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¿Alianzas con el reformismo o independencia de clase?

La encrucijada de la izquierda revolucionaria en el proceso constituyente

Fuentes: Izquierda Diario (créditos imagen: Facebook "Plaza-Dignidad-Ex-Plaza-Baquedano")

En el marco de un proceso constituyente que estará atravesado por tensiones políticas y sociales, y en un escenario donde la crisis económica prepara nuevos enfrentamientos de clase, se vuelve a plantear con toda su agudeza el problema de la independencia política respecto de los partidos reformistas. La pregunta es si la izquierda revolucionaria podrá confluir con nuevos sectores de trabajadoras y trabajadores, estudiantes y pobladores que hicieron una experiencia en la rebelión de octubre, a partir de un programa anticapitalista y socialista, para que emerja en la escena nacional una nueva fuerza política de la izquierda revolucionaria y de la clase trabajadora, independiente de las distintas variantes reformistas, ya sea del Frente Amplio o del Partido Comunista.

Faltan poco menos de dos meses para la celebración del plebiscito y ya comenzó el itinerario fijado por el “Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución”. La agudización de las tensiones en La Araucanía son una muestra de que este cronograma estará lejos de ser pacífico y tranquilo. Tanto porque gobierno está empeñado en hacer cumplir su promesa de “paz” (es decir, mayor represión), como porque el ambiente está marcado por una fuerte politización de masas.

Todas las clases y fracciones de clase, tanto por derecha como por izquierda, recurren a métodos de presión más directos para instalar sus temas en la agenda, como se ve tanto en los masivos cacerolazos a favor del retiro del 10% o en repudio a la impunidad en los casos de violencia de género; como también en los paros de camioneros y acciones de grupos fascistizantes en La Araucanía.

Aunque por ahora la rebelión logró ser encauzada en el plebiscito y la promesa de una nueva constitución, lo que se abre es un proceso constituyente convulsionado. La rebelión no fue derrotada, y la crisis económica, con históricos índices de desocupación y aumento de la precarización, preparan nuevos enfrentamientos.

Las distintas fuerzas políticas del país se aprontan a tomar las definiciones necesarias para afrontar el panorama que se avecina. Y mientras la derecha se atrinchera en el gobierno, la oposición busca reagruparse para construir una alianza amplia para que la victoria del apruebo los catapulte nuevamente hacia La Moneda.

Como no podía ser de otra forma, la rebelión de octubre significó una reconfiguración del mapa político y de la lucha de clases. El Frente Amplio selló su destino con la firma de sus principales partidos en la cocina, giro que hoy refuerzan con el llamado a hacer una alianza con partidos de la ex Concertación. Y si hace un año atrás no eran pocas las fuerzas políticas que creían que a la izquierda del Frente Amplio solo existía la pared, plantear algo así hoy sólo generaría risas.

Por su parte, el Partido Comunista, que pese a ser parte de las negociaciones de la cocina, tuvo el olfato político de no firmar el pacto con la derecha y la ex Concertación (aunque se sumaron al acuerdo “desde la calle”, puesto que desde el 15N hicieron de todo para sacar la palabra “paro nacional” del diccionario y archivaron la lucha por sacar a Piñera), hoy ha logrado nuclear a los partidos que se desprendieron del Frente Amplio en el Comando Apruebo Chile Digno. Por su parte, Daniel Jadue se postula como la principal figura de la izquierda reformista y de oposición al gobierno de Piñera.

La rebelión empujó a muchas y muchos que no confían en la política de los “30 años” a buscar nuevas alternativas y a plantearse nuevas interrogantes. Miles de jóvenes, mujeres y trabajadores hicieron una experiencia política en las masivas movilizaciones; enfrentaron la dura represión del gobierno de Piñera; impulsaron instancias de organización y coordinación y vieron cómo actuaban los distintos partidos.

La pregunta que guía esta reflexión es si la izquierda revolucionaria podrá confluir con esos nuevos sectores a partir de un programa anticapitalista y socialista, para que emerja en la escena nacional una nueva fuerza política de la izquierda revolucionaria y de la clase trabajadora, independiente de las distintas variantes reformistas, ya sea del Frente Amplio o del Partido Comunista. Más allá de la resistencia y el testimonio que caracterizaron a nuestro sector durante las décadas pasadas, en que nos vimos obligados a cepillar la historia a contra pelo, las posibilidades del escenario nos vuelven a plantear las preguntas ¿Qué izquierda revolucionaria es la que debemos construir? ¿Qué programa debe agruparla? ¿Qué sectores sociales son los que buscará disputar? ¿Con qué táctica debe enfrentar el actual proceso constituyente?

