Dormitando en su modorra distante, solazado en su cavilación ombliguista e insular, Chile permanece cándido y ajeno a las cuestiones decisivas en el debate del mundo. La última visita del emperador Obama, llevado en palanquín a interesarse vagamente en una provincia pacificada y sumisa como Chile, además de los actos propios de sometimiento por parte […]
Dormitando en su modorra distante, solazado en su cavilación ombliguista e insular, Chile permanece cándido y ajeno a las cuestiones decisivas en el debate del mundo.
La última visita del emperador Obama, llevado en palanquín a interesarse vagamente en una provincia pacificada y sumisa como Chile, además de los actos propios de sometimiento por parte de la elite nativa, como aquel edil de Santiago corriendo por toda la capital para hacerle entrega de las llaves de la ciudad y abrirle las puertas, los muros y quizás cuántas cosas más, a muchos nos dejó un vacío, una interrogante de tipo existencial, del tipo de Sartre o de Camus, inclusive de ribetes Kafkianos.
En el país del quietismo, del inmovilismo y la resignación, en una sociedad que pareciera tener ningún viso de transformación, donde en algún momento se renegó de la propia pertenencia y vocación continental, donde se ilegitima el mismo origen y sujeto histórico- cultural, se abre a lo ancho la duda natural de la existencia. Si una buena parte no pertenece ni cabe en esa realidad ¿porqué habría que pensar que esa realidad existe? ¿No podría ser una ilusión que se ha instalado como verdadera simulando a Matrix? ¿Se trata de un encubrimiento social, un verdadero montaje interesado en demostrar que no hay otro país posible?
Empeñado en parecer un icono del neoliberalismo post- moderno, el mejor alumno de la clase y el peor compañero, Chile se está perdiendo de muchas cosas entre ellas formar parte de un conglomerado social que desde muchos rincones del mundo se tiene depositado en Latinoamérica como alternativa a una crisis degenerativa no sólo del modelo económico sino de toda la civilización occidental que entre guerras, decadencia, expolios, contaminación e hipocresía, se pilla los dedos todos los días en sus contradicciones, es decir, comenzar a formar parte de la solución y no ahondar más en el problema.
¿A que mundo vamos a pertenecer? Vendría a ser la pregunta. ¿Al mundo del desplome, del declive o el ocaso? ¿O al mundo renovado que comienza a aglutinar fuerzas para salir del atolladero? En Chile preguntarse sobre muchas cosas es mal visto, la palabra intelecto o intelectualidad es de mal gusto, prácticamente tabú, se prefieren los contenidos de encelografía plana. Todavía existen varios que como a Goebbels, le dan ganas de sacar la pistola cuando escuchan la palabra Cultura. Se prefiere ser un seguidista obediente, desoír las alertas que desde muchos sitios y con los mejores argumentos pronostican una caída estrepitosa del modelo, es preferible perfumarse todos los días con frases hechas sobre la democracia y la libertad, ser un triste títere de la dictadura del mercado, de la banca, de los organismos internacionales como el FMI , el Banco Mundial, de los medios de comunicación, poderes fácticos todos que no fueron elegidos por nadie, e imponen la agenda política económico y social a todo un país.
El último «Triple asalto«, que constituyó la crisis financiera global (pérdida de los capitales depositados en los bancos, rescate de los mismos con fondos públicos de los gobiernos – es decir de todos los ciudadanos- y por si fuera poco, ajustes y recortes sociales derivados del último desacalabro), dejaron bien en claro que los poderosos del mundo reúnen un perfil más antisocial que gregario, más de oportunistas que de próceres. Las voces de alerta resuenan cada vez más potentes en todo el mundo, las voces importantes, inteligentes digámoslo, como la de Sthéphane Hessel, un anciano francés de noventa y tres años, que con su libro ¡Indignáos! bate todos los récords de venta y traducciones; en Chile la conformidad se ha instalado en la sociedad civil, en el gobierno y oposición, hasta el punto en que la alternativa política se declara acéfala y sin movimiento.
Como las aves amaestradas, incapaces de proveerse en sus propias fuentes, Chile contempla – más bien ignora- que el mundo está despertando del pesado sueño post- moderno, del «Fin de la historia», el relativismo y el economicismo integrista. Luego, los vientos comienzan a soplar otra vez en popa, se sale de las aguas malas y nuevas rachas empezarán a empujar la nave en el sentido del progreso y la humanidad. ¿Con que argumentos? Con los de toda la vida: Justicia, protagonismo y equivalencia social universal.
Quizás sea demasiado pronto como para pedir en Chile ¡Indignación!, pero es perfectamente legítimo empezar a pedir información. Por lo menos, como los niños inmaduros, viene siendo hora que espabile y de entrar en «La edad de la Cuestión».