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A un año del bombardeo del campamento de las FARC en Norte de Santander, que dejó 11 muertos

La crónica de Lizeth, escrita por ella misma

Fuentes: Revista Resistencia

A un año de la muerte física de los once heroicos guerrilleros que cayeron bajo las criminales bombas del imperialismo yanqui y esta cruel oligarquía que no tiene piedad para asesinar a los pobres de mi patria. En memoria a Yuribí, el nombre de guerra de mi hermanita, quien desgraciadamente también cayó en el cobarde […]

A un año de la muerte física de los once heroicos guerrilleros que cayeron bajo las criminales bombas del imperialismo yanqui y esta cruel oligarquía que no tiene piedad para asesinar a los pobres de mi patria.

En memoria a Yuribí, el nombre de guerra de mi hermanita, quien desgraciadamente también cayó en el cobarde bombardeo del 11 de octubre de 2011, junto a 10 compañeros más.

Quiero hacer un recuento de nuestra vida. Esto es muy duro para mí, pero me veo en la obligación de hacerlo. Para que el mundo se dé cuenta de la situación que vive este país. ¡Y para que resuelvan si nuestra causa es justa o no!

Mi hermana y yo

Nosotros pertenecemos a una familia pobre. Mi familia, por parte de papá, vive en Barranquilla, y por parte de mamá, en Norte de Santander. En este último fuimos criadas nosotras.

Mis primeros recuerdos de infancia son muy trágicos. Yo tendría unos seis años y mi hermanita unos 10. Una mañana amanecimos rodeados de gente uniformada. Nosotros nos asustamos mucho, y pronto nos dimos cuenta que eran los paramilitares revueltos con el Ejército. Luego se llevaron a mi padre y a otro poco de gente más. Como a 20 minutos de donde nosotros vivíamos. Como mi padre y mi madre estaban separados, unos de mis hermanos estaban con mi mamá y otros estábamos con mi papá. Como vivíamos cerca, a unos dos minutos de camino, mi hermana mayor corrió a avisar a los otros. Nos reunimos todos en la casa de mi papá, a rezar y a llorar por él. Estando todos ahí, escuchamos unos disparos y ráfagas de fusil del lado donde se los habían llevado. Nos desesperamos más. Era algo muy terrible pensar que los estaban matando.

Sufríamos mucho, sentimos como si nos estuvieran arrancando el alma. Como a la hora llegó mi papá, pero esa hora se nos hizo una eternidad. Al fin había llegado. Lo abrazamos y lo besamos de la alegría porque no lo habían matado. Luego él nos contó que los disparos que se oyeron era que estaban matando a un arriero, conocido nuestro. El sapo informante de los paracos lo había acusado de colaborador de la guerrilla. Nos contó que le pegaron más de cien tiros porque él no caía al piso, y pedía agua. Y los paracos estaban asustados, decían que era el demonio. Hasta que lo despedazaron a tiros.

Al otro día llegaron nuevamente los paracos a la casa. Nosotros teníamos miedo. Se regaron por todo el camino real, y agarraron a un muchacho muy joven que venía con unas mulas. Lo amarraron a un lado del camino y le pusieron al frente la macheta que llevaba él mismo en la cintura. Con las manos atadas a la espalda. A nosotros nos daba pesar ver a ese muchacho ahí humillado. Sin poder hacer nada por él. Luego, como al mediodía, vimos cuando venía un señor que había sido obrero nuestro, era un trabajador, como nosotros. Venía borracho. A lo que vio el brazalete de AUC se asustó y salió corriendo en zigzag.

Luego se formó la plomacera, nuevamente, pero ya en presencia nuestra. Yo estaba muy asustada y me abracé a mi papá. Él me tapó los ojos, pero yo, entre lloriqueos y susto, miraba lo que estaba pasando. Y una de mis hermanas se quedó ahí, como una estatua, con los ojos toteados y asombrada. Entre tantos disparos, por fin le pegaron un tiro en la rodilla, y luego le cayeron con machetes como fieras hambrientas, y lo picaron en trocitos. Y luego fue lo peor. Ver al comandante de ellos, cómo se lamían la sangre que escurría por la macheta. Al ver eso, no sé cómo, me le solté a mi papá de los brazos y me metí debajo de la cama, aterrorizada por todo aquello.