Las mismas preguntas, aunque con diferentes formulaciones, han surgido en otros momentos de la historia y el no encontrar una respuesta coherente fue el resultado de las profundas derrotas que hemos tenido que cargar. La izquierda que se reclama revolucionaria ha atravesado su historia entre dos tensiones: el miedo a la marginalidad que la impulsa a disolverse o ir a la zaga de partidos reformistas; y el sectarismo impotente que la ha confinado al sindicalismo o al trabajo social “por abajo”, sin buscar articular la inserción en la clase trabajadora y los sectores populares con la construcción de un partido propio alternativo al reformismo que defienda la independencia respecto de los partidos capitalistas.

A diferencia de otros países como Argentina, en donde “la izquierda”, referenciada fundamentalmente en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), ha logrado constituir una voz diferenciada del reformismo en la arena política nacional, y un campo militante, de intervención política, sindical, estudiantil e intelectual propio; en Chile se trata de una gran tarea pendiente.

Sin embargo, para todo un sector de la izquierda que se reclama anticapitalista, este desafío ni siquiera está en el horizonte. Ya sea por abstencionismo, o ya sea por defender el sentido común de que la forma de acumular fuerzas es hacer un gran polo de unidad con la izquierda reformista. La lógica es más o menos la siguiente: los anticapitalistas debemos unirnos a los antineoliberales para derrotar a la derecha, y de esa forma generar las condiciones para el avance de la izquierda anticapitalista.

Lo que estos sectores no han podido explicar es por qué el resultado siempre ha sido un fortalecimiento del reformismo y un debilitamiento y desarticulación de sectores más de izquierda. Lo vimos con la formación del Frente Amplio, en donde sectores como la UNE terminaron disueltos en RD (y quienes rompieron con el FA luego de la cocina terminaron mucho más débiles de lo que entraron), o el ejemplo de Izquierda Libertaria, fundadores de Convergencia Social, que luego quebraron y ahora son un grupo irreconocible comparado con los años posteriores al 2011. Mientras estos grupos ahora se preparan a repetir la misma historia al alero del PC, quienes se fortalecieron realmente fueron Boric, Jackson y Yeomans.

Nos parece que renunciar a disputarle la clase trabajadora al reformismo y a defender la independencia política de clase son algunos de los motivos fundamentales. Veamos un breve recuento histórico.

El leimotiv reformismo chileno

La configuración de la izquierda chilena durante el siglo XX estuvo marcada por un fuerte Partido Comunista, uno de los más grandes de Latinoamérica y a su vez, muy obediente de la URSS y el PCUS. Por otra parte, el Partido Socialista, un partido menos rígido que el PC que aunque logró alcanzar una gran inserción obrera, era hegemonizado políticamente por sectores de clase media progresista ligada al aparato del Estado, con nexos con el ejército e incluso la masonería. Es decir, un partido mucho más sensible a las oscilaciones a izquierda y a derecha de las capas medias.

Con la estalinización de la III internacional y de los Partidos Comunistas en el mundo, se termina por imponer la tesis de que para superar el atraso y el dominio imperialista, se requería de una alianza entre la burguesía nacional, las capas medias, la clase trabajadora y el campesinado que enfrentarse a la oligarquía terrateniente e imperialista para iniciar una revolución democrático burguesa como etapa previa a la revolución socialista.

En Chile este planteamiento de la revolución por etapas fue sostenido primero con la apuesta de los Frentes Populares que representaron alianzas entre partidos obreros y burgueses, o los llamados “Frentes de Liberación Nacional”, para luego incorporar el concepto de “vía pacífica” elaborado en el XX congreso del PCUS. Recordemos que el PC había participado con ministros en el gobierno de Gabriel González Videla, quien pocos años después impulsa la llamada “ley maldita” que implicó la persecución contra militantes comunistas, la izquierda y el movimiento obrero.

