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Sumar y no restar (precipitadamente)

La división de la izquierda y la pérdida de influencia política

Fuentes: Rebelión

                                                            Izquierda / Derecha A la derecha, el único proyecto político se llama DINERO./ Asumido este principio fundacional/ los que eventualmente se aproximen o participen en el proyecto/ ya tienen claro de qué se trata,/ por qué se está allí, etc./ […]

                                                            Izquierda / Derecha

              A la derecha, el único proyecto político se llama DINERO./ Asumido este principio fundacional/ los que eventualmente se aproximen o participen en el proyecto/ ya tienen claro de qué se trata,/ por qué se está allí, etc./ Nadie se engaña/ y todos saben a qué están jugando aunque el juego/ se disfrace de patria, unidad, progreso, religión, familia, etc./ A la izquierda, el proyecto se llama IDEA./ Asumido este principio fundacional/ lo que sigue es fragmentación, intolerancia, mesianismo…/ Somos,/ más que el fantasma de Marx/ recorriendo Europa,/una suelta de vaquillas.

              Antonio Orihuela, La ciudad de las croquetas congeladas. Ediciones Baile del Sol, 2006

Hace unos meses, recabando ideas, datos y puntos de vista que me permitiesen entender -y expresar- mejor cómo la división y atomización de la izquierda política influye -ha influido e influirá inevitablemente- en el proceso de alumbramiento y desarrollo de una alternativa al actual sistema de capitalismo global, basado en el expolio y la depredación generalizada, di -en estas mismas páginas- con la reproducción de dos textos extraordinariamente lúcidos, que, desde mi punto de vista, iluminan -y nos ayudan a enmarcar- algunos aspectos fundamentales de la cuestión.

Se trataba, en primer lugar, de ¿Por dónde pasa hoy la fidelidad al legado político de Castoriadis?, desarrollo escrito de la intervención que Amador Fernández-Savater hizo en la clausura del «Encuentro Castoriadis», celebrado en Buenos Aires, en mayo de 2005, publicado originalmente en El Viejo Topo y reproducido en la edición de Rebelión.org del 10 de julio de 2006. Y del más breve, pero igualmente interesantísimo, artículo de Martín Echenbaum, titulado Apuntes sobre la izquierda, publicado el uno de octubre de 2006 (Rebelión.org/Agencia ConoSur)

Por eso, sirva como preámbulo el resumen de algunas de las ideas conductoras que llevan, por un lado, a Amador Fernández-Savater, y, por otro, a Martín Echenbaum, a plantearse una de las preguntas claves (el nudo gordiano, quizás: en mi opinión) que debería responderse (deberíamos respondernos) la izquierda europea y occidental, en estos momentos.

*

Intrigado por la verdadera naturaleza de los sucesos de Hungría, en 1956, y por qué tales acontecimientos no se dieron ni extendieron al resto de los países del socialismo real (señala, Fernández-Savater, en una parte de su discurso), Castoriadis concluyó que las mismas causas no conducen inevitablemente a los mismos efectos; puesto que «»…no hay una serie de variables fijas en la historia que nos permitan anticipar y determinar de ninguna manera lo que va a ocurrir en un futuro, su significado, expresión y desarrollo… / …las revoluciones no son, como se ha dicho a menudo, los momentos privilegiados en los que la historia -concebida a menudo como un corsé de monotonía y progreso- estalla y se abre a lo desconocido. El modo de ser de la historia es precisamente la explosión y la apertura a lo desconocido. Más o menos visible, más o menos imperceptible. Las revoluciones representan condensaciones ejemplares de la misma naturaleza del hecho histórico, porque muestran a quien tenga ojos para verlo -o, si uno es afortunado, cuerpo para sentirlo- la creatividad instituyente en marcha, la disolución de lo instituido, el surgimiento de lo nuevo…»»

De modo que, en estos momentos «»…Seattle, Génova, Argentina, Bolivia no representan -en absoluto- un nuevo 68. El hilo rojo que enlaza a través del planeta distintas experiencias no asume la forma de un movimiento articulado. No es un acontecimiento que cierre una fase (el «desierto que crece») y abre una secuencia completamente nueva y progresiva de acumulación de fuerzas. No es posible pensarlo así… / …En ese común difuso que comparten las distintas experiencias más radicales (en el sentido de «ir a la raíz») encontramos desde luego las significaciones de autonomía y horizontalidad, como valores, como principios, como horizonte, como nombre otorgado por las propias experiencias a una serie de comportamientos colectivos, políticos… / …No hay cambio epocal, porque podemos rastrear elementos fortísimos de continuidad: privatización, despolitización, neutralización del conflicto político. Sin embargo, se abren nuevas «brechas» (por utilizar el término que Castoriadis empleó para hablar de mayo del 68 en Francia) en el muro del conformismo generalizado. ¿Se han «cocinado» esas fisuras durante los años más oscuros de las últimas décadas? A partir de ahí, podría hacerse una relectura del pasado que cuestionase el poder omnímodo de la privatización y el conformismo durante cierta época…»» Pero lo más interesante -desde mi punto de vista- es que «»…quizá durante los años 70, 80 y 90 se dieran transformaciones subjetivas en la percepción de la ciudad, la comunidad, la lucha política, el trabajo, el consumo y la educación que funcionaran como gérmenes (por usar otra palabra del gusto de Castoriadis) de lo que ahora se elabora colectivamente e irrumpe en la superficie social. Creo que no podemos entender las significaciones de las luchas contemporáneas sin atender a esa mutación antropológica de las últimas décadas… Y lo que es aún más importante «»…la libertad no es sólo liberación, sino asociación, recreación de lazo social, despliegue de una lógica de cuidados. No se agota en el «No», sino que afirma una construcción de redes alternativas, de nueva subjetividad, de otras modalidades de autoayuda colectivas. No pivota en torno al «anti», inventa una «nueva geometría de la hostilidad» (Virno) en la que el Estado puede ser un recurso o un interlocutor, no sólo un enemigo que nos define a la contra…»» Sin embargo [¡!] «»…en Europa (hablo muy en general) la acción política sigue más pegada a la lógica del enfrentamiento, la visibilización, la denuncia, la reinvindicación. Expresa un «No» que aún no sabe bosquejar un «Sí» encarnado en experiencias alternativas, contrapoderes, etc…»» Pero «»…La autocreación del movimiento obrero es una obra portentosa de elaboración colectiva de la experiencia (Thompson), transformación social y creación cultural (Castoriadis). La «toma de conciencia» explica muy poco, a pesar de lo que creyera el marxismo más reduccionista. Hay que mirar más bien la producción de formas de vida, de deseos colectivos, de valores, de historias e imaginario alternativo. De otra manera no entenderemos nada. Nos quedaremos en lo ideológico. Juzgaremos a los movimientos sociales por su conciencia y no por su práctica efectiva. Creo que sigue siendo perfectamente pertinente esa aseveración que hizo Castoriadis durante los años 70: ‘la transformación de la sociedad, la instauración de una sociedad autónoma, implica un proceso de mutación antropológica que, evidentemente, no podía y no puede completarse ni única ni centralmente en el proceso de producción. O bien la idea de una transformación de la sociedad es una ficción sin interés, o la contestación del orden establecido, la lucha por la autonomía, la creación de nuevas formas de vida individual y colectiva invaden e invadirán en lo futuro (conflictiva y contradictoriamente) todas las esferas de la vida social’…»» No obstante, cuando la situación es del tipo que podríamos denominar «»…situación que nombramos ‘Kirchner’ [¿socialdemócrata?]. Una situación (por lo que entiendo) de relativa hegemonía cultural del gobierno, trabajada mediante una política de gestos simbólicos con escaso alcance material (como en España con Zapatero). En esa situación [y llegamos al nudo gordiano], ¿cómo oponerse a la tristeza y la marginación y seguir pensando, seguir conectando núcleos activos aunque minoritarios de resistencia?…»»

En efecto, ¿cómo hacerlo?; ¿cómo deshacernos de la frustración y del pesimismo -a menudo, sectario- que nos descarta del juego político?