Mientras vimos ese drama, no nos dimos cuenta a qué hora habían degollado al muchacho que estaba amarrado. Después de todo aquello, el comandante de ellos le preguntó a mi papá que si los niños más pequeños habíamos visto lo que había pasado. Pero él no les respondió nada, estaba indignado. Enseguida se fueron a matar más gente en otras casas.

Entonces nos reunimos todos y enterraron los muertos al lado de la casa. Y mi papá decidió que lo mejor era irnos de esa zona. Él rebuscó en todos lados, vendió lo que pudo para juntar el pasaje, para viajar a donde estaba su familia, a Barranquilla. Ahora seguía otra etapa difícil para nosotros. La separación de padres. Papá se iba con cuatro hijos, y mi mamá se quedaba con tres. Entre los que se quedaban con mi madre estaba Yuribí, ella nunca quiso separarse de ella. Pero nosotros no alcanzamos a irnos, cuando ya venían los paracos en retirada.

Como había mucha gente reunida en una casa, que se iban también, los paracos sacaron a todos los hombres y los hicieron formar en hileras, y ponían al informante al frente, y él señalaba a quiénes podían matar. Habían sacado ya como a tres de la fila. Sus familiares lloraban y suplicaban que los dejaran en paz, que ellos eran inocentes. De pronto el informante señaló a mi papá. Nosotros nos estremecimos y temblábamos de miedo, pero no pasó nada porque tras señalarlo, el sapo dijo que él era un pobre hombre lleno de hijos. Entonces nos volvió el alma al cuerpo y lo dejaron en paz. Pero siempre mataron como a cuatro, y a los demás nos dijeron que nos fuéramos, que si nos volvían a ver no nos perdonarían. Ese mismo día nos fuimos nosotros, llegamos a Cúcuta, y de ahí nos embarcamos en un bus rumbo a Barranquilla.

Durante el viaje, era maravillosa la emoción por conocer una ciudad tan grande. El bus paraba a las horas de las comidas y para tomar refrescos, el viaje duró como día y medio. La primera impresión fue a la entrada de la ciudad. Un puente grandísimo, unas aguas inmensas. Luego una panadería grandísima. Eso lo miraban por primera vez mis ojos. Estábamos felices, pero no era suficiente para olvidar el pasado, porque en aquel infierno habían quedado nuestros corazones, nuestra madre y nuestros hermanos. Allá tuvimos muchas experiencias maravillosas, conocimos a nuestros tíos y primos, y a nuestra querida abuelita. Por cierto, era muy linda con nosotros. Con esa parte de la familia fuimos al centro, manejamos carritos chocones, conocimos el estadio de Barranquilla, fuimos al mar.

Todo eso era maravilloso. Pero también había allí una triste realidad, niños pidiendo limosna, ancianos en la calle, ladrones, atracadores, había de todo entre esos enormes edificios y sitios hermosos, se miraba un cuadro de miseria, una desigualdad enorme. Después de unos días mi papá se regresó para el Norte y nos dejó a nosotros con un hermano de él. Y nos metieron a la Iglesia Pentecostal. Donde nosotros vivíamos era una calle pobre, las calles no estaban pavimentadas. Allí estuvimos hasta que regresó mi padre. Volvió por nosotros. Esa noticia nos alegraba por un lado y por el otro nos entristecía.

Nos alegraba porque nos reuniríamos nuevamente con nuestra mamá y mis hermanos. Nos entristecíamos porque dejábamos esa ciudad tan bonita, el mar que ya nunca volveríamos a ver, y también aquellos tíos y primos que no volveríamos a mirar, y aquella abuela tan tierna, que iba a sufrir, porque se había encariñado con nosotras.

Bueno, de regreso a Cúcuta. La felicidad más grande. El encuentro familiar, el saber que no les había pasado nada, el recuento de aquella triste historia. Pero había algo que no me gustó nada, que mi mamá estaba viviendo con otro señor, papá también con otra señora que había trabajado en el bar y que tenía dos hijos. Y yo iba a cumplir ocho años. Me los celebraron y seguí al lado de mi papá, él tenía una casetica donde vendía arepas rellenas con huevo. Con eso nos ganábamos la comida.