Pese a la amarga experiencia de proscripción, eso no llevó al PC a romper con su visión de alianza con la burguesía nacional, sino que plantea que de ahora en más, las coaliciones debían ser conducidas por los partidos obreros, y no por el Partido Radical. Sin embargo, aún así el Partido Comunista buscaba continuamente algún sector de la burguesía nacional supuestamente disconforme con la gran burguesía y el imperialismo. De hecho, en su XI Congreso de 1958, el PC define pelear por la unidad de acción con los partidos de centro, mencionando explícitamente a la Democracia Cristiana.

Por otra parte, el Partido Socialista (PS), aunque se reivindicaba marxista, tenía concepciones mucho más eclécticas y una estructura orgánica que hacía prevalecer las corrientes y lotes internos, por sobre el centralismo estalinista de los PC. Desde las décadas del 40 al 50 llevaba impulsando una política de alianzas de centro-izquierda incluso con una fracción que apoyaba el gobierno nacionalista de Ibáñez. Sin embargo, los sectores mayoritarios criticaban al PC su rol en los Frentes Populares y abogaban oficialmente por la táctica del “Frente de Trabajadores”.

Socialistas y comunistas se pusieron de acuerdo detrás de las candidaturas de Allende y la formación del FRAP, que tenía el mismo contenido programático original de los Frentes Populares, sólo que era dirigido por un socialista. Es decir, un programa que significaba subordinar las demandas de la clase obrera a la de la burguesía para que ésta dirigiese el tránsito a emancipar el continente del imperialismo. No solo se trataba de decir que para construir el socialismo había que subordinarse a la burguesía nacional, además había que hacerlo pacíficamente.

Esto se veía reforzado en que, en ambos partidos primaba una visión de que Chile era una excepción en el contexto latinoamericano, que la separaba de otros procesos como el cubano o el ruso, dada la “inusual fortaleza del Estado” basada en la legitimidad que este tenía en las masas populares que respetaban y amaban la democracia.

Esta “excepcionalidad chilena” llevó a que ambos partidos viesen como improbable que cualquier proceso revolucionario se desarrollara sin pasar por la etapa democrática previamente, más allá de que el PS (más permeable a la radicalización de la juventud, las capas medias y la clase trabajadora), se fue radicalizando en su discurso como fruto de la Revolución Cubana y el surgimiento de otros grupos más a la izquierda como el MIR. Pero nunca abandonó este planteamiento, impulsándolo primero con el FRAP y luego con la Unidad Popular con la que darían inicio al gobierno de los 1000 días.

Durante el gobierno de la UP, mientras que Allende y el PC buscaron continuamente un acuerdo con la DC y apoyarse en los sectores constitucionalistas de las Fuerzas Armadas; el sector de Altamirano, secretario general del PS, aunque con un discurso radicalizado y revolucionario, nunca rompió sus ilusiones sobre la obediencia del ejército a la Constitución.

Es decir, la supuesta “excepcionalidad democrática” fue respetada a ultranza por los partidos reformistas, pero no por la clase dominante y el imperialismo, quienes no tuvieron tapujos en tirar por la borda toda la institucionalidad para aplastar violentamente uno de los procesos revolucionarios más profundos del continente, que tuvo a la clase trabajadora como protagonista y sujeto fundamental. Sin embargo, el Partido Comunista elaboró como balance de la derrota, la falta de un acuerdo con la Democracia Cristiana, incluso responsabilizando a los sectores más de izquierda por impedir que este acuerdo se produjese.

Mientras que el PS derechamente se pasó con armas y bagajes al neoliberalismo, este balance quedó marcado a fuego en la militancia comunista. Ni la brutal represión a su militancia durante la dictadura, ni la “Política de Rebelión Popular de Masas” con la creación del FPMR, ni el triunfo del plebiscito, ni la caída del muro de Berlín; hicieron modificar la idea de que en Chile la izquierda sólo podría gobernar con una alianza con el centro, es decir, con partidos capitalistas.

La izquierda revolucionaria y la independencia política

Durante décadas la izquierda que se reclamaba revolucionaria y que resistió la estalinización del Partido Comunista, se vio continuamente presionada entre disolverse en el PS (como un sector importante del movimiento trotskista chileno), o ir a la zaga de los acuerdos entre socialistas y comunistas apoyando sus candidaturas, por un lado; y a una ilusión sindicalista de que será posible avanzar en un camino y construcción revolucionaria sin enfrentar al reformismo en el terreno político, atrincherándose en sus espacios de construcción y buscando conservarse políticamente desde ahí.

