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La doctrina

Fuentes: Semana

  Para el gobierno de Álvaro Uribe sólo importa la que llama «seguridad democrática», y esta se reduce a la guerra de aniquilamiento contra las Farc. Eso para lo cual el Presidente fue elegido y reelegido y que en estos seis años no ha logrado todavía, después de haber anunciado, y sin duda creído, que […]

 

Para el gobierno de Álvaro Uribe sólo importa la que llama «seguridad democrática», y esta se reduce a la guerra de aniquilamiento contra las Farc. Eso para lo cual el Presidente fue elegido y reelegido y que en estos seis años no ha logrado todavía, después de haber anunciado, y sin duda creído, que lo conseguiría en dieciocho meses. Por ciego. Por no querer ver, por no poder ver (su ideología se lo impide) que el problema no es exclusivamente militar, sino social, económico y político. A causa de esa ceguera voluntaria y obsesiva a Uribe sólo le importa, digo, la «seguridad democrática», y a ella dedica todos los recursos y supedita todas las demás funciones del Estado: la justicia, la economía, y, claro está, la diplomacia.

Por eso, salvo en las contadas ocasiones en que se ha visto forzado a aceptar la colaboración de algún gobierno extranjero en algo relacionado con el conflicto armado -la ayuda del venezolano o del francés en las liberaciones de secuestrados, por ejemplo- la diplomacia de Uribe no ha tenido sino un foco de atención: los Estados Unidos. Más restringidamente todavía, el gobierno que presidía George W. Bush. Al Congreso norteamericano lo ignora, y al partido demócrata, cuando estaba en la oposición, lo despreciaba. Todavía no se repone -y debe ser el único que no previó jamás esa posibilidad- de la elección de Barack Obama. Lo demás ni siquiera existe: ni los vecinos -Venezuela y Ecuador-, ni la OEA, ni la ONU: incómodas organizaciones, como creía él con Bush, «irrelevantes». Ni Suiza, ni la China: nadie. Por eso usa la Cancillería y el servicio exterior como un basurero. Sólo cuentan los Estados Unidos, que en buena parte le financian la guerra; y, en lo anímico, el feroz Israel, que le da la pauta. La doctrina.

Dijo hace unos días el ministro de Defensa Juan Manuel Santos que perseguir a la guerrilla fuera de las fronteras «es un acto de legítima defensa y una doctrina cada vez más aceptada por la comunidad y el derecho internacional». No es así. Al revés: cada vez menos. Esa doctrina ya no la acepta ni siquiera el que más la ha usado, que es el gobierno de los Estados Unidos: fue explícitamente rechazada por Obama cuando sustituyó a Bush, cosa que sucedió en buena medida como consecuencia de la sima de soledad y desprestigio en que esa doctrina había sumido a su país. Sólo la practica Israel, pero no con la aceptación sino ante la reprobación casi universal; y sólo puede darse ese lujo porque le dan su respaldo irrestricto los Estados Unidos, como se lo da una madre al hijo calavera. La practica Israel, criminal e irresponsablemente, hoy en Palestina, ayer en el Líbano, tal vez mañana en Irán, y en todos los casos con resultados contraproducentes: el incremento del terrorismo árabe, antiisraelí y antinorteamericano.

Cuando la quiso practicar también Uribe por mano del ministro Santos, hace un año en el bombardeo al campamento de ‘Raúl Reyes’ en territorio ecuatoriano, y la hizo defender por boca de su entonces canciller Fernando Araújo, todos los países americanos (salvo los Estados Unidos de Bush) la censuraron unánimes. Hasta el punto de que el Presidente se vio obligado a firmar en Santo Domingo, en fila con todos sus colegas de América Latina y tragándose la rabia, una condena explícita a la violación de las fronteras ajenas.

La desacreditada doctrina que ahora propone Santos no es sólo suya. Es también la de Uribe. El cual finge desautorizar a su Ministro y «le da un tirón de orejas», como dice la prensa, y lo obliga a reunirse con el Canciller para que hagan las paces. (Una digresión: ¿no les da vergüenza a estos ministros de Uribe que su patrón los trate como a niños, o a veces como a perros? ¿No tienen dignidad? Pero eso sí: no renuncian hasta que los echan). Le da un tirón de orejas que el Ministro acepta sumisamente, agradecido: parece un ministro cubano. Pero a continuación lo confirma en su cargo y lo insta a seguir cumpliendo su «exitosa tarea» de imponer la «seguridad democrática» de bombardeos en la frontera y falsos positivos en el interior, de recompensas y sobornos, de manos cortadas y operaciones ‘Jaque’ montadas, de desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, de espionaje a los adversarios y hasta a los partidarios, incluido el propio Santos: autochuzadas telefónicas.

Así que la doctrina Santos de la «defensa propia» no es de Santos. Pero aunque sea de Uribe, tampoco es invento de Uribe. Ni de Bush. Y ni siquiera de Israel. Todos ellos la han practicado, resumida en una fórmula brutal y sin escrúpulos: todo está permitido. Pero su verdadero inventor es otro: Adolfo Hitler.

Y ni siquiera a Hitler le fue bien con ella.