La profundización de la gran crisis en la que se debate la sociedad colombiana, también ha empezado a tocar al militarismo de manera irreversible. A una de las columnas institucionales más fuertes en la que se sostiene el régimen dominante, responsable de la “coacción” del Estado narco paramilitar y contrainsurgente actual en Colombia.
Ha sido una lucha muy larga, desde cuando el electo presidente Lleras Camargo en el teatro Patria en 1958, instauró la “teoría Lleras para las Fuerzas Militares”, basado en el pacto de Sitges que había firmado el año anterior con el falangista conservador Laureano Gómez para crear el Estado plebiscitario y el régimen dictatorial y autoritario del partido único de la oligarquía llamado Frente Nacional; régimen reaccionario y cipayo que adoptó sin reparo alguno la recomendación anticomunista y contrainsurgente del general estadounidense Yarborough en 1960, con el fin de enfrentar (mediante del estado de sitio permanente) las secuelas y prolongaciones de un nuevo conflicto social y armado que se gestó y desarrolló en el llamado post conflicto de las 300 mil muertes impunes dejadas por la guerra civil de la violencia bipartidista liberal-conservadora. Una lucha larga denominada a partir de ese entonces como “conflicto social armado colombiano”, que está aún por solucionarse ante su reciclamiento actual.
Dos hechos de trascendencia mediática internacional han hecho sonar la campana de la descomposición del militarismo colombiano, hasta ahora denominado retóricamente la “sal de las armas de la república” y que según la cita bíblica no se podía corromper” : Uno, el asunto de los narco-para- militares-oficiales para la exportación, educados y entrenados por las armas incorruptibles de la república (con la ayudita de los instructores y mandos estadounidenses, israelíes e ingleses), que ahora se quiere presentar por los periodistas prepago del régimen como unos pobrecitos mercenarios (que al igual que las prostitutas hacen todo por dinero) despojados de la arraigada motivación y de su largo entrenamiento contrainsurgente y anticomunista, profundamente interiorizado que motiva todas sus acciones, y cuyas últimas acciones encubiertas más publicitadas internacionalmente son: La ejecución del presidente de Haití Juvenel Moïse este 07.07.2021. La muerte y mutilación del cadáver del guerrillero ciego Santrich. Y las varias infiltraciones previas hechas en territorio de Venezuela con el fin de dar muerte al presidente de ese país o desestabilizar su gobierno.
Dos: el triunfo del infatigable trabajo de las Madres de Soacha (versión colombiana de las Madres de la plaza de mayo argentinas) y de sus equipos de asesores jurídicos que apoyadas por innumerables defensores de los derechos humanos tanto de Colombia como del mundo, y de un grueso Movimiento Social colombiano de solidaridad; para que se esclarezca definitivamente esa barbaridad militarista de los llamados Falsos Positivos, ocurrida (hasta donde se sabe) durante el Uribato de AUV y JM Santos, que dejó más de 8 mil víctimas de muchachos fusilados a sangre fría en algún potrero, luego disfrazados como guerrilleros y mostrados en la prensa adicta al régimen como terroristas dados de baja en cruentos combates con la subversión guerrillera; Y que por fin ha obligado al Fiscal de Bolsillo de Duque, a iniciar una investigación contra el general Mario Montoya, (OJO) UNO, PERO NO EL UNICO, de los generales de las armas incorruptibles de la república, al que por ahora se le han podido “imputar” o atribuir su participación en 104 de esa aberración humana que avergonzará a los colombianos por mucho tiempo todavía. (https://www.dw.com/es/colombia-mario-montoya-ser%C3%A1-imputado-por-m%C3%A1s-de-100-falsos-positivos/a-58718884 )
Esperamos con ansiedad y mucha determinación cualquier justicia terrenal contra semejante genocida. Aunque todavía no sabemos cual es el fondo de la “jugadita” jurídica que se trae el Fiscal Barbosa para sacarlo en limpio a él y sus inmediatos jefes responsables Uribe Vélez y JM Santos y a todos los demás ministros, generales y altos mandos que dieron tales órdenes contrainsurgentes.
