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Comentario a un artículo de Daniel Iraberri Pérez, Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero

La cultura como política

Fuentes: Rebelión

El artículo conjunto de Daniel Iraberri Pérez, Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero (Hecho y derecho, ciudadanía y revolución)  hace una atinada defensa de la tradición republicana. Esto es del acervo cultural, conceptual e institucional, del republicanismo clásico, moderno e ilustrado, nacido en el Mediterráneo de la Antigüedad y desarrollado por la tradición iusnaturalista, […]

El artículo conjunto de Daniel Iraberri Pérez, Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero (Hecho y derecho, ciudadanía y revolución)  hace una atinada defensa de la tradición republicana. Esto es del acervo cultural, conceptual e institucional, del republicanismo clásico, moderno e ilustrado, nacido en el Mediterráneo de la Antigüedad y desarrollado por la tradición iusnaturalista, posteriormente: el legado de valores axiológicos y medios formales, todos normativos, que por imperativo de razón deben ser el fin de una sociedad libre y democrática o sociedad de ciudadanos, sociedad civil.

Entre los mencionados se incluyen el Estado de derecho, Sociedad civil o Estado civil, república. La Ley como consecuencia de la voluntad mayoritaria. Libertad como no dominación o no sometimiento al arbitrio ajeno -allieni iuri-, para expresarlo con Luis de León. Rechazo de las especulaciones sobre el hombre nuevo y la moral nueva en tanto que moral y hombre a estatuir en lo futuro mediante el uso de los poderes nuevos establecidos, usados como medio para obtener, posteriormente, ese fin -es un matiz a tener en cuenta, al menos en lo que a mí respecta, como podrá ver el lector- . Estatuir un orden legal universal. Que la ley legisle y ejerza su imperio sobre la economía, y que la ley pueda ser removida a partir de la propia legalidad. Propiedad para todos de forma que nadie sea dominado por nadie. Es el proyecto . Estado republicano. Es La Ilustración y es el legado ático.

Pero es un contrafáctico, un proyecto de carácter eminentemente normativo, que tiene la vocación de dejar de serlo. Y escribo esto aceptando que Venezuela es ya un estado republicano; también que es una excepción a consolidar, dados los ataques que recibe. En Europa es un contrafáctico. Es un imperativo moral racional. No una realidad, sino una meta

El proyecto resumido con gran inteligencia analítica en el texto es, pues un proyecto que resume toda la sabiduría de lo mejor de nuestra civilización, y es a la vez un desideratum por el que vale la pena luchar. Hasta aquí, el bagaje intelectual normativo no cumplido

La realidad resumida por el propio artículo es:

Que los explotados son sometidos por el capitalismo. Que los parlamentos y las leyes no se hacen sino a su favor. Violencia etc. Las leyes no se pueden cambiar. No estamos en repúblicas, o estados civiles, no somos ciudadanos, no somos libres. No existe derecho, no existe justicia. En resumidas cuentas, no existe la ley si consideramos el conjunto legal desde el punto de vista normativo aportado por esta tradición y no desde el kelseniano, neopositivista, para el que, desde un punto de vista analítico, ley es toda legalidad vigente -un error de Kelsen es rechazar y atacar los viejos proyectos normativos republicanos, a toda la tradición iusnaturalista, a la que critica despectivamente, precisamente por poseer criterio normativo; es lástima, porque resulta muy aguda la otra parte analítica (analítica) según la cual la ley, la unidad legal, es el estado. O sea que estado es otro nombre de la ley- Esto es lo que dice el historiador

A partir del resumen de las ideas matriciales de la tradición política republicana, los autores del artículo hacen una acertada crítica de una peligrosa debilidad del marxismo mayoritario: es mala cosa la desesperación que llevaría a decir que se debe negar la posibilidad de la libertad, de la ley, de la justicia, del estado de derecho. Que lleva a considerar que toda ley es burguesa y todo estado moyen de duperie. Que los principios son trampas tendidas a los explotados. Este final de su texto debe ser muy tenido en cuenta

Si se puede aceptar como válido el resumen que he hecho de este artículo de debate entre posiciones kantianas y hegelianas, ahora trato de referirme a un nuevo aspecto que, creo, no choca con la tradición teórica defendida por los articulistas.

