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La «electorización» del proceso de paz

Fuentes: Investigaction

Esta imagen es un «mosaico» bastante representativo de la «quincena» de candidatos presidenciales que presentarán sus nombres para las elecciones presidenciales a celebrarse en 2018 en Colombia. La primera pregunta que se haría un analista es: ¿A cuál lado del espectro político tradicional se encuentra cada uno de los fotografiados, es decir a quien representan? […]

Esta imagen es un «mosaico» bastante representativo de la «quincena» de candidatos presidenciales que presentarán sus nombres para las elecciones presidenciales a celebrarse en 2018 en Colombia.

La primera pregunta que se haría un analista es: ¿A cuál lado del espectro político tradicional se encuentra cada uno de los fotografiados, es decir a quien representan? ¿A la Izquierda, al Centro, a la Derecha?

Y, ahí es donde comienza la dificultad, pues en Colombia estas categorías tradicionales aceptadas desde la época de la revolución francesa en Europa de la modernidad y el llamado mundo occidental y cristiano; debido a la singularidad, particularidad y especificidad de la historia colombiana, donde ha habido durante exactamente 187 años un bipartidismo sectario, excluyente y violentamente hegemónico, ejercido por la clase dominante (oligarquía) mediante «sanedrines» o cúpulas cerradas con el nombre de partidos liberal o conservador (donde el primero se hacía pasar por la izquierda y el segundo por la derecha) no permite su utilización amplia para cobijar a otros sectores sociales subalternos, quienes simplemente se tenían que «adscribir como clientelas», unas veces de manera voluntaria y otras violenta, a cada réplica local o regional del respectivo sanedrín nacional.

¿Pero realmente es de Izquierda el partido liberal, o de derecha el partido conservador y sus prolongaciones de hoy día bajo otros nombres? La respuesta es negativa, porque ambos sanedrines que siempre, después de las 9 «guerras civiles bipartidistas» del siglo 19 y las refriegas violentas del siglo 20 sostenidas entre ellos, siempre, las solucionaron con componendas en las alturas y arreglos mutuos, donde confundían sus intereses de grupo cerrado con sus posturas políticas que presentaban como «nacionales», y cuyo mejor ejemplo es el pacto bipartidista del Frente Nacional de 1957, con su primer gobierno (Lleras Camargo), que al calor de la guerra fría y la lucha contra la naciente revolución cubana adelantadas por los EEUU, supo poner en práctica la recomendación hecha en 1962 por el general USA Yarborough para conformar el Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi) que ha prolongado su dominación y explotación hasta la actualidad.

Y así, ambos sanedrines confundidos o mezclados en beneficios y en política, han representado de manera nítida (y representan hoy día) los intereses mezquinos, retrógrados y reaccionarios de una exigua minoría pre-moderna, con intereses de casta señorial anclada en el dominio de la tierra, el rentismo especulativo, y en su total sujeción y sometimiento incondicional (cipayaje) a los intereses del imperialismo anglosajón, al inicio inglés y desde finales del siglo 19 al imperialismo estadounidense y que al decir de un conocido filósofo colombiano, desarrolló en el país una contrahecha y contradictoria «modernización, pero sin modernidad».

La segunda, pregunta derivada de lo antes expuesto es: ¿Cuál es la contradicción insalvable que existe entre cada uno de los miembros de este mosaico fotográfico, con lo que en sociología anglosajona se denomina «The Establishment»? A nuestra manera de ver Ninguna. Ninguno de ellos ha presentado una propuesta alternativa o siquiera «maquilladora» del neo-liberalismo dominante en Colombia. Su gran diferencia radica en decir que unos apoyan la paz (se refieren al Acuerdo Final Estado- Farc) y otros, que la apoyan, pero con cambios radicales a lo pactado y escrito.

El tercer problema que se le presenta al analista es cómo desentrañar la complejidad y densidad de la llamada «coyuntura actual de la paz en Colombia», determinada (según mi resumida opinión) por los siguientes vectores geopolíticos y geoestratégicos:

Tres de ellos internos;

1- Las dificultades oficiales en la implementación del Acuerdo de la Habana y el limitado avance del proceso de paz con el ELN.

2 -La persistencia y auge del narco-paramilitarismo colombiano con su el exterminio, gota a gota, de dirigentes sociales populares y la represión violenta del Estado sobre la creciente movilización social y popular (Chocó. Pacifico. Buenaventura. Maestros, etc.)

3- Las elecciones presidenciales del 2018 en comento, que han «electorizado» y polarizado un Proceso de Paz que debiera ser de aceptación nacional y regional, hasta convertirlo en un nuevo plebiscito partidista y electorero.

Y dos externos:

4- La reactivación de la agenda de la Drug War del gobierno Trump.

5- La vidriosa situación en Venezuela.

Es decir que, dicho proceso social en lugar de avanzar hacia una estabilidad; la dinámica contradictoria en él contenida lo ha ido llevando hacia una incertidumbre mayor, a un desarrollo cada vez más complejo, más impredecible, o talvez, y posiblemente, más violento.

El telón de fondo de tal escenario tiene como todo fenómeno social, materia e idea: Lo material, es la «continuidad» y profundización en Colombia del modelo económico neo-liberal (con todos los adjetivos negativos y lacras sociales que conlleva, tales como depredador y destructor de la naturaleza, autoritario, militarista, violento, empobrecedor de la mayoría trabajadora, generador de desempleo estructural y de aberrantes desigualdades y exclusiones sociales, racista, machista, exterminador de minorías bajo la forma de limpieza social etc.)

