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La derecha católica en su laberinto

Fuentes: Rebelión

Dos episodios recientes, uno protagonizado por el «príncipe» de la Iglesia Católica, Joseph Ratzinger, contra el teólogo de la liberación Jon Sobrino, y el otro por la cúpula de la iglesia católica mexicana y organizaciones civiles afines al dogmatismo cristiano conservador contra la despenalización del aborto en la Ciudad de México, llaman la atención no […]

Dos episodios recientes, uno protagonizado por el «príncipe» de la Iglesia Católica, Joseph Ratzinger, contra el teólogo de la liberación Jon Sobrino, y el otro por la cúpula de la iglesia católica mexicana y organizaciones civiles afines al dogmatismo cristiano conservador contra la despenalización del aborto en la Ciudad de México, llaman la atención no sólo por el proceder de estas jerarquías, sino por la degradación oscurantista que se observa entre sus sectores más conservadores.
I
Recientemente el sacerdote Jon Sobrino, uno de los máximos exponentes de la teología de la liberación, ha sido retirado de su labor de docente en la Universidad de El Salvador y se le prohibirá publicar con el ‘nihil obstat’ eclesiástico, aprobación necesaria para el ejercicio de su ministerio, acusándolo de «falsear la figura del Jesús histórico al subrayar en demasía la humanidad de Cristo, ocultando, por el contrario, su divinidad». Afortunadamente Jon Sobrino ha respondido «no me siento representado en absoluto en el juicio global de la notificatio».

Al parecer el Papa Benedicto XVI no ha dejado de ser el cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: se sigue comportando como el guardián de la pureza doctrinal vaticana con una clara inclinación fundamentalista y dogmática. Para Ratzinger, la fe no da lugar al diálogo y la tolerancia, es un asunto de convicción, razón por la cual asuntos tales como la indisolubilidad del matrimonio, el celibato sacerdotal, así como el rechazo del aborto, el divorcio y las uniones homosexuales son encarados desde la perspectiva de «no negociables». Ratzinger conmina a los legisladores y congresistas católicos a la obligación y la obediencia, comportamiento típico en los déspotas autoritarios que no pueden dar debido sustento en la razón a sus creencias y dogmas. Ya lleva un tiempo afanado en la tarea de desmontar los avances doctrinales que trajo consigo el Concilio Vaticano II y, a la manera de los emperadores, intenta imponer su mando y sus creencias dogmáticas sobre un conjunto tan variado y disímil como lo es la feligresía católica (mil trescientos millones en los cinco continentes), pasándolas como la interpretación auténtica de la palabra de Dios y, por lo tanto, no sujeta a duda o controversia. Desde su principado romano, Ratzinger manipula con los nuncios apostólicos, cuerpo diplomático vaticano, la orientación de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que se llevará a cabo del 13 al 31 de mayo en la ciudad brasileña de Aparecida, con el propósito de mantener el control burocrático de la iglesia latinoamericana e influir en la vida política, social y eclesiástica de la región. La puja en torno a la V Conferencia Episcopal es clave, puesto que marcará la línea doctrinal y las acciones de la jerarquía al menos por los próximos 12 años. Según advierten vaticanistas italianos y expertos latinoamericanos «la conferencia de Aparecida sólo servirá para que la burocracia romana refuerce su control sobre el ya de por sí ‘domesticado’ clero de América latina, olvidándose de los graves problemas sociales que aquejan a los 600 millones de católicos de la región» (Proceso No. 1587, México, 1 de abril de 2007, pág. 8). Quizá por esto el ultraconservador cardenal López Trujillo, el colombiano que oficia de Nuncio Apostólico en México, ha dicho amenazante que antes de Aparecida estará liquidada la teología de la liberación, según denuncia Pedro Casaldáliga, obispo de São Felix de Araguaia, en el Estado de Mato Grosso, (ver http://www.argenpress.info/nota.asp?num=041143&Parte=0). Ratzinger, quien desde su posición como comisario doctrinal jamás ocultó su animadversión hacia las Conferencias de Medellín y Puebla, busca consolidar la restauración conservadora en la iglesia católica iniciada por Karol Wotjyla. De manera que la notificatio a Jon Sobrino es, en rigor, una advertencia a los lectores de Jon Sobrino y a los sacerdotes que no se avengan a la visión dogmática del Vaticano, más específicamente a los simpatizantes de la teología de la liberación. Por esta razón, Pedro Casalbádiga le ha advertido que el castigo impuesto a Jon Sobrino marca negativamente su primer viaje a América Latina en ocasión de la V Conferencia (http://www.servicioskoinonia.org/pedro/).