El último intento de crear una referencia organizativamente independiente del reformismo fue el MIR, que tuvo el mérito en su momento de plantear que en Chile se necesitaba “un verdadero partido de clase” y que había llegado “la hora de romper definitivamente con los reformistas” (Convocatoria al Congreso Constituyente de la Izquierda Revolucionaria Chilena, 1965).

Esta independencia organizativa fue uno de los aportes fundamentales del Partido Obrero Revolucionaro (POR) de Luis Vitale y Humberto Valenzuela, uno de los grupos que fundaron el MIR.

Este sector del trotskismo buscó confluir con lo mejor de la vanguardia juvenil que dio la radicalización política e ideológica de los setenta, pero mantuvieron una visión ecléctica respecto a la estrategia guerrillerista. Nunca desarrollaron una superación estratégica ni al guerrillerismo, ni a su práctica sindicalista y de apoyo electoral a los partidos reformistas, que les permitiera disputar un proyecto propio y confluir con sectores radicalizados de la clase trabajadora. Así, expulsados del MIR, se mantuvieron en la marginalidad política.

El MIR de Miguel Enríquez, aunque mantuvo esa independencia organizativa, no tuvo como apuesta disputarle al sector más avanzado de la clase trabajadora al reformismo, el que contaba con una amplia tradición e inserción. Para el MIR la apuesta fue buscar avanzar orgánicamente en la intervención en sectores donde el reformismo era relativamente más débil (pobladores, campesinos y estudiantes fundamentalmente).

A su vez, enfocaban el problema de la acción armada desde el punto de vista de un partido militarista (al mismo tiempo que desarrollaban una política de “democratización del ejército”, que era totalmente inviable en un momento de revolución y contrarrevolución), lo que reducía la lucha política con el reformismo a un debate puramente ideológico, o a un problema de alianzas con los sectores de izquierda de la Unidad Popular.

No podemos hacer en estas páginas un balance acabado de la experiencia del MIR (cuyos nudos esbozamos en el siguiente artículo o en la sesión del taller sobre el proceso revolucionario en Chile), pero sí plantear que terminaron ubicándose como un ala izquierda de la Unidad Popular y no lograron constituirse como una alternativa de dirección al proceso revolucionario.

Esto es importante, porque en los setenta la clase trabajadora desarrolló un sector avanzado, de vanguardia, que construyó los cordones industriales, una de las experiencias de organización y radicalización obrera más avanzadas del Continente. La debilidad del trotskismo fruto de sus decisiones estratégicas y la orientación del MIR, fueron un gran obstáculos para que surgiera un poderoso partido revolucionario a partir de la confluencia entre militantes marxistas y revolucionarios, y esa vanguardia obrera de los cordones.

La dictadura y la derrota del proceso revolucionario significaron un gran golpe para toda la izquierda, con el asesinato y desaparición de sus principales dirigentes. En este contexto, el MIR despliega una estrategia cada vez más militarista, lo que fue acompañado de una estalinización de su pensamiento político (con su dirección alojada en la Cuba de los ochenta), acercándose cada vez más al ideario de conciliación de clases del reformismo tradicional.

Los debates estratégicos durante la UP y las luchas ideológicas con el reformismo fueron prácticamente olvidados detrás del paraguas del allendismo y la lucha contra la dictadura. Esto mientras que el otro sector del MIR, denominado “político”, se termina disolviendo en el PS presionado también por la “renovación” y las nuevas ideologías propias del triunfo neoliberal de los ochenta a nivel internacional, a la vez que buena parte de la diáspora mirista renunciaba a la militancia partidaria luego de la disolución del MIR.

Lo que queremos explorar en este breve repaso conceptual (de carácter inicial y a modo de apuntes), son las razones de por qué en Chile la independencia de clase desapareció de la referencia de la izquierda chilena y cómo, a diferencia de otros países, el marxismo no tuvo un campo de expresión política, militante e intelectual diferenciado del reformismo. Los debates y disputas del MIR previo al triunfo de la UP, la marginalidad del trotskismo, el rol del mirismo durante el gobierno de Allende, la posterior derrota del proceso revolucionario, los balances y decisiones estratégicas en la lucha contra la dictadura, son algunos de los hitos que marcan este devenir.

