El descrédito internacional del presidente Alvaro Uribe sube de tono. Y no es que las encuestas, tan afectas a él, lo señalen; lo dicen, por ejemplo, las manifestaciones, como la de Washington («Uribe, paraco, el pueblo está verraco», gritaban), los demócratas gringos, las organizaciones defensoras de derechos humanos, en fin.Su decadencia política, aunque aquí, en […]
El descrédito internacional del presidente Alvaro Uribe sube de tono. Y no es que las encuestas, tan afectas a él, lo señalen; lo dicen, por ejemplo, las manifestaciones, como la de Washington («Uribe, paraco, el pueblo está verraco», gritaban), los demócratas gringos, las organizaciones defensoras de derechos humanos, en fin.
Su decadencia política, aunque aquí, en Colombia, digan unas inverosímiles encuestas que aumenta su popularidad, está dada por diversos factores. Uno de ellos, por ejemplo, tiene que ver con su manera de comportarse como un verdulero (con perdón de este imprescindible oficio) frente a los debates de la oposición o ante quienes lo cuestionan.
Ese lenguaje de mayordomo, que no de estadista, lo tiene más enredado que la misma parapolítica. O parauribismo, como lo bautizó un senador de izquierda. Es un lenguaje que, en un país tradicionalmente violento, llama no a la concordia sino a la zaranda. A Petro, que alborotó al uribismo con su debate sobre parapolítica en Antioquia, lo llamó mediocre guerrillero de cafetería. El presidente de haber sido guerrillero -según dice- hubiera sido de fusil. ¿Y de haber sido paramilitar?, quién sabe.
A los manifestantes de Washington, que también le gritaban «asesino», los increpó cual camionero. Dijo, palabras más o menos, que de haber estado más joven se hubiera liado a golpes con ellos. Salidas no de estadista, sino de picapleitos callejero. Esto sucedió en momentos previos a su entrevista con la representante a la Cámara por el partido Demócrata, la señora Pelosi.
Ajá. Pero la solicitada entrevista, una suerte de caída de hinojos, tan típica no solo en Uribe sino en sus predecesores presidenciales, es otro factor para su decadencia política. O por lo menos, para su vulgar evidencia como peón de la gringuería.
El presidente de un paisito llamado Colombia, un solar estadounidense en Suramérica, pidió cacao a la representante gringa, que además lo zarandeó diciéndole que arreglara los asuntos de la parapolítica. Y no es que los demócratas gringos sean, en rigor, demócratas. El negocio del Plan Colombia lo montaron ellos, con Clinton a la cabeza. Son políticos. Y políticos del imperio. Que no es lo mismo.
Antes de hincarse ante la funcionaria, como tantas veces lo ha hecho, por ejemplo, ante Bush, que no es su amigo sino su amo, la prensa colombiana, o, mejor dicho, alguna de la capital, decía que el presidente Uribe iba a los Estados Unidos a «limpiar» la mancha que dejaron las denuncias sobre la parapolítica.
Qué extraño. Aquí, en su tierrita, el mandatario poco o nada ha dicho sobre la parapolítica, sobre sus seguidores presos, unos; prófugos, otros, e investigados tantos más. Ni siquiera dice, por ejemplo, que sea la Corte la que dirima el asunto. No. Más bien, ante las denuncias de la oposición, señala que él, su régimen, le hace «inteligencia» a los opositores.
Y entonces sale para la metrópoli a doblegarse más. La Pelosi no lo absolvió. Al contrario, salió más apabullado de la reunión. Porque, además, el asunto de la parapolítica lo debe resolver el pueblo y la justicia colombianos. Las denuncias no son la «mancha». La mancha ha sido la turbia relación política-paramilitarismo, que, en efecto, ha puesto en aprietos al uribismo. O a parte de él.
El paramilitarismo, como todo el mundo lo sabe, ha sido un proyecto criminal. Ah, sí, económico y de contrarreforma agraria, en el cual no solo participaron los de fusil o motosierra en mano, sino dirigentes políticos. Ahora, cuando vuelven a salir a flote los horrores de los asesinatos perpetrados por los «paras» en el país, ¿seguirá habiendo justificadores de la aparición de esa horda de salvajes?
Volviendo al uribismo, no se crea que el denominado «efecto teflón» otra vez le está rindiendo frutos al presidente. Al contrario. Pese a la presunta popularidad de las encuestas, son varios los reveses sufridos. Perdió el debate en el Senado sobre las Convivir. Antes, a nueve de sus congresistas la Corte Suprema de Justicia les dictó medida de aseguramiento. Y esto sin contar los cargos que hay contra aquel «buen muchacho» que fuera el director del DAS.
Tal vez la estocada mayor la dio el desplante del ex vicepresidente gringo Al Gore. Después de eso, los despropósitos expresados por el mandatario colombiano en una rueda de prensa, sobre todo contra la oposición, lo dejaron peor parado. Fue en esa ocasión cuando se supo, tal vez sin que ese fuera el propósito original, de la labor de espionaje que el gobierno le hace a la izquierda democrática. Por algo parecido tuvo que renunciar Nixon. Claro que en esos tiempos, la prensa todavía era el «cuarto poder».
Bueno, por ahora, con los viajecitos presidenciales a los Estados Unidos, a fin de abrir aprobación al leonino TLC, se nota la mentalidad de colonizado del mandatario criollo. El arrodillamiento ya no solo es ante su «socio» Bush, sino ante los opositores de éste. Dónde le quedó el «patriotismo».