¿Será nueva, por ventura, esta tendencia conservadora en la iglesia católica? En realidad, encuentra sus raíces en el papado de Juan Pablo II. Todavía hiere los sentidos la imagen del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal hincado ante un despótico Karol Wotjyla que amargamente le reprendía su participación en el gobierno sandinista (Ver http://www.argenpress.info/notaold.asp?num=019787). El papado de Juan Pablo II, el Papa político por excelencia, que buscando quizá hacer crecer los dominios de la iglesia católica terminó por entregarla en una de sus mayores crisis de vocaciones. Hay muy pocos jóvenes alrededor del mundo que quieren ser sacerdotes católicos, en tanto otras religiones no dejan de crecer. El celibato, el matrimonio, la rigidez de la vida monacal, seguro que influyen en el marco de un mundo que se movió presuroso hacia el nihilismo posmoderno, el hedonismo y un individualismo que resulta barbárico si lo contraponemos al carácter social del ser humano. ¿No tiene, acaso, responsabilidad directa Karol Wojtyla en esa debacle? ¿No tendrá que ver lo conservador de su gestión y convicciones que lo llevó a un fundamentalismo irreconciliable con el curso que siguió el mundo? A la hora de valorar la gestión de Wojtyla al frente del Vaticano veamos las obras y el pensamiento del político, del jefe de un Estado poderoso, intolerante, represivo y corrupto como el Vaticano. No ocultemos detrás de su apostolado las responsabilidades de sus acciones en nombre de mito alguno. El juicio de la historia y de la humanidad sobre Wojtyla es pertinente, justo y necesario, especialmente a la hora de apreciar las acciones desplegadas por su más cercano colaborador en el Vaticano, Joseph Ratzinger, y de medir las consecuencias de la torpe tenacidad con que se busca imponer una concepción conservadora.

En un reciente pronunciamiento de Redes Cristianas ante la comunicación a Jon Sobrino se dice: «desde Roma se está dando la sensación de que la tarea del teólogo se reduce exclusivamente a repetir la ‘doctrina segura’ de la Iglesia que, a su modo de ver, se identifica con la lectura acrítica de las Sagradas Escrituras (como si para nada hubieran servido los géneros literarios y los métodos histórico-críticos aplicados en el último siglo a la hermenéutica de ambos Testamentos), los Santos Padres, los Concilios y Sínodos, los documentos de los Papas, etc. No podemos estar de acuerdo con esta visión alicorta de la teología. Necesitamos, y hoy más que nunca, teólogos que, aunque puedan equivocarse, intenten interpretar los signos de los tiempos, las nuevas experiencias de los cristianos, abrir caminos, apuntar a la utopía, mantener la esperanza. (…)

«Pensamos, finalmente, que en estos momentos que estamos atravesando (también el mismo Planeta en que vivimos), nuestra Iglesia más que una Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que está necesitando es una Vicaría para la Atención a los Pobres, una Vicaría de la Ortopraxia y no tanto de la ortodoxia.» (Ver http://www.redescristianas.net/2007/03/20/comunicado-de-redes-cristianas-ante-la-notificacion-a-jon-sobrino/)