Ahora se trata de pensar cómo se puede organizar una praxis que nos saque del marasmo explicado por la historiografía y nos lleve a ese otro mundo, esto es a lograr instaurar un verdadero estado republicano de derecho. Cómo se puede desarrollar un pensar que sirva a la construcción de la causa eficiente capaz de instaurar el reino de la razón, el Reino de la Libertad, la sociedad republicana de los ciudadanos libres. Un pensar que reflexione, en concreto -pero no se puede confundir con técnicas, con el refinamiento de un recetario técnico, que sería abundar en la sutileza normativa del bagaje contrafáctico – sobre cómo lograr que la gente tenga confianza en sí misma, y en los demás, cómo lograr que la gente, que es muy sensata y sabe de las persecuciones, que es muy realista y por eso es pesimista, confíe en el modelo propuesto como modelo regulativo, como idea reguladora kantianamente; esto es, confíe en que le es posible organizar un orden nuevo -Ordine Nuovo- y se proponga instaurarlo. Cómo ir creando la fuerza subjetiva de la razón práctica; la concreta, históricamente concreta, cultura demorepublicana nueva a partir de los precipicios actuales enfrentados. Cómo generar una praxis política. Y el reflexionar sobre el hacer: la praxeología…

En el límite se abre el debate sobre si la democracia, si la civilización es «solo» un régimen político bien ordenado en el que la ley obedezca a los ciudadanos y sea universal en la defensa de la libertad de cada cual o, si la democracia es una CULTURA material de vida. Si es una forma de vivir, esto es , un ETHOS, una forma de ordenar la vida cotidiana de forma republicana, esto es haciendo que los ciudadanos se preocupen, participen, deliberen ejerzan como ciudadanos y como soberano, y apliquen la ley, controlen sus necesidades, instauren la fylia… sean virtuosos -esto es, sencillamente, autoelectores de sí mismos como sujetos libres e iguales, para atenernos a Robespierre- no solo con sus seres queridos, con quienes sí lo son, sino que tengan la confianza en que eso es posible y se pongan a construirlo, a crear la cultura civil nueva que aboque en la nueva republica: PRAXEOLOGÍA. No estoy defendiendo el hombre nuevo, ni el hombre perfecto. Sino el tratar de vivir desde ahora mismo los valores republicanos como medio -no es un medio instrumental, desde luego- para crear la nueva cultura material de vida res publicana. Espero que el lector me haga mucho favor, ponga esfuerzo imaginativo de su parte y lo interprete así

