· El auge de la producción de telas y vestuario ocurrió hace casi medio siglo en Chile. En la actualidad quedan rémoras dramáticas de una actividad que no sólo vistió a todo el país, sino que sufre su destrucción vertical ante las importaciones asiáticas, la competencia desleal, y un proyecto país que privilegia los índices […]
· El auge de la producción de telas y vestuario ocurrió hace casi medio siglo en Chile. En la actualidad quedan rémoras dramáticas de una actividad que no sólo vistió a todo el país, sino que sufre su destrucción vertical ante las importaciones asiáticas, la competencia desleal, y un proyecto país que privilegia los índices macroeconómicos por sobre el empleo, la equidad y el desarrollo estratégico de la nación.
El primer semestre de 2010, según la Cámara de Comercio de Santiago, de cada cien pares de zapatos que se importaron en el país, 85 llegaron de Asia. Un 72% de la República China, con US$ 173 millones; luego de Vietnam, con el 9% y US$ 20,5 millones; Brasil, con el 6%, y US$ 15 millones, e Indonesia con US$ 10 millones.
En el mismo período, las internaciones de zapatos alcanzaron los US$ 238,9 millones, representando un crecimiento de 23,5% respecto de igual tramo de 2009.
En general, el 30% de las importaciones de consumo proviene de China, las que representan el 15% de las importaciones totales de Chile.
Sin embargo, en las grandes tiendas y supermercados de venta al detalle, entre un 80 y un 90 % de las mercancías son importadas, y el 70 % tienen origen chino.
EL CASO DE BELLAVISTA-TOMÉ
En 1965, la producción textil representó un 17,9 % de la actividad industrial total y el sector de vestuario llegó a satisfacer el 97 % de las necesidades nacionales.
Uno de los territorios más castigados por las políticas neoliberales y de aperturismo extremos impuestas durante la dictadura y luego consolidadas por los gobiernos civiles fue el textil y de vestuario, cuya debacle se profundizó en los 90. Mientras en 1996 empleaba a 152.600 trabajadores, hoy la cifra alcanza a poco más de 100.000, según el Instituto Nacional de Estadísticas, cuando en el país hay casi 7 millones y medio de asalariados.
Un hito crítico lo constituyó el cierre de Bellavista Oveja Tomé -la textil más antigua del país y primera lanera latinoamericana-, a fines de 2007. Había sido inaugurada en 1868 como «Fábrica de Paños Bellavista-Tomé».
La expansión de la industria textil chilena en su época dorada se explica a partir de la implementación de incentivos tributarios y de crédito, medidas de protección y crecimiento del mercado interno. Pero eso es historia.
LAS TRABAJADORAS
Patricia Coñomán es presidenta de la Confederación de Trabajadores Textiles, única organización de la industria. Patricia es dirigenta del área desde 1984. Hoy la Contextil agrupa a 15 sindicatos en la Región Metropolitana, uno en Arica y otro en Concepción, en total 2.800 trabajadores de los cuales el 75 % son mujeres. La Confederación se fundó en 1986 con obreros textiles y de confecciones, pieles y ramas similares. Al poco andar las pieles y las actividades conexas se terminaron. Se amplió entonces a los trabajadores del vestuario en general, tintorería, y al cuero y calzado.
La empresa más grande de confección hoy es Uauy y CÍA Limitada, que fabrica ropa para las fuerzas armadas. Pero la producción se realiza por parte, en talleres externos donde reina la informalidad, no existen contratos ni seguridad social.
-¿Cuándo se originó la bancarrota?
«Su gran decadencia comienza en la crisis de comienzos de los 80. Además, la textil chilena era demasiado atrasada y artesanal. Con su tecnificación parcial, mucha gente fue despedida. Y la textil fue una de las primeras industrias donde se probó la maquila en Chile. Ya entonces yo que trabajaba en Camisería Casar, denunciaba que nosotras sólo le poníamos etiquetas de la empresa a camisas venidas de Taiwán.»
-¿Cómo funcionan las empresas sobrevivientes?
«Existe la empresa mandante, con estándares altos de producción. Y, dependientes de ella, las empresas subcontratistas que hacen trabajos por pieza y que se distribuyen físicamente en las poblaciones de la ciudad. Entre sí, los trabajadores no se conocen, es una especie de industria clandestina. Los empresarios abaratan costos no pagando luz, agua, dividendos, todo lo externalizan. Se trabaja en casas particulares, y lo hacen niños y abuelos. Este es el único sector que todavía se paga por pesos: $ 5 pesos (US$ 0,01), $ 10 (US$ 0,2) pesos, etc., por costura de prenda o pegue de cierre.»
