a conformar un Gobierno de Unidad Nacional. El pueblo será en ese plano sujeto de mayor explotación, habrá más desigualdad social y serán más débiles la nación y el Estado y más evidente la ausencia de diversidad. Los sectores más afectados serán los asalariados y empresarios nacionales del campo y la ciudad, mayor inestabilidad y precariedad laboral, habrá más economía informal, los sistemas sociales deberán contar con más recursos para lograr estabilidad y el costo de la gobernabilidad tendrá que pasar nuevamente por la represión en sus diversas formas.
La clase política se prepara al parecer para ese paso, para buscar en el espacio de su propio abandono, un poco de aire, que aunque viciado, les permita la esperanza de permanecer un poco más. Los sectores populares, si siguen las mismas líneas de sus antiguas consignas, facilitarán la creación de la nueva figura, a menos que las necesidades e intereses comunes, sean vistos como transversales, como factor de unidad para construir nuevas alianzas basadas en la diversidad, en la ausencia de dogmatismo y en la apertura de una actitud que estimule su proceso de búsqueda con libertad, inteligencia, sin violencia y respecto por el otro. La crisis puede dar a luz una criatura perversa con el nombre de Gobierno de Unidad Nacional, que consolide los privilegios de los grupos económicos, de las transnacionales y las «direcciones» partidarias, con el pretexto de transparentar la cosa pública, ocultando el interés privado y ejerciendo un mayor poder sobre la ciudadanía, haciendo de la marginalidad y la exclusión una razón de Estado y mostrando con ello, tanto su desesperanza como lo que puede hacer la corrupción unida.