Viejos y nuevos debates de la izquierda en el Chile post octubre

¿Cuál es la actualidad de este debate? En una reciente entrevista a Daniel Jadue, el medio interferencia le pregunta al presidenciable: “¿Entonces se imaginan algo como el Frente Popular de los años 30? ¿Y cuando afirma que la unidad política debe ser “lo más amplia posible” incluye a la Democracia Cristiana?”

Jadue responde vanagloriándose que “nosotros estuvimos en la tesis del frente amplio durante 25 años. El tema es que no había madurez política ni condiciones subjetivas en el sistema político para llegar a eso. Lamentablemente, algunos llegaron a esa convicción después de sufrir derrota tras derrota y perder 1,8 millones de votos; y otros después de entender que había que participar en la política después de años de decir que daba lo mismo participar o no, porque el sistema era ilegítimo”. Jadue continúa diciendo que ellos no vetarían a nadie, pero le aconsejaría a la DC que lea bien el programa, con la ilusión que sus ex socios de la Nueva Mayoría no vuelvan a ser tan obstruccionistas como lo fueron en el gobierno de Bachelet.

Por su parte, Carlos Ruiz de Nodo XXI, en entrevista junto a Jorge Arrate (quienes lanzarán el libro “Génesis y Ascenso del Socialismo Chileno”), planteó que “si el proceso de construcción de alianzas políticas en este momento va de la mano de la construcción de proyectos de transformación, que va a ser gradual, que va a ser complejo, pero que de alguna manera demanda un gran esfuerzo de apropiación de estas nuevas condiciones, ahí sí hay una gran tradición socialista que recuperar”.

Mientras que el PC se prepara para encabezar un proyecto para unir a la oposición detrás de un comunista enfatizando sus credenciales de demócratas, incluyendo a los partidos de estos 30 años, sectores del Frente Amplio se proponen reeditar la tradición socialista reformista. Aunque claro, este socialismo 2.0 solo tendría en común con la versión original su dirección pequeñoburguesa y una política “flexible” de alianzas políticas (¡ahora con partidos derechamente neoliberales!), pero no su inserción en la clase trabajadora ni su discurso radical y socialista.

Como se ve, la actualidad del debate sobre qué estrategia, alianzas y política entre los distintos partidos cobra plena vigencia, por lo que rescatar y reactualizar el legado de la independencia de clase se vuelve urgente para que la izquierda revolucionaria no quede nuevamente atrapada entre la tentación de ir a la zaga de los nuevos proyectos reformistas, o quedarse sumida en la marginalidad abstencionista, que siempre ha ido acompañada con la renuncia a dar una lucha política al reformismo.

Ni el “reagrupar a los anticapitalistas” para luego integrar las listas de Apruebo Chile Digno junto con el Partido Comunista, como sostiene, por ejemplo, el Partido Igualdad (que recientemente lanzó la plataforma “Dignidad Ahora” junto con el Partido Humanista, el Movimiento Dignidad Popular o Victoria Popular de Cristian Cuevas); ni el arraigado abstencionismo oportunista de grupos como la ACES (conducida por Unión Rebelde) y otros colectivos, puede dar una respuesta de fondo a esta disyuntiva histórica.

Una alternativa de independencia de clase para un proyecto socialista y anticapitalista

Aunque hoy estemos en un momento de desvío constituyente, la crisis económica tiene alcances históricos y prepara convulsiones sociales. Es decir, sin un partido con inserción en sectores neurálgicos de la clase trabajadora y cierta influencia política, no habrá posibilidad de apostar por realizar “maniobras de clase” e imponer el frente único a la burocracia para intervenir en estos escenarios convulsos, y evitar ser una hoja al viento o estar condenados simplemente a ser espectadores y víctimas de los acontecimientos.

Esto en el Chile de hoy, significa proponerse la tarea de construir un partido que tenga como “músculo y nervio” a esa nueva clase trabajadora que se ha desarrollado en Chile durante estos treinta años, y que pese a la disgregación y la debilidad de los sindicatos, tiene la potencialidad de articular una masiva “infantería ligera” de trabajadores precarios con una clase trabajadora concentrada en posiciones estratégicas como la minería, los puertos, la industria forestal, el transporte. A esto se suma un sector con fuerte tradición gremial como docentes y sector público que sirve de puente con sectores medios y franjas de masas. Dentro de esta nueva clase trabajadora, hay miles que han acumulado en el cuerpo una serie de experiencias de organización y lucha (tanto como clase organizada en sindicatos en enormes gestas como la protagonizada por subcontratados mineros y portuarios, pero también como parte de fenómenos de vanguardia juvenil). Lograr esa articulación mediante el frente único y el impulso de instancias de auto-organización (como se empezó a ver en instancias como los comités de emergencia y resguardo, las asambleas territoriales, las brigadas de salud, entre otras), es fundamental para superar las divisiones a las que nos quieren condenar as conducciones sindicales.

