Allende se le contó a Galeano, y Galeano se lo contó el mundo: «Allende había perdido las elecciones. Corría el año 1964, y el dragón del comunismo internacional abría sus siete fauces para comerse a Chile. La publicidad bombardeada a la opinión pública con imágenes de iglesias quemadas, campos de concentración, tanques rusos, un muro […]
Allende se le contó a Galeano, y Galeano se lo contó el mundo:
«Allende había perdido las elecciones. Corría el año 1964, y el dragón del comunismo internacional abría sus siete fauces para comerse a Chile. La publicidad bombardeada a la opinión pública con imágenes de iglesias quemadas, campos de concentración, tanques rusos, un muro de Berlín en pleno centro de Santiago y guerrilleros barbudos llevándose a los niños».
Hubo elecciones. El miedo venció. Salvador Allende fue derrotado. Galeano le preguntó a Allende qué era lo que mas le había dolido. Y Allende le contó lo que había ocurrido ahí nomás, en una casa vecina, en el barrio de Providencia. La mujer que allí se deslomaba trabajando de cocinera, limpiadora y niñera a cambio de un sueldito, había metido en una bolsa de plástico toda la ropa que tenía y la había enterrado en el jardín de sus patrones, para que no se la robaran los enemigos de la propiedad privada.
Han pasado 50 años, al mundo le quedan pocos rastros de los que fue, pero la derecha, conservadora de estrategias, conservadora de rostros, conservadora de todo, utiliza la misma táctica: meter miedo, harto miedo, meter miedo hasta paralizar. Desde arriba, dice: te robarán, te expropiarán, no cambies, no te muevas, no seas, «¡guarda tu bolsita de plástico en la patio, escóndela bien, que te la robarán con la Reforma Tributaria!». Poseen a sus propios medios -o miedos- de comunicación para concretar esos fines. Otros se suman solitos a la campaña del terror: Camilo Escalona, por ejemplo, experto en el servilismo por acuerdo, que tras perder las elecciones en Los Lagos y el Bio Bio se dedica a difundir sus mensajes a través del Mercurio. The Wall Street Journal , que etiquetan como peligroso a todo lo que no tenga precio y se aleje una coma de su visión mercantilista del mundo. También meten miedo los representantes de Met Life (AFP Provida), Principal Financial (AFP Cuprum), AES (energía) y otros grandes grupos económicos, que si, si verán afectados sus intereses, la razón es simple: no podrán evadir más impuestos. Que alguna vez pierdan los que siempre ganan, y que de una vez por todas contribuyan con un poquito al país en el que amasaron sus fortunas.
En la comunidad empresarial, reunión organizada por la Cámara Chilena-Norteamericana de Comercio, Michael Hammer, embajador de Estados Unidos en Chile, exige «reglas claras». ¿Qué son las reglas claras?: ¿acuerdos y leyes que contribuyan a seguir rematando nuestros suelos para que les carcoman las entrañas?, ¡¿reglas claras para quien?!…
Me pregunto: ¿y si fuera al revés?, ¿qué pasaría si un embajador chileno en Estados Unidos comenzara a presionar en la discusión interna de ese país?, ¿Qué pasaría si fuera al revés?.
Y es que, quizás, estos sean los primeros pasos (la reforma ni siquiera toca el tema de los recursos naturales, y conserva la disminución de impuesto de segunda categoría para los mayores ingresos…) para dejar de ser el alumno regalón de Estados Unidos, el «mateo del curso», ese que aceptaba con resignación lo que el profesor decía, que bajaba la cabeza y asumía, ese alumno perno que jamás cuestionaba nada. Ese alumno que en el patio le lanzaba escupos a los dulces para no convidarle a nadie.
¿Alguna vez dejaremos ese Chile atrás, o será que estamos condenados a ser un país desigual e injusto, que acata órdenes como quien acata su destino?
Ese Chile le conviene a la derecha, y para continuar con ese Chile seguirán con su estrategia del miedo. Es comprensible: ellos no quieren, no desean, no están dispuestos a que cambie una coma del país, de su país. Ellos deben defender los intereses de los empresarios y los poderosos de siempre (¡¿acaso no son los poderoso de siempre?!); deben defender la inmovilidad de todo un sistema. En esa inmovilidad se sustenta su razón de ser.
Después de todo, ¿qué puede ofrecer la derecha a Chile? Poco, bien poco: no cambiar nada. Quizás eso. ¿No será, en una de esas, que la derecha necesita al opuesto, y que de acuerdo al opuesto levanta su identidad?: no al voto de chilenos en el extranjero, no a cambiar el binominal, no a cambiar la constitución, no a una asamblea constituyente, no a la reforma tributaria, no a la despenalización del consumo de marihuana, no a la educación como un derecho. No a todo. La derecha dice: yo soy yo porque no soy el otro.
La derecha no propone, o propone no cambiar. Su estrategia es negar al otro. Así levanta su identidad.
Y si el modo de operar de la derecha nace de la negación, entonces el miedo se levanta como la mejor estrategia para funcionar. Porque el miedo paraliza, el miedo nos hace conservar lo malo, aunque no nos agrade lo malo. El hábito y la rutina son hijas del miedo. El miedo levanta muros entre pensar y hacer.
En este contexto, valdría la pena analizar cómo anda el miedometro interior, y preguntarse: ¿les creemos a estos fabricantes de miedo?, ¿serán capaces de inmovilizar una sociedad a través de su lobby mediático? Hoy, en un mundo en que todo cambió, nadie (salvo algún sector de la UDI) podría decirnos que al otro lado del mundo viven tipos que se comen a las guaguas, o que Chile va camino a convertirse en una Venezuela, o tantas otras tonterías que se afirman. Basta recordar el panfleto ridículo que distribuyó un sector de la UDI.
¿Qué Chile le acomoda a la derecha?: Para ellos, lo ideal sería un Chile repleto de miedos, un Chile enmarcado en un cuadro donde nada se moviera. Quizás el mismo Galeano nos de luces del Chile que le agradaría a la derecha, un Chile donde:
«Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones y miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura.
Al tiempo sin relojes.
Al niño sin televisión.
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar.
Miedo a la soledad y miedo a la multitud.
Miedo a lo que fue.
Miedo a lo que será.
Miedo de morir.
Miedo de vivir».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.