Como revolucionario siempre en situación de desventaja, con años de labor en el periodismo, como ex exiliado en Suecia, residente en varios países en situación inestable y conocedor de la zozobra que significa para un resistente a dictaduras transponer una frontera, debo en primer lugar solidarizarme con el compañero Joaquín Pérez Becerra, director de la Agencia […]
Como revolucionario siempre en situación de desventaja, con años de labor en el periodismo, como ex exiliado en Suecia, residente en varios países en situación inestable y conocedor de la zozobra que significa para un resistente a dictaduras transponer una frontera, debo en primer lugar solidarizarme con el compañero Joaquín Pérez Becerra, director de la Agencia Internacional de Noticias Nueva Colombia (Anncol), con sede en Estocolmo.
El 23 de abril Pérez Becerra fue detenido en Maiquetía, el aeropuerto internacional de Caracas. Dos días después fue deportado a Colombia. Estaba marcado con el código rojo de Interpol. Tal condición no fue tomada en cuenta al salir de Estocolmo -donde vivía en total libertad de movimientos- ni al hacer escala en Frankfurt. Al parecer -no hay información precisa- la calificación fue cambiada abruptamente en el transcurso del vuelo entre Alemania y Venezuela. Dos agentes del gobierno colombiano viajaban a su lado e hicieron posible que Juan Manuel Santos supiera hasta el número de asiento ocupado por Joaquín, cuando el presidente colombiano llamó a Hugo Chávez para advertirle que Pérez estaba llegando a Caracas y transmitirle su filiación original como ciudadano colombiano, que ya no es.
Ignoro si Joaquín es o no miembro de las Farc, si sigue o no su disciplina. Entiendo las razones que justifican la negativa a asociar Anncol con las Farc. He vivido muchos años en la clandestinidad para enfrentar dictaduras. He apelado a pseudónimos y otros subterfugios para eludir la represión. Aun así, ni entonces ni ahora soy adepto a la hipocresía obligada por el enemigo. En la lucha política detesto la mentira hasta por omisión: defendería a este hombre incluso si fuera militante o, como asegura el gobierno colombiano, dirigente de las Farc. No debía ser deportado a su país de origen. No porque sea ciudadano sueco y viva en Estocolmo desde hace dos décadas. Sino porque siendo un enemigo de la oligarquía colombiana -la más orgánica y salvaje del continente- debía ser preservado de semejante circunstancia.
Nada de lo afirmado hasta aquí puede ser relativizado. Pero aquí no acaban las consideraciones frente a este penoso episodio.
Hay en curso una revolución en América Latina. Y en consecuencia, una contrarrevolución, eficiente y extraordinariamente poderosa.
He sostenido (en ésta y otras tribunas) que en América existe de manera simbólica el partido revolucionario hemisférico; que sus dirigentes son Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Por eso, alenté sin demora ni vacilación la posibilidad de construir una V Internacional cuando Hugo Chávez la propuso, hace ya un año y medio. La extraordinaria diversidad y complejidad de las fuerzas antisistema en la región necesita un punto de coherencia y comando unificado.
El día en que Joaquín Pérez Becerra arribaba a Caracas, comenzaban a llegar también los cancilleres de toda América Latina y el Caribe para una reunión preparatoria de la Celac (Comunidad de Estados Latino Americanos y Caribeños). El 5 de julio debe tomar cuerpo en Caracas esta organización que, por primera vez, dará lugar a una instancia regional sin la presencia de Estados Unidos. En otras palabras: es el certificado de defunción para la siniestra OEA. Una victoria sin precedentes contra el imperialismo estadounidense.
¿Es o no crucial para el difícil proceso de convergencia latinoamericana la creación de la Celac? ¿Es deseable, estratégicamente positivo, impedir su formación? ¿Quién tiene más interés en bloquear la realización de ese objetivo? ¿No era un obvio propósito de la CIA señalar a Venezuela como santuario de las Farc para abortar el encuentro fundacional de julio? ¿No calzaba como un guante a la provocación imperialista la presencia de Pérez Becerra en Caracas en ese momento?
Una dirección revolucionaria seria, responsable, no puede eludir estas cuestiones. Son, literalmente, de vida o muerte. No para un individuo, sino para millones. Estados Unidos prepara minuto a minuto una guerra de invasión contra nuestra región, como la que ha iniciado en Noráfrica y Medio Oriente con la agresión devastadora contra Libia, sumada a las que ya comanda en Irak, Afganistán y Pakistán.
Quien obre por decisión o inadvertencia contra la concreción de la Celac, está haciendo algo muy grave. Quien desestime que el Departamento de Estado mueve todos sus tentáculos para buscar resquicios y hacer estallar la obvia fragilidad de la arquitectura regional, no puede reclamar título de vanguardia. Y quien apele a la política de los hechos consumados, no puede gemir luego porque encuentra frente a sí, también, hechos consumados.
Es comprensible el desconcierto de franjas militantes azoradas por la deportación de Joaquín. Es comprensible la ira y también el tenso silencio expectante de cuadros y bases que no hallan respuesta. En cambio, no es admisible el insulto fácil contra funcionarios probados en mil batallas. No es éste momento ni lugar para entrar en detalles desdorosos para algunos de quienes aprovechan la circunstancia como ariete contra la Revolución Bolivariana. Es sí la hora de asumir la extraordinaria complejidad y dificultad de la coyuntura histórica; es sí la hora de admitir que hay conductas políticas históricamente inhabilitadas, cuyo sostenimiento conduce al desastre. Es sí la hora de asumir que la crisis mundial del capitalismo pretende llevarnos a la guerra, en situación de completa desventaja. No puede demorar un instante la consolidación de un estado mayor de la revolución latinoamericana.
Resulta demasiado fácil firmar una carta condenando al liderazgo de la Revolución Bolivariana de Venezuela. Nombres y siglas desconocidas… o demasiado conocidas. Sería deseable que todos quienes están conmocionados por este episodio reflexionaran sobre su propio lugar y asumieran la impostergable necesidad de consolidar una fuerza conjunta contra el avieso y poderoso enemigo. Es imperativo evitar que el accionar propio, aún con las mejores intenciones, nos ponga en manos de la conspiración imperialista. Defender la integridad de Joaquín Pérez Becerra implica, en primer lugar, afirmar un camino para la revolución latinoamericana. No hay duda dónde está la brújula para ese rumbo.
Luis Bilbao
Buenos Aires, 29/4/11
http://www.americaxxi.com.ve/revista/articulo/73/p-la-deportaci-oacute-n-de-un-militante-p