En consecuencia, no se trata solo de diferenciar entre cuestión técnica o debate técnico y debate teórico. Falta la pata de la reflexión que empuja a la praxis, esto es, a la construcción de la causa eficiente que tiene como causa final la república. Del nuevo sujeto civil en conato, cuyo fin es instaurar la societas civilis La PRAXIS civilizatoria. Las ideas que la empujen, la construyan, la organicen, la reflexión sobre la praxis -la filosofía de la praxis, la praxeología-.Creo que es el tesoro de experiencia que me ha dado la práctica política. Una huelga se gana sobre confianza en personas. El peor enemigo de la huelga, de la política en general, la inmoralidad más devastadora es la que crea la desconfianza en nosotros mismos… Lo peor de los políticos en activo es que nos destruyen, con sus técnicas, con su cultura política, con su forma de comportarse a nuestra espaldas, al utilizarnos, nuestra confianza en nosotros mismos y en la realizabilidad de nuestras ideas: se venden, se pelean entre ellos…por eso deben ser eliminados de nuestro futuro, ellos y sus cultura del hacer. El comportamiento ocultador determina la pasividad y el no saber políticos de la gente que reproduce el no sapere aude mayoritario y les garantiza a los profesionales de la política su «indispensabilidad». Su falta de respeto a los compromisos asumidos ante nosotros, sus corrupciones, favorecen el descrédito de la política: «todos son iguales» -¿acaso no lo son?, ¿tres eran tres las candidaturas que las ínclitas masas ubérrimas habíamos pedido?-. La inmoralidad, la astucia, la deslealtad, la mentira -la traición- el latrocinio, con los propios, de «nuestros» políticos destruye lo que no puede doblegar ni aniquilar la represión y la cárcel. Recuerdo una vez un mitin en Barcelona, con Carrillo, y a mi lado un viejo militante anónimo, ya mayor -como yo ahora- con quien me senté por azar -era del Baix LLobregat-. «¿para esto he pasado lo que he pasado?¿para que me engañen?»:este recuerdo es una lección viva en la memoria, una quemada imborrable: la gente arriesga su capacidad de creer, de confiar. En su pozo terrible de vida, la «sombra de dos mil años» acepta una vez la «invitación al aire» a pesar de las horas de trabajo, de la precariedad de vida, del sometimiento obligado a la carencia de recursos intelectuales… si se les engaña, si se les hace sentir que se les ha tomado el pelo, que los que son «los nuestros» se han burlado y prevalido de ellos para sus fines, si se aniquila el sacrificio hecho por ellos y ven que todo lo mejor de sí mismos, su fe en otro futuro, su amor a la humanidad, su ansia de justicia e igualdad, sus horas y horas empleadas de balde en la lucha por el bien común…ha sido, no vanos -el militante no espera el beneficio personal, ya tiene el beneficio de ser miembro de un movimiento comunidad moral real- sino conscientemente utilizados por «los suyos» para hacer lo que no estaba acordado, para velar por los mezquinos propios intereses personales y por el provecho propio del político, el individuo anónimo comprometido en la lucha alcanza el mayor grado de percepción de desprecio, y se autodesprecia; es la desesperación sin alharacas : tenían razón, él ha sido el imbécil idealista, el infeliz visionario, el iluso refitolero que se mete donde no debe, en vez de velar por sus intereses como hace la gente sensata. «No me volverá a pasar jamás en la vida».Tenían razón los egoístas, los insolidarios. Carrillo -aquella dirección política , aquella política, esto es, aquella cultura política basada en la teoría positivista de elites, según la cual la dirección, unos pocos, sí saben lo que hay que hacer y que todo se cifra en acertar en las directrices políticas adoptadas- destruyó el movimiento al destruir la confianza moral del mismo; no solo destruyó el partido. Destruyó años de esfuerzo por crear confianza, moralidad. Nos aniquiló como fuerza social emergente…

…pero, llegados aquí estamos ya, no en una debate sobre política en el sentido anodino, actual, de la palabra, ni sobre proyecto civil de futuro, ni en una reflexión sobre técnicas -plausibles e igualmente contrafácticas- de democracia, sino en una enumeración de criterios de ethos, al estilo, por ejemplo, de la Magna Moral de Aristóteles (por citar la más enumerativa y detallista de sus morales en la que se prescriben y tabulan multitud de valores). Más allá y más acá del incumplimiento de tales o cuales objetivos políticos definidos por las plataformas unitarias de lucha o de los documentos congresuales de partido, el valor, cuya corrosión mediante pactos y acuerdos, hundió el sujeto social emergente, era la «confianza», la fe en el propio proyecto social emergente (esto es, algo semejante a prudentia, fortaleza, fylia, y demás valores definidos en las viejas morales).Valores. Principios orientadores de la praxis, sin los que la praxis no es concebible, ideas para ser vividas. Una cultura.

