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La desinformación militar, un sucedáneo del olor de la victoria

Fuentes: Rebelión

¿Qué se entiende como una derrota militar concluyente, una diferenciable de aquellas acciones de guerra que son propias de la misma dinámica del conflicto? Es decir, una acción de guerra, después de la cual, claramente, se pueda apreciar que se le ha arrebatado una ventaja militar al enemigo y que la nueva situación surgida de […]

¿Qué se entiende como una derrota militar concluyente, una diferenciable de aquellas acciones de guerra que son propias de la misma dinámica del conflicto? Es decir, una acción de guerra, después de la cual, claramente, se pueda apreciar que se le ha arrebatado una ventaja militar al enemigo y que la nueva situación surgida de la victoria representa un avance favorable para quien desarrolló dicha acción militar.

Para responder a esta cuestión, antes que nada,  creo que es imprescindible citar los elementos necesarios que permitan caracterizar el tipo de guerra al cual nos referimos. En efecto, cada tipo de guerra tiene sus propias dinámicas (tácticas y estratégicas) y unos principios doctrinales que no son extrapolables a todas las contiendas. Así, en el caso de una guerra nuclear, hay unas reglas particulares, unos objetivos y unos tiempos exclusivos: aquí, el factor disuasivo y el cálculo preciso de los efectos de una posible repuesta, después de iniciado el primer ataque, por ejemplo, cobran mayor relevancia que en otro tipo de guerras.

La caracterización de la guerra civil en Colombia no es una tarea fácil, pues entiendo que está atravesada por las cargas políticas de cada discurso, pero, así mismo, es fácil deducir, a partir de los textos de análisis sobre los conflictos bélicos, que existen bastantes esfuerzos teóricos centrados en el análisis instrumental, histórico y antropológico de las dinámicas de estas guerras. En estos estudios se habla de cómo las partes en conflicto acoplan elementos propios de la guerra como el uso de las armas, el uso de de las tácticas y el dominio del terreno, para doblegar al contendiente. Si bien muchos de estos estudios son de carácter doctrinal, es decir, que están encaminados a fundar las líneas generales que hagan replicable la formación de los ejércitos, no dejan de ser clarificadores para identificar las contiendas militares. Desde Mao Tse Tung y Che Guevara, hasta la macabra Escuela de las Américas (SOA, por sus siglas en inglés) y  su progenitora, la escuela de estado mayor del Pentágono, se ha dejado claro cuáles son los objetivos de sus guerras y, así mismo, se ha teorizado sobre cuál es la forma de conducción de las hostilidades. Cada uno para sus propios fines.

El conflicto interno que vive Colombia se trata de una confrontación político-militar y de clase, donde una gruesa capa de la población se ha declarado en rebelión abierta contra las instituciones del Estado, por entender que estas instituciones representan unos intereses contrapuestos a una organización más justa y ética de las relaciones económicas y sociales al interior del país.

Dicho esto, creo que para caracterizar la guerra civil colombiana, estaría bien empezar por la doctrina, o más bien, por el discurso que se deriva del Derecho Internacional Humanitario (DIH), cuyos elementos constitutivos para definir una guerra al interior de un país -o de un conflicto no internacional, según los textos del DIH- son: 1) que dicho conflicto se desarrolle en el territorio de un Estado parte (una de las altas partes contratantes, según los textos del DIH, o sea, que sea firmante de los convenios de Ginebra y de sus protocolos adicionales); 2) que se enfrenten las fuerzas armadas de dicho Estado con fuerzas o grupos armados que no reconocen la autoridad del mismo; 3) que estas fuerzas o grupos armados deben estar bajo un mando responsable y, por último, 4) que estos grupos armados ejerzan dominio sobre una parte del territorio de dicho Estado que les permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas, además de aplicar las normas del DIH, en particular, las disposiciones del Protocolo II.

También, tenemos la teoría de la guerra de los partisanos de Carl Schmitt donde postula cuatro características fundamentales para el tipo de contiendas en las que un ejército regular es enfrentado por fuerzas irregulares que imponen unas pautas de enfrentamiento con las que buscan explotar al máximo su desventaja militar y la asimetría de las tropas, a saber: Irregularidad en las formas de lucha, una gran movilidad, un elevado compromiso político del combatiente, y la capacidad para librar enfrentamientos con despliegues militares en inferioridad técnica y en espacios reducidos.

Como lo reconociera en su momento el analista Alfredo Rangel, uno de los civiles más comprometidos con el stablishment colombiano, en su libro Colombia: guerra en el fin de siglo,  la guerra de guerrillas en Colombia ha alcanzado un estadio más avanzado, un paso más allá de la conocida guerra de la pulga. Es así como las organizaciones guerrilleras colombianas (al menos el ELN y las FARC-EP), dieron el salto militar y emprendieron una auténtica guerra de movimientos, con capacidad para concentrar tropas de diferentes unidades para atacar un objetivo, con el fin de librar combates más estratégicos en cuanto a la consolidación de territorios y en la búsqueda de logros militares de mayor calado frente a las tropas estatales y para-estatales.