¿Terminará el caso Montoya en una confesión católica, privada, con algún sacerdote humanitario de la Comisión de la Verdad? ¿Le conmutará la JEP el genocidio y los crímenes de lesa humanidad por algunos trabajitos sociales y una cómoda y descansada detención domiciliaria o en algún Resort militar? O, ¿La Fiscalía de Barbosa apoyada en el Fiscal Jaimes (tal y como lo está haciendo en la investigación contra Uribe Vélez) declarará “la preclusión” de la investigación, porque no hay “mérito para sostener una acusación”? Tal parecen ser las expectativas para en un futuro próximo y frente a lo cual no hay que hacerse demasiadas ilusiones.
Otro de los generales de la república “imputado” en 55 crímenes semejantes, en la región del Catatumbo, Paulino Coronado; ha justificado su cobarde e inhumano accionar con uno de los bulos más falsos que se haya podido imaginar la inteligencia militar contrainsurgente: “Estábamos perdiendo la guerra”, dice cínicamente en su declaración ante la JEP que el portal Las 2 Orillas saca a la luz pública en un excelente trabajo periodístico (favor consultar el siguiente enlace https://www.las2orillas.co/la-verdad-estabamos-perdiendo-la-guerra-le-dice-a-la-jep-el-general-acusado-de-55-crimenes-de-inocentes/ )
Nunca, léase bien, nunca el Estado colombiano y su régimen, estuvieron perdiendo ninguna guerra, y mucho menos en la fecha que el general señala. Cuando a fines de los 90, el militarismo sufrió algunos reveses militares en el Caquetá (EL Billar, marzo 1998) y en la selvas amazónicas, se debió a errores operacionales, pero en ningún caso estuvo comprometida la seguridad del Estado (ver fallo del Consejo de Estado https://www.elespectador.com/judicial/el-billar-caqueta-grave-error-operacional-article-514605/ ) Además como contrafuerte vino inmediatamente la ayuda masiva del US Army y el gobierno estadounidense con el Plan Colombia para reorganizar el ejército y solucionar estos fallos operacionales, y se inició poco despues, a finales de 1998
Sin embargo la disculpa de los altos mandos militares de que se estaba perdiendo la guerra, con la cual intentaron engatusar o embaucar a la opinión pública general, siguió haciendo carrera como disculpa para justificar el Plan Colombia y luego, como razón de Estado: Como licencia para matar enemigos (internos y comunistas) a lo James Bond con absoluta seguridad de quedar impune, como lo sugiera el general Coronado antes de ser coronado por la justicia terrenal.
Tanta carrera hizo esta carta blanca genocida, que incluso un novelista colombiano como Santiago Gamboa, quien ahora es columnista del diario El Espectador, a los pocos años de estar en ejecución el Plan Colombia, en un ataque bastante febril de su imaginación puso en escena y le dio vida a un escenario así, en una novela zafia y procaz de escaso mérito literario, pero muy publicitada por los medios periodísticos colombianos titulada “EL cerco de Bogotá”. Barcelona 2003; en el cual ya la capital de la república Bogotá, estaba ocupada prácticamente en su totalidad por las fuerzas guerrilleras de las Farc- EP, y dos corresponsales de guerra (como si se tratara de Beirut o Bagdad etc) viven una truculenta y sórdida aventura alcohólica y sexual en un bar de mala muerte para sacarle unos secretos a un teniente Cote que comprometía a los altos oficiales de la Fuerza Pública colombiana, al capitán de infantería Demóstenes Rengifo Moya y al Mayor de la policía Aurelio Quesada Marín con el narcotraficante Pirinola jefe del comandante guerrillero Heliogábalo Quiñones, unos de los comandantes que estaban acampados en inmediaciones del parque nacional, en el pie del cerro de Monserrate, disparando contra la ciudad.
No se sabe que piense el escritor Gamboa de este intento juvenil por ganar fortuna, aplausos o ascenso político. Lo que sí ha dejado claro en su novelita, es que ya desde esos años difíciles para todos los colombianos, la sal de la república había dejado de ser sal y se había corrompido. Hoy va quedando eso más claro, con menos truculencia, pero con mayor horror y repulsión .
Nota
(1) Santiago Gamboa. El Cerco de Bogotá. Ediciones B. SA. Barcelona. 2003.