-¿De qué manera opera el trabajo domiciliario?
«Como se trabaja a trato, la obrera no parte del sueldo mínimo, llega al sueldo mínimo. Y hablo de los sindicalizados que son los menos. La mayoría sólo gana el valor de la prenda. Y el trabajo a domicilio no tiene horario, la patronal se ahorra las negociaciones y la plata de los servicios básicos. Y además se ahorran la indemnización por años de servicio, vendiéndoles máquinas a las trabajadoras. Luego ellas son la mano de obra que trabaja a domicilio. El lenguaje dominante las llama «emprendedoras» o «microempresarias».»
-¿Microempresarias?
«Los trabajadores textiles son pobres. Yo mido la miseria de la fuerza laboral del sector por sus enormes niveles de endeudamiento.»
-¿Cuáles son las enfermedades propias del trabajador textil?
«La bisinosis (dolencia pulmonar), que es prima-hermana de la silicosis de los mineros, porque aquí se respira el polvillo de la tela. Enfermedades lumbares, de la columna, del cuello, por las posturas. Y mucha artritis y tendinitis. Hay gente que tiene las manos dadas vuelta según las posiciones de trabajo que realizan. Y todas son cortas de vista.»
EL ZAPATO CHINO
-Las importaciones asiáticas y especialmente chinas, han arrasado…
«En el Mall Chino (San Diego con Alonso Ovalle, Santiago) uno puede ver el impacto de las importaciones. Venden tres pares de zapatos por $ 10 mil pesos (US$ 20). No hay competencia posible.»
-¿Cuánto vale una camisa nacional respecto de una asiática?
«Una camisa de calidad en Chile cuesta $ 1.200 pesos fabricarla (US$ 2,4). Importada sale $ 500 pesos (US$ 1).»
-¿Qué pasa con los zapatos?
«Del calzado, en Santiago están quedando dos empresas: Calzarte y Guante. Y Guante hasta la mitad, porque también vende zapato importado. Los fabricantes chilenos, los únicos que van quedando, son los de calle Victoria (barrio Avenida Matta), que de vez en cuando hacen ferias artesanales para poder vender sus productos.»
-¿Qué situación marcó duramente a la industria?
«Lo más terrible fue cuando cerró Machasa y dejó en la calle a 1.500 trabajadores. Ahí se producía todo tipo de telas. Y ahora la ex Machasa Chiguayante, que se llama Tavex, se va a cerrar en diciembre de este año. Serán despedidos 600 obreros. Chiguayante va a terminar como Lota. Porque la textil para Chiguayante es lo que para Lota la minería del carbón: su motor económico.»
-¿Y Bellavista-Tomé?
«Con el cierre de Bellavista Tomé ocurrió lo mismo. Cuando llegaron los despidos nosotros hablamos con las autoridades para tratar de calificar a la gente para reinsertarlos laboralmente. En realidad, se hicieron algunos cursos, se les pagó un poco por un tiempo, pero sólo con el fin de cautelar la paz social y los trabajadores cesantes no se movilizaran. Fueron dulces para que los viejos no se levantaran.»
-¿Y qué hace la gente, entonces?
«A los 40 años a nuestros trabajadores el mercado los considera ancianos. Con esas reconversiones, a lo más ganan una pensión de hambre y una enorme depresión. La gente se queda en su casa haciendo cualquier cosa.»
PATRONATO
-¿Cómo resultan las negociaciones de la textil?
«Los sindicatos del sector lo único que negocian es el IPC. Y cuando es negativo, el empresario se lo descuenta al obrero retroactivamente. Nosotros les decimos a los dirigentes que negocien la tarifa prenda por prenda.»
-Patronato es famoso por la venta de ropa…
«En Patronato tratamos de organizar a las mujeres. Allí trabajan 15 mil. Hicimos un comedor un tiempo, porque las mujeres almorzaban en las veredas de las calles, pero debimos abandonarlo por falta de recursos. Las mujeres trabajan en los subterráneos del comercio establecido que vende a la clientela. A Patronato se va toda la gente que despiden de las empresas de la confección, de 50 años para arriba, eso sí, porque ya no pueden quedar embarazadas. Y la rotación laboral es extraordinaria, por la competencia de los tarifados. Y allí no hay sindicatos ni organización.»
LOS DÍAS CONTADOS
-¿Cuál es el panorama actual?