Mi hermana mayor se casó y tuvo una niña. Y como yo odiaba a la madrastra y ella a mí, me fui a vivir con mi hermana. Ella vivía en Ocaña, yo le cuidaba la niña y también estudiaba. El cuñado era muy borrachín pero nunca nos hacía falta la comidita. Yo estudié como dos meses y luego me pegó mamitis, y me vine para el campo, con mi madre y mi hermanita Yuribí. Pero había otro problema, que tampoco me la llevaba bien con mi padrastro. Porque él nos pegaba, a nosotras y a mi mamá también. Y no trabajaba. Y se tomaba la plata que nosotras nos ganábamos. Nunca traía un grano de arroz a la casa. Esa vida que me tocó vivir con mi mamá era terrible.

Cuando cumplí los diez años mi hermanita Yuribí tenía catorce. Nosotras nos queríamos mucho. Ella, como era mayor, me llevaba por doquiera que ella iba. Pero un día mi mamá nos mandó a traer una carne. A Yuribí, mi otro hermano, que me llevaba dos años, y yo. Al llegar a la caseta nos encontramos con los guerrilleros de las FARC. Yuribí tenía ahí un novio y estaba con los demás. Para nosotros, en la vereda, la guerrilla era como una autoridad, nos eran muy familiares, porque todos los días los mirábamos y ellos eran muy buenos y amables con nosotros los campesinos. A veces nos daban economía. Ellos se ganan el cariño de la gente, no con palabras, sino con hechos. ¡Y cómo no va a querer uno a gente que es tan amable, cariñosa y respetuosa con uno! Que son todo lo contrario de los soldados y paramilitares que llegan es a matarnos y a desplazarnos y a humillarnos.

Entonces, como el novio de mi hermana estaba allí, nos pusimos a andar con ellos. Y nos quedamos a dormir en la casa del jefe de la milicia. Nos acostamos los tres hermanos y el novio de Yuribí, sobre una carpa. Esa noche mi hermana me había dicho que ella había ingresado, pero yo no le creí. Al otro día, como a las 6 de la mañana, nos despertamos mi hermano y yo solos. Preguntamos por Yuribí y nos dijeron que ella se había ido con los guerrilleros. Yo pensé en irla a buscar, pero mi hermano dijo que no, que nos fuéramos para la casa. Y nos fuimos sin carne y sin Yuribí. Pero mi madre ya venía en camino a buscarnos. Cuando nos preguntó por Yuribí no sabíamos qué responderle. Pero al fin le dijimos, y ella, de la rabia que cogió, no lloró en el instante. Sólo dijo «Yo sí lo supuse». Al llegar a la casa nos inundó la nostalgia de pensar que ya no volveríamos a ver a Yuribí. Para mí era muy duro, porque era la hermana que yo más quería, y se había ido para la guerrilla dejándome sola, sin quién me apoyara, sin quién me defendiera del padrastro.

De ahí para adelante todo se complicó para mí. Me tocó aprender a cocinar. Nos turnábamos, una semana mi hermana que era melliza, otra el hermano que nos acompañaba cuando se fue Yuribí, y la otra semana yo. Porque mi mamá trabajaba como un hombre para darnos de comer y vestirnos. La situación con mi padrastro fue peor. A mí me pegaba cada rato, y a mi mamá también. Un día llegó mi hermano mayor y se iba a dar machete con él, pero mi mamita, con lágrimas en los ojos, se lo impidió. Todos estábamos cansados de esa situación.

A los días de haber ingresado a la guerrilla, mi hermana llegó a visitarnos. Nos contó que estaba bien, que allá era muy bonito, que se trataban como una familia muy unida. Pero en cambio nosotros le contamos que el padrastro se había vuelto insoportable, por lo que se puso muy triste. Cuando se fue a ir, se paró frente a él y le dijo que si llegaba a saber que él le seguía pegando a mi mamá y a nosotros, iba a venir y le iba a pegar unos tiros en las patas. Estaba furiosa. Y se fue nuevamente. Yo me desesperaba cada día más. Cuando tenía once años, un día él me pegó y yo, rabiosa, me fui para una quebrada y me quedé allá hasta que se oscureció. Pensé muchas cosas, en Yuribí, en la falta que hacía en casa y a mí. Rogaba que pasara la guerrilla por allí, para irme con ellos. Recordé lo que había pasado cuando niña y me decía que ese padrastro que yo tenía era un paraco y que debía morir. No quería regresar a casa y me acosté bajo una piedra grande.

