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La crisis del Estado

Fuentes: Rebelión

Mejor que crear afectos es crear intereses

Jacinto Benavente (1866-1954)

Frente a la reacción ultraconservadora, que emerge con fuerza desde la trastienda del régimen del 78, es necesario contraponer una alianza que, por su entidad político-social, represente con fuerza los valores de la democracia y del progreso.

Se trata de articular en la práctica un amplio conglomerado de fuerzas políticas y sociales democráticas que, conscientes de la gravedad del momento, actúen con voluntad estratégica, cerrando el paso de forma eficaz a las fuerzas reaccionarias, encarnadas por un franquismo monárquico, que estaba latente -aunque muy visible, para quien quisiera ver- en los aparatos del Estado y en la sociedad.

La inmodélica transición, reforma de la dictadura franquista, sirvió al pasado, es decir a mantener el statu quo; no al futuro democrático deseado, por el que tantos compatriotas lucharon desde una infinidad de organizaciones clandestinas; en mi caso desde la Unión Militar Democrática (UMD), junto a mis compañeros.

La ruptura democrática, la que el pueblo trabajador en su conjunto y los pueblos del Estado reclamaban, por la que tantos demócratas pelearon y murieron, torturados en las mazmorras franquistas, asesinados mediante garrote vil, frente a un pelotón de ejecución o a manos de bandas paramilitares, fue finalmente relegada en beneficio de las oligarquías de los partidos. Muchos cuadros dirigentes ansiaban compartir, junto al poder franquista establecido, las prebendas y oropeles de la Administración del Estado.

Por ello apoyaron la llamada ley de Amnistía, en realidad una ley de punto final en la que se amnistiaron los crímenes del franquismo, muchos imprescriptibles por ser de lesa humanidad, quedando excluidos los compañeros dirigentes de la UMD, que fueron detenidos, procesados, condenados a largos años de prisión y expulsados de las Fuerzas Armadas.

En uno de mis artículos, publicado en Diario16, un diario de gran tirada nacional de la época, criticaba la falsa ley de amnistía. Lo hice en defensa de la democracia y de nuestros compañeros, injustamente condenados. Afirmaba que aquella ley introducía desequilibrios fundamentales en los cimientos de esta democracia. Me costó el correspondiente arresto y fui citado por un juzgado militar, siendo finalmente estampada una nota desfavorable en mi hoja de hechos; lo que perjudicó seriamente mis posibilidades de carrera. Por el contrario, militares fascistas implicados de una forma u otra en el golpe del 23-F fueron indultados e incluso llegaron al generalato.

Sus efectos sobre la naciente democracia fueron demoledores. Nuestro compañero José Ignacio Domínguez, a la sazón capitán de reactores y portavoz de la UMD en el exilio, actualmente Teniente Coronel de Aviación y Vicepresidente del Foro Milicia y Democracia, lo ha expresado rotundamente en pocas palabras:

En términos militares esto fue lo sucedido durante la Transición: estábamos todos en la misma trinchera defendiendo las libertades democráticas, UMD, PSOE, PCE, CDC, etc. Ellos se pasaron al enemigo y nos dejaron solos frente a los generales franquistas que se cebaron en nosotros.

La llamada transición, mediante una ley de reforma de la dictadura, cambió formalmente el tinglado franquista, sin tocar lo esencial del statu quo: el poder económico, que dominaba el entramado político de la dictadura y sigue dominando el de la monarquía parlamentaria, militarista y escasamente democrática. Un sistema político, corrompido hasta los tuétanos, que ha devenido en la vieja alianza entre el trono y el altar, cimentada sobre los poderes de un capitalismo depredador, sin patria ni dios, inmolados en el altar del dólar neoliberal, a mayor gloria del imperio.

En la llamada transición se mantuvo la bandera monárquica bicolor -la del golpe militar, el genocidio y la dictadura- se consolidó la reinstauración del Rey Borbón, ultimo jefe de la dictadura, blindándolo frente a la Justicia mediante una inviolabilidad absoluta, y se privilegió constitucionalmente al poder del clero, manteniendo un estado cuasi teocrático, en donde la Iglesia Católica tiene un derecho de saqueo legal; entre otras vías mediante el IRPF, exención del IBI, inmatriculación de bienes comunales o el mantenimiento, con cargo a las arcas públicas, de un patrimonio descomunal.

El poder del clero español no tiene parangón con ninguna de las democracias de nuestro entorno. Es un poder de hecho que contribuyó decisivamente a consolidar la dictadura desde su inicio, y actualmente sirve de sostén a una monarquía corrupta, apoyada no solo en sus generales monárquicos, algunos de los cuales militan en partidos de ultraderecha, sino también apoyada en el clero castrense, que, junto a la justicia militar, contribuye a perpetuar la ideología franquista en las filas del ejército.