Ese es el clamor de las comunidades católicas vivas y concretas; sin embargo, Ratzinger llama a desenvainar la espada en la lucha ideológica por la recuperación del protagonismo perdido restableciendo el latín y los cantos gregorianos en la liturgia, una forma poco elegantemente disimulada de volver a colocar el dogma fuera del alcance del «vulgo» y claramente como instrumento de dominación. Esta es quizá la más execrable de las regresiones respecto del Concilio Vaticano II y Ratzinger, heredero de Wojtyla, no ha necesitado de otro Concilio, le ha bastado la manipulación burocrática y las intrigas palaciegas. El hecho de que en los dos últimos papados la burocracia vaticana haya dedicado más esfuerzos a perseguir a los teólogos de la liberación que a combatir la concentración y exclusión que se exacerban en el capitalismo ha provocado que millones de pobres en Latinoamericana hayan abandonado la grey católica para abrazar otras corrientes religiosas principalmente protestantes. Esta profunda crisis de la iglesia católica es interpretada por el teólogo Leonardo Boff -otra víctima de la «pureza doctrinaria» defendida por Ratzinger-, de la siguiente manera: «El catolicismo, en gran parte, se fosilizó. No es un organismo vivo que está en contacto con el medio en que se encuentra. Perdió en gran medida la capacidad de simbiosis con la realidad. Se transformó en un baluarte conservador, gobernado por jerarcas defensores del celibato, sin casi nada que decir a las personas de hoy». Y agrega con relación a las responsabilidades del jerarca: «Este Papa es, en el fondo, un nostálgico del cristianismo agrario europeo, de cuño bávaro, de donde él proviene, que es antimoderno, antiprotestante, antiecuménico, antifeminista, anti Teología de la Liberación (…) de él no espero nada, a no ser una profundización mayor de la crisis de la Iglesia Católica». (ver http://www.redescristianas.net/2007/03/31/leonardo-boff-teologo-brasileno-de-la-liberacion-el-papa-es-antimoderno-y-antifeminista/)

Evidentemente la burocracia vaticana busca con las sanciones a Jon Sobrino y la manipulación de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe dar la puntilla final a la teología de la liberación, expresando así el temor por su resurgimiento en una región en la que el escenario está puesto para su regreso, probablemente con mayor fuerza que en la década de los años sesenta y setenta, cuando surgió. El ascenso de gobiernos progresistas y cuestionadores del neoliberalismo en América Latina, temen los conservadores, podría significar un importante apoyo político a católicos que militaron o apoyaron esa corriente teológica. Tan desesperada ha de ser la situación de la monarquía vaticana que su príncipe tiene prisa por canonizar a su mentor Karol Wojtyla, para lo cual recurre al artificio del milagro de haber curado el parkinson a una anciana monja, cuando es evidente que en estos tiempos en los que el neoconservadurismo asiste impotente a la debacle de los neoconservadores estadounidenses y el pensamiento socialista se recompone, tiene un enorme significado que se unja como santo al Papa que contribuyó decididamente a la caída del comunismo. El problema es si crear más santos bastará para que la grey católica se sienta tomada en cuenta por la burocracia vaticana. El filósofo e historiador Enrique Dussel, autor de Historia de la Iglesia en América Latina señala que las políticas de Ratzinger «están centradas en temas muy concretos como su lucha contra el aborto, el celibato [sic] y la homosexualidad, olvidándose de los graves problemas de miseria y explotación de la región». Lejos de ello, castigando a uno de los teólogos de la liberación más destacados y leídos envía un mensaje tolerancia cero que evoca a Rudolph Giuliani purgando de criminales las calles de Nueva York. II

El otro episodio se desarrolla en estos días en la Ciudad de México. La Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF, Congreso de la capital mexicana) debate la incorporación de una cuarta causal de aborto no sujeta a la penalización: la decisión de suspender la gestación en las primeras 12 semanas por considerar que «daña el proyecto de vida de la mujer». En la actualidad el aborto es legal sólo en caso de violación, de grave daño a la salud de la mujer y por malformaciones del producto. La iniciativa de modificación a la penalización del aborto (que no es propiamente una legalización) responde al incremento de abortos mal practicados en la clandestinidad con efectos perniciosos para la salud, la seguridad y la vida de las mujeres. Es la tercera causa de muerte de mujeres en la capital mexicana. Se propone asimismo hacer justicia social, toda vez que las mujeres de mayores recursos económicos tienen la posibilidad de practicarse un aborto en clínicas privadas nacionales o extranjeras, en tanto las pobres deben recurrir a comadronas, clínicas clandestinas o métodos que ponen en riesgo su vida debido a la estigmatización a la que el conservadurismo ha sometido la práctica de la interrupción voluntaria del embarazo. Tiene que ver también con la equidad de género, en la medida en que permite a las mujeres apropiarse del control de su cuerpo.

