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Un "hacker" es acusado de descargar millones de artículos. Su caso reaviva el debate sobre los ciberactivistas

La desobediencia civil alcanza a la publicación de estudios científicos

Fuentes: Público

  Aaron Swartz, en primer plano, durante una reunión de la organización Creative Commons . Fred Benenson / CC BY 2.0 En la tarde del 6 de enero de este año, miembros del Servicio Secreto de Estados Unidos, agentes de la Policía Local de Boston y efectivos de la seguridad del Instituto Tecnológico de Massachusetts […]

 

Aaron Swartz, en primer plano, durante una reunión de la organización Creative Commons . Fred Benenson / CC BY 2.0 Aaron Swartz, en primer plano, durante una reunión de la organización Creative Commons . Fred Benenson / CC BY 2.0

En la tarde del 6 de enero de este año, miembros del Servicio Secreto de Estados Unidos, agentes de la Policía Local de Boston y efectivos de la seguridad del Instituto Tecnológico de Massachusetts (el prestigioso MIT) persiguieron a un joven que huía por el campus universitario a lomos de una bicicleta hasta que fue detenido. ¿El delito del joven? Acceder a la red del MIT con un ordenador para descargar 4,8 millones de artículos científicos. No es el argumento de una película, el Gobierno de EEUU pide 35 años de cárcel para este activista de la llamada libre información.

Aaron Swartz , de 24 años, compró el septiembre pasado un portátil para, según consta en el auto por el que un juez de Boston lo acusó hace unos días de un delito informático, conectarse a la red del MIT y, desde ahí, acceder a la base de datos de publicaciones académicas JSTOR (del inglés Journal Storage). Esta organización es una nueva Biblioteca de Alejandría de la ciencia. Desde 1995 ha digitalizado las ediciones de 1.400 revistas científicas y tiene a 7.000 instituciones de 153 países entre sus clientes. La mayoría son universidades que pagan una cantidad que puede llegar hasta los 35.000 euros al año para poder acceder a sus archivos.

Aaron Swartz, de 24 años, descargó 4,8 millones de artículos

Swartz descargó el 98% de toda esa información. Cada día llegaba al campus del MIT, que ofrece una cuenta de acceso limitado a su red a los visitantes, y accedía a la base de datos de JSTOR. Diseñó un programa que automatizaba la descarga de todos los archivos que encontraba en formato PDF. Los responsables del sistema, al detectar una descarga tan masiva (en dos meses Swartz se bajó cien veces más de lo que descarga toda la red del MIT de JSTOR) bloquearon la dirección IP (que identifica a un ordenador en la red) que usaba. Pero cada vez que lo hacían, el activista cambiaba de dirección.

La investigación del caso

Tras semanas de jugar al ratón y al gato, JSTOR decidió bloquear todos los accesos que vinieran del MIT, lo que obligó a la universidad a investigar en serio el asunto. Su seguridad descubrió un ordenador conectado a su red escondido en una caja de cartón oculta en un armario de uno de los edificios universitarios.

La Fiscalía pide para el activista 35 años de cárcel y 700.000 euros

El 4 de enero, los investigadores tomaron huellas del equipo y colocaron una cámara para saber quién era el intruso. Dos días después se producía la detención de Swartz.

Ahora, la Fiscalía de EEUU acusa a Swartz de una intrusión informática en redes del MIT y JSTOR, daño a sus servidores y de llevarse 4,8 millones de artículos, de los que 2,7 millones eran de editoriales independientes que los ponían a la venta en la plataforma de JSTOR. Según el escrito, la intención de Swartz era distribuir el material en «una o más páginas de intercambio de archivos». Piden para él 35 años de cárcel y una multa de un millón de dólares (unos 700.000 euros).

La noticia de la acusación formal ha provocado la reacción de los activistas de EEUU que defienden el libre flujo de la información. Primero porque, por sus antecedentes, Swartz no parece que buscara beneficiarse económicamente. Este joven pertenece a esa clase de genios digitales que usan la tecnología para el activismo y la difusión del conocimiento. Con 14 años, participó en el diseño del RSS, un mecanismo para recibir avisos de que una página ha sido actualizada.

«Su carrera se ha centrado en servir al interés público», dicen sus defensores

Si se buscan fotografías de él en Google, hay una en la que, siendo niño, aparece vestido con una camiseta con la leyenda Creative Commons, la organización que creó un sistema alternativo a las restricciones del modelo actual del copyright. A su lado posa Lawrence Lessig, el cofundador de Creative Commons.