«»…Si habrá en el siglo XXI socialismo, o lucha por el socialismo, no perseguirá la antiutopía de crear las ‘condiciones objetivas’ del mismo, ya que las ‘subjetivas’ vendrán después, por añadidura. Construir el socialismo o, lo que es lo mismo, luchar por él, no es otra cosa que construir colectivamente los sujetos del socialismo. Las futuras organizaciones socialistas, surgidas de la crítica de las viejas formas partido y secta, deberán ser repensadas en los términos de esta autoconstrucción subjetiva y colectiva. Pero cualesquiera sean las formas concretas que adopten las organizaciones revolucionarias del siglo XXI, si quieren ser revolucionarias no sólo en las palabras sino en su propia médula, deberán estar dispuestas a revolucionarse incesantemente a sí mismas, en ser ámbitos colectivos de debate y socialización de prácticas, fundados en la crítica franca, radical y fraternal. Su programa será la revolución permanente, no lanzada sólo contra el poder externo (la Burguesía, el Estado, el Stalinismo), sino también dirigida sobre sí misma, contra sus propios valores inficionados de valores burgueses, contra sus propias cristalizaciones de poder burocrático, contra sus propias mitificaciones…»» Responde Martín Echenbaum [y uno tiene la tentación de añadir, inmediatamente: amén -así sea-; pues, si en los métodos se anuncian y prefiguran los resultados, ¿qué tipo de mundo se anuncia en medio del sectarismo ideológico y de la predominancia de los intereses particulares de los aparatos? Los modos de construir una realidad -mundo- diferente no pueden copiar los modos de aquella realidad -mundo- que deseamos transformar]

**

Sea como fuere, lo único seguro es que no debemos hacernos demasiadas ilusiones. En el despliegue histórico de la guerra de clases, en que andamos inmersos -tome esta guerra el carácter o la formulación que tome: económica, social, cultural o geoestratégica-, cada determinado tiempo, nuestro destino (hasta ahora, ha sido así) es ser descabezados, diezmados o directamente aniquilados por los poderes económicos, sociales y geopolíticos que han dictado el mundo tal cual es, desde la única revolución -propiamente dicha- que ha habido, la Revolución Neolítica.

Y eso es lo que ha venido sucediendo, siempre que la suma paulatina de pequeños cambios -o la expectativa de otros más grandes- en las condiciones materiales -sociales y políticas- de las clases dominadas hacían peligrar el estatus quo de dominación; o, de un modo aún más terminante, en las coyunturas históricas de emergencia y confrontación insurreccional… Sucedió, primero, con la plebe en las «guerras sociales» que precedieron a la caída de la República romana -abocada a los triunviratos, y, finalmente, al Imperio-, y, luego, con los esclavos, en la Roma Imperial; sucedió con las revueltas campesinas y gremiales de finales de la Edad Media y del Renacimiento; con el cuarto estado, en la época del Directorio y de la Restauración; y, con el naciente proletariado industrial, durante la monarquía tutelada de Luis Felipe, el rey burgués, y la Comuna de París (no en vano la bandera del proletariado es roja); sucedió con la Rusia de los soviets, invadida al día siguiente de su proclamación como el primer estado obrero de la Historia, por más de una docena de ejércitos; y con las organizaciones obreras de Alemania y Estados Unidos, durante los años veinte y treinta del siglo pasado: diezmadas por los matones a sueldo -bien de la mafia, bien de los camisas pardas- enviados por los patronos, y rematadas -en el caso norteamericano- durante la guerra fría por el mcCarthismo; sucedió en España, durante la Guerra Civil y la Dictadura franquista; en el Chile de la Unidad Popular; en el Reino Unido thatcherista; en la Italia de los movimientos de autonomía obrera de los años setenta; o en la Nicaragua sandinista, durante los ochenta; lleva sucediendo más de cuarenta años con Cuba; y veremos qué sucede con el intento boliviano o con el venezolano.

Si esto es así, nuestra principal tarea -colectiva e individual, en cuanto agentes de la resistencia y del cambio- consiste en el afianzamiento de cada paso dado y en el apuntalamiento de cada posición tomada, sea la línea entera de un frente (la democracia como aspiración colectiva irrenunciable o la regulación del tiempo de trabajo y de la vida laboral) o una insignificante trinchera (los periodos de licencia por estudio, de paternidad, o el reconocimiento de las enfermedades profesionales: todo suma) Lo esencial es que cada ciclo de liquidación -discriminada o indiscriminada- nos agarre varios pasos más adelante, y que una parte del flujo de acciones y experiencias de cambio y transformación -materializadas, al menos, como memoria- no se pierda en el reflujo subsiguiente. En este trance también -el de resistencia y memoria- es mejor sumar que restar; y la rigidez dogmática y la división devienen -también, una vez más- nuestro flanco más débil.

¿Por qué nos empeñamos, de manera tan tozuda, en restarnos fuerza, capacidad de intervención política y energía: optando tan frecuentemente por las estrategias y conductas que más nos debilitan? ¿Por qué nos cuesta tanto, además, admitir la (co)responsabilidad concreta, diversa y plural -paradójica, a veces- en las acciones, procesos e intervenciones prácticas que han dibujado el perfil de los acontecimientos históricos y que finalmente han establecido las condiciones -reales- del mundo actual? Se puede tener la impresión de que, en medio de nuestras luchas cainitas, actuamos y «pensamos el mundo» como si el estado actual del mundo no fuese con nosotros; como si no hubiésemos tenido nada que ver con el asunto, como si el movimiento obrero y las organizaciones políticas y sociales populares, asociadas al mismo, no hubiesen existido ni intervenido, en los últimos doscientos años, para cambiar las condiciones de vida de los pueblos del viejo y del nuevo continente… ¿Habrían desaparecido las repúblicas populares del este de Europa, o la propia Unión Soviética, sin el concurso de las clases «populares» y del movimiento obrero? ¿Habría cambiado algo el triunfo de las revoluciones húngara, del cincuenta y seis, y checa, del sesenta y ocho? ¿Qué papel juega o jugará la clase obrera y el pueblo cubano en el sostenimiento del estado socialista? ¿Qué respuesta darán el proletariado urbano y el campesinado chino a la segmentación de las condiciones materiales en la China actual? ¿En qué se parecerá, o en qué divergirá, de las respuestas que el proletariado y el campesinado europeo -y occidental, en general- han dado ya, hace décadas, a la segmentación de las condiciones materiales -y políticas- en el resto del planeta? Porque las sociedades del llamado capitalismo avanzado -o de consumo- son como son, ¿han llegado a ser lo que son sin el concurso de sus respectivas clases obreras? O en un ámbito más doméstico, ¿nuestra transición política -modelo de transiciones democráticas– fue como fue -o la España actual es como es- sin el concurso de la clase obrera española? Y lo más crucial, ¿qué papel han jugado o juegan las organizaciones políticas, sociales y sindicales de la clase obrera en todos esos procesos? ¿Qué modelos de organización han resultado y resultan más eficaces? ¿En qué circunstancias y para qué objetivos? ¿Cuáles se convierten en instrumentos, a su vez, de dominación? ¿En qué circunstancias? ¿Cómo y por qué sucede? He aquí algunas de las cuestiones que nos fatigan.