De acuerdo con datos aportados por la Revista Proceso «los dos últimos años las clínicas de la Secretaria de Salud del Distrito Federal atendieron 7 mil mujeres por complicaciones de abortos mal practicados; además sólo se atienden un caso por cada cuatro abortos clandestinos, por lo que se estima que en realidad se realizaron 28 mil abortos sin ninguna regulación (Proceso No. 1587, México, 1 de abril de 2007). El tema es claramente un asunto de salud pública y de uso racional de los recursos. Los costos que implica la mala práctica para el sector salud son muy elevados y distraen recursos que podrían ser utilizados en la medicina preventiva, por ejemplo. Por último, es un asunto de democracia: «En un Estado laico y con verdadera libertad de creencias, optar por el aborto debería ser un asunto individual y de conciencia. Una visión religiosa particular no debe prevalecer sobre las demás, en especial en lo relativo a la vida sexual y reproductiva. Lo que corresponde a la sociedad en su conjunto es determinar, de manera democrática, si en la ley se garantiza o no el derecho a decidir sobre nuestra vida reproductiva sin ninguna clase de coerciones.» (ver http://www.gire.org.mx/contenido.php?informacion=94).

Información aportada por el Grupo de Información en reproducción Elegida, A. C. (GIRE) muestra que la gran mayoría de las mujeres que aborta son católicas, casadas, madres de varios hijos que acusan problemas económicos y desean dar una mejor educación a los que ya tienen, lo que contradice el prejuicio de que las mujeres que deciden abortar son generalmente jóvenes irresponsables o sin principios morales (ver http://www.gire.org.mx/contenido.php?informacion=74). En relación con el número de abortos practicados en México, si bien se enfatizan las dificultades para la adecuada elaboración de estadísticas derivadas de la estigmatización y del miedo al castigo legal, se estima que la cifra podría bordear el medio millón al año y que el número de muertes por abortos mal practicados ascendería a 500 al año en el Distrito Federal. Cada año centenares de fetos son encontrados en los basureros. El aborto es un problema de salud pública, sin duda, no un asunto de fe.

Sin embargo, las corrientes conservadoras de la iglesia católica, empezando por su cúpula, tratan de manera maniquea este asunto y pretenden llevarlo al terreno del debate ideológico o confesional, manipulando aviesamente la información al hacer creer desde los púlpitos que se pretendería obligar a las mujeres a abortar y planteando un falso dilema con la vida y los derechos de los niños y niñas en gestación. El aborto no es un método legítimo de control natal, es una decisión a la que deberían tener acceso sin distinciones las mujeres en función de sus proyectos de vida, para lo cual deberían de contar con las garantías de salubridad y seguridad y el apoyo del Estado, como actividades educativas orientadas a la prevención de los embarazos no deseados y a la disminución del número de abortos.

Derechos reproductivos y bioética El punto más duro del debate, sin embargo, es aquel en el que no ha sido posible lograr un consenso y probablemente nunca se consiga. Según la crítica católica conservadora el aborto es un crimen toda vez que supone la interrupción de la vida, y lo es tanto más cruel en la medida en que se practica contra seres indefensos. Sin embargo, los católicos conservadores han escamoteado el aspecto más relevante de la discusión científica recurriendo a declaraciones de fe.