«En la industria ya no hay oportunidades. Tiene sus días contados. Sobre todo la empresa que cuenta con más de 50 o 60 trabajadores. Los textiles a domicilio no van a desaparecer, porque es un buen negocio para los empresarios. Las mujeres se van a convertir en «cortadoras de» a domicilio. Esa es la flexibilidad laboral del gobierno, porque además ¿cómo van a cubrir la tremenda cesantía?»
-¿Cuántas textiles han cerrado sólo durante el 2010?
«Tintorería Irma, donde trabajaban 60 personas; Jacobo Levi, con 50 personas; Biobío con 150 personas; y en diciembre los 600 de ex Machasa.»
-¿Ves alguna salida?
«Chile no tiene políticas de defensa de lo nacional. En todos los países modernos hay franquicias para las importaciones, menos aquí. Debe haber una estrategia de protección de la industria nuestra. Y debería existir una línea de créditos blandos para la pequeña y mediana empresa, porque es la única manera de conservar los puestos de trabajo que van quedando.»
CÓMO EMPEZÓ EL FINAL
Cristian Paiva es economista de la Fundación Instituto de Estudio Laborales (www.monitoreolaboral.cl) y afirma con seguridad demoledora que «En Chile la industria textil se acabo a fines de la década del 90. Ya no existe. Los Tratados de Libre Comercio obligaron a competir a la textil con importaciones de cero arancel. Lo que queda son pequeñas empresas cuya producción está dirigida a cuestiones muy simples, como cortinas. No tiene nada que ver con la confección de vestuario o productos terminados.»
Paiva asegura que «La crisis del 80 le dio el golpe funesto a la textil y luego la globalización, el final», y remata que «Aquí lo dramático es que se eliminó un sector productivo. No hubo reconversión ni nada que se le parezca.»
Por su parte, Claudio Lara, economista y académico, aclara que «El régimen militar inició un proceso de apertura económica a mediados de los 70. El objetivo era, en el caso de las textiles, que se «sinceraran» las industrias y que sólo quedarán las empresas competitivas en el mercado. En el mismo período ocurre un boom importador. Ambos elementos atentaron con fuerza contra el sector. Posteriormente vino la crisis de los 80 o crisis de la deuda externa que golpeó con mayor violencia a las empresas de la tela y el vestuario por los niveles de endeudamiento que tenían. Y, al mismo tiempo, comienza el auge de la importación asiática hacia los mercados mundiales. Ello daña especialmente a las economías muy abiertas, como la chilena.»
Lara explica que desde entonces no sólo se destruye industria textil nativa, sino que se desplaza la producción interna y secciones de ella se convierten en comercializadoras de productos venidos de oriente. Lo último acarrea la descualificación y disminución de la fuerza de trabajo en el país. «Los productores se convierten en vendedores», dice el economista.
-¿Y qué impacto tienen las firmas de los Tratados de Libre Comercio firmados por Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos?
«Los Tratados de Libre Comercio de los 90 no hacen más que acelerar la descomposición de la industria textil. Además en esa década se vive el proceso de alta concentración del retail o de la gran venta al detalle a través de Falabella, Paris, La Polar. El mercado se concentra en pocos y esos pocos determinan la demanda de productos de vestuario, focalizada principalmente en China. El retail se convierte en amplificador del ingreso de mercancías chinas. De esta manera, se relega no sólo a la pequeña industria textil chilena, sino también a la coreana e hindú que ya existía en el país.»
-Ahora mismo en Chile se está observando un fortalecimiento del precio del peso…
«La apreciación actual del peso debido al debilitamiento internacional del dólar, implica el abaratamiento de los productos que Chile importa de Asia. Esto significa que el precio de las mercancías importadas favorece al consumidor; descalabra mortalmente a la industria textil; e, incluso más allá del dólar, los productos llegan al país aprovechando una competencia desleal basada en los mínimos impuestos que pagan para entrar. Al respecto, los gobiernos de la Concertación siempre hicieron vista gorda, subordinándose a la lógica de mantener baja la inflación.»
Lara señala que cuando se despide a un trabajador textil, se elimina a un trabajador que tiene ciertos niveles de cualificación técnica, y se le convierte en un asalariado de bodega, en un vendedor. Ello contraviene todo el discurso oficial que habla de ofrecer más valor al capital humano. Y, asimismo, luego de despedido el trabajador de una textil, es muy difícil que consiga un nuevo empleo que aproveche sus habilidades técnicas. «Entonces pasa que una persona sobrecalificada, que incluso estudió en un centro de capacitación técnica, debe desempeñarse en la práctica en tareas muy simples. Esto es gravísimo», concluye el especialista.
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