La culpa es de las vacas que enloquecen, de las aves con gripe, de los cambios del clima. La culpa la tiene la caída de la bolsa, el precio del petróleo, la crisis del ladrillo. La culpa es de los celos y de las carreteras. La culpa siempre es del enemigo. Para el resto de […]
La culpa es de las vacas que enloquecen, de las aves con gripe, de los cambios del clima. La culpa la tiene la caída de la bolsa, el precio del petróleo, la crisis del ladrillo. La culpa es de los celos y de las carreteras. La culpa siempre es del enemigo.
Para el resto de desgracias y tragedias queda el pretexto del destino, el infortunio del error, la imponderable idiosincrasia, la incompatibilidad de caracteres y, últimamente, la crisis financiera.
En un titular de prensa que en su sola lectura ya anticipaba al lector el compendio de la crónica y las intenciones del escribano, decía el periódico El Mundo en su edición del 28 de octubre: «Las consecuencias de la crisis financiera. Martinsa comunica a 11.000 familias que no sabe cuándo hará sus pisos».
El antetítulo exponía un hecho que el titular ya diagnosticaba. Y lo hacía antes que nada, con una concluyente sentencia que no dejaba resquicio a la menor duda. Cualquier culpa que pudiera haber en semejante estafa, en la que once mil familias han entregado su dinero a una inmobiliaria a cambio de una casa y hoy no tienen ni casa ni dinero, debe achacarse a la crisis financiera.
En un formidable rasgo del mejor humor negro, ya en las interioridades de la crónica, la empresa propone a los estafados que en vez de seguir entregándole los plazos de las viviendas, guarden el dinero en el banco para cuando se «inicien las obras».
Ignoro si Garzón se hará cargo del caso desde que termine de enjuiciar el franquismo, si el G/8 o el G/20 tratarán el problema en sus próximas cumbres o si el mercado internacional acudirá en ayuda de alguien que no sea la inmobiliaria pero, de momento, esas once mil familias no me parece que se sientan felices ni conformes con las ventajas de un estado de derecho que todo lo que les permite es demandar ante la justicia a la «crisis», mientras recurre al dinero de todos para que los quebrados estafadores puedan seguir operando.