Los cineastas analizan las claves de ‘The Forgotten Space’, el premiado documental que critica los costes sociales y ecológicos de la globalización económica
Premiada en la pasada Mostra de Venecia (premio especial del jurado en la sección Orizzonti) y en el Festival Internacional de Cine de Gijón, The Forgotten Space, documental sobre las rutas del transporte marítimo de mercancías, se presentó ayer en el Museo Reina Sofía. Se trata de una de las más certeras críticas fílmicas hechas hasta ahora sobre los costes sociales y ecológicos de la globalización capitalista. Sus directores, el crítico cinematográfico Noël Burchy el fotógrafo Allan Sekula, se sumergieron durante meses en las tripas de los grandes cargueros de contenedores que siguen moviendo más del 90% de las mercancías a nivel mundial. «Nuestra premisa es que el mar continua siendo el espacio crucial de la globalización. En ningún otro lugar se hace tan patente la desorientación, violencia y alienación del capitalismo contemporáneo», explican sus directores, que participarán hoy en un coloquio en el Museo Reina Sofía y presentarán el filme en Barcelona dentro dedos semanas.
¿Qué entienden ustedes por globalización?
Allan Sekula. Es otro modo de decir capitalismo. El estado actual del capitalismo. O el término que usamos para evitar pronunciar la palabracapitalismo.
Noël Burch. La globalización es la realización de un viejo sueño del capitalismo. Es la solución contemporánea para aumentar drásticamente el margen de beneficios.
En la película dicen que el mar sigue siendo el espacio crucial del sistema económico. ¿Por qué?
A. S. Hay muchas razones para sostener esto. Las mercancías más pesadas siguen sin poder ser transportadas por otra vía que no sea la marítima. El 90% de las mercancías mundiales viajan en grandes buques. La industria petrolífera, por poner un ejemplo crucial para la economía capitalista, depende también del transporte marítimo. Pero pese a todas estas evidencias, el mar es visto hoy día como un territorio romántico y nostálgico que poco aporta ya a la globalización. Sin embargo, en ninguna otra parte se manifiesta hoy día de un modo más diáfano la violencia y la desigualdad provocada por el capitalismo contemporáneo.
¿Cuál es el motivo de que veamos el mar como una reliquia de la economía industrial del siglo XX?
A.S. A los defensores del actual estado del capitalismo les conviene promover esa idea. He perdido ya la cuenta de los artículos que se han escrito sobre la nueva era de las comunicaciones electrónicas, el ciberespacio, la instantaneidad, la inmaterialidad y la desaparición de las fronteras. Ese mundo donde las finanzas viajan a velocidades siderales de un confín a otro de la tierra. Artículos que difuminan una realidad mucho más lenta y pesada: la existencia de un gigantesco mercado donde se siguen transportando mercancías que no tienen nada de inmateriales. Paradójicamente, para reforzar los conceptos de ciberespacio y nueva economía inmaterial se utilizan metáforas marinas como navegar. Pero cuando hablamos de navegar delante de un ordenador no nos referimos, claro, a que el aparato llegara a nuestro hogar transportado por un barco. De hecho, si hiciéramos una encuesta descubriríamos con toda probabilidad que la mayoría de las personas que dicen saber algo sobre economía creen que los bienes de consumo han llegado hasta sus casas usando el transporte favorito de las personas a las que les gusta llegar cuanto antes de un punto a otro del planeta: el avión. Y que el dinero, fuente abstracta de toda la riqueza, viaja también a la velocidad de la luz. Sin embargo, la mayor parte de la economía del siglo XXI sigue viajando en grandes cargueros a una velocidad que desesperaría a cualquier viajero globalizado y cosmopolita.
¿Se ha vuelto más violenta la globalización, o el capitalismo, tras la crisis financiera?
A. S. La crisis financiera es en sí misma un fenómeno extremadamente violento: la violencia de ver a gente perdiendo sus casas, la violencia del desempleo, la violencia de esta campaña económica de austeridad y control del déficit que está provocando grandes recortes sociales en los países del sur de Europa. Eso también es violencia, claro. La crisis financiera ha provocado una ola de violencia económica. La gran pregunta es qué papel va a jugar ahora la guerra a la hora de controlar los recursos.
Hace tres años, tras el crash’ financiero, pareció durante un breve periodo de tiempo que el neoliberalismo estaba en situación de debilidad política. Sin embargo, ahora el capitalismo parece haber resurgido con más fuerza que nunca.
A. S. En realidad todavía estamos en recesión, así que quizás sea pronto para dilucidar cómo va a salir el sistema de esta crisis. No obstante, algunas cosas parecen claras. Se puede decir, por ejemplo, que la economía real es una víctima de la economía financiera. Y que muchos sectores económicos están ideando soluciones demenciales para paliar las consecuencias de la congelación del crédito. Por ejemplo, a la industria marítima no se le ha ocurrido otra cosa que intentar que los derechos de sus trabajadores no se ajusten a ninguna regulación nacional. Una deslocalización que contribuye a reforzar la ola de capitalismo financiero que, al fin y al cabo, depende de burlar las regulaciones nacionales y abaratar lo más posible las masas salariales para multiplicar los beneficios.
N. B. Durante el rodaje del filme sucedió el crash financiero. «Oh, dios mío, esto va a cambiarlo todo», pensamos. Así que paramos la película un par de meses para ver cómo podíamos incorporar las supuestas transformaciones a nuestro proyecto. Ahora vemos con claridad que las promesas de cambio han quedado en nada. La única transformación o ejemplo de resistencia que hemos visto ha sido el rechazo de Islandia a pagar las deudas de sus bancos a los bancos europeos.
A. S. También se puede destacar que las revoluciones en Túnez y Egipto vinieron provocadas, entre otras cosas, por las subidas de los precios de bienes de primera necesidad. Aunque es cierto que a nivel de políticas económicas nacionales sólo existe el ejemplo de Islandia, que trata de controlar su futuro sin depender de otros. Ahora podemos ver claramente que el verdadero sentido de la zona euro no es otro que destruir cualquier vestigio de autonomía nacional, cualquier posibilidad de que un país controle su política macroeconómica. Hay que recordar que la crisis económica de 1997, la que afectó a las economías asiáticas, primera gran crisis de la globalización y anticipo de lo que vendría después, nos dejó una lección que no supimos aprender: Malasia se negó entonces a aceptar el dinero del FMI y su economía se recuperó más rápido que la de los países que sí lo hicieron. Una lección dolorosa en pleno año 2011 para países como Grecia, Irlanda y Portugal.