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La dialéctica de Pandora III

La economía política del Estado productivo

Fuentes: Claridad

En su Discurso sobre la economía política, el filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau afirma que el problema central de la economía es, en esencia, político: proveer para el bienestar general. Como tal, su objetivo es la administración del poder con el fin de proveer justicia para todos y no la mera producción y reproducción de […]

En su Discurso sobre la economía política, el filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau afirma que el problema central de la economía es, en esencia, político: proveer para el bienestar general. Como tal, su objetivo es la administración del poder con el fin de proveer justicia para todos y no la mera producción y reproducción de riqueza. De esa forma Rousseau supera el reduccionismo del pensamiento económico liberal neoclásico, bajo el cual la economía se preocupa sólo marginalmente del bienestar humano. Propone en la alternativa una economía política centrada en procurar un bienestar general éticamente responsable y democráticamente incluyente.

Algo análogo manifestó a finales del año pasado en una entrevista el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: «la economía es una especie de ‘continuación de la política por otros medios’, parafraseando el dicho de Clausewitz, pero a la vez, la política es economía concentrada, decía Lenin». En la política continuamente se están tomando decisiones económicas y, en función de ello, es «importante ordenar la casa políticamente».(1)

Tanto Rousseau como García Linera abordan lo que constituye un planteamiento estratégico imperativo en estos tiempos en que, a partir del neoliberalismo, se ha pretendido reivindicar la autonomía de la economía frente a la política y a supeditar el Estado a las llamadas leyes del mercado. Hay que superar esa falaz lógica de separación entre la economía y la política, como si el ser humano estuviese de facto dividido en dos: por un lado, en fuerza de trabajo o factor de producción y, por otro lado, en ciudadano dotado de derechos. Dicha lógica sólo pretende independizar, encubrir y apuntalar la desigualdad real que impera en lo económico, remitiendo la igualdad al reino de los meros deseos no-vinculantes. Sin embargo, el ser humano es uno: tanto factor de producción como sujeto de derechos, y la igualdad real a la que aspira como ciudadano sólo se puede potenciar y materializar a partir de análoga garantía de igualdad real como factor económico de producción.

El Estado, en el fondo, no es más que la expresión de las relaciones de producción social y de poder que imperan en una sociedad dada. Su función primordial es garantizar la reproducción de éstas. De ahí que si se ha de transformar la forma actual del Estado para propiciar una redistribución radical del poder, para hacerlo efectivamente democrático, hay que asimismo promover una redistribución radical de las fuerzas productivas, la riqueza generada y el tiempo de trabajo socialmente necesario. Hay que ir a la raíz de la economía que está en la política y viceversa. Y para ello es imperioso un cambio en la relación de fuerzas entre las clases sociales.

Con la sublevación civil de octubre de 2003 en Bolivia se agotó la forma neoliberal, patrimonialista y privatizadora, del Estado, así como la hegemonía del bloque de poder que lo sostenía, apuntalado por el sector petrolero transnacional, el empresariado agroexportador, la minería mediana y la banca privada. El neoliberalismo probó tener resultados catastróficos durante sus dos décadas de vigencia, particularmente en la descapitalización del país. La tasa de crecimiento real del Producto Interno Bruto (PIB) entre 1997 y 2003 fue de apenas un promedio anual de 0.5 por ciento, comparado con un 5.6 por ciento entre los años 1961-1977, en la etapa pre-neoliberal. La informalidad económica se incrementó al 68 por ciento, a la vez de que 8 de cada 10 empleos en la llamada economía formal eran precarios, sin beneficios marginales y mal remunerados. Según el Banco Mundial, entre 1993 y 2003 creció dramáticamente la diferencia entre los ingresos del sector más rico respecto al sector más pobre, haciendo a Bolivia uno de los países que, a pesar de sus enormes riquezas, cuenta con una de las mayores desigualdades del mundo.

Sin embargo, desde el 2005, a partir del gobierno de Evo Morales se pasó a desarrollar e implantar el «Estado productivo», el nuevo modelo económico-político posneoliberal que es expresión del nuevo bloque de poder, integrado por la alianza entre el Estado nacional productor y la pequeña y mediana producción urbana y rural. Cinco son los pilares del nuevo modelo: 1) la expansión de la proporción del total del PIB bajo el control del Estado Nacional Productor; 2) la industrialización de los recursos naturales; 3) la modernización tecnológica de la pequeña y mediana producción urbana y rural; 4) la prioridad en la satisfacción de las necesidades del mercado interno sobre las del mercado externo; y 5) la redistribución de las riquezas.(2)

En sólo tres años, dicho modelo produjo resultados altamente favorables, sobre todo en la medida en que se ha caracterizado por la internalización de la riqueza producida para motorizar el aparato productivo del país. Por ejemplo, sólo en relación a los renglones del petróleo y el gas natural, el Estado neoliberal exportaba al extranjero para el 2003 un 63 por ciento del ingreso generado, mientras se quedaba con apenas un 27 por ciento, mayormente en calidad de recaudador de impuestos.

