Cuando Marx terminó El Capital y entregó, luego de 19 arduos años de trabajo, esta obra a la imprenta, se congratuló por el golpe práctico que había asestado. El líder revolucionario sabía mejor que nadie el arma formidable que ponía en manos del proletariado para su lucha cotidiana. Despojada de toda mistificación, la economía política marxista mostraba la verdadera esencia de la explotación, la plusvalía constantemente acumulada y que acaba convirtiéndose en un poder material sobre los hombres. Sobre esta concepción científica podía comenzar a construirse una efectiva estrategia revolucionaria.
Este comentario sobre la importancia que daba Marx a la teoría no resulta ocioso a la hora de hablar del Che. Inmerso en las contradicciones de construir una nueva sociedad en un país como Cuba, con una estructura económica y social deformada por siglos de capitalismo dependiente, Guevara no descuidó el estudio ni el debate, consciente de que solo con una adecuada concepción teórica de los problemas cardinales se podía orientar la práctica por el buen sendero de la construcción del socialismo.
La que pudiéramos denominar “su obra teórica” quedó esparcida en una serie de escritos de diversa índole: discursos, diarios, artículos publicados en revistas, transcripciones de actas, etc. Quizás su más ambicioso proyecto fuera la serie de notas que se publicarían luego con el título de Apuntes críticos a la Economía Política. Allí, al comentar varios fragmentos extraídos del Manual de Economía Política, publicado por la Editora Política en 1963, desarrolla una concepción dinámica del marxismo, donde no duda en contraponer sus propias ideas a las de clásicos como Lenin.
El Che llega a este estudio impelido por los retos que planteaba la construcción práctica del socialismo a los cubanos. La declaración del carácter socialista de la Revolución pocos años antes obligó a difundir a gran escala el marxismo en un país prácticamente sin tradición marxista previa. En este empeño hubo que apoyarse en los manuales soviéticos que, como apuntaba el Che en carta a Armando Hart, “tienen el defecto de no dejarte pensar, pues el partido ya lo hizo por ti.” Se imponía, pues, una revisión crítica de ese marxismo.
En su estudio, Guevara se topa con un problema clave: lo que se enseñaba en estos manuales no era el reflejo de una evolución teórica en el marxismo, sino que eran compendios ideológicos, donde las deformaciones, contradicciones y vueltas de tuerca de la sociedad soviética eran convertidos en leyes universales de la construcción del socialismo. La crítica de los manuales devenía entonces la crítica de una sociedad y de su expresión teórica, el marxismo soviético. Toda forma es forma de su contenido, decía Marx. Pero la crítica del Che no es la crítica por la crítica, sino que es el posicionamiento de un revolucionario que todo el tiempo extrae de la experiencia estudiada lecciones prácticas para construir el socialismo en una pequeña isla del Caribe.
Para los años en que el Che emprende estos Apuntes, mediados de la década del sesenta, ya se habían concretado en la URSS y las llamadas “democracias populares” de Europa del Este una serie de procesos y se iniciaban otros que, a la vuelta de dos décadas, acabarían dando al traste con el socialismo europeo. Se hablaba del “socialismo de mercado” como clave para salir de la recesión económica que comenzaron a experimentar esas sociedades a finales de los cincuenta. La aspiración de muchos de estos países a parecerse a sus homólogos de Europa occidental, haciendo abstracción de las diferencias históricas, políticas y de otra índole, llevaron a un resquebrajamiento de la antigua ideología. El famoso deshielo trajo, por un lado, un margen de libertad creativa y personal que era ansiada, pero por otro, profundizó la confusión ideológica. Para decirlo con palabras del Che: “Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha seguido un pragmatismo inconsistente.”
Apuntes sobre los «Apuntes…»
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Resulta imposible en estas breves páginas agotar la riqueza, real y potencial, de lo que el Che esboza en sus notas al Manual de Economía Política. Nos limitaremos entonces a señalar algunas de las directrices fundamentales del libro, así como algunos de los principales momentos de diálogo que se dan entre el guerrillero y la tradición marxista precedente, como parte del proceso creativo de asimilación del marxismo que le era consustancial.
En el análisis de la sociedad soviética, al que se ve abocado como parte de su estudio crítico del Manual…, Guevara establece el momento de la NEP como el parteaguas de todas las deformaciones posteriores. Su admiración por el líder de la Revolución de Octubre no le impide cuestionar su decisión, que en la práctica implicaba un regreso de la sociedad soviética a formas precapitalistas, aún cuando comprendía las razones que lo habían empujado a dar este paso. En el proyectado prólogo, titulado La necesidad de este libro, escribe:
«Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo.» (El subrayado es mío)
Esto, dicho desde la década del sesenta, resulta premonitorio. La comprensión de que la esencia de muchos fenómenos en la sociedad soviética derivaba de las formas capitalistas que, bajo nuevos disfraces y con nuevas actitudes, se reproducían en la sociedad, es el hilo de Ariadna que permite interpretar muchas de las “verdades científicas” del manual en su correcto sentido. Desde las hoy risibles afirmaciones de que la URSS era ya, casi, comunista, hasta otras más complejas, como presentar las viejas leyes del capitalismo con otro nombre cual si fuesen nuevas leyes descubiertas por el socialismo. Ocurre así, por ejemplo, con el interés. Al reconocer que los Bancos soviéticos cobraban interés por los créditos se caía en una contradicción, puesto que el interés es consustancial al capital, es el dinero produciendo dinero, algo incompatible con la forma comunista de organizar la sociedad y la economía. Ya el interés había sido fuertemente criticado por las diversas corrientes de socialismo premarxista y por el mismo Marx, quien bebe de estas fuentes.