El 12N fue un primer intento de articular esta fuerza de clase y forjar una alianza con sectores populares y capas medias, pero fue abortado por la burocracia de la CUT impidiendo que esta tendencia se profundizara y abriera un camino alternativo a la cocina y el desvío constituyente. No hay mejor recordatorio de la necesidad de un partido revolucionario que la secuencia del 12N y el posterior acuerdo por la paz.

Si un sector de esa clase se propone grandes tareas y se propone concretar el proyecto de una nueva sociedad, examinando con atención la vida real, confrontando nuestra observación con nuestros objetivos para buscar realizarlos escrupulosamente como planteaba Lenin, no hay nada que la pueda detener.

Con esto nos referimos a un partido con un programa revolucionario y socialista, partiendo por la nacionalización de los principales resortes de la economía bajo control de los trabajadores para ponerlos en beneficio de toda la sociedad, en la perspectiva de socializar y planificar racional y democráticamente la economía, aprovechando los avances de la tecnología en función de las necesidades humanas y no las de un puñado de burgueses. Por ejemplo, ante el desempleo, luchando por el reparto de las horas de trabajo para que todos trabajen, trabajen menos y mejor, es decir, en la perspectiva de una sociedad socialista. Lo cual es impensable sin derrotar a la burguesía y el imperialismo, lo que requiere superar a la burocracia sindical y a los partidos reformistas.

Esta tarea resulta importante, porque si no emerge una “nueva izquierda” en el mapa político nacional, que para nosotros debe ser socialista, revolucionaria y de la clase trabajadora, entonces muy difícil que un sector de esa clase trabajadora y el pueblo nos vean como una alternativa viable, algo fundamental para jugar algún rol en los acontecimientos frente a las decisivas encrucijadas planteadas en esta nueva situación en Chile.

Esa tarea preparatoria, estratégica, es una de las jerarquías del escenario y por esto hemos planteado la necesidad de abrir un debate de fondo sobre cómo construir una nueva izquierda, anticapitalista, socialista y de la clase trabajadora.

Resultaría una pedantería afirmar que las masas nos van a seguir en momentos decisorios sin haber conquistado una referencia y una acumulación social, política y militante previa. Por el contrario, el gran problema si se ve en un plano histórico, es que los sectores de izquierda o avanzados de la clase trabajadora no han logrado configurarse como una referencia alternativa al reformismo, quien en los momentos álgidos actúa como gran contención para el desarrollo de las potencialidades revolucionarias que la clase trabajadora ha demostrado (como se vio en los setenta, y como, aun guardando las distancias, se vio en la rebelión).

Es por esto que junto con esa tarea estratégica, hoy tenemos planteado un gran desafío táctico: que los miles de trabajadores, jóvenes, mujeres, estudiantes y pobladores que rechazamos el acuerdo de la cocina, que luchamos por Fuera Piñera, por una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana, podamos intervenir con una voz y herramienta propia en el proceso constituyente que se abre, sin tener que depender de los partidos de los treinta años.

Es por esto, que hemos hecho un llamado a construir un Frente de las y los trabajadores y la izquierda anticapitalista, dirigida a todas y todos quienes compartan los lineamientos que impulsamos en común con diversas organizaciones de izquierda, dirigentes sindicales y sociales en la declaración “¡Salud, pan y trabajo! Que la crisis no la pague la clase trabajadora y el pueblo, sino que los grandes empresarios”.

En un Chile inserto en un convulsivo escenario internacional que sin duda dará nuevos embates de la lucha de clases como los que vimos el año 2019 (y que ya se ven en el Líbano, Bolivia y recientemente en EEUU con el movimiento contra la violencia racial de la policía) una izquierda revolucionaria con una perspectiva socialista e internacionalista si no teme sacar las lecciones históricas y defender sus banderas con convicción puede afrontar con éxito las tareas preparatorias para impulsarse con la marea a terminar con este sistema que nos condena a vivir en la miseria y la explotación.

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