Pero el desaliento y la parálisis, este enorme agotamiento que nos ha tomado, no viene de las revoluciones traicionadas, de las guerras perdidas, de las huelgas robadas, ni de las prisiones, las cárceles o los campos visitados; más brío, si cabe, hemos derrochado fraccionándonos, seccionándonos y dividiéndonos -cuando no, fusilándonos-; primero, en socialistas y anarquistas; luego, en socialistas utópicos y socialistas científicos; socialistas y comunistas; mayorías -bolcheviques- y minorías -mencheviques-; luego, comunistas de verdad y comunistas -revisionistas- de mentira; socialistas traidores -socialdemócratas y socialfascistas– y socialistas -un poco, pero menos traidores- de izquierda; y, más tarde, puros e impuros, fundamentalistas y reformistas, leninistas, trotskistas, castristas y maoístas, violentos, nihilistas y terroristas, y no violentos, ecologistas, pacifistas, etcétera, etcétera, etcétera.

Enumeradas así las facciones (en ristra, como los ajos: y sin detenerse en periodos concretos, por no agotarnos) resulta frustrante y hasta risible, pero no da ninguna risa (salvo a nuestros verdaderos enemigos, que llevan tiempo carcajeándose a nuestra costa). Ardua es la tarea como para hacerla nosotros aún más dificultosa. Sobre todo, cuando la mayoría de los trabajadores, la mayoría de los militantes socialistas, comunistas y anarquistas, y la inmensa mayoría de los activistas sociales, en las coyunturas decisivas, supieron y saben que, a la transformación del mundo real (histórico), todo avance contribuye, todo paso -por pequeño que sea- suma, el levantamiento de una barricada, la lucha organizada -política o sindical-, la ocupación de una fábrica, la construcción de un entramado -ya sea interino o permanente- comunal de vida; la apertura de espacios productivos, culturales, políticos y sociales autónomos, la colectivización, la insurrección, el sabotaje y la confrontación, cuando se den; pero también las leyes sociales o aquellas acciones legales e institucionales que constatan y sancionan cambios -positivos- liberadores -o sesgadamente comunitaristas- en los hábitos y en los comportamientos de las multitudes (promovidas, o no, por las situaciones Kirchner o Zapatero); cuando, el que más y el que menos, sabe que todo depende, antes que nada, del espacio/tiempo; de la naturaleza de la experiencia histórica que se esté decantando, y de la correlación de fuerzas entre las clases [para esta y otras consideraciones, recomiendo la lectura de la entrevista a Mike Davis: De la ciudad de Blade Runner a la del Black Hawk derribado (en Sin Permiso. Rebelión.org 31/07/2006)]… En nuestra práctica política o en nuestros actos de constitución y experimentación de una realidad diferente -social y comunitaria-, no deberíamos, pues, «despreciar» nada que objetivamente contribuya a la sustitución del actual orden de dominación por otro más justo e igualitario. En realidad, deberíamos sospechar de aquellos que se empeñan en resaltar y enconar nuestras diferencias: da igual que vengan de los aparatos de propaganda e ideologización de los enemigos de clase (todos sabemos cuáles son y cómo actúan), o que procedan de los aparatos burocráticos de nuestras propias organizaciones.

Cada grieta descubierta en el sistema (ya sean legales, institucionales o ideológicas: sin ir más lejos, los confusos límites que el sistema propone entre terrorismo y lucha legítima, tal como indican la existencia del campo de concentración de Guantánamo, la ley de enjuiciamiento sin garantías recientemente aprobada en los Estados Unidos, la ley de partidos vigente aquí, el descarado apoyo y cobertura a las acciones terroristas contra Cuba de las mafias de Miami, o el exterminio sistemático de los disidentes y la guerra de devastación en Chechenia de la Rusia de Putin); cada espacio abierto y liberado (las incontables experiencias de autonomía, de exploración de alternativas de vida libre, cooperativa y comunitaria, y las innumerables acciones colectivizadoras que jalonan las realidades sociales más diversas, en todos los mundos: las ocupaciones, las comunidades de economía y de intercambio libre, etc.); cada paso avanzado y consolidado institucionalmente (en la legislación, en las relaciones laborales y sindicales, o mediante convenios y prácticas sociales asumidas por las mayorías); cada trinchera conquistada, da igual si ha sido a bayoneta calada o con ayuda de la artillería, con gloria o sin ella; lo mismo que cada error cometido y cada experiencia fallida, no sólo nos hacen más resistentes y lúcidos, también dejan su impronta -imposible de borrar- en la memoria colectiva, si sabemos reconocerlos y afrontarlos.

En la última Fiesta del PCE, mientras tomaba un tentempié con unos amigos junto a las casetas que bordeaban el pabellón en que Julio Anguita acababa de presidir el debate sobre el nuevo Manifiesto-Programa del Partido Comunista, tuve la ocasión de escuchar algunos jirones de conversación entre varios jóvenes -aficionados a las travesuras informáticas en la Red, por lo que pude deducir casi inmediatamente- que, en un momento dado de su conversación, dieron en el tema del voto en el 14-M; casi todos -por lo que recuerdo- habían votado al Partido Socialista y, en la víspera, los que no habían estado agitando la Red, habían estado exigiendo claridad en la calle Génova… Lo más interesante es que en ningún momento habían dejado de ser conscientes de la naturaleza tibiamente socialdemócrata y reformista del programa y del partido que apoyaban, no se habían hecho ninguna ilusión al respecto; en esto, sí se distinguían de los millones de trabajadores que votaron -ilusionadamente- socialista en el año 1982; y que, en ninguno de los dos casos -ni los trabajadores ilusionados, en el ochenta y dos, ni los jóvenes escépticos del dos mil cuatro-, habían tenido el menor prejuicio a la hora de usar la herramienta política de que disponían -en esas circunstancias tan concretas-, con el fin de cambiar lo que deseaban que fuese cambiado en ese momento concreto.