Tarde en la noche me despertaron algunas luces. Volví a recordar la mañana en que amanecimos rodeados por los paracos y me dio miedo. Pero eran mi mamá y mis hermanos que andaban buscándome. Al encontrarme, me llevaron con ellos a casa. Pocos días después me encontré la guerrilla y les pedí ingreso, pero me dijeron que no, que cuando tuviera más años, que era una niña todavía y que primero debía terminarme de criar. Eso me obligó a tomar otra decisión, volarme de la casa. Me fui porque no aguantaba más. Mi mamá me trajo a la brava, pero yo me volví a volar. Tenía doce años y me junté a vivir con un señor de veintiocho. Pero no duré mucho con él, me dejó como a los tres meses. A los días, por fin ingresé a la guerrilla. Mi anhelo fundamental era encontrarme con mi hermana, y con un tío que sabía también había ingresado.

Un mundo nuevo

Aquí, en las filas de las FARC, ya todo era distinto. Todo era mejor para mí. Duré tres meses en curso básico. Fue una etapa muy interesante, porque aquí le arman la cabeza a uno primero y después las manos. Con el estudio entendí a fondo todo lo que yo había vivido. Comprendí que la pobreza no era por obra y gracia del espíritu santo, sino que había unos responsables. Que los culpables eran aquellos, que yo les había visto la cara cuando mataron a mi gente. Y que ellos eran dirigidos por el Estado. Y que el Estado estaba de rodillas ante un enemigo más grande, la oligarquía norteamericana. Y también me di cuenta que nosotros teníamos derechos, que cuando un hombre nace tiene los mismos derechos y deberes en la sociedad. Por tanto no tenía por qué haber pobres y ricos.

Comprendí también que ese cuento de Dios había sido una política impuesta por los capitalistas desde hace siglos, para que los pobres crean que ellos viven en la miseria porque así lo dispuso Dios. Y no se den cuenta de la realidad, que si somos pobres es porque una pequeña parte de la sociedad nos roba lo que nos pertenece. Y todavía hay muchos campesinos y trabajadores que le piden a Dios, todos los días, para que les mejore sus condiciones de vida, cuando en realidad al que hay que exigirle es al Estado que es el obligado a garantizarnos una mejor vida.

Al descubrir todo esto, me di cuenta de que había tomado el camino correcto. Y que estoy aquí es porque amo a mi pueblo y porque quiero que tenga una mejor vida. Amo a mi madre y a mi padre, pero no lucho sólo por ellos, sino por todos los padres y madres pobres que, al igual que mi familia, sufren en esa Colombia triste. Esta formación y conciencia la he adquirido gracias a la organización.

Después de tres años en filas me trasladaron de unidad y pude encontrarme con mi tío. Me alegré mucho. Y más todavía cuando unos días después me encontré con lo quien yo más anhelaba, mi hermosa hermanita. Nos abrazamos por un largo rato. Estaba muy bonita, gordita y fortalecida, hablamos muchísimo y estábamos felices de hallarnos juntas. De estar luchando por lo mismo y con las mismas ideas. A las dos nos resultó muy fácil entender y asumir esta causa, habíamos pasado por la misma historia y habíamos sufrido mucho. Estábamos seguras de lo que estábamos haciendo. Permanecimos juntas cerca de un año. Ella era una excelente enfermera y yo acababa de pasar por un curso de enfermería. Compartimos juntas los momentos difíciles y los momentos felices. Cuando nuestros compañeros no estaban, dormíamos juntas y comíamos juntas. Nos queríamos muchísimo.

Recuerdo que ella gustaba de jugarse conmigo repitiendo una frase: Usted tiene que hacerme caso en todo a mí, porque de las dos soy la mayor. Entonces yo le contestaba que el cuatro esquinas, refiriéndome al Reglamento, no establecía diferencia alguna entre una hermana mayor y otra menor. Enseguida soltábamos la risa. Ella ayudaba mucho al tío, y me exigía que me preocupara más por él. La verdad era que entre los tres nos ayudábamos mucho. Después, mi hermana planteó ante los superiores su deseo de profesionalizarse aún más como enfermera. La trasladaron a otro lugar donde iba a ser posible cumplir su deseo.

Aquí en la guerrilla uno tiene el privilegio de prepararse en muchas cosas, sin el menor costo. Sólo tiene que comportarse correctamente. Tuvo unos ocho meses de preparación y después fue enviada a una unidad de orden público, para que pusiera en práctica todo lo que había aprendido. A mí me asignaron a servir como personal de planta en un curso de cuadros. Ahí tuve la oportunidad de aprender mucho en lo militar y en lo político, porque todos los días uno aprende algo nuevo. Uno nunca acaba de aprender todo, cada día aparece algo por aprender, el conocimiento es infinito. Después estuve en una comisión de organización de masas. Me encontré con mi hermana en tres ocasiones diferentes, en las cuales aprovechamos el tiempo al máximo para hablar y confiarnos todo.