En estos cuestionamientos hay una profunda confusión entre lo que es vida y lo que es un individuo biológico. Julio Muñoz Rubio cita la teoría celular de Theodor Schleiden y Mathias Schwann según la cual «hay una unidad mínima de materia viva que puede existir de manera autónoma a las demás. Esta unidad es la célula. Todo ser vivo está compuesto de pequeñas unidades de vida llamadas células. Algunos seres vivos, llamados unicelulares, al mismo tiempo que son una célula, son el individuo biológico, pero solamente ellos (…) Solamente los individuos biológicos pueden desarrollarse y sobrevivir de manera independiente a otros de su misma y de otras especies, gracias al proceso de diferenciación y especialización de sus partes. En el caso de los vertebrados superiores, grupo al cual pertenece el ser humano, ni embriones ni fetos pueden considerarse individuos biológicos pues carecen del desarrollo que les permite alcanzar esa independencia en su existir, aunque estén compuestos de células y, por lo tanto, haya vida en ellos, pero no individuación. Por esa sencilla razón, la destrucción de una célula o un conjunto de células cualquiera del ser humano no puede ser considerada un homicidio.» Si la tesis antiaborto fuera correcta, ironiza Muñoz Rubio, «Cualquier hemorragia sería un asesinato de células del tejido sanguíneo y tendría que ser sujeto de persecución legal, en algunos casos con la atenuante de la involuntariedad del ‘homicidio’, como en la menstruación». (ver http://www.radiolaprimerisima.com/articulos/1156)

Las activistas por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres organizadas en GIRE plantean el tema bioético implícito en la decisión de abortar y las condiciones para su realización a partir de las siguientes preguntas fundamentales para la reflexión: «¿Quién debe decidir continuar un embarazo o interrumpirlo? ¿Pueden una médica o un médico negarse a realizar un aborto basado en sus convicciones morales? ¿Quiénes tienen el derecho a acceder a las técnicas de reproducción asistida? ¿Debe el Estado asumir los costos económicos de dichos tratamientos? ¿Tiene la mujer un derecho irrestricto a decidir sobre su cuerpo y su vida?»

El maniqueísmo como respuesta oficial de la iglesia católica

A pesar de que estos debates se ventilan desde hace un largo rato, los jerarcas de la iglesia católica mexicana, apoyados por el Vaticano y haciendo gala de ignorancia y maniqueísmo, aterrorizan a la población y lanzan amenazas de excomunión. Ésta es evidentemente una estrategia de los ultraconservadores, a lo mejor la única posible para una corriente de pensamiento tan rudimentario y retrógrada. Carentes de argumentos razonables, recurren al prejuicio y a la mentira deliberada abusando de la falta de información de una parte considerable de la feligresía y a la distorsión de la información o, peor aún, a la demonización de los argumentos apoyados en la ciencia, tal como ocurrió durante la Inquisición. Se dicen amantes de la vida y por ello se oponen al aborto. Ciertamente sería deseable que se evitaran los abortos disminuyendo los embarazos no deseados, pero ellos mismos contribuyen a anatemizar la educación sexual y condenan el uso del condón y otros métodos anticonceptivos, como la píldora del día siguiente. Vamos, si el respeto y la protección de la vida son la fuente de inspiración de sus acciones, ¿por qué no se les ve en la primera fila del combate a las políticas neoliberales que provocan miseria, dolor y sufrimiento entre vastos sectores de la población? Según Juan Salvador Iñiguez, arzobispo de Guadalajara, la ley «promoverá el libertinaje sexual», como si el embarazo fuera un obstáculo para disfrutar del coito. Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec: «si no luchamos para impedir estas leyes, mañana estaremos llorando por habernos convertido en cómplices de asesinos». Jorge Luis Chávez, arzobispo de Oaxaca: el aborto es «más grave que todos los asesinatos cometidos por los nazis». Más sutil, el obispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, argumentó que «la labor esencial de una sociedad justa e incluyente debe ser la protección de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte natural». Entonces, ¿por qué la Iglesia Católica se ha abstenido de opinar hasta en latín sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, las famosas «muertas de Juárez» (más de 500 mujeres), a pesar de que se presume con fundamento que estos crímenes formarían parte de una red de prostitución y videos snuff, en una zona pletórica de empresas maquiladoras? Si tanto le importan a la cúpula de la iglesia católica y a los organismos conservadores de la sociedad civil como Provida o la Asociación de Padres de Familia los derechos de los niños y las niñas ¿por qué callan ante la violación de menores, el tráfico de pornografía infantil y turismo sexual con menores de edad solapando incluso las prácticas de pederastia entre sacerdotes? Por este asunto Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, ha sido requisitado en una corte de California por apañar al cura pederasta Nicolás Aguilar. Toda la derecha católica cerró filas en torno a Marcial Maciel, fundador de la orden de los Legionarios de Cristo, cuando se destaparon sus escándalos de pederastia.