Cuando, en tales circunstancias, los trabajadores toman decisiones políticas, no están repartiendo medallas al mérito, sino que están abriendo paso y posibilitando realidades tangibles; y, para ello, usan los instrumentos que consideran válidos, sin prejuicio ninguno, de un modo esencialmente práctico, nos guste o no, o nos resulte justo o injusto; y la debilidad, la irrelevancia política, la fragmentación y el sectarismo no son precisamente las herramientas más útiles y eficaces para quienes desean obtener algo a cambio de algo. Eso es lo que sucedió en octubre de 1982 y volvió a suceder en marzo de 2004; lo mismo que sucedió -salvando las distancias- en la Alemania de los años veinte y treinta, y pasó luego en la Francia del setenta y siete, cuando el PCF de George Marchais, rompió la unidad de la izquierda; y volverá a pasar este mismo año, dada la incapacidad mostrada por la izquierda anti-liberal francesa para presentar un programa político común de mínimos, debido en gran medida a la decisión -de nuevo- del PCF (convertido en una organización aún más irrelevante que en el setenta y siete) de romper unilateralmente la unidad casi alcanzada; y ha pasado -y pasará- en España, con Izquierda Unida y el PCE, si caminan los derroteros apuntados… En 1982 no es que los trabajadores dejasen de reconocer el enorme e impagable mérito de los militantes comunistas y del propio partido durante la dictadura y la transición; o el 14-M no es que esos jóvenes dejasen de simpatizar con el PCE o Izquierda Unida, es que en ambos caos, tanto el PCE como IU, habían dejado de ser los instrumentos de influencia política que demandaban.

Llegados a este punto, no es raro que se manifieste una nueva fractura no menos lesiva, esta vez, entre los trabajadores y sus aliados naturales: la evidencia de cierto recelo y de un amargo rechazo paternalista de las multitudes por una parte letrada -o especialmente concienciada– de la militancia, de los dirigentes y de los intelectuales orgánicos de la izquierda; entre trabajadores e intelectuales se levanta entonces un muro de sospecha e incomunicación insalvable, siendo así que ambas partes han sido tradicionalmente, desde el principio, y siguen siéndolo, los aspirantes potenciales al cambio: unos, por la urgencia y la necesidad objetiva de su ubicación dentro del sistema/mundo; y otros -descartada en la mayoría de los casos la procedencia de clase-, por el esfuerzo racional, paciente y sostenido de la curiosidad (primera condición de la inteligencia, según Leonardo), que espoleada por la insatisfacción -y una incontestable necesidad subjetiva- que procede de la injusta disposición del mundo (en tanto que sistema), desencadena un semejante deseo de cambio; aunque los deseos de los trabajadores sean normalmente más sencillos, mucho menos elaborados y más «prácticos» (como hemos visto), y resulte inevitable, a veces, cierta fría displicencia bloomsburiana y la consideración de tales deseos como insuficientes e incluso incompatibles con la idea misma de cambio.

Si es verdad -como escribe Quique Falcón en su bellísimo El amor, la ira (poema 6)- que en la transparencia no siempre acaece la comunicación, y que «»…no siempre en lo ya conocido se producen los encuentros…»» También lo es que entre los intelectuales y los trabajadores (las multitudes) hace tiempo que se han roto casi todos los puentes; por lo que entre la jerga cripto-socio-filosófica empleada habitualmente por la literatura política (diferente de aquella más rudimentaria cripto-burocrática de los viejos aparatos, pero tan bizarre como ella) y los centros de interés -o la experiencia lectora- de un trabajador corriente, hay tal abismo que cualquier intento de comunicación está destinado al completo fracaso.

«»…Supongo que una de las cosas que me ha mantenido en esta línea ha sido el haber trabajado muy próximo a un grupo de gente…»»: contesta el escritor Tariq Alí, cuando se le pregunta por su excelente sintonía con los trabajadores (Una nueva política para la izquierda radical, Paige Austin. Sinpermiso; en Rebelión.org 05/09/06) Construir una lógica socialista, que se oponga a la lógica del capital (por la que nos regimos), así como establecer los principios teóricos sobre los que fundamentar las nuevas prácticas políticas y sociales, debería ser una tarea compartida por la mayoría y comprensible -¿qué menos?- para los agentes encargados de materializar los cambios.

El modelo social, económico y político que buscamos -y con el que especulamos- debe ir precedido y anticipado (Martín Echenbaum o Mike Davis) por un cambio y una franca transformación antropológica y cultural de las mayorías sociales; por eso, habría que empezar por estimular todos aquellos objetos -de deseo- concretos que coadyuven a la percepción de las estructuras ideales invariables, es decir, de los significados que determinan finalmente hacia qué objetos concretos se dirigen las mentes, individuales y colectiva, en cada momento dado, más acordes con nuestro proyecto: objetos intencionales y significados -abstracciones- que pueden ser el fruto de la acción política diaria -práctica-, o tal vez pertenezcan al ámbito de las aspiraciones y de la imaginación: ideas, emociones, modos de vida, símbolos, actitudes, relatos y metáforas que conformarían -y conforman, de hecho, en cada etapa histórica- los universos igualitaristas y comunales; es nuestro deber, pues, motivar los deseos de disfrute compartido del tiempo y de la felicidad, frente a los deseos más egoístas de disfrute particular -y aislado- de cualquier estatuto que implique privilegio o sumisión, sea de la naturaleza que sea. Y, sobre todo, debemos hacerlos (tales objetos: el bienestar compartido mediante el equilibrio entre las necesidades y apetencias individuales y las del grupo, o la convicción de que sin la felicidad del otro no es posible la mía, por ejemplo), además de explícitos, inteligibles y atractivos para la mayoría.

El hermetismo cuasi iniciático o el solipsismo a que nos abocan determinados discursos, hacen tanto daño como ese pesimismo resentido y faccioso, heraldo de la división y del enfrentamiento, del que hablábamos más arriba; o la falta de relatos y de símbolos compartidos, esclarecedores de los deseos colectivos y atizadores de la voluntad; o ese quietismo autista y despreciativo, de ciertas minorías, antesala de la decadencia y de la completa irrelevancia.

A una lógica hay que oponer otra lógica, a un objeto de deseo, otro objeto de deseo; de ahí que tan importante como compartir símbolos y relatos que nos ofrezcan cohesión y vínculos duraderos, es que los conceptos, las ideas y los valores alternativos que armen la nueva lógica estén clara y eficazmente desplegados.

Si al Dinero (sucedáneo del tiempo impersonal y no vivido) se opone el disfrute real (no intermediado) del Tiempo (personal y vivido); si al delirio espasmódico del Consumo entendido como depredación, oponemos el Placer (sereno) de la autocontención; si a la Satisfacción insostenible (a cualquier precio) de necesidades egoístas e inducidas, se contrapone el gusto por la Satisfacción sostenible (consciente) de necesidades objetivas y comunitarias; si al Desequilibrio (injusto) del yo acaparador, contraponemos el Equilibrio (justo) del nosotros solidario; tales conceptos, ideas y valores, perfectamente comprensibles en su origen y fundamentos, deben ser expresados de un modo claro, rotundo y comprensible en nuestros discursos; la expresión oscura y hermética, por lo general, no encierra profundidad, sino tan sólo mostrenca vacuidad… Y ya no hay tiempo para bromas, ni para más lindezas ideológicas, o agudezas de ingenio… Si no lo hacemos nosotros -si no hablamos claro nosotros-, otros lo harán -lo están haciendo ya, de hecho- en nuestro lugar; son los discursos de los fundamentalismos religiosos y nacionalistas: comprensibles, nítidos, cortantes.

