«El buen vivir (es) una oportunidad para construir otra sociedad sustentada en una convivencia ciudadana en diversidad y armonía con la Naturaleza, a partir del conocimiento de los diversos pueblos culturales existentes en el país y el mundo» José María Tortosa Ante el empeoramiento de las crisis civilizatoria -social, ecológica y económica- en las últimas […]
«El buen vivir (es) una oportunidad para construir otra sociedad sustentada
en una convivencia ciudadana en diversidad y armonía con la Naturaleza,
a partir del conocimiento de los diversos pueblos culturales existentes en el país y el mundo»
José María Tortosa
Ante el empeoramiento de las crisis civilizatoria -social, ecológica y económica- en las últimas décadas han emergido con cada vez más fuerza dos grandes tendencias: la una persigue la justicia ambiental, y la otra, la justicia social. Dos fuerzas, por lo demás, complementarias.
Estas fuerzas enfrentan los enfoques del desarrollo sostenible y la economía verde, que dominarán la próxima cumbre sobre el clima de París, así como la construcción de los objetivos de desarrollo sostenible post-2015. Sabemos que estas tan publicitadas opciones no han logrado ni van a lograr una armonización del crecimiento económico, con el bienestar social y la protección del medio ambiente. Esta es una ecuación por lo demás imposible desde cualquier punto de vista.
Los paradigmas de la ecología política, sustentados en la justicia ambiental y en la justicia social, comprometidos con la vida de la Tierra y de la Humanidad, por el contrario, abogan por cambios estructurales. Desafían el predominio del desarrollo, cuestionando especialmente el crecimiento económico y la irracionalidad de una economía basada en los combustibles fósiles. Enfrentan el capitalismo, cuyas aberraciones sociales y ambientales se han agudizado en su versión extrema: la neoliberal. Simultáneamente proponen una radicalización de la democracia, que no puede reducirse exclusivamente a la democracia representativa.
Los límites de la economía verde
Si nos fijamos en la política ambiental internacional de las últimas cuatro décadas, sus principios renovadores, expuestos en la década de los años setenta, han desaparecido.
Así las cosas, hace poco, el documento final de la Cumbre Río 2012 + 20, «El Futuro Que Queremos«, no identificó las raíces históricas y estructurales de la pobreza, el hambre, la insostenibilidad y la inequidad. No se dice nada de los efectos nocivos derivados de la centralización del poder del Estado, los monopolios capitalistas, el colonialismo, el racismo y el patriarcado. Sin diagnosticar de quién es o a qué se debe esa responsabilidad, es inevitable que cualquier solución propuesta no sea suficiente frente a los graves retos de la crisis civilizatoria que enfrentamos.
Aun más, el informe no reconoce que el crecimiento económico infinito es imposible en un mundo finito. Conceptualiza el capital natural como un «activo económico fundamental», abriendo aún más las puertas para la mercantilización de la Naturaleza, vía el llamado capitalismo verde. No rechazó el consumismo desenfrenado. Por lo contrario, se puso muchísimo énfasis en los mecanismos de mercado, en la tecnología y simplemente en una mejor gestión como base para los cambios políticos, económicos y sociales que el mundo demanda. Lo que, como es fácil comprender, no rendirá los frutos esperados.
En contraste, una diversidad de movimientos por la justicia ambiental y social, recogiendo conocidas y nuevas visiones del mundo, proponen soluciones eficaces, que necesariamente tendrán que ser estructurales. Estas respuestas forman parte de una larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las luchas de la Humanidad por la emancipación y la vida misma en diversas regiones del mundo. A diferencia del desarrollo sostenible, que cree falsamente que puede ser de aplicación universal, estos enfoques alternativos no pueden ser reducidos a un solo modelo. Estas nociones de vida, en consecuencia, son heterogéneas y plurales. Representan posibilidades para una vida en armonía de los seres humanos en la comunidad, de las comunidades con otras comunidades, de individuos y comunidades en y con la Naturaleza.
Incluso el Papa Francisco en la «Encíclica Laudato Si» -al igual que otros líderes religiosos como el Dalai Lama– ha sido explícito en la necesidad de redefinir el progreso:
«Para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global», […] No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. […] muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye -por el deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos- en el contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.»
Igualmente explicita es la reciente «Declaración islamica sobre el cambio climatico global» cuando dice: «Reconocemos la descomposición (fasād) que los humanos han causado en la Tierra debido a nuestra incesante búsqueda del crecimiento económico y el consumo.»