Retornemos al presente político. Sin una nueva cultura res publicana de sobriedad de consumo -imprescindible para salvar a la humanidad de la catástrofe-, sin una cultura nueva de respeto por el bien común, de admiración por el esfuerzo y por el esfuerzo intelectual, de admiración por el compartir y por el compartir público, por el ser ya libres y tratar de serlo aún más (Plutarco, Rousseau Robespierre, contra el lujo, a favor de la actividad política como forma de llenar el tiempo de vida que sea alternativa a la del consumo inviable…) ¿podremos crear, tener creado un sujeto colectivo capaz de imponer la civilidad, la libertad republicana, la ley?¿Se puede considerar que defiendo con esto al «hombre nuevo»? Creo que no en el sentido de que esta cultura no existente hoy día no es un fin a crear tras la constitución del nuevo orden, un fin que, en consecuencia, puede imponer una élite de forma despótica, sino que, precisamente por ser una cultura, es algo tan vasto, tan capilar, tan unido al vivir cotidiano de la gente que solo puede ser creado democráticamente entre todos. Creo también que sin esa cultura no se puede alcanzar la república; que la cultura es la causa eficiente, la mediación indispensable para la constitución de los muchos pobres en ciudadanía, para la articulación de los explotados en sujeto social: para la conquista de la democracia. Sin republicanos no hay república; sin cultura republicana que responda a los retos tremendos de nuestros días, no a los de la época de Catón, Plutarco o Kant, no habrá república- Si denominamos sensatamente «reino de naturaleza» este actual cosmos sin orden -valga el oxímoron- capitalista, ¿podremos alcanzar un orden nuevo, un orden ordenado -valga la tautología- sin antes construir, constituirnos en el «sujeto – movimiento» que lo construya o lo establezca? Ese sujeto se constituye o crea en términos de cultura. Una vez constituido en un grado u otro – el proletariado de 1848, p.e.- lo leemos en términos de organización, pero lo que organiza y moviliza son las ideas que orientan el hacer, la praxis.

Vuelvo a recordar que nuestra traditio ha defendido siempre el ethos, la normatividad para el vivir según principios. Principios difícilmente atacables como «organicistas» o «comunitaristas»: la democracia ateniense imponía la libertad de vida y la lucha normativa, esforzada, por defender la libertad de vida. Para ese libre vivir -vivere libero- proponía y elogiaba los principios, el «ethos» , las características o mores -el «habitus» si se quiere con palabra más moderna y de Bourdieu, que le parece bien a E. P. Thompson, el historiador de la «economía moral de la multitud» y, también, de la construcción de la clase obrera en Inglaterra a partir de tradiciones culturales, entre ellas el jacobinismo o «painismo» ,- que lo preservaban, que orientaban en su hacer y su valorar a las gentes en la defensa de la libertad: valor ciudadano -fortaleza-, inteligencia política -prudentia/frónesis-, justicia -principios de justicia-, sobriedad o tomar menos de lo que la ley nos permite -templanza-…Esta normatividad praxeológica es, no se puede ocultar, la «virtud». Pero es una virtud «ethologica», cultural, de normas internas a la praxis y para la praxis sin la cual no existirá el sujeto colectivo, y sin la cual el sujeto individual sigue en «estado de naturaleza», sigue sin ser conativamente ciudadano. Sin la cual no hay condiciones de república.

Creo que el hegelianismo precisamente llenaba este hueco. Y no es, desde luego, una propuesta de «realizar», esto es, de «dar realidad a lo racional» del proyecto republicano clásico a base de dotarlo de especificación técnica detallada sobre métodos para desarrollar la democracia. Ese darle entidad a la cosa sin salir de la propia especulación intelectual, es decir, de la propia mente, a base de actividad imaginativa simplemente representativa, es lo propio de Fichte, no de Hegel, y así lo podrá corroborar el lector si se asoma las páginas de Nicolai Hartmann, –La Filosofía del idealismo alemán, que me permito citar aquí para autorizar esta interpretación mía convocando como testimonio de parte a alguien más solvente que yo sobre estos asuntos-. La crítica que, en este sentido, los articulistas hacen a quien les ha criticado está totalmente puesta en razón. Eso sigue siendo normativo. Lo que se requiere es un pensamiento inherentemente abocado a la actividad cultural -a no confundir con el activismo politicista habitual-, que parte de la subjetividad de los individuos, y apela a su experiencia de vida, y les recuerda que el mundo en el que viven no es natural, sino fruto de la objetivación de la praxis humana, y que pueden/podemos en consecuencia cambiarlo. Que podemos hacerlo, negando la positividad objetiva o civilización objetiva en la que vivimos, creando una nueva positividad, un nuevo orden al cual se accede mediante la «reforma intelectual y moral» -moral de mores- desarrollada por el sujeto, que construye , en la medida en que se da, la nueva cultura material de vida, cultura que es la que constituye al sujeto en sujeto y le permite llegar a constituirse en sociedad civil republicana -¿algo que ver con el hombre nuevo de mármol, estajanovista, creado por una elite positivista, impuesto desde la dirección política, ya sea el secretario general o el secretariado de la 4ª?-. Estamos ante el cumplimiento de las Tesis sobre Feuerbach, de Marx: el educador ha de ser educado. Estamos ante una política muy singular .Que solo puede desarrollarse por la deliberación de los muchos. Que no puede desempeñarse según racionalidades estratégicas o instrumentales, que trata de construir un sujeto inmensamente mayoritario mediante deliberación pública y praxis, que objetive así nuevas formas de vida, de hacer que aúnen a la mayoría social -dejando al enemigo desamparado dado que la sociedad da suma 0-