No volvía a verla más. A pesar que la extrañaba mucho, no me indignaba con los mandos por ello. Las dos éramos claras y conscientes de que esta lucha es así, a uno lo necesitan en un lado y al otro en otro lado. Lo más importante es el aporte que se le haga a esta causa, lo más que uno pueda. Nos escribíamos de seguido, comunicándonos los errores y los éxitos que hubiéramos tenido. Y también nos corregíamos una a la otra por intermedio de esas cartas. Cerca de un año después me enteré de que había sido enviada a la columna al mando de Danilo y pregunté a los mandos si era cierto. Me lo confirmaron. La verdad me preocupé un poco, sabía que contra esa unidad los operativos eran duros y frecuentes, pero entendía la situación.

Una mañana escuchamos por las noticias que habían bombardeado un campamento de las FARC y que habían matado a Eliécer y otros 30 guerrilleros. Yo me dije que ojalá no fuera cierto e hice fuerza porque entre los caídos no hubiera alguno que yo conociera. A uno le duele la muerte de cualquier guerrillero, porque uno sabe que aún sin conocerlo, es un hermano de lucha que ha sufrido del mismo modo o quizás más que nosotros esta guerra. Pero le duele más cuando son guerrilleros que han compartido años al lado de uno. Pero también tenemos claro que una guerra, lamentablemente, se trae consigo los muertos de ambos contendores. Si fuera de otro modo, no sería guerra.

Cuando la noticia, yo estaba trabajando en una comisión. Unos tres días después fuimos recogidos para un campamento. Saludé con alegría a mi tío que se encontraba allí. Lo noté algo extraño cuando me dijo que teníamos que hablar ahora mismo. Estaba pálido. Yo le pregunté si se trataba de algo grave y él me dijo que sí. Me asusté enseguida y pensé en muchas cosas, pero en la que no pensé fue precisamente en la que había ocurrido. Nos retiramos unos metros del resto de la gente y entonces él procedió a decirme que a él ya los superiores le habían informado y confirmado que Yuribí había muerto. Y que lo habían encargado de la tarea de comunicármelo.

Quedé sin palabras. En el instante no me salían las lágrimas. En lo primero que pensé fue en plantear que me enviaran a pelear, para matar muchos soldados como venganza. Pero luego me entró el dolor y el llanto, y reflexioné. Nuevamente sentía que me estaban arrancando el corazón, se trata de algo muy duro, algo que uno entiende pero que no le permite resignarse. Perder al ser más querido, al que me había acompañado en las buenas y en las malas. Eso es terrible, no es lo mismo decirlo que sentirlo. Fueron días muy tristes para mí, pero gracias a mi tío, a mi compañero y al conjunto de la guerrillerada que se solidarizaron completamente conmigo, empecé a pensar en superarlo. A todos ellos también les dolía, porque mi hermanita era una mujer muy sencilla y se hacía querer mucho de los guerrilleros. Gracias a todos ellos concluí que lo que quedaba era seguir en la lucha, con más fuerza y con más razones que antes.

Mis reflexiones

Después escuché en las noticias hablar al presidente Santos y al ministro de defensa. Estaban orgullosos y felices por haber matado en realidad a once jóvenes, entre ellos tres mujeres de las que la mayor no pasaba de los 23 años. Qué miseria de presidente tenemos los colombianos. Cree que matando gente va a lograr doblegarnos o bajar nuestra moral. ¿Pues quiere que le diga una cosa, señor Santos? Se equivoca. Cada vez que muere un guerrillero nosotros luchamos con más fuerza y con mayor razón que antes. Si hoy mata usted cinco guerrilleros, mañana ingresan diez porque nuestra lucha la apoyan las masas, la gente pobre de este país que somos la mayoría.

Tenga también en cuenta que cada vez que muere un guerrillero, usted se echa encima una familia más. Por eso cada vez que en sus discursos dice que quiere la paz, que está cansado de esta guerra, nos produce risa, porque sabemos que usted no tiene la menor idea de lo que es la guerra. Usted y su maquinaria de gobierno, los ricos de este país, han vivido toda la vida en palacios, sin que les haga falta nada, con plata hasta para tirar para lo alto. Gracias a lo que nos han robado a nosotros. Por eso tenemos claro que ni usted ni su grupo va a sacar un solo centavo de sus bolsillos para mejorar la vida de los colombianos, eso nunca lo harán. Al menos por las buenas.