Decepciona la incapacidad o falta de voluntad política de las Naciones Unidas para reconocer los defectos fundamentales del sistema económico y político dominante en la actualidad y para prever una agenda verdaderamente transformadora hacia un futuro sostenible y equitativo. Sin embargo, es entendible. El todo no podrá ser mejor que las partes, sobre todo en una organización representada por gobiernos -en su mayoría- al servicio del capitalismo. A pesar de eso, y conscientes de las limitaciones existentes en este escenario, valoramos que la sociedad civil siga presionando para incidir en la agenda de los objetivos del desarrollo sostenible objetivos de desarrollo sostenible post-2015, imaginando y promoviendo visiones y caminos fundamentalmente alternativos.
Alternativas radicales, alternativas de vida
La crítica no es suficiente. Necesitamos nuestras propias narrativas. Es urgente desmontar el concepto de desarrollo y abrir la puerta a una multiplicidad de ideas y visiones del mundo, sean nuevas o viejas.
En este empeño surgen propuestas -con diversos nombres y variedades que vienen desde los pueblos indígenas de diversas regiones de América del Sur- como el Buen Vivir (sumak kawsay o suma qamaña), una cultura de vida en armonía del ser humano consigo mismo, de los seres humanos en sus comunidades, de las comunidades entre si, y de los seres humanos y sus comunidades con la Naturaleza. El Ubuntu en Sudáfrica, con su énfasis en la reciprocidad humana: «Yo soy porque nosotros somos, y ya que estamos, por lo tanto yo soy». De la democracia radical ecológica o swaraj ecológico en la India, con su enfoque en la autonomía y el autogobierno. Y por cierto, del decrecimiento que propone la posibilidad de poder vivir bien con menos y en equidad en todo el mundo, sin sostener los privilegios de pocos grupos humanos.
Estas visiones del mundo difieren marcadamente de la noción actual de l tradicional concepto del progreso y del desarrollo, tanto como del crecimiento económico . Proponen en su lugar la noción del buen vivir o vivir bien, que no puede ser confundido con la dolce vita de unos pocos a costa del sacrificio de la mayoría y de la Naturaleza. Estas opciones de vida pueden tener elementos diferentes, pero expresan valores fundamentales, valores comunes, como la solidaridad, la armonía, la reciprocidad, la relacionalidad, la diversidad, la integralidad y la unidad con la naturaleza.
Existen valores, experiencias, pero sobre todo miles de iniciativas que ponen en práctica elementos de lo que podría ser dicha gran transformación socio-ecológica. Podríamos mencionar la recuperación de los territorios indígenas y de las formas de vida ancestrales en América; los movimientos zapatista y kurdo por el autogobierno; las múltiples y diversas formas de economía solidaria y popular, como son las cooperativas de productores y consumidores; las ciudades en transición y sus propuestas para construir un Buen Vivir urbano; las monedas comunitarias como opciones de emancipación del centralismo econominicista; el manejo comunitario de la tierra, el agua y los bosques; los movimientos de democracia directa en América Latina y en el sur de Asia; la agricultura (agro)ecológica y la construcción de sistemas de energía renovable descentralizada en todo el mundo, entre otros.
Muchos de estos proyectos forman una base para la política de transformación concreta como el que pudo haber impulsado SYRIZA en Grecia o que podría alentar sobre todo desde los gobiernos autónomos descentralizados PODEMOS en España. Son elementos de un proyecto revigorizado, de abajo hacia arriba, sustentado en la solidaridad comunitaria, en la redistribución de la riqueza y en la desmercantilización de los bienes comunes y de la Naturaleza, empezando por el agua. Estos elementos configuran la base para construir una alternativa al perverso plan de austeridad neoliberal e inclusive al plan de crecimiento keynesiano.
Seguir por la senda capitalista agudizará crisis multifacética y sistémica. Las respuestas planteadas desde el poder, como las de la economía verde, no solo que no brindan soluciones reales, sino que agudizan los problemas. Por lo que como no puede ser de otra forma, la gente en todas partes de la Tierra se resistirá y seguirá construyendo alternativas válidas. De allí surgirá la gran transformación, con la que, por su potencial político movilizador, podremos dar vuelta la página definitivamente.
En síntesis, es imperioso disolver el tradicional concepto del progreso en su deriva productivista-consumista-extractivista y del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo con su visión mecanicista de crecimiento económico. Por eso precisamos alternativas al capitalismo, que aunque parezcan hoy un sueño imposible, deberán servir de base para construir democráticamente una civilización democrática.
Nota sobre los autores :
– Ashish Kothari es miembro de Kalpavriksh (Pune, India) y co-autor de » Churning the Earth » (Penguin, 2012).
– Federico Demaria es miembro de Research & Degrowth , investigador del ICTA de la UAB (Barcelona, España) y co-editor de » Decrecimiento: vocabulario para una Nueva Era » (Icaria, 2015).
– Alberto Acosta es investigador de la Flacso (Quito, Ecuador), expresidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008) y autor de muchos libros, como » El Buen Vivir » (Icaria, 2013).
(Este artículo ha sido traducido al inglés, francés, turco, polaco, italiano…)