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La desigual guerra contra los niños mapuches

Fuentes: Barómetro Internacional

Una noche de invierno, en la hojarasca sureña, cuentan los choroyes, nació un niño mapuche que tenía dos estrellas azules en su mirada. Y una sonrisa oceánica que deslumbraba hasta a las luciérnagas que, desconcertadas, se ponían a llorar. Pero un día se dejaron caer a lomo de caballo una tropelía de yelmos y espadas […]

Una noche de invierno, en la hojarasca sureña, cuentan los choroyes, nació un niño mapuche que tenía dos estrellas azules en su mirada. Y una sonrisa oceánica que deslumbraba hasta a las luciérnagas que, desconcertadas, se ponían a llorar. Pero un día se dejaron caer a lomo de caballo una tropelía de yelmos y espadas que hedían a un Dios que no quería saber ni de niños, ni de choroyes ni de luciérnagas. En su mirada no había ternura, sólo odio hacia niños inocentes que no entendían que sucedía. Como los niños de Ercilla cuando sufren los allanamientos de Carabineros a sus comunidades.

Violentos y crueles son, sembrando el terror y la turbación entre los comuneros que no entienden tanto racismo agenciado por el Estado para continuar usurpando sus tierras. Aunque esto no es nuevo, pues ya en el siglo XIX, el longko Valentín Sayweke, señalaba que «…ya no nos es posible soportar por más tiempo la cruel tiranía que sobre nosotros pesa. Las autoridades en representación del Estado i a nombre de la Ley, cooperan al despojo que nos hacen los especuladores de tierra y animales en la frontera, obligándonos a abandonar la que tanto amamos i en que hemos vivido con nuestros padres, en la que sus restos descansan, con la que hemos alimentados a nuestros hijos i regado con nuestra sangre».

Y el despojo prosiguió en territorio mapuche hasta que casi no les quedan tierras, a pesar que el Wallmapu -País mapuche- les pertenece. Pero la memoria mapuche, aquella que le ha ganado al olvido, sabe más que el conquistador hispano, sabe más que el conquistador chileno. Por ello recuerdan la palabra del longko a quien su padre le había dado a conocer que «santiago de Chile, y otras varias Repúblicas, Provincias, departamentos, y billas, habían sido todos poblados de razas Indígenas; hocupando hoy los cristianos y recibiendo números perjuicios los pobres indios criollos de aquella américa…».

Era el País mapuche, el de cordillera a mar, el de sur a norte. Pero en la actualidad continúan los perjuicios a los descendientes de los antiguos mediante la violencia policial: los perdigones, tanquetas, las bombas lacrimógenas. La furia racista que se ha transformado en una pesadilla para niños y niñas mapuches que deberían estar jugando en lugar de estar huyendo de las balas de carabineros. Es que saben bien que la policía agrede, tortura y asesina. Como aconteció con Alex Lemun, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collio. Todos jóvenes que alguna vez fueron niños y a quienes se les quitó su sonrisa por la espalda, como matan los cobardes, como mata carabineros. Sin embargo, insólitamente, a los mapuches se les acusa de terroristas y, además, se acaba de anunciar un plan especial de seguridad para enfrentar al mal denominado conflicto mapuche

Entonces, al mapuche no le queda más que seguir luchando por su tierra para, algún día, devolverle la sonrisa a aquel niño con dos estrellas azules en su mirada infantil.

* El autor es director Centro de Estudios de América Latina y el Caribe- CEALC.

rCR