Enredados como andamos en disquisiciones -las más de las veces- estériles y especiosas, acerca de alambicadísimos galgos y podencos ideológicos (que van a mordernos y a destrozarnos, si no reaccionamos); enzarzados en disputas intestinas que a nada conducen, salvo a nuestra final irrelevancia; metidos en batallas que no son las nuestras (¿qué se nos ha perdido, por ejemplo, a nosotros en las llamadas «cuestiones nacionales», sean vasca, catalana o española? ¿Qué ha pasado con una de las aportaciones conceptuales y políticas de más hondo calado y clarividencia del pensamiento de izquierda, seña de identidad, por si lo hemos olvidado, del movimiento obrero revolucionario? El internacionalismo proletario); hemos perdido la brújula, y los fundamentalismos étnicos y religiosos la han encontrado.

Veamos. El debate sobre la participación en las instituciones, tradicional en determinados ámbitos de la izquierda, no es práctico; el cómo utilizarlas para nuestros fines, sí. La cuestión de si los gobiernos socialdemócratas acaparan o entorpecen las experiencias de cambio no es relevante ya, cómo usar e influir en sus políticas, sí. Medir el grado de participación o no en las instituciones, no es práctico; usar las instituciones con astucia y descaro -siempre que se pueda- para nuestros fines, sí. En la lucha antifranquista el uso de los sindicatos verticales por las primitivas Comisiones Obreras, fuertemente contestado, al principio, por los sectores más conservadores de la izquierda, se reveló a la postre como una de las estrategias más inteligentes y eficaces para la cimentación y la extensión del movimiento obrero organizado en la España de los años sesenta y setenta.

«»…En este sentido, hay que pensar, otra vez, nuestra definición y acción sobre el Estado. Me interesa aquella que propone exigirle permanentemente para que actúe como si en realidad fuera lo que el propio Estado dice que es, o sea, un aparato que vela por los derechos de todos…»» Escribe Martín Echenbaum [y uno tiene, de nuevo, la tentación de añadir, inmediatamente: amén, así sea]

***

El pasado nos da las claves del futuro, deberíamos saberlo. Hay que tomar, pues, en seria consideración las estrategias más sólidas y versátiles de entre las ensayadas, y recuperar los aspectos más creativos y aglutinadores, no sólo de las primitivas organizaciones internacionales y de los frentes populares anteriores a la II Guerra Mundial; o de los movimientos de revuelta y de contestación de los sesenta, o de la Unidad Popular chilena; sino también de la diversidad de prácticas políticas provenientes de las tradiciones trotskista y anarcosindicalista, así como de las experiencias concretas acumuladas por los modernos movimientos sociales sectoriales y por las redes anti-globalización; de modo que, actualizadas las más eficaces, con la vitalidad y plausibilidad de las experiencias más recientes en la constitución de movimientos de masas -activos e influyentes-, como es el caso del MAS en Bolivia, y analizadas las causas por las que se frustraron otras -tan prometedoras como esta: descontados los fenómenos de burocratización y estalinización de las organizaciones comunistas clásicas-; recuperaríamos el rastro de la senda perdida.

El programa del Frente Popular en España, puede darnos algunas pistas más; especialmente, de cómo se suma y no se resta en un proyecto político de largo alcance:

…Madrid, 15 de enero de 1936…

…Los partidos republicanos de Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Socialista, en representación del mismo y de la Unión General de Trabajadores, Federación Nacional de Juventudes Socialistas, Partido Comunista, Partido Sindicalista y Partido Obrero de Unificación Marxista, sin perjuicio de dejar a salvo los postulados de sus doctrinas, han llegado a comprometer un plan político común que sirva de fundamento y cartel a la coalición de sus respectivas fuerzas en la inmediata contienda electoral y de norma de gobierno, que habrán de desarrollar los partidos republicanos de izquierda, con el apoyo de las fuerzas obreras, en el caso de victoria. Declaran ante la opinión pública las bases y los límites de su coincidencia política, y, además, la ofrecen a la consideración de las restantes organizaciones republicanas u obreras, por si estiman conveniente a los intereses nacionales de la República venir a integrar, en tales condiciones, el bloque de izquierdas que debe luchar frente a la reacción en las elecciones generales de diputados a Cortes… [Cuando se tienen claros los objetivos, de qué modo tan económico se expresa lo que se tiene que decir]

…Como supuesto indispensable de paz pública, los partidos coaligados se comprometen:

…amnistía de los delitos políticos…

…imperio de la Constitución…

…Comisiones parlamentarias, a cuyo cargo correrá, con el auxilio de los organismos técnicos a ellas incorporados, el trámite formativo de las leyes…

…Se declara en todo su vigor el principio de autoridad; pero se compromete su ejercicio sin mengua de las razones de libertad y justicia…

…Se organizará una Justicia libre de los viejos motivos de jerarquía social, privilegio económico y posición política…

…se rodeará de mayores garantías al inculpado en lo criminal. Se limitarán los fueros especiales, singularmente el castrense, a los delitos netamente militares. Y se humanizará el régimen de prisiones, aboliendo malos tratos o incomunicaciones no decretadas judicialmente…

…Los republicanos no aceptan el principio de la nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos, solicitado por los delegados del partido socialista. En cambio, consideran conveniente una serie de medidas que se proponen la redención del campesino y del cultivador medio y pequeño… [¡!]

…procederá un sistema de leyes que fije las bases de la protección a la industria, comprendiendo las arancelarias, exenciones fiscales, métodos de coordinación, regulación de mercados y demás medios de auxilio que el Estado dispense en interés de la producción nacional, promoviendo el saneamiento financiero de las industrias, a fin de aligerar cargas de especulación que, gravando su rentabilidad, entorpece su desenvolvimiento…

…Se llevarán a cabo grandes planes de construcciones de viviendas urbanas y rurales, servicios cooperativos y comunales, puertos, vías de comunicación, obras de riego o implantación de regadío y transformación de terreno…

…No aceptan los partidos republicanos las medidas de nacionalización de la Banca propuestas por los partidos obreros; reconocen, sin embargo, que nuestro sistema bancario requiere ciertos perfeccionamientos si ha de cumplir la misión que le está encomendada en la reconstrucción económica de España… [¡!]

…Dirigir el Banco de España de modo que cumpla su función de regular el crédito conforme exija el interés de nuestra economía, perdiendo su carácter de concurrente de los Bancos y liquidando sus inmovilizaciones… Someter la Banca privada a reglas de ordenación que favorezcan su liquidez. Mejorar el funcionamiento de las Cajas de Ahorro para que cumplan su papel en la creación de capitales. Respecto a la Hacienda, se comprometen a llevar a cabo una reforma fiscal dirigida a la mayor flexibilidad de los tributos y a la más equitativa distribución de las cargas públicas, evitando el empleo abusivo del crédito público en finalidades de consumo…

…La República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clases, sino un régimen de libertad democrática impulsado por motivos de interés público y progreso social. Pero precisamente por esa decidida razón, la política republicana tiene el deber de elevar las condiciones morales y materiales de los trabajadores hasta el límite máximo que permita el interés general de la producción, sin reparar, fuera de este tope, en cuantos sacrificios hayan de imponerse a todos los privilegios sociales y económicos. No aceptan los partidos republicanos el control obrero solicitado por la representación del partido socialista… [¡!]

