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Sobre el sorteo (III)

La democratización de las retribuciones políticas

Fuentes: Hexis: filosofía y sociología

Mogens H. Hansen (The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes) nos recuerda que una buena parte de los asuntos que ocupaban a la asamblea del pueblo ateniense en el siglo IV eran los premios a los mejores oradores. El mismo asunto preocupa a Aristóteles en la Política: ¿cómo reconocer a quién deben distribuirse los […]

Mogens H. Hansen (The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes) nos recuerda que una buena parte de los asuntos que ocupaban a la asamblea del pueblo ateniense en el siglo IV eran los premios a los mejores oradores.

El mismo asunto preocupa a Aristóteles en la Política: ¿cómo reconocer a quién deben distribuirse los honores políticos? ¿Quiénes deben distribuirlos? La política exige cualidades complejas imposibles de definir adecuadamente. ¿Mucha cultura ayuda al buen gobierno? ¿Quizá el sentido común y la modestia? En fin, como saben de sobra los lectores de este blog, la democracia antigua instauró salarios para la participación pública que, de lo contrario, quedaría reservada a los aristócratas.

La retribución estaba en el centro de la democracia: sin retribuciones materiales y simbólicas nadie participa en política. El salario ayuda a democratizar las condiciones de acceso para los pobres. El sorteo impide que aquellos que quieren gobernar, gobiernen e impulsa que la práctica de gobierno permita entrenarse en el gobierno a aquellos que tienen más reparos para hacerlo: porque no se sienten autorizados para ello, porque carecen de confianza, porque se pierden en los tejemanejes políticos y sienten disgusto ante los mismos.

El sorteo cobraba sentido dentro de un proceso de democratización de lo que el sociólogo francés Daniel Gaxie («Économie des partis et rétributions du militantisme», Revue française de science politique, 27/1, 1977, pp. 123-154) llamó las retribuciones de la militancia.

Pero, ¿cómo? A la política va uno por vocación, para servir al pueblo y a la causa, tanto a los partidos como a los movimientos sociales. Yo no lo dudo. Más, la fortuna rinde homenajes a la virtud y un conjunto de beneficios se extraen de las entregas desinteresadas. En primer lugar, a la política no llega cualquiera y para acceder a las tareas más gratificantes (representación, autoridad, etc.) deben dominarse ciertas técnicas: retórica, saberes políticos y, cada vez más, atractivo físico (a veces, solo eso y elocuencia). Como siempre el capital mima al capital y quienes obtienen tales competencias las acumulan, siempre y cuando consigan imponerse en las justas por el prestigio que conmueven los partidos y los movimientos sociales. Tales justas, desgraciadamente, no siempre seleccionan a quienes mejor gobiernan y, como señalaba Castoriadis, se disocian a menudo la capacidad de trepar y de permanecer en política y la capacidad de gobernar o de impulsar la movilización.

En segundo lugar, la política permite ganarse la vida: y así debe ser o quedaría para aristócratas -los mismos que criticaban los dispositivos institucionales de la democracia en Atenas. Puede lograrse un cargo retribuido y estos tienden a volver más fieles cuanto menos recursos tiene la gente -los partidos de base popular muestran esta triste tendencia. Pero puede lograrse una compensación simbólica: el placer de mandar, de ver a los grandes y ser visto por ellos (que diría John Adams y que saben todos los que se fotografían con los jefes políticos como si fueran estrellas de variedades y, aún más, quienes logran que les pidan fotos) y, a menudo, compensaciones de la actividad laboral: las carreras intelectuales pueden activarse con la militancia (Bourdieu odiaba por ello a los intelectuales comprometidos cuando estos abjuraban de las normas de rigor para complacer al mercado político), las profesionales ampliar la clientela. Los partidos y los movimientos sociales son conscientes (en duermevela, nunca claramente) de todo ello y se ocupan por crear puestos que satisfagan todas las ambiciones: comisiones, fundaciones, consejeros y, ¡ay!, en países con muchos funcionarios competentes poco aprovechados, puestos de libre designación. Si un funcionario no vale para el trabajo o si es un faccioso y no un servidor público que se le incoe expediente y se le expulse pero si no ¿para qué seleccionamos a la gente por oposición?