Personalmente yo tengo una duda, señor Santos. Si usted es un robot o un ser humano. Porque de humano usted no tiene nada. Sólo una máquina actúa como lo hacen ustedes los capitalistas, oligarcas, pipi yanquis o como quieran llamarlos. A usted no le queda nada bien el papel de hipócrita que lo han puesto a jugar los gringos. Cualquiera que escucha sus palabras sin conocer su pasado pensaría que está hablando un revolucionario. Mentira, pues mientras públicamente dice que hay que luchar para reducir la pobreza, en realidad obra como lo dijo Fidel en un discurso: «no matan a las enfermedades matando a los enfermos, no matan la ignorancia matando a los ignorantes». Ya lo decía el Che Guevara: «Las palabras no se encuentran con los hechos, y si se encuentran no se saludan, porque no se conocen».

Menos mal que los colombianos dejamos ya de ser pendejos. Ya no prestamos atención a las palabras, sino a los hechos. Esa máscara que usted tiene no le queda nada bien, señor Santos. Fíjese que hay una diferencia muy grande entre ustedes los oligarcas y nosotros los revolucionarios. Nosotros nunca nos alegramos cuando muere un soldado, porque sabemos mejor que nadie que esos soldados que mueren todos los días son campesinos, son gente pobre al igual que nosotros. Y porque ellos están de ese lado es porque los obligan a pagar servicio, o se ven en la necesidad de hacerlo para ganarse un sueldo y alimentar sus familias. O están engañados. Nosotros hemos sido formados con la concepción de tenerle un profundo respeto al enemigo. Aquí, ni aun siendo prisioneros de guerra, se permite maltratar a un soldado con malas palabras. El comandante Manuel Marulanda luchó toda la vida porque no se llamara chulos a los soldados.

Sé que esos soldados ignoran que esta guerra es una lucha de clases que enfrenta a los ricos contra los pobres y viceversa. Sé que muchos de ellos no se han preguntado aún de qué lado son. Si del lado de los ricos o del lado de los pobres. Yo quiero invitar a los soldados que combaten al servicio de los ricos a una reflexión: ¿Qué es mejor, sacrificarnos y sufrir un tiempo, o vivir mendigando toda la vida? ¿No se han preguntado por qué los hijos de los ricos no van al combate a exponer sus vidas por su clase? ¿Qué es mejor, morir por nuestra clase o morir defendiendo los intereses de los que nos han robado todo? Si morimos defendiendo a los nuestros, la historia nos tendrá como mártires, pero sí morimos defendiendo a las transnacionales la historia nos juzgará como traidores. ¿Qué prefieren?

En cuanto a Santos, quisiera dedicarle el disco de Diomedes Díaz que se titula Judas. Y esto no lo está diciendo un comandante de las FARC, o un intelectual, esto se lo dice una guerrillera de base que apenas cuenta con veinte años de edad. Pero eso no quita que esté diciendo la purita verdad.

No cuento esta historia para elogiarme, sino para que todos conozcan esta realidad, que es sólo una de las que todos los días y a cada rato vivimos los colombianos. Y para que todos puedan preguntarse y juzgar si nuestra causa es justa en realidad o no.

También quisiera responderle al vicepresidente Angelino Garzón, a ese traidor a su clase que quizás cuánto dinero recibió, para después de haber liderado los trabajadores ponerse al servicio de los que los explotan, a quien se le llena la boca denunciando que las FARC reclutan a menores de edad, a verdaderos niños. ¿Por qué cuándo enviaron las bandas a matar a nuestros padres, hermanos, y hasta los mismos niños no salieron a defendernos? ¿Por qué no salieron a pelear por los derechos humanos? Porque está bien claro, no lo hacen por los niños, lo hacen con el propósito de desprestigiar las FARC.

¿Saben qué les decimos los que ingresamos de niños a la guerrilla? Como ustedes desde niños nos están atacando, a nosotros nos toca defendernos desde niños. Tengan claro usted y todo el país, que aquí nadie es obligado o forzado a ingresar. Por el contrario, nos toca rogar y explicar una y otra vez por qué no hay más remedio que recibirnos. Porque la guerrilla tiene unas normas de reclutamiento que en ciertos casos excepcionales como el mío toca trasgredir.