Lo ideal, es la muy arraigada idea del fetichismo constitucional, convertida en conciencia social por el
«santanderismo» de la oligarquía hegemónica, y que consiste en considerar a la Constitución colombiana como algo inmodificable (105 años de la constitución clerical de 1886, apenas modificada hace 26 años, por el reconocimiento, en el papel de algunos derechos humanos antes negados y por el aperturismo neo-liberal en la constitución del 1991, que permitió desarrollar el actual narco paramilitarismo y adelantar la guerra contrainsurgente en su última etapa, presentada al público como guerra contra las drogas.

Es una arraigada aversión a los cambios o modificaciones en el «fetiche», que el actual gobierno de JM Santos, durante los diálogos de la Habana llevó al extremo con el fin de evitar, por todos los medios, una nueva asamblea nacional constituyente (ANC) que incluyera las nuevas realidades
sociales surgidas.

Un medio alterno fue el famoso Plebiscito refrendatorio. Otro, el llamado «fast track», y un tercero,
poner como Magistrados a «fichas santistas» en el interior de la corte constitucional para que defendieran la constitución. Se hizo un escándalo con rasgada de vestiduras y todo, solo porque la Corte Constitucional, el cancerbero oficial del fetiche, falló de acuerdo con la conciencia hegemónica y de acuerdo al fetichismo dominante:

«El cuadernillo de la constitución colombiana no se puede, ni se debe, modificar bajo ninguna circunstancia, ni siquiera citando el renglón allí escrito sobre la obligatoriedad de la paz social, porque si no, dejaría de ser fetiche»

¿Qué sucederá o mejor cómo se resolverán cada uno de las 5 variables de la incertidumbre que se ciernen sobre el proceso de paz colombiano?

La respuesta a cada una de ellas es en sí misma una hipótesis que solo su resolución nos pondrá frente a la realidad.

1- ¿Se superarán las dificultades oficiales en la implantación del acuerdo de la Habana?… Esperamos una respuesta positiva

2- ¿Se firmará un acuerdo de paz con el ELN? …. Esperamos una respuesta positiva

3- ¿Se desmontará el narco para militarismo colombiano con sus financiadores narcos y contrainsurgentes y, se suspenderá el exterminio gota a gota de los dirigentes sociales y
populares y de la movilización social? …. Esperamos una respuesta positiva

4- ¿Ganará la presidencia de Colombia en el 2018, una coalición que represente los intereses del Bloque Popular Alternativo, independiente del mosaico arriba presentado, que, implemente íntegramente el Acuerdo Final de Paz del Estado colombiano y las Farc-EP y alcance un acuerdo de paz con el ELN, y además, luche efectivamente contra la corrupción? ….. Esperamos una respuesta positiva

5- ¿Se negará el gobierno colombiano elegido en el 2018, a ejecutar «incondicionalmente» (una vez más) la orden estadounidense de reiniciar la Drug War? ….. Esperamos una respuesta positiva

6- ¿Se sostendrán los Bolivarianos venezolanos en el Poder? ….. Esperamos una respuesta positiva, también.

Pero…¿Y si las respuestas son negativas, o hay una mezcla de respuestas positivas y negativas? Para un marxista convicto y confeso no hay sino una respuesta cierta: la lucha de masas en sus más variadas formas es lo único que resolverá todas estas incertidumbres, conduciéndonos a otras nuevas. Es la dialéctica de la vida y del desarrollo de la materia y de las ideas, y a ella, habrá que atenerse.

Solo así, se podrá supera definitivamente la pesadilla sin fin (a lo Freddy Kruger) en la que se debate el sufrido y victimizado pueblo trabajador colombiano, después de haber sentado durante 5 años en la Habana a la oligarquía más sanguinaria, pérfida y cipaya de todo el continente americano junto con
sus asesores anglosajones e israelíes, en una mesa diplomática de diálogos y concertación para concluir
políticamente una Guerra Contrainsurgente de 70 años de duración, y que ya había tenido antes tres intentos serios (pero fallidos) de terminación; en Casa Verde con Belisario, en Tlaxcala con Gaviria-De la Calle, en el Caguán con Pastrana y; le había costado al pueblo trabajador colombiano en números mal contados y por debajo de las reales de:

UN millón de muertos, 100 mil desaparecidos, 2 mil masacres, 3 mil fosas comunes, 6 millones de desplazados campesinos y comunidades étnicas, 429 políticos, 381 miembros de las Fuerzas Militares y 155 funcionarios civiles del Estado vinculados y condenados por Narco Paramilitarismo. 800 mil exiliados políticos. 15 mil presos políticos acusados de guerrilleros, etc…

Lograr pactar y consensuar un libro de más de 500 páginas llamado Acuerdo Final, debe ser entendido como un gesto civilizado de grandeza, que no hace un derrotado a la espera de la clemencia VENGATIVA del vencedor, tan estimada y usada por los dominantes bipartidistas colombianos (liberales y conservadores) en las innumerables guerras y conflictos armados que sostuvieron a lo largo del siglo 19 y parte del 20, con los que definieron el dominio del Tesoro Público.

Y avanzar hacia la civilización y la modernidad democrática en Colombia, haciendo los cambios sociales que están pactados en libro INTEGRO de 500 páginas llamado Acuerdo Final. Sin atajos. Sin perfidias. Sin volverlo trizas. Y sin vuelta atrás, es la única posibilidad de avanzar en consonancia con la historia y el progreso social.

La Política como contrario dialéctico de la Guerra (si también es conducida correctamente, se le da paso a la generación nueva que está pidiendo paso y se recambia lo gastado) se encargará de que así sea; de derrotar la regresión e imponer el avance civilizatorio de masas, incontenible ya en Colombia.
Esperamos también que así sea.

 

Fuente : Investig’Action