Lo hace impunemente, desde los púlpitos de las iglesias y desde las aulas del todopoderoso negocio de la enseñanza privada, que tiende en nuestros días a fagocitar la enseñanza pública, en detrimento de la igualdad de oportunidades para el pueblo trabajador. Si bien es cierto que hoy en día ha cedido espacio a otros opiáceos, como lo son el futbol, las diferentes ludopatías o los programas basura, suministrados en grandes dosis desde los grandes medos de alienación de masas.

En estos momentos cruciales, en donde empieza a barruntarse una potente involución ultraconservadora, de consecuencias catastróficas para el pueblo trabajador, es cada vez más patente que el único camino potencialmente transitable es el de la República, ya sea federal o confederal. No queda, pues, otra salida democrática que desmontar lo más rápidamente posible el tinglado monárquico, que constituye la superestructura de la involución en marcha. Por tanto, es necesario impulsar decididamente una amplia alianza, que le reste apoyos. Es decir, la consolidación de una alianza transversal progresista, de carácter estratégico plurinacional, que contribuya a debilitar la evidente amenaza de regresión, visualizada por la foto de Colón, pero no solo.

Queda por dilucidar hacia qué tipo de República avanzar. En primer lugar tanteando si es aún posible un pacto en torno a una republica federal o, por el contrario, ya solo sería posible una República confederal, dado el grave deterioro que el gobierno del PP y el rey Felipe VI han provocado en las relaciones con el Govern de la Generalitat de Catalunya, representante legítimo del pueblo catalán.

Para explicar con palabras sencillas las diferencias entre ambas formas de República, resumo a continuación un sencillo ejemplo, explicado recientemente por Iñaki Anasagasti (PNV) en una entrevista.

El estado unitario, es una manzana; el estado federal, una naranja; el estado confederal, un racimo de uvas. La manzana es homogénea, ella misma es el estado; la naranja está compuesta por gajos, los estados federados, recubiertos a su vez por una corteza, que es el estado federal; el racimo está compuesto de uvas, los estados confederados, unidos por su tallo al racimo, que es el estado confederal.

Dejemos aquí el ejemplo, sin más precisiones, salvo añadir que el brillante exparlamentario vasco tan solo mencionó la forma de estado, no su esencia; es decir, no mencionó el contenido de clase del estado, de cualquier estado.

Solo así, desde una perspectiva de clase, puede entenderse cómo es posible que mientras los reyes de España y de Marruecos, y sus respectivas oligarquías asociadas, mantienen y acrecientan sus intereses privados -a veces inconfesables-, enfrenten sin embargo a sus pueblos mediante operaciones de desestabilización, cuyo resultado incierto puede llegar a ser letal y contrario a los intereses de sus poblaciones.

Un indicio evidente de intereses inconfesables lo fue la traición perpetrada por el Rey Juan Carlos, huido a los Emiratos Árabes hace cerca de un año, cuando, movido por sus intereses particulares, abandonó a su suerte al pueblo saharaui tras la famosa marcha verde. Un pueblo que tenia nacionalidad española, al igual que hoy la tienen nuestros compatriotas de la Autonomía de Canarias, o de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.

No solo se perdió cobardemente un territorio estratégico, sino también la confianza del pueblo saharaui, ambos retaguardia clave para la defensa de las Islas Canarias. Solo su descolonización, amparada por Naciones Unidas y apoyada por el Estado español, puede devolver la paz a esos territorios; también el aprecio y la confianza imprescindibles del pueblo saharaui, un pueblo hermano.

El Gobierno de coalición progresista nos abrirá el futuro solo si tiene éxito en esta legislatura, lo cual está fuertemente condicionado a que el pueblo trabajador en su conjunto -y los pueblos del Estado autonómico, que están escaldados por una transición tramposa- lo perciban como su gobierno, un gobierno verdaderamente efectivo, es decir un gobierno del pueblo y para el pueblo, sin trampa ni cartón. Son, pues, tiempos de combate por un futuro más digno.

Apoyemos al Gobierno de coalición progresista, sí, pero exijámosle al mismo tiempo que avance resueltamente junto al pueblo trabajador y al conjunto de los pueblos del Estado, que ansían el derecho a decidir. El centralismo depredador, que alimenta un nacionalismo españolista exacerbado, es la fuente mas perniciosa de desunión y de conflictos.

Manuel Ruiz Robles es Capitán de Navío de la Armada, miembro de la UMD y del Colectivo Anemoi. Presidente Federal de Unidad Cívica por la República.

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