A partir de las nacionalizaciones promovidas por el gobierno actual entre 2006 y 2008, la participación del Estado en la ganancia llegó al 70 por ciento. Las exportaciones se incrementaron de 2,800 millones de dólares en 2005 a 5,600 millones en el 2008. En cuanto al crecimiento del PIB, éste aumentó de 4.6 por ciento en el 2006 a 6 por ciento en el 2008. Asimismo, la confianza de la ciudadanía en el clima económico se refleja en el incremento que se ha dado en el ahorro, de 2,852 millones de dólares en el 2005 hasta 5,300 de dólares a septiembre de 2008.

«Ésta es una economía que mide el mercado interno y el externo con soberanía, que se abre al mundo pero seleccionando lo que le conviene de él, no se asume la ilusión del libre mercado, que se ha derrumbado y que ha demostrado al mundo que no va más», señala García Linera en la entrevista antes mencionada.

Lo anterior ha llevado a reconocidos economistas ha reconocer el éxito del modelo económico boliviano, en medio de una coyuntura histórica en que otras economías latinoamericanas mucho más poderosas, tales como México, enfrentan serias dificultades. Entre sus logros se encuentra un positivo respaldo financiero producto de la acumulación importante en reservas resultante del periodo de auge en los precios de las materias primas. Para el 2008, dichas reservas ascendieron a 7,600 millones de dólares, de 1,714 millones que fueron en 2005, el último año del modelo neoliberal. En adición, otros factores que han contribuido al éxito del modelo productivo boliviano han sido: un control estricto sobre su política monetaria, impidiendo fluctuaciones mayores en el valor de su moneda, el «boliviano»; una menor exposición a las corrientes financieras internacionales; y un bajo nivel de endeudamiento externo, ascendente éste a un 13 por ciento en el 2008.

Los factores anteriores, entre otros, explican las razones por el destacado desempeño de su economía, aún en medio de la presente crisis económica global. Aún con la baja coyuntural en los precios de las materias primas, se asegura que Bolivia está en condiciones de seguir creciendo a partir del ahorro generado o de su capacidad para prestarse recursos de su mercado interno. De ahí que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que, aún con la caída de precios y la desaceleración que se vive del comercio internacional, Bolivia mantendrá un crecimiento positivo igual o superior a un 3 por ciento, mientras en el resto de la América Latina se espera un retroceso a un 0.3 por ciento, luego de seis años con tasas positivas de crecimiento.

En apenas cuatro años, el presupuesto nacional es casi cinco veces mayor que en el 2005. En el 2008 alcanzó un superávit fiscal de aproximadamente 7 por ciento, comparado con la situación fiscal deficitaria que prevaleció bajo el modelo neoliberal. Por otro lado, para el 2009 está propuesto un salto cualitativo de gran envergadura en la inversión pública ascendente a 2,400 millones de dólares, fundamentalmente concentrados en los renglones de hidrocarburos, minería, industria, producción agrícola, infraestructura, turismo y bienestar social. En el 2005, la inversión pública era meramente de 54.8 millones de dólares.

Es así como desde el Estado productivo Bolivia parece estar dictando cátedra de lo que constituye una economía política éticamente sensitiva que permite refundar responsablemente las posibilidades reales de las libertades ciudadanas. La soberanía efectiva sobre la riqueza generada permite por fin repensar la economía como el lugar de la realización efectiva de la igualdad real y la justicia social.

(1) Álvaro García Linera, «El Presupuesto General de la Nación 2009», Revista de Análisis. Reflexiones sobre la coyuntura, Vicepresidencia de la República, La Paz, 23 de noviembre de 2008.

(2) Álvaro García Linera, «El Nuevo Modelo Económico Nacional Productivo», Revista de Análisis. Reflexiones sobre la coyuntura, Vicepresidencia de la República, La Paz, 8 de junio de 2008.

(CONTINUARÁ)

 

El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad» http://www.claridadpuertorico.com/