…Convienen en:

…Restablecer la legislación social en la pureza de sus principios…

…Reorganizar la jurisdicción de trabajo en condiciones de independencia…

…Rectificar el proceso de derrumbamiento de los salarios del campo, verdaderos salarios de hambre, fijando salarios mínimos…

Este somero resumen del programa (Pierre Broué, La revolución española 1931-1939, Barcelona: Península, 1977) es por sí mismo un montón de lecciones de cómo se suma en la práctica política revolucionaria; sobre todo, cuando se trata de vérselas y dar respuesta a una situación de «emergencia histórica»: el fascismo rampante. Mundo Obrero, el órgano de expresión de los comunistas -para quien lo haya olvidado-, escribía al día siguiente, el 16 de enero de 1936: «»…El Frente Popular es el ariete, la catapulta que va a arrollar, a hacer escombros las fortalezas convertidas en guaridas del ignominioso conglomerado reaccionario monárquico y fascista. Es el arma que precisamos para abrir amplio campo al desarrollo de las aspiraciones democráticas…»» Y ¿qué estado de emergencia más acuciante que esta segunda -tal vez, definitiva- Nueva Era Atómica que se nos anuncia por doquier (Rupert Cornwell «The Doomsday Clock: Nuclear threat to world ‘rising’…» The Independent 17/01/07); prolegómeno -quizás, el colofón- de un auténtico fascismo energético, cuyos puntales serían el Pentágono, las redes financieras y económicas ligadas a las fuentes de energía y el entramado político ultraliberal y neo-imperialista que lo justifica? (Michael T Klare, «The Pentagon’s energy-protection racket» Asia Times 17/01/07; y Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America’s Growing Dependence on Imported Petroleum, en Owl Books, 2006)

Volvamos, no obstante, atrás un momento -sin tener en cuenta lo antedicho-; releamos la síntesis de propósitos que constituía el programa del Frente Popular (ahora, por curiosidad: la primera condición de la inteligencia, según Leonardo) y comprobaremos que una parte significativa del mismo está básicamente cumplida; vista así nuestra transición democrática -con esta inesperada perspectiva-, o contemplada la Constitución del setenta y ocho con los ojos de los que redactaron el programa de enero de 1936, ¿qué verían en una y otra, sendas traiciones a la clase obrera española, o la culminación de buena parte de sus propósitos? Recordarnos, de vez en cuando, a nosotros mismos estas cosas -de tan obvias, olvidadas- nos pondría, de nuevo, los pies en la tierra y la cabeza sobre los hombros, y nos ayudaría a comprender por qué la clase obrera española nos ha ido retirando paulatinamente su apoyo, a medida que nosotros íbamos despreciando sus conquistas -que, paradoja de las paradojas, habían comenzado siendo las nuestras- y renegando de todo el sacrificio y la habilidad política necesarios, durante más de treinta años -desde el final del maquis aproximadamente-, para rescatarlas del pozo de la historia en que se hallaban, y afianzarlas de cara al próximo envite (que llegará: está ya aquí).

Si damos la espalda a nuestra propia historia y a la de nuestra clase, ¿qué podemos esperar? Olvido.

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Si es cierto, tal como pensaba el último Max Scheler (El puesto del hombre en el cosmos, 1928) que todo concepto -conocimiento- abstracto, así como cualquier valor -espiritual o cultural- postulado históricamente, no es más que una sublimación de alguno de los instintos que nos ligan al resto de los animales, y que al materializarse históricamente pueden adquirir, bien una formulación de dominio egoísta, asociado a la sumisión de la mayoría, o bien otra muy distinta de predominio del interés colectivo y comunitario (como habían establecido ya Marx y Engels), no es menos cierto que uno de los equilibrios más difíciles de establecer en la conducta humana viene precisamente del conflicto entre individualidad -instinto de afirmación y supervivencia, y defensa de los propios intereses- y colectividad -necesidad de asociación grupal, para la salvaguardia de la supervivencia y del propio desarrollo individual-.

Si encontrarlo en cualquiera de las esferas de la actividad humana resulta dificilísimo, en las organizaciones sociales y en la acción política, lo es aún más. Desde otra perspectiva -en términos de intencionalidad fenomenológica-, si la percepción de los fenómenos -sean reales o no- por parte de los individuos -y también de las multitudes-, además de predominantemente intuitiva, desemboca en determinados actos intencionados de la conciencia (Franz Brentano y Edmund Husserl) -como recordar, pensar, desear, imaginar o hablar-, dirigidos siempre a objetos concretos -no importa que existan o no-, se trataría entonces de la colisión entre dos series de intencionalidades -o direcciones- contrapuestas: el deseo de acumulación, de disfrute y de posesión egoísta -del capital y del estatuto de clase ligado a su posesión-, frente al deseo de felicidad compartida y disfrute comunitario -fundamentalmente del tiempo, en una sociedad sin estatutos de clase-, tal como se expresaban sucintamente más arriba.

Equilibrio entre identidad -supervivencia- individual, y desarrollo -supervivencia- grupal; equilibrio, en última instancia, entre los objetos de deseo -los significados- que estimulan y mueven nuestras conciencias… Equilibrio y economía de medios también; pues están, además, ese rechazo instintivo de cualquier derroche energético en la naturaleza, y la tendencia al uso práctico -económico- de lo inmediato para la consecución de los fines propuestos.

Si el modelo de organización política más exitosa -por su versatilidad y general equilibrio entre particularidad y fin colectivo- es la socialdemócrata (sus organizaciones llevan activas más de ciento veinte años y han superado todo tipo de avatares), y este modelo se caracteriza básicamente por la existencia y el juego reglado de corrientes de opinión internas -cuya virtualidad se propuso ampliar, y profundizar, sin duda, el proyecto germinal de Izquierda Unida, al ofrecer incluso la posibilidad de una vinculación estrictamente individual-; si tenemos en el pasado y en el presente modelos organizativos de las mayorías que en lo esencial actualizan ese modelo -como hemos visto más arriba-, retomémoslo y enriquezcámoslo, hagámoslo atractivo a las multitudes que aspiran a un mundo distinto del que tenemos, y en el camino, a partir de las experiencias que tengamos, ya veremos; no anticipemos lo que no se puede anticipar; el final no puede preceder al comienzo, ni el último paso, ni siquiera el segundo, puede preceder al primero; recuperemos el instinto, el olfato para detectar el verdadero peligro, el enemigo real.

«»…¿Por qué siempre terminamos matándonos entre nosotros?…»»: se pregunta Alatriste al borde de la muerte [es lo mejor de una mala película]; le falta haber añadido algo así como: ¿por qué no los matamos a ellos?, para variar… Es lo que llevo preguntándome toda mi vida consciente: ¿Por qué siempre terminamos matándonos entre nosotros?

Las experiencias y las prácticas de autonomía y horizontalidad no son en modo alguno incompatibles con el uso y aprovechamiento de las prácticas políticas e institucionales de gobiernos socialdemócratas como el de Zapatero, en España, o Lula, en Brasil. Esto ha ocurrido ya con el apoyo mayoritario de la izquierda a los gobiernos laboristas de la posguerra europea, en Gran Bretaña, que establecieron el modelo social que justamente los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher se encargaron de «invalidar»; o con el apoyo a los gobiernos socialdemócratas sueco y alemán -durante las etapas de Willy Brandt y Olof Palme, especialmente-, que abrieron paso al denominado, hoy día, «modelo social europeo», en trance de «rectificación» e invalidación (delante, por cierto, de nuestras narices, y ante nuestra más estupenda impasibilidad e incluso aquiescencia).