Como es de esperar, la estrategia contrainsurgente ha creado una doctrina militar y, con ella, todo un abanico de operaciones que se desarrollan dentro del terreno y fuera de él, es decir, donde el teatro de operaciones incluye también la «orientación» y el control de elementos como los medios de comunicación, los grupos políticos, la población local y la formación de la opinión pública. Es entonces cuando aparecen las Operaciones de Información  (OI) y las Operaciones Cívico-Militares, que son las que determinan que lo que escuchamos y leemos a través de los medios de comunicación, no es la noticia constatada de los hechos, sobre el terreno, poniendo el dedo sobre la llaga, sino que nos transmiten la otra parte de aquel conjunto de acciones que se derivan del gabinete de planeación operacional de los mandos militares del ejército colombiano. La idea general de tales operaciones se sintetiza en máximas como:

«No se tiene que tener la razón, se tiene que ser el primero en contar la historia y no estar equivocado».

Entonces, el eje de las OI está representado por el papel angular del relato global, esto es, mantener el mismo mensaje.

Aunque muchos puedan sugerir que las OI no son propiamente operaciones bélicas, es evidente que en el marco de dichas operaciones se debe establecer un blanco, y que para su aprovechamiento máximo, éstas deben de ser llevadas hacia el punto decisivo: la población. Lo que concuerda con el hecho, así declarado por los mandos militares estadounidenses, de que el punto decisivo en una contrainsurgencia, es la población, y no el enemigo.

En este mismo sentido, hay que recordar que, desde los antiguos manuales de la SOA, se anunciaba como una falencia de la doctrina contrainsurgente, el hecho de que las operaciones de información y las operaciones cívico-militares, estuvieran a cargo de dependencias ajenas a los gabinetes de planeación de los comandos de combate, y que cada operación militar debería incluir sus OI específicas y adaptadas a las posibles crisis y fracasos de las mismas.

Y así mismo, se puede decir que, en el curso de las OI, el efecto más importante variará conforme a la capacidad principal específica que tenga el adversario, el cual, en este caso, es la capacidad de las organizaciones guerrilleras para recoger la información (no sólo de inteligencia) y transmitirla a las comandancias. O en el otro sentido, la imposibilidad de las organizaciones guerrilleras para generar información pública, con los datos y sus enfoques sobre los acontecimientos.

Otro de los aspectos al que están enfocadas las OI es el de la compartimentación de las estructuras guerrilleras: así, los estrategas del ejército han entendiendo que, junto a la clandestinidad, se trata de uno de los principios de la lucha guerrillera y, por este motivo, aparecen los relatos de que todas las labores de inteligencia previas a las operaciones militares han sido posibles gracias a las supuestas traiciones y delaciones por parte de miembros de dichas organizaciones insurrectas.

Casos no faltan para sustentar dichas afirmaciones, pero es evidente que el gran salto militar de las dos últimas décadas del ejército colombiano no ha sido necesariamente el de los cuerpos de infantería y de sus unidades de torturadores (de los cuales, se sabe que se ha aumentado la capacidad de transporte de las tropas, lo que les ha permitido relevar con más frecuencia las tropas cansadas y permanecer más tiempo en las persecuciones y operaciones de cerco), sino que,  el gran salto se ha cifrado en los avances en la inteligencia electrónica, y con ella, en la capacidad de interceptación electrónica de comunicaciones. Esto cobra su real importancia en regiones como la Macarena, donde se espera que el flujo de comunicaciones no sea elevado.

Entonces, para contestar a la pregunta inicial, y extrapolarla a la muerte del comandante de las FARC-EP, «Jorge Briceño», e intentar dilucidar si su muerte y la de los otros seis guerrilleros que murieron en el bombardeo representan una derrota militar definitiva para el Frente 48, no puedo más que responder con otras dos preguntas, necesariamente ligadas a los asuntos militares del tipo de contienda que se vive en Colombia:

Con la muerte de estos guerrilleros y de su comandante, ¿ha quedado rota la bien preparada cadena de mando al  interior del Frente 48, y en general, de las demás unidades guerrilleras de las Farc-EP?
¿Queda rota la capacidad de organización (movilización concertada y organizada de tropas, operatividad a lo largo del tiempo, avituallamiento de la tropa), del Frente 48 y de las demás unidades de esta guerrilla?

Considero, por lo tanto, que no es poco acertado decir que la posibilidad para el Estado colombiano de capitalizar la muerte de los líderes históricos de las FARC-EP y del ELN (o, como prefieren llamarlo, la capitalización de la energía potencial de la OI) no está en la acción militar que se desarrolló en el terreno y que terminó con la muerte de los guerrilleros, sino que dicha oportunidad está ligada a la eficiente explotación de las OI, sin las cuales, no sería posible registrar como una derrota militar concluyente la muerte de uno de los mandos del Frente 48 de las FARC. Del mismo, que de aquí a unos cuantos días, tendrán segura noticia.

….con muerte todas las cosas ciertas
grabaron una puerta en el centro de abril,
con patria se ha dibujado el nombre
del alma de los hombres que no van a morir.
nadie se va a morir, menos ahora
que el canto de la patria es nuestro canto
Silvio Rodríguez

 
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