Precisamente esta consciencia hegeliana de que el mundo tal cual está objetivado, esto es, tal cual lo hacemos y reproducimos nosotros diariamente en nuestros actos, nosotros mismos, los más, los subalternos, al actuar -hegemonía-, en tanto actuamos conforme al ethos cultural hegemónico, y la parénesis a tomar conciencia de ello y la amonestatio a que lo cambiemos, nos la transmite Gramsci reelaborando la vieja máxima de la sapiencia republicana de Delfos, en el venero de Hegel: «El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de aquello que realmente es, a saber, un «conócete a ti mismo» como producto del proceso histórico desarrollado hasta hoy, que ha dejado en ti infinidad de huellas recibidas sin beneficio de inventario»[Introducción al estudio de la filosofía, p. 41].Como vemos la máxima deja de referirse ahora sólo al necesario conocimiento de uno mismo como portador de vicios o defectos -aunque sea tan solo el de desconocer las propias virtudes- que pueden dañar a la res publica si no somos dueños de nosotros mismos y nos conocemos y controlamos haciendo que el ethos de la polis se cumpla en nosotros. Se trata de que veamos qué ethos , qué cultura, fruto de una positividad dada, histórica, nos constituye y nos liberemos de ella.

Crear una gran cultura, nueva, republicana, inspirada en el legado, es la condición de la existencia de sujetos individuales republicanos y de una sociedad civil o republicana. Pero creo que Gramsci lo explica mucho mejor. Para ello basta conectar con los microfundamentos, esto es, con la experiencia de vida de la gente y con los valores íntimamente vividos en privado, por la gente, y que se manifiesta en la acción de la gente, aunque solo sea con los suyos, la bondad, la generosidad, la solidaridad. Y construir desde ahí, desde la experiencia de explotación y de no ser nada, desde los valores compartidos, y vividos, esto es desde el «pensamiento vivido», una nueva cultura, una nueva forma de vivir y por tanto de pensar, radicalizando así a Gramsci..Forma nueva de vida, cultura nueva que ahora, previamente nadie conocemos ni practicamos.

La cultura como política, no solamente la política como cultura; si bien para que la política sea parte de nuestra cultura, la cultura, la creación de una forma de vida republicano democrática ha de ser la condición previa. Sí podemos decir -pero es una abstracta generalidad, un nuevo condicional contrafáctico- que si queremos crear una alternativa a la cultura de masas existente, una cultura de vida que no nos aboque al cataclismo de la destrucción de los equilibrios ecosistémicos que permiten la vida humana en el planeta, la aniquilación por despilfarro de los recursos materiales necesarios y la sobrepoblación, esa nueva cultura, que debe pasar por la sobriedad, por el combate contra el «lujo» -según la traditio-, debe ser capaz de llenar la vida de la gente de forma alternativa, y la praxis política puede ser uno de los mejores recursos -el recurso por excelencia, si se es res publicano-.