En fin, la política distribuye capital material y capital simbólico. Así debe ser, insisto y es bueno ser conscientes: la gente debe dedicarse a lo público sin perder de qué vivir y recibiendo las máximas razones para vivir con autoestima. Sucede que el actual campo político somete a los individuos a graves filtros para entrar en él. Filtros sociales, pues toda carrera política exige una consagración que se compagina mal con la familia y el trabajo: Gaxie recordaba el exceso de adolescentes, solteros, matrimonios sin hijos y jubilados. Todo mi respeto para tales, por supuesto, pero es bueno crear condiciones para que otras forman de habitar el mundo puedan participar. Filtros cognitivos: pues como en todo sistema cerrado, para integrarse deben conocerse las relaciones y los conflictos de los agentes que ocupan un lugar y que, como no puede ser de otra manera, persisten en su ser y detestan que alguien les aparte. Perder tiempo en todo ello parece a muchos, y no sin razón, algo desconectado de la vocación de servicio.

El sorteo permitiría la distribución del capital político (con sus correspondencias materiales y de autosatisfacción) entre los no son asiduos de la política: porque no pueden quemar sus entornos vitales y laborales sirviendo al pueblo (en las condiciones que exige la militancia política o social) o porque consideran costoso y a veces ridículo empaparse de toda la farfolla del profesionalismo político (y sus conflictos por bienes y cuestiones que nadie comprende y que tienen poco que ver con el buen gobierno) para entrar en un partido o un movimiento social. De hecho, dejando que el azar seleccione a los que acceden, de manera provisional y rotatoria, a la cultura política, a las redes sociales que proporciona la política (jugosas proporcionando amistades y a veces contactos laborales interesantes) se evita que la política sea especialidad de, uno, de aquellos que pueden pagarse estudios y gimnasios para ser guapos y listos; dos: de los que sacrifican su punto de vista para mantener las compensaciones emocionales que proporciona la militancia. Tres: de quienes conocen poco el mundo porque la política y la militancia les impiden enfrentarse a la necesidad de buscar amigos o pareja fuera de la organización y, a veces, les ayuda a no trabajar. Y cuatro: de los más siniestros de todos: de los sectarios, distribuidos por todas las organizaciones, que hacen de la integración de los pequeños grupos (los grandes son difíciles de manejar) clave de su manejo de los recursos materiales y simbólicos de las organizaciones y que, por tanto, necesidad depurar la pluralidad: a los que no les ríen las gracias, a quienes compiten por hacer lo mismo que ellos.

El sorteo, además, no elimina la representación ni los partidos. Juega un papel complementario que permite otras formas de gestionar la vocación de servicio público (clave en muchos militantes de partidos y de movimientos sociales. Insisto: yo no lo dudo), otras maneras de asegurar la deliberación pública sobre cuestiones controvertidas (por ejemplo, problemas ecológicos complejos, innovaciones constitucionales) donde los profanos pueden solicitar la asistencia de técnicos y emitir informes argumentados y, en fin, una cámara que controle la corrupción política y, por supuesto, la corrupción de las propias asambleas sorteadas.

Pero sobre posibilidades de cámaras sorteadas hablaremos en otra entrada del blog. Esta era sobre la democratización de las compensaciones que proporciona, y es hermoso que así sea, la actividad política. Los que hablan de sacrificio, la mayoría de las veces con buena fe se encuentran impregnados de la ideología aristocrática de la política como lujo de espíritus selectos. Y se cuentan, y nos cuentan, nos contamos, cuentos.

Fuente: http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2013/06/sobre-el-sorteo-iii-la-democratizacion.html