La subsistencia de formas y relaciones capitalistas en la sociedad soviética, sumado a la necesidad de dinamizar la producción, llevaron a alternativas que no tenían nada que ver con la concepción del socialismo que defendía el Che. El estímulo material como única palanca enturbiaba el carácter social que debía tener el trabajo. Para el Che se debía apelar en igual medida, o preferencialmente, a resortes morales. Ir formando en los hombres una conciencia colectiva. Cualquier forma de propiedad y distribución de la riqueza generada que no comprendiera a la sociedad en su conjunto, aun cuando se distribuyera entre colectividades como la de una fábrica o una cooperativa, lo único que hacía era generar desigualdad y fracturas.
Ante la defensa manualística de los koljoz, y su conversión en una forma universal socialista de organización de la economía agraria, el Che apunta en primer lugar el carácter exclusivamente soviético de la experiencia para luego afirmar que la propiedad de los koljoz se colocaba, inevitablemente, como una forma de propiedad diferente de la propiedad social. Esta escisión para el Che era inconcebible. Todos los medios de producción debían ser propiedad del Estado, el cual durante la etapa de transición los explotaba en beneficio social. La mayor cantidad, riqueza, eficiencia y productividad de los koljozes, que en esencia no eran más que cooperativas de propietarios privados, en contraposición con los sovjozes, de propiedad estatal, eran, para él, uno de los síntomas de la vitalidad de las formas capitalistas en la URSS. De hecho, en una de las notas afirma tajantemente: «Insisto: la propiedad cooperativa no es una forma socialista.» El Che compartía la visión de Marx de que la pequeña propiedad campesina produce capitalismo a cada paso.
Su cuestionamiento del estímulo material como palanca exclusiva de la producción lo va a enfrentar no solo con la concepción soviética, sino con teóricos importantes del marxismo, como Lenin y Trotsky. Este último en La Revolución Traicionada apuesta por esta forma de estímulo como la mejor vía para dinamizar la economía soviética en la década del treinta.
Sin profundizar en esta contradicción, que no es la única, basta apuntar que en la concepción del Che jugaba un importante papel la educación y el ejemplo. Apostaba por buscar formas en las cuales primara el estímulo moral como forma directa y que el estímulo material, de estar, estuviese de un modo secundario. Ponía el ejemplo del obrero que se destaca en la producción, como premio se le da un reconocimiento y un curso para que se supere, al cabo del cual y como resultado de su mayor preparación, puede optar por una plaza más cualificada y esto mejora su salario.
Pero la solapada tendencia hacia el capitalismo en la sociedad soviética no se hacía evidente solo en la readecuación de formas y nombres, sino también en las importantes concesiones que se hacían en puntos que eran claves para la concepción revolucionaria del marxismo. Se hablaba de la “emulación pacífica entre ambos sistemas” o la afirmación de que la dictadura del proletariado no es solo, ni es necesariamente, un régimen de violencia. El apunte del Che ante este último planteamiento resulta sintomático de su punto de vista y su temperamento:
«Oportunismo de poca monta. La dictadura del proletariado es un régimen de violencia contra la burguesía; está claro que la intensidad de la lucha depende de la resistencia de los explotadores, pero nunca será un régimen de agua de rosas, o se lo comen.»
La negación de la violencia revolucionaria era, también, la negación de la lucha de clases como motor impulsor de la historia. Se perdía de vista el punto crucial del enfrentamiento entre ambos sistemas, en el cual el socialismo debía ser la negación del anterior estado de cosas capitalista. Una vez más, se manipulaban los términos para convertir un presente circunstancial en una verdad definitiva. El socialismo, para ser, debía necesariamente negar al capitalismo, aún cuando en un momento histórico específico se viese obligado a convivir con su enemigo. El perder de vista la esencia clasista del enfrentamiento fue uno de los factores que llevaron al fracaso del modelo soviético.
El Che critica también la tendencia constante en estos manuales a comparar los resultados económicos del socialismo en la URSS con los de los países desarrollados, llegando a conclusiones casi siempre falseadas. Esto es lo que clasifica como “complejo de inferioridad ideológico”.
En sus apuntes, Guevara recorre otra serie de temáticas que van desde las diferencias sociales al interior de la URSS, las relaciones no siempre cordiales entre los países socialistas, Stalin y sus sucesores, hasta cuestiones teóricas como la transición al comunismo y el problema del Estado. Todos estos temas, al menos la riqueza de su planteamiento en notas apresuradas, dejan la insatisfacción de no conocer a profundidad la postura del guerrillero en torno a ellos.
Desde su percepción, el problema fundamental al que se enfrentaba la sociedad soviética en su época era resolver la contradicción creada por la existencia de bienes de producción en propiedad privada, los koljoses, y asegurar la educación para el comunismo. Esta tarea sigue siendo prioritaria hoy también para nuestra sociedad.
De la lectura cuidadosa de estos Apuntes se sacan múltiples lecciones para la realidad cubana. Inmersos todavía hoy, como hace sesenta años, en la construcción del socialismo, las advertencias y críticas de Che siguen siendo válidas. En tiempos donde se desarrolla la propiedad privada, donde se apela exclusivamente a la palanca material como estímulo para la producción, donde se olvida o se desvirtúa la lucha de clases, podemos encontrar en sus escritos algunas de las claves.
En la rica tradición de revolucionarios intransigentes, de hombres íntegros, que no dudaron en sacrificar su vida por el Ideal, no el idealismo, Ernesto Guevara ocupa un lugar relevante. Su pensamiento sigue siendo hoy un organismo vivo con el que necesariamente debemos dialogar todos los que aspiramos a una sociedad mejor.