Al socialismo y a la autonomía no se llega, en efecto, por la vía paulina de la toma de conciencia; en el socialismo y en la autonomía se está (he dicho, o he escrito, alguna vez), es una suma reticular de situaciones de autonomía y de experiencias de colectividad creativa en constante experimentación y devenir constructivo; por eso mismo, debemos aprovechar -y no despreciar- cualquier circunstancia, hecho u oportunidad que nos ayuden a levantar y consolidar esas experiencias o situaciones de colectividad creativa y autónoma; también las medidas de los gobiernos socialdemócratas. No hay que lamentarse de que las cosas sean como son, hay que aprovecharse de que son, precisamente, como son.

Parafraseando a Frederic Jameson (Las semillas del tiempo), a buena parte de la izquierda le resulta más fácil imaginarse la total derrota de la clase obrera y de los movimientos de transformación y cambio social, que una práctica de uso e influencia -mediante el apoyo crítico estratégico- en las prácticas socialdemócratas y parlamentarias; y eso «»…puede que se deba a alguna debilidad de nuestra imaginación…»»

No podemos caer, claro está, en la ilusión democrática, pero no debemos despreciar ninguna herramienta u oportunidad que nos ayude a gozar y construir espacios -y tiempos- democráticos; por eso debemos extirpar y cauterizar el sectarismo y la rigidez dogmática las células cancerosas que nos debilitan y nos ahogan.

Hace unos días, releyendo Un libro rojo para Lenin, de Roque Dalton (Ediciones Baile del Sol, 2004; a quien no conozca el libro, o la obra, o el destino y la muerte tan tristemente paradigmáticas de uno de los más grandes poetas y revolucionarios latinoamericanos del siglo veinte, le recomiendo que se ponga al día), di con la sección 72, que lleva el siguiente título: Lenin no era sectario… Sólo consta de una breve cita -de ¿Qué hacer?– del propio Lenin:

«»… no es socialdemócrata (comunista) quien olvida en la práctica que los comunistas apoyan todo movimiento revolucionario…»»

Hay más de un movimiento revolucionario, nadie tiene la llave del paraíso socialista. Sin embargo, la realidad ha sido que -incluidas las del periodo estalinista- la posesión de esa llave ha provocado dentro de nuestras propias filas más víctimas que las que nos han infligido nuestros enemigos más feroces… Así, la historia de nuestras organizaciones ha sido la historia de decenas, de cientos de fracciones de fracciones, de divisiones interminables y extenuantes, de expulsiones sin cuento, de rencillas y a menudo de venganzas personales encubiertas, que finalmente han provocado la inevitable atomización y decadencia de las mismas; si no aceptamos esta verdad tan palmaria, si no logramos torcer esa costumbre de obstinada autodestrucción orgánica, ni modificar esa intransigencia e inflexibilidad «práctica», difícilmente podremos servir de instrumento de cambio y transformación para nadie, y menos para nosotros mismos.

Por contra, tomemos los modelos de organización flexible -con corrientes organizadas de opinión- de los partidos socialdemócratas clásicos; y ahí están -en cuanto tales organizaciones-, después de ciento treinta años, instrumentos prácticos de intervención política para las masas de trabajadores y clases medias que constituyen sus «auditorios», justo a los que nuestra práctica política y teórica debería aspirar; y esto es así, lo queramos o no; nos guste o no, ahí están; podemos -eso sí- mirar hacia otro lado, dejar de leer lo que viene a continuación y decir -o pensar- pero qué quiere este tipo… O podemos adoptar el papel de Calimero y creer que el mundo -en este caso las masas de trabajadores, la clase obrera, no nos comprende y nos ha dado la espalda injusta y torticeramente-; si eso nos satisface, y nos conforma con nosotros mismos y con la realidad que percibimos, de acuerdo; pero a muchos no nos satisface, y no nos conformamos. Hace unos meses, aquí mismo, en estas mismas páginas, escribí que el destino del socialismo no está ligado a ningún país, ni a ninguna situación geopolítica o histórica concreta, ni al de la Rusia soviética, ni al de la Cuba o la Venezuela caribeñas, ni a la de ninguna de las Chinas posibles, ni la maoísta, ni la postmaoísta, ni la criptomaocapitalista de hoy, ni menos la Corea medievalocomunista; pero tampoco está ligado al destino de ninguna tradición organizativa, ni la socialdemócrata clásica, ni la asamblearia, ni la trotskista, ni la anarcosindicalista, ni la leninista, ni siquiera la reticular, depende de las necesidades del sujeto -o movimiento revolucionario– o sujetos –movimientos– revolucionarios que en cada momento las necesiten y activen (y ya va siendo hora de que lo aceptemos).

En parte -si recuerdo bien los inicios-, esas convicciones estuvieron en la idea inicial de Izquierda Unida, cuyo torpe desarrollo mediato e inmediato se frustró apenas comenzado, acabando con una de las posibilidades de intervención más efectiva y de más amplio alcance -de las diversas culturas y tradiciones comunistas y antisistémicas- en la realidad social, económica, cultural y política españolas por más de una generación, al menos… Y en esa misma dirección se movía el partido comunista más potente e influyente de la segunda mitad del siglo veinte en la Europa occidental, el Partido Comunista Italiano, y lo que es aún más -y verdaderamente- importante y determinante en todo esto, esa era la práctica política y organizativa -basada esencialmente en la flexibilidad y en la suma- que nos demandaban los trabajadores y las jóvenes generaciones del último tercio del siglo veinte… Y eso fue justo lo que no supimos darles.

En el debate en torno al nuevo Manifiesto Programa del PCE, que he mencionado más arriba, uno de los asistentes dijo algo que por repetido -hace más de veinte años que muchos comunistas lo sosteníamos dentro de la organización- resulta inconcebible que no forme parte de nuestras costumbres y formas de actuación: si, tras este debate, el del nuevo Manifiesto Programa -venía a decir-, o tras cualquier otro debate, se llega a la conclusión de que esta organización, tal como la conocemos, ha dejado de servir como instrumento y herramienta -de lucha, de participación o de influencia social y política- a aquellos que teóricamente deberían tomarla en sus manos, los trabajadores y las fuerzas potencialmente transformadoras, no debemos empeñarnos en su inútil, lánguida y agónica decadencia, hasta su final extinción.

La convicción de Julio Anguita -expresada también en esa misma asamblea- de que aún es posible, aún se está a tiempo de una reacción de la vieja y nueva militancia, que cambie el paulatino deterioro que ha llevado a su organización al estado en que se encuentra, llega -creo-, desgraciadamente, tarde. Quizás me equivoque, una parte de mí -de mi memoria personal- aún lo desea y lo querría, no lo puedo evitar; pero miro a mi alrededor y me cuesta creerlo, las viejas herramientas ya no nos sirven; con ellas, no obstante, hemos cambiado -la clase trabajadora ha cambiado- el mundo en los últimos cien o ciento cincuenta años y son precisamente esos cambios los que han dado una realidad que precisa de nuevas herramientas, que den cuenta de la extraordinaria complejidad, riqueza y fragmentación del mundo que habitamos. Nunca hubo una llave que abriese el paraíso de la clase obrera, y hoy menos que nunca.

