No era lo que queríamos. No lo que necesitábamos. Este último capítulo de los senadores en el Congreso auto- recetándose un aumento de sueldo para gastos operacionales caló hondo en la confianza de los ciudadanos. Ha sido una gota muy amarga en todo el mar de decepción de la democracia. Ya no se trata sólo de […]
No era lo que queríamos. No lo que necesitábamos. Este último capítulo de los senadores en el Congreso auto- recetándose un aumento de sueldo para gastos operacionales caló hondo en la confianza de los ciudadanos. Ha sido una gota muy amarga en todo el mar de decepción de la democracia. Ya no se trata sólo de que el sistema político sea incapaz de resolver los problemas más acuciantes del país, porque como sabemos, se encuentran en la base y la estructura del modelo económico de acumulación, sino que ahora podemos comprobar acerba -y aún más gravemente- que se trata de un tinglado muy bien urdido para preservar todo el andamiaje político, para obstaculizar la demanda ciudadana, para restringir los derechos del pueblo y usurpar su soberanía en nombre de la delegación de su representatividad.
Lamentablemente, en veinte años de ejercicio, hemos aprendido que todo esto es un engendro de la dictadura, una nidada tardía que la transición se encargó muy bien de empollar. Va quedando claro que las distintas opciones electorales son apenas alternativas variables de un mismo producto, cabezas visibles de un mismo partido, el partido de la organización y la doctrina neoliberal. Que las distintas bancadas, o las diferencias entre grupos parlamentarios de gobierno o de oposición, son un asunto puramente circunstancial, forman parte de la manida alternancia, de la escora natural que tiene la nave para bambolearse de izquierda a derecha y mantener la flotación, porque que las mínimas divergencias en lo táctico se compensan hábilmente con una férrea unidad en lo estratégico, y ahora también en las formas, poco se diferencian unas de otras.
En los años recién pasados, la ciudadanía llegó a pensar que la Concertación podría transformarse en una propuesta política distinta en la medida que su ala izquierda se hacía cargo del gobierno, pero eso nunca se tradujo en un proyecto político diferente, como se nos quiso hacer ver en aquellos años. En cambio, la Concertación desarrolló vanamente un reformismo sin reformas, una socialdemocracia sin Estado de Bienestar, involucionó hasta convertirse en una dictadura electa, impotente para terminar con el poder y las correrías de los grandes grupos económicos en todas las áreas de la sociedad e implementar en cambio un modelo de sociedad plural y participativa en la toma de decisiones, democrática en la oferta de servicios sociales públicos, universales y de calidad; finalmente degeneró en una forma de gobierno gris, hueca y carente de contenido. Jamás tuvo la entereza para confrontar a los grandes poderes, para transformar una situación que todos sabíamos anómala, y se sometió servilmente a esos intereses. Como el tahúr en la mesa de juego estuvo blufeando todo ese tiempo con una buena mano, sin tener jamás nada concreto para mostrar.
La pregunta más de fondo que legítimamente nos formulamos todos y que ellos mismos se han encargado de poner sobre la mesa, es si la democracia es realmente compatible con el capitalismo, al menos en una de sus versiones más abrumadora y desobligada; el modelo neoliberal. Porque según lo que nos cuentan, la Democracia sería inseparable del capitalismo, cuando para todo aquel de se tenga por culto, queda claro que no hay otro sistema más explotador de todo tipo de recursos, de las grandes mayorías por unas ínfimas minorías y que vaya sembrando miserias, crisis, destrucción y desgracias en cualquier parte del planeta. Nos hacen ver que la democracia capitalista es un verdadero ejemplo de régimen político, un símil de la democracia griega, extraída de un párrafo del Discurso Fúnebre de Pericles, pero nada más engañoso porque poco a poco vamos cayendo en cuenta que el sistema realmente no soporta que las mayorías, las masas, «la chusma emotiva e ignorante» participe del poder y reclame soberanía y participación en la toma de las grandes decisiones. Más bien la democracia es su cautiva, y prefiere la dictadura que es donde realmente sabe prosperar.
La promesa esquiva que se nos ha hecho durante muchos años de alcanzar el desarrollo en un futuro ignoto, se deshace sola al comprobar que lejos de ayudar a emparejar los niveles culturales, sociales, de acceso a la salud, vivienda, educación y las oportunidades en general, el país crece en graves contradicciones y continúa súper-concentrando la riqueza en pocas manos y cuentas bancarias. Bajo un modelo así, la democracia hueca, la democracia sosa, intimidada y puesta de rodillas por los poderes fácticos, amenazada de muerte con volver una y otra vez al ciclo, Dictadura- Democracia sosa, Dictadura- Democracia- sosa, no pasa de ser el negocio de una nueva clase profesional, la clase política, facultada frente al poder para intermediar y neutralizar las demandas y aspiraciones de los representados frente a los verdaderos amos del país, los grandes grupos económicos. Por lo que hemos visto en esta última semana, los nuevos expertos de la democracia, se están haciendo pagar muy bien por sus servicios legislativos.