En un análisis de urgencia sobre el movimiento del 15- M, escribía el profesor Carlos Taibo, hace ahora cuatro años, que en este convivían dos almas. La de los indignados que atribuían la lamentable situación existente a la naturaleza misma del sistema económico-político imperante y la de aquellos cuya indignación respondía a que no veían […]
En un análisis de urgencia sobre el movimiento del 15- M, escribía el profesor Carlos Taibo, hace ahora cuatro años, que en este convivían dos almas. La de los indignados que atribuían la lamentable situación existente a la naturaleza misma del sistema económico-político imperante y la de aquellos cuya indignación respondía a que no veían suficientemente recompensados por parte de la sociedad sus esfuerzos y méritos y habían entrado a formar parte de un «precariado» sin horizontes o simplemente de las estadísticas del paro.
Estas dos almas, estos dos diagnósticos realizados en base a una misma radiografía social, desembocaban en dos diferentes objetivos: transformar de raíz el sistema, sustituyéndolo por otro cuya lógica fuera distinta a la del mercado y la búsqueda agónica de la ganancia y el beneficio personal, o reformar aquellos aspectos políticos del sistema a los que se hacía responsables principales de la situación: los partidos corruptos y el mal funcionamiento de las instituciones. Si se quiere, podríamos hablar de un alma rupturista y de un alma reformista, la vieja dualidad una de cuyas últimas versiones la experimentamos quienes vivimos la anterior Transición, en la época del desmontaje controlado del franquismo y el comienzo de la Segunda Restauración Borbónica.
Desde aquella época, en que triunfó la «Reforma» frente a la «Ruptura» con la cooperación activa de los partidos de izquierda y los sindicatos mayoritarios, y salvo casos muy concretos y de escasa representatividad, el sistema político se ha basado en un bipartidismo de la alternancia y no en la confrontación entre alternativas. Así ha sido a nivel del Estado y de la gran mayoría de los ayuntamientos, aunque en Andalucía se estableció un unipartidismo que se ha convertido en Régimen debido al Gobierno continuado de un mismo partido en la Junta.
Hace poco más de un año se creó Podemos, un partido que se reclama heredero o traductor del 15-M y que ha heredado de éste su doble alma. Hasta ahora, las contradicciones que ello produce no han aparecido demasiado, al menos públicamente, porque no ha tenido que realizar opciones trascendentes dentro del tablero político institucional. Pero en estos días Podemos sí tiene que tomar importantes decisiones, sea directamente o a través de las agrupaciones y partidos instrumentales que ha creado o apoyado. La principal, si pacta o no con uno de los dos partidos que son los pilares del régimen político que, según su planteamiento, hay que transformar radicalmente.
Tendrá que decidir si el PSOE es menos «casta política» y menos responsable de los efectos de la crisis sobre las clases populares que el PP. Que esto significaría apoyarlo, por una u otra vía, en Sevilla y otros lugares para desbancar al PP allí donde éste no tenga mayoría absoluta.
Se trataría de una evidente corrección del análisis según el cual el PSOE no es otra cosa, en la actualidad, que una de las dos columnas del régimen por ser sostenedor, al mismo nivel de protagonismo que el PP, del sistema económico-político dominante. Sólo considerando que el PSOE no es «la otra derecha», o que es el mal menor, cabe pensar que ese partido podría realizar una política realmente distinta, en lo fundamental, a la del PP si fuera suficientemente condicionado para ello. Lo que ocurre es que esta corrección dejaría sin terreno propio al nuevo partido porque ésa es precisamente la teoría que ha defendido permanentemente, aunque sin otros resultados que obtener algunos cargos, Izquierda Unida y que ha llevado a esta formación a su casi liquidación y sustitución, en la ilusión y el voto de muchos, por Podemos. Y es claro también que si Podemos niega su apoyo al PSOE será acusado de «traicionar a la izquierda» por parte de quienes aún piensan que el bipartidismo supone una confrontación derecha- izquierda y no la alternancia de dos grupos que, en lo esencial, defienden los mismos intereses.
Ésta es la encrucijada en que las dos almas no pueden seguir coexistiendo. Cuál de ellas termine imponiéndose lo veremos pronto. Si se impone la opción de convertir la partida actualmente a dos (PP-PSOE) en un juego también a dos aunque en parejas (PP-Ciudadanos por una parte y PSOE-Podemos por otra) ello reflejará que ha ganado el alma reformista y Podemos se convertirá en una especie de IU bis. El dilema es aceptar la lógica del juego político existente, convirtiéndose en un jugador más con mayor o menor grado de influencia según sea su cuota de poder, o ser el medio de transmisión de la voz de los movimientos sociales alternativos y el fustigador de los vicios que surgen del propio funcionamiento del sistema con el objetivo de transformarlo en una democracia en la cual sea posible la participación real de la ciudadanía no sólo en las urnas cada cuatro años.
Isidoro Moreno, Catedrático Emérito de Antropología Social de la Universidad de Sevilla y miembro de Asamblea de Andalucía. Publicado en los Diarios andaluces del Grupo Joly el 5 junio 2015.