Julio Rodríguez Puértolas, uno de los ponentes que abrió la discusión en torno al nuevo Manifiesto Programa puso sobre la mesa del debate un nuevo posible territorio a explorar por la práctica política comunista, el de la «alegalidad»; es otra posibilidad… Cuando veo determinadas imágenes, u oigo y leo determinados testimonios, me pregunto sinceramente qué haría, si fuese un joven africano o palestino; no lo sé, pero no exactamente lo que haría aquí; sólo podemos disponer de la realidad en que vivimos, que conocemos, pero sé que hay innumerables modos de accionar en ellas, de influir en los procesos que las constituyen y transformar sus fundamentos.

Una amiga libertaria, que asistió conmigo al debate, se quejaba luego -mientras degustábamos una buena cecina leonesa, rodeados de los jóvenes hackers antes citados- del amargo pesimismo contenido en las intervenciones que había oído. Ese pesimismo es precisamente uno de los síntomas de la cerrazón y de la decadencia: le dije. El discurso de los comunistas ha ido parejo -no podía ser de otro modo- a la falta de influencia de la organización y de experiencias e intervenciones positivas y reales de sus militantes en el mundo real, más allá de los estrechos límites impuestos por la misma decadencia de su organización; puesto que quien se enfrenta, en un mundo cambiante como este, en el que infinidad de movimientos revolucionarios se baten el cobre en infinidad de espacios sociales, económicos y culturales, a lo largo y ancho de la totalidad global, a la tarea de transformar e influir e la conformación de su bases económica, sociales y culturales puede sentir la enormidad del empeño, pero nunca ser víctima de ese pesimismo enfermizo y malsano; y para que lo entendiese mejor le puse el ejemplo de los militantes comunistas y antifascistas del maquis o de la lucha clandestina; ellos podían sentir desaliento, pero nunca generaron un discurso tan inútilmente pesimista, pues intervenían en la realidad de modo positivo y eficaz -como lo hacen hoy esos jóvenes hackers creadores de espacios mentales y materiales liberados, a pesar de que son conscientes de toda la tarea que queda por hacer, y aunque la inmensa mayoría lo desconozca, como desconocían las acciones de aquellos viejos militantes comunistas, y ni siquiera sean conscientes, como tampoco lo eran entonces los trabajadores de aquel tiempo, de tal intervención-; y así, como no había espacio para el pesimismo, la organización del partido correspondía al tiempo vivido; pero esa misma organización ha dejado hace mucho tiempo de servir; y el pesimismo hace mucho también que ha cundido entre sus filas.

Entre el voluntarismo fantasioso de los que creen que el socialismo se instaurará por sí mismo, por el mero hecho de desearlo con ferviente e indestructible anhelo, y el nihilismo cínico y quietista de los que desprecian -por inútil- cualquier acción encaminada a su constitución o anticipación, parapetados detrás de su -a menudo, ofensivo- rictus de suficiencia intelectual, cabe la reflexión común y la práctica concreta anticipadora; la acción positiva -esperanzada, aun sin esperar-, la creación de espacios mentales y materiales -políticos, culturales, económicos y sociales- liberados -cabe decir, socializados-; puesto que, si la curiosidad es la primera condición de la inteligencia, la voluntad es la segunda; y el pesimismo -ensimismador y paralizante, como el miedo-, su reverso más triste e infecundo.

Se está en el socialismo, no se llega al socialismo; pues el socialismo es un estado antes que una aspiración, un lugar (topos) antes que un no lugar (utopos); y quienes así lo han entendido a lo largo de la historia, lo han experimentado -lo han vivido- en la medida que construían comunitariamente -haciéndolos reales y efectivos- los espacios mentales y materiales liberados -en sus barrios, en sus comunas y en sus cooperativas, en sus centros de trabajo, en sus sindicatos y organizaciones, en las asociaciones de mutua ayuda e intercambio, en sus producciones artísticas, políticas e ideológicas- en que se situaban, y que habitaban realmente. Cuando lo hemos olvidado, cuando el movimiento obrero y sus organizaciones han olvidado esto, han perdido el rumbo y sentido -la eficacia- de sus acciones.

La socialdemocracia actúa -ha actuado muchas veces- como barrera de contención de la izquierda revolucionaria; sí, es cierto -especialmente cuando no hemos sabido dirigirnos a sus auditorios, que en parte muy esencial son los nuestros-, pero no es la causa única -ni siquiera la más importante- de la desorientación en que se debaten las organizaciones tradicionales de la izquierda; no deberíamos convertir a los partidos socialdemócratas en la «excusa perfecta» (en la causa universal de nuestros males), ese no es el camino… Situémonos en el socialismo, construyamos espacios liberados y habitémoslos, demostrémonos a nosotros mismos y demostremos a los trabajadores y a las multitudes que hay una alternativa real y práctica a la lógica del capital, del dinero como valedor y valor absoluto; hay un tiempo común, espacios, proyectos y acciones que podemos compartir y habitar ya, de modo práctico, aquí y ahora. Si queremos. Aunque, por lo común, tendemos a olvidar la extraordinaria potencia transformadora de nuestros actos y de nuestras ideas; el movimiento obrero, el estudiantil, a veces, y los sucesivos embates revolucionarios populares de los últimos ciento cincuenta años han cambiado el mundo, lo han esculpido contra -y junto con- el Capital -la otra gran fuerza modeladora-. «»…El Ejército norteamericano combate con ruedas y depende, a la vez, de los sindicatos y de la dirección…»»: se quejaba, recientemente, Duncan Hunter, congresista republicano, sopesando las consecuencias de la huelga total declarada en las factorías de Goodyear… ¿Por qué despreciamos la inmensa fuerza que tenemos?

¡Jamás conseguiréis la jornada de ocho horas!… Sentenciaron… ¡Jamás tendréis un subsidio de desempleo!… Se mofaron de los piquetes y de los primeros parlamentarios obreros… ¿Un seguro médico universal y la jubilación, garantizados?; ¿un salario mínimo?; ¿pensiones no contributivas para los incapacitados y los dependientes?; ¿treinta días de vacaciones pagadas y vuestros hijos en la universidad…? Estáis delirando, jamás lo obtendréis, nos juraron… ¿Nuevas familias?; ¿parejas del mismo sexo, casados si quieren y les apetece, con sus hijos de la mano…? Eso sencillamente es increíble (y menos en España: afirmaban con rotundidad incontestable) ¿Anarquistas, socialistas, comunistas, ecologistas y republicanos, actuando e intercambiando, de nuevo, sus ideas, en una misma dirección…? Eso sí que nunca más ocurrirá… ¿El socialismo?; ¿una sociedad basada en la justa distribución de las cargas, en el equilibrado disfrute de un tiempo personal y común, al fin, conquistado…? Imposible, cosa de ilusos y desarrapados, nos contestan con desprecio y suficiencia… ¡Bueno! -me digo-, ya veremos. Dependerá, en gran medida, de las respuestas que demos a este verdadero «estado de emergencia» -global- en que vivimos, y del grado de unidad que alcancemos.

… … … … … … …

Nota final (histórica): A Roque Dalton no lo mataron los militares salvadoreños, ni los servicios secretos norteamericanos, ni la policía -que lo tuvo encarcelado varias veces-, ni las fuerzas paramilitares -temibles instrumentos de la guerra sucia-, ni los jueces -que lo condenaron a muerte-; no, a Roque Dalton lo mató una facción extremista de su propia organización.