En Colombia comenzó hace días a destaparse con la mayor crudeza lo que se le ha calificado como la «narcoparapolitica», en donde decenas de importantes y destacados personajes que militan en el Uribismo y en otras organizaciones políticas que apoyan al actual gobierno, están siendo imputados y detenidos por las instancias jurisdiccionales por sus claros […]
En Colombia comenzó hace días a destaparse con la mayor crudeza lo que se le ha calificado como la «narcoparapolitica», en donde decenas de importantes y destacados personajes que militan en el Uribismo y en otras organizaciones políticas que apoyan al actual gobierno, están siendo imputados y detenidos por las instancias jurisdiccionales por sus claros nexos con las mafias del tráfico internacional de la drogas y con los altos jefes del paramilitarismo, señalados y acusados como lo sabe la comunidad internacional, de atroces crímenes colectivos cometidos durante los últimos quince años.
Es tal la gravedad de la situación que la mayoría de las caras que escenifican este trágico momento histórico para el hermano país, son senadores y diputados del Congreso Nacional, algunos de ellos con nexos familiares directos con miembros del gabinete de Uribe Velez, otros vinculados a familias de rancio abolengo y los más a sectores económicamente muy poderos del país.
Pero ante esta realidad inocultable que, inclusive, mantiene copadas las páginas de los más importantes diarios de Colombia todos los días y durante las últimas semanas, la casa Blanca hace mutis. No hemos visto vocero alguno del gobierno de Bush abrir la boca para expresar algún tipo de parecer sobre esos vergonzosos acontecimientos que no solamente constituyen por si mismos una terrible tragedia para un pueblo digno y valeroso como lo es el colombiano, sino que comprometen la propia estabilidad de la región suramericana, pues el hecho de que aparezcan en primera fila como los primeros señalados de tener estrechas relaciones con narcotraficantes y paramilitares requeridos hasta por la propia justicia norteamericana, copartidarios del presidente Uribe, convierte el panorama como para que se genere la duda razonable de si no estaría acaso incidiendo en el creciente tráfico de drogas en la región con destino a los mercados internacionales, esa maraña de complicidades entre el gobierno del señor Uribe Velez y los altos jefes del narcoparamilitarismo.
He aquí el mejor ejemplo de la hipocresía de Washington y el doble rasero como mira a los países de nuestro Continente. Nos preguntamos: ¿Qué hubieran dicho Bush y sus halcones si en nuestro país o en Bolivia o en Nicaragua, uno de los ministros de Chávez, o de Evo Morales o de Ortega resulta ser hermano de un sujeto señalado con infinidad de pruebas de estar vinculado a las mafias del narcotráfico internacional como está ocurriendo hoy en Colombia? ¿Qué hubieran hecho si altos voceros de las organizaciones políticas que acompañan a esos gobiernos de izquierda tuvieran idénticas vinculaciones?
Que cada quien saque sus propias respuestas, pues no resulta nada difícil hacer un pronóstico acertado…