La derecha se presenta ante el país con dos candidaturas que, quiérase o no, están dando cuenta de su condición bicéfala. Lawrence Golborne, con un perfil sonriente, sencillo y de orientación más bien populista, este ex gerente de Cencosud, nos trae a la memoria la imagen de Joaquín Lavín. Sin un pasado ni una formación […]
La derecha se presenta ante el país con dos candidaturas que, quiérase o no, están dando cuenta de su condición bicéfala. Lawrence Golborne, con un perfil sonriente, sencillo y de orientación más bien populista, este ex gerente de Cencosud, nos trae a la memoria la imagen de Joaquín Lavín. Sin un pasado ni una formación política destacable, conoció cierta popularidad en el episodio de los mineros cuando ejercía como ministro. Andrés Allamand, un reconocido animal político cuyos orígenes se hunden a la etapa anterior a la dictadura en la Feses. Durante muchos años ha estado ligado a la centro derecha, pero, nunca ha tenido una oportunidad cierta de desplegar su vocación.
Ambos candidatos son los dos rostros de una derecha que no acierta a encontrar un rumbo definido, ni para sí, ni para el país. El verdadero drama de este sector político radica en que se encuentra cautivo de su propio pasado. Podríamos decir que si la dictadura de Pinochet le hizo mucho daño al país, la derecha no está exenta de cicatrices. Por de pronto, recordemos la serie de episodios en que la oscura mano del pinochetismo ha dejado su huella: La presencia de Jarpa y Cardemil en las filas de RN, por ejemplo, y la actual presidencia de Carlos Larraín. En este sentido, ha sido la UDI un partido más estable, cobijando a los hijos de Chacarillas sin culpas ni complejos.
El actual gobierno ha debido moverse en las turbias aguas de una derecha que pretende dar la imagen de un matrimonio modelo, cuando se sabe que sus integrantes viven amancebados por sórdidos intereses políticos, económicos y un pasado culposo que está por ser investigado algún día. En este sentido, la figura del actual mandatario Sebastián Piñera es, para muchos de sus «aliados», el mal menor: Un hombre de negocios muy peligroso, pero un político inepto. Un político de derechas con una genealogía demócrata cristiana, aceptable, mas no convincente. Por lo menos, les da garantías a las distintas mafias empresariales, mantiene la actual constitución intocada, para felicidad de civiles y uniformados todavía impunes, y – por último – divierte a los medios de comunicación con sus «piñericosas» de farándula política.
Ni Golborne ni Allamand poseen la fortuna o la «astucia del pillo» que ha mostrado su predecesor, por lo tanto sus cualidades personales serán decisivas, eso y el dinero y las máquinas partidarias dispuestas para el efecto. Golborne, simpático y sonriente, un gestor exitoso, políticamente ingenuo, pero dócil para ser asesorado por los «zorros» de la extrema derecha. Allamand, un político hábil e inteligente, cualidades que le juegan más bien en contra, pues, la derecha no necesita hombres inteligentes sino, más bien, «cómplices» en el negocio de gobernar para que todo siga igual. Es claro que en las aguas de la derecha no es tiempo para aventuras liberales, el cauce desemboca, ineluctablemente, en el hipócrita conservadurismo pietista y los buenos negocios, defendiendo siempre como propia la herencia del general, sea con la sosa sonrisa de Golborne o el gesto adusto de Allamand.