También quiero invitar a los trabajadores, campesinos, estudiantes, mineros, indígenas, intelectuales y a todo el pueblo en general, a que dejemos las diferencias a un lado y a que marquemos una ruta. Unidos para enfrentar a nuestro enemigo, que es el enemigo de todos, el imperialismo, el capitalismo, al que solo de ese modo podemos derrotar. Porque esta lucha no es una lucha de las FARC, sino una lucha de todos los que pertenecemos a la clase de los explotados.

Cada vez que hay un bombardeo, o muere un líder de una comunidad, o un niño, o cualquier ser humano, yo me pregunto: ¿Hasta cuándo este pueblo seguirá soportando eso? ¿Cuántos muertos más habrá que poner para que el pueblo todo se levante sublevado ante los que lo oprimen y asesinan? Quisiera decirles que ya es hora. Ya hemos puesto muchos muertos.

Digan ustedes si es justo que mientras aquí unos están entregando sus vidas para cambiar este régimen criminal, ustedes permanezcan frente a la televisión, alienados e idos del mundo, de la realidad, embelesados con novelas y realities. ¿Algún día se han preguntado si eso es justo? La televisión, las películas y programas son diseñados por nuestros enemigos para mantenernos controlados. No les demos ese gusto, apaguemos la tele. Vamos a la calle a apoyar a aquellos que luchan por un cambio en este país. No quiero decir con esto que la única forma de lucha sea empuñar un fusil en las filas de las FARC. No. Hay muchas otras maneras de luchar, desde los sindicatos, desde la escuela, desde el barrio o el partido, protestando, reclamando, exigiendo. No podemos es quedarnos con los brazos cruzados.

Preguntémonos ¿Por qué en los países vecinos la gente vive en otras condiciones y trabajan por construir una vida más digna? ¿No será porque los gobiernos de esos países son revolucionarios, representan de verdad al pueblo, son gente que han sufrido y luchado por los cambios? ¿Por qué si en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Bolivia, el mismo Brasil o Argentina están cambiando, en Colombia seguimos igual?

Es cierto que las FARC iniciamos unos diálogos. Pero eso no quiere decir que ya va a haber un cambio. No puede olvidarse que sólo los pueblos hacen los cambios. Cuando el presidente dice queremos la paz, al mismo tiempo está diciendo vamos a matar a la insurgencia. ¿Qué bueno puede esperarse de un señor como ese? Así y todo sueña con volver a ser presidente, qué vergüenza.

Debería darle vergüenza ver que él con bombas, aviones y hasta misiles no ha podido ni podrá acabar con miles de campesinos armados tan solo con un fusil para defenderse. Que la única manera de matarnos sea cuando estamos durmiendo, con aviones y bombas de hasta quinientos kilos. Porque por tierra está por ver a quien le va peor. A pesar de eso, nosotros tenemos a los soldados como hombres verdaderamente valientes. Aunque cuando obtienen victorias, lamentablemente son los generales los que ganan condecoraciones, cuando desde Bogotá no han hecho otra cosa que despachar órdenes. Por eso estoy segura de que algún día ellos van a hacer conciencia y van a oponerse a que nos sigamos matando entre nosotros mismos. No van a permitir que los sigan utilizando como carne de cañón.

Señor Santos, y todos los ricos de este país, ¿Por qué no mandan a sus hijos, o sus familias, a que peleen en la línea de combate? Para que sepan lo que es perder a un ser querido, para que prueben el sinsabor de la guerra. Y dejen de estar aprovechando de las necesidades de los colombianos. ¡Defiéndanse ustedes, no pongan a otros a que los defiendan! Pero tengo fe en que esto no va a durar mucho.

En nombre de todos los mártires como Alfonso Cano, Raúl Reyes, Iván Ríos, Jorge Briceño, Danilo García, Yuribí, Francy, Betty, Yuli, Dairon, Jawin, Farley, y todos los guerreros y guerreras que han caído en el fragor de la lucha, invitamos al pueblo colombiano a ponerse de pie y luchar unido. Porque la unión hace la fuerza, unidos venceremos. Pongamos fin a tanta muerte, no permitamos ni una sola más. Elevemos un grito todos: ¡Basta ya! Y si es preciso, vamos a hacer una revolución.

Montañas del Catatumbo, octubre de 2012.

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