Hugo Valdelomar, el vocero de la Arquidiócesis, señaló que la propuesta de despenalización del aborto es una venganza del Partido de la Revolución Democrática (PRD) contra la iglesia católica por el apoyo que su cúpula brindó al presidente Felipe Calderón cuando era candidato, desconociendo, no ignorando, que es el Partido de la Revolución Institucional (PRI) el que promueve la iniciativa de reforma y cuenta con el apoyo de todos los partidos, salvo Acción Nacional (PAN), cuyos militantes son asiduos concurrentes a los cursos de (de)formación impartidos por la FAES de José María Aznar. En el clímax del desboque verbal acusó a las mujeres que defienden el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos de «protagonistas de la muerte, del homicidio, del holocausto, de la masacre de los no nacidos, ellas pugnan por la carnicería cruel, espantosa, injusta que es el aborto». Marina Gómez del Campo, representante de este partido en la Asamblea Legislativa, sostiene públicamente embustes tales como que la interrupción del embarazo es causa de drogadicción y alcoholismo, bulimia y anorexia, tendencias suicidas y cáncer de mama. Anteriormente el cardenal Javier Lozano Barragán había sostenido que el uso del condón era inútil, porque el virus del sida es tan pequeño que traspasa el látex. Por si la mentira y la manipulación no fueran suficientes, las acciones de la reacción han escalado hasta las amenazas anónimas y el acoso a asambleístas, y ataques cibernéticos a la página de la ALDF. Evocando mitos oscurantistas la derecha católica recomienda la abstinencia sexual, como si el coito hubiera sido «diseñado» exclusivamente para la reproducción. En esa tesitura, Juan Sandoval Iñiguez consiguió en su cantón Jalisco que el Congreso de ese Estado declarara el 25 de marzo día estatal del niño y la niña por nacer (¿el día del cigoto?). En una lógica similar, la Asociación Mexicana de Promoción y Cultura A. C. señala que «las mujeres con embarazo no deseado no solucionan su problema con asistencia higiénica legal para abortar, sino con apoyo psicológico para decidir asumir su embarazo», como si la naturaleza femenina se realizara en la maternidad. Esta es una creencia bastante arraigada entre los conservadores, heredada del medievo.

El simple debate en la Asamblea Legislativa de la despenalización del aborto ha avivado bajos instintos entre los sectores más conservadores de la iglesia católica. El arzobispo Rivera y Jorge Serrano Limón, Presidente de Provida -enjuiciado por uso indebido de recursos públicos e inhabilitado 15 años para ocupar cargos públicos- han «advertido» de posibles brotes de violencia contra hospitales, médicos y enfermeras que practicaran abortos por parte de la población enardecida con la decisión de la Asamblea. La realidad, sin embargo, es inmisericorde: los embarazos no deseados equivalen a violencia intrafamiliar, cuando no a niños de la calle y criminalidad potencial. ¿Será casualidad que esta discusión se lleve a cabo a escasos días del 21 de marzo, aniversario del natalicio de Benito Juárez, quien a mediados del siglo XIX logró, a través de las Leyes de Reforma, la separación entre la Iglesia y el Estado en México? Desde entonces el Estado Mexicano es, de acuerdo con su Constitución, un Estado laico. Más vale que la derecha que se presume respetuosa y guardiana del estado de derecho no olvide este aspecto crucial de la vida nacional.