«La carrera de Aaron se ha centrado en servir al interés público promoviendo la ética, el Gobierno abierto y la política democrática», dice David Segal, director de Demand Progress , una organización con 500.000 miembros que Swartz creó y dirigió años atrás.

En el haber de Swartz también está su participación en la creación de la web de noticias Reddit (de la que meneame.net es su versión española). En 2008 publicó un estudio, junto a Shireen Barday, analizando quién financiaba determinados estudios científicos. Una de las conclusiones revelaba que los autores de investigaciones tienden a defender los postulados de los que han pagado sus trabajos.

Las editoriales escanean colecciones y consiguen el copyright

Robo de conocimiento

Con ese pedigrí, Swartz no da la imagen de un delincuente informático sino de un ciberactivista. Como tal, hace tres años participó en la creación de un efímero movimiento llamado Guerrilla Open Access. Dos frases ilustran su misión. «No hay justicia al respetar leyes injustas. Es hora de salir a la luz y, en la gran tradición de la desobediencia civil, declaramos nuestra oposición a este robo privado de la cultura pública». En un segundo párrafo ya se adivinan las motivaciones de Swartz en este caso: «Tenemos que hacernos con la información, esté donde esté almacenada, hacer nuestras copias y compartirlas con el mundo».

Sin embargo, para la fiscal de Massachusetts, Carmen Ortiz, «robar es robar, ya sea con un comando de ordenador o con una palanca, ya se trate de documentos, datos o dólares», asegura en un comunicado. «Es igualmente perjudicial para la víctima tanto si se vende todo lo que se ha robado como si lo regalan «, añade. Se da la circunstancia de que ni JSTOR ni el MIT querían denunciar. «Ha sido decisión del Gobierno el enjuiciarle, no de JSTOR», asegura en un comunicado esta organización tras la polémica levantada.

Ni JSTOR ni el MIT querían denunciar a Swartz por la descarga

«Le quieren meter en la cárcel por culpa de un copyright que se ha quedado viejo», explica a Público el profesor del departamento de Economía de la Universidad de Washington en Saint Louis, Michele Boldrin. Para el coautor del libro Against Intellectual Monopoly , «a la ciencia le está pasando lo mismo que ya vivieron la música o el cine: la tecnología es tal que sería posible hacer accesible el conocimiento a un coste muy bajo, incluso ganando dinero, pero con el actual sistema de copyright esto es imposible».

Boldrin publica investigaciones y también consulta otras. «Pero yo ya no voy a la biblioteca, lo busco en internet», comenta. Señala al actual sistema de propiedad intelectual como el principal freno a la digitalización de revistas. Pero, además, las editoriales poderosas escanean colecciones históricas, ya en el dominio público, consiguiendo así el copyright para ellas.

Publicar los artículos

Ese efecto perverso es el que quiso denunciar el matemático Greg Maxwell. Nada más saber de la acusación contra Aaron Swartz, este también estadounidense cogió su colección de 18.000 artículos de la revista Philosophical Trans-actions of the Royal Society y los publicó en la página de enlaces The Pirate Bay . Hay textos de Isaac Newton o Charles Darwin. De hecho, todos son anteriores a 1923, por lo que hace años que estarían en el dominio público si no fuera porque JSTOR los digitalizó y cobra desde cinco euros por artículo.

Maxwell justifica su acción en solidaridad con Swartz: «La publicación académica es un sistema curioso. Los autores no cobran por sus escritos. Los revisores tampoco y, en algunos campos tampoco los editores de las revistas. Incluso, a veces, los autores tienen que pagar a la editorial. Y aún así las publicaciones científicas son una de las piezas más escandalosamente caras de literatura que uno puede comprar . En el pasado, las elevadas tarifas de acceso soportaban la reproducción mecánica de las revistas especializadas pero la distribución online ha hecho de esta función algo obsoleto».

En uno de los comentarios de respuesta a Maxwell, un usuario de The Pirate Bay describe con una sola frase un sentimiento que comparten muchos de los conocedores del caso de Swartz: «No soy científico pero me los estoy descargando por principios «.

http://www.publico.es/ciencias/389573/la-desobediencia-civil-alcanza-a-la-publicacion-de-estudios-cientificos