Este texto desmonta el mito de la meritocracia en las aulas chilenas de colegios privados, pues en estos recintos la crema y nata del poder empresarial compra para su prole la admisión a éstos, consolida y refuerza su red de contactos y refrenda el pasaporte al éxito obtenido desde la cuna. «Yo tengo auto, departamento, […]
Este texto desmonta el mito de la meritocracia en las aulas chilenas de colegios privados, pues en estos recintos la crema y nata del poder empresarial compra para su prole la admisión a éstos, consolida y refuerza su red de contactos y refrenda el pasaporte al éxito obtenido desde la cuna.
«Yo tengo auto, departamento, viajo tres veces al año por lo menos, salgo a comer a restaurantes al menos 5 veces a la semana y no me he esforzado un puto día de mi vida» (Camila del Carpio, joven de 28 años de edad, autodenominada de la élite).
Shamus Khan director del Departamento de Sociología de la Universidad de Columbia, en su libro Privilegio. La construcción de un adolescente de élite (2011); que tiene como protagonistas a los 500 alumnos del Internado Saint Paul, uno de los colegios secundarios donde se forma la élite estadounidense, cuyo arancel equivale a US$50.000, es decir, más de $32 millones; entrevistó y observó a los jóvenes en su cotidianeidad. En las entrevistas los alumnos destacan su gran carga académica y argumentan que sus privilegios son el resultado del trabajo que despliegan.
Sin embargo, su observación dictaminó otra cosa:
«Pocas veces se los encuentra con libros en las manos y cuando los tienen, están cerrados… rara vez hacen sus tareas o trabajan las lecturas; en cambio, recurren a sumarios online como Wikipedia. Los estudiantes que dicen trabajar duro y abrazar los principios de la meritocracia, en realidad pasan muchas más horas haciendo vida social que en la biblioteca».
Un hecho muy llamativo, observado por Khan, es que los pocos estudiantes que realmente se esforzaban mucho en sus tareas son acosados y marginados socialmente.
En diciembre de 2016, Seth Zimmerman, economista de Yale, publicó en el National Bureau of Economic Research una investigación en que queda al desnudo el mito de la meritocracia en nuestro país. Es decir, una educación de élite sólo sirve para amplificar el origen de nacimiento en la élite.
El estudio reconoce que las personas procedentes de entornos desfavorecidos se benefician al recibir una buena educación, pero por regla general en Chile no ascienden tan alto como sus homólogos privilegiados. La probabilidad de llegar al top de la élite se incrementa si las personas fueron estudiantes del St. George, The Grange School, El Verbo Divino, Colegio Manquehue, Tabancura, San Ignacio y el Craighouse.
Los principales cedazos de selección son los altos aranceles que cobran, que pueden llegar hasta US$20 mil por alumno al año. Ninguno da becas. Además, casi todos (90%) seleccionan también por habilidades cognitivas, a través de pruebas.
La meritocracia que no considera el contexto social como condicionante del esfuerzo de cada persona para alcanzar sus objetivos, logra en definitiva la consolidación del statu quo, paralizando la movilidad social.
De acuerdo a Daniel Matamala, en su columna Los Herederos (basada en el estudio de Zimmerman):
«Los egresados de colegios privados de élite representaron el 0,5% del total de estudiantes y se llevaron el 19% de los cupos universitarios de excelencia… Ellos acapararon ¡el 53%! de los 3.759 altos puestos directivos».
Según la economista Andrea Repetto (2012), en Chile el apellido tiene un poder predictivo relevante en los ingresos. La estratificación social es persistente. En otras palabras, hay una cierta movilidad social, pero con techo.
El estudio Desigualdad, segregación y resultados educacionales (2014) del Centro de Estudios Públicos (CEP), realizó un cruce entre los datos de remuneraciones promedio y puntajes Simce según la estación del metro en que se vive, encontrando estrechas correlaciones entre el lugar donde se vive, el grupo socioeconómico de pertenencia y resultados académicos.
El libro Mercado Escolar y Oportunidad Educacional, investiga la cotidianeidad de algunos colegios privados de élite, siendo el estudio del sociólogo Sebastián Madrid el más sugestivo, pues el currículum de estos establecimientos es de tinte gerencial. La mayoría promueve la matemática y la ciencia, en desmedro de la esfera humanista. Luego, la mayoría de sus egresados opta por carreras profesionales que facilitan acceder al mundo de los negocios, como ingeniería comercial, ingeniería civil y derecho.
Asimismo se privilegia la competencia. Un ejemplo de esto es la «clase pública» -delante de los apoderados- que consiste en ordenar a los alumnos en una fila desde el mejor al peor promedio y hacerles preguntas. Si el primero no contesta, sigue el segundo, y así secuencialmente hasta que alguien responda bien, de esta forma, éste se ubicará en el primer puesto.
Por otra parte, las únicas posibilidades de contacto con miembros de otras clases sociales son:
-El «chaneo» o «chuleo», consiste en concurrir a los recintos de jarana de los sectores populares con el objetivo obtener réditos sexuales de mujeres de clase media y pobre, sin compromiso ni formal ni sentimental de por medio.
-La acción social, son los trabajos ejecutados durante las vacaciones, que consisten en reparar colegios o viviendas. En los colegios católicos también están las «misiones», donde el objetivo es evangelizar en la religión católica.
Según esta investigación, estas actividades no son horizontales, sino más bien verticales y jerárquicas. Finalmente, citando a Madrid: «todo este tipo de prácticas, particularmente la selección y la falta de diversidad interna que tienen estos establecimientos, no apunta a una sociedad más democrática y más inclusiva».
Ergo, el proyecto de sociedad que estamos «construyendo» es un mero continuismo de resabios segregadores, arbitrarios y coloniales.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.