El patético debate que desencadenó la publicación de la Encuesta Casen 2009 demuestra a) que la elite política, financiera y empresarial no entiende de lo que habla y no asume las consecuencias del modelo económico que instaló y disfruta; o lo más probable, que b) lo entiende perfectamente, y por tanto se colude en engañar […]
El patético debate que desencadenó la publicación de la Encuesta Casen 2009 demuestra a) que la elite política, financiera y empresarial no entiende de lo que habla y no asume las consecuencias del modelo económico que instaló y disfruta; o lo más probable, que b) lo entiende perfectamente, y por tanto se colude en engañar a los chilenos, tal como viene haciendo desde hace 35 años.
La ramplonería en el análisis resultaría hasta cómica, si el telón de fondo no fuera la sombría y dramática realidad que padecen cotidianamente millones de compatriotas, 35 años después de la implantación a sangre y fuego de un modelo de desarrollo que prometía un inicial ajuste de cinturón para ingresar en breve en la senda del crecimiento ininterrumpido.
Pero 35 años después, el representante del sector político que instaló el modelo, a su vez instalado en el gobierno por una exigua mayoría electoral, no encontró mejor explicación al incremento en los índices de pobreza e indigencia, según el patrón de la encuesta Casen, que atribuirlo a «la debilidad en el crecimiento económico y en la capacidad de crear buenos empleos; el estancamiento en la calidad de la educación de nuestros niños y jóvenes; y el debilitamiento de las familias chilenas».
Asombroso.
Si hay un rasgo que caracteriza a las huestes neoliberales, es que como los monos porfiados, siempre vuelven a la posición vertical.
Así, en el discurso mediante el cual asumió la misión de anunciar los resultados de la encuesta, que ciertamente no le correspondía, insistió en que la salida, tal como nos vienen repitiendo desde hace 35 años, no es otra que el crecimiento, a pesar del reconocimiento, en el párrafo anterior, del fracaso en el objetivo:
«El crecimiento es la principal fuente de creación de empleo, de buenos empleos y, además, la principal fuente de recursos para financiar los programas sociales que se requieren hoy día más que nunca».
O sea, la teoría del chuteo acude en auxilio de la teoría del chorreo, como sucede cada vez que queda en evidencia su bancarrota.
Según un antiguo aforismo, los chantas lo son las 24 horas del día. Como fuere, nuestra primera autoridad no resistió la tentación de sacar ventaja en la pelea corta:
«Hemos visto cómo el gasto social se mal utiliza para financiar viajes a Europa en el Ministerio de Salud o para construir miles de viviendas que nadie quiere ocupar porque están mal construidas, o para simplemente caer en las garras de la corrupción, como los tribunales han demostrado, especialmente en la Región de Valparaíso».
Sus correligionarios no le fueron en zaga a la hora de arrancar hacia delante, obtener provecho político de la monumental demostración del fracaso de un paradigma económico, y endosarle al rival las responsabilidades compartidas.
Para el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, el problema se reduce a que «la red social construida por el gobierno de la Presidenta Bachelet tenía un tremendo agujero, por donde se colaron 330 mil personas que cayeron en la pobreza».
Algunos de ellos, que no son economistas, adoptan ese discurso como si lo fueran. Así, el meollo del problema para el abogado y senador de Renovación Nacional, Alberto Espina, es que «los recursos de los programas sociales no llegaron a las familias más pobres de Chile».
Su colega publicista y también senadora por el mismo partido, Lily Pérez, agrega circunspecta: «No se puso el foco del gasto fiscal donde se necesitaba».
Patricio Melero no es senador, ni de RN, ni economista, sino diputado, ingeniero agrónomo y de la UDI, pero ello no le impide llegar a la misma conclusión:
«Entregar el país con nuevos 355 mil pobres, a pesar de gastarse un 35% del presupuesto en gasto social, es el peor fracaso de la Concertación y deja en entredicho las políticas públicas en la materia. Se requiere de una reestructuración a fondo, puesto que ha quedado en evidencia que la red de protección social es asistencialista y no cambia los niveles de vista en forma permanente».
En la vereda del frente, el análisis no es mucho más fecundo o refinado.
Viene al caso recordar que durante el desarrollo de la crisis económica de 2007-2009, el discurso de la entonces coalición gobernante evolucionó desde el «desacople», entendido como la independencia de la economía chilena respecto al ciclo de la economía mundial, hasta el «blindaje», vale decir, las condiciones internas de la economía chilena para resistir el embate, una vez que se reconoció la inevitabilidad del contagio.
En una nueva demostración de la ubicuidad del discurso en la era neoliberal, la encuesta Casen puso en el centro del discurso concertacionista…la crisis económica de 2007-2009, como matriz explicativa del aumento de la pobreza medido por la encuesta Casen.
Así, para el senador Andrés Zaldívar, «durante el año 2008 y 2009 se produjo una crisis internacional que provocó un efecto social en Chile muy profundo y eso se tradujo en pobreza».
Fulvio Rossi, también senador, fulminó: «cualquier economista sabe y entiende que una crisis como la que vivió Chile y el mundo en 2009 influyó en estos resultados».
Según el diputado Carlos Montes, «el origen de los problemas es la crisis y eso sabíamos que sería así».
La versión más extrema de la autocrítica concertacionista, es un documento firmado por Carlos Ominami, Guido Guirardi y Francisco Vidal, postaestandartes del denominado «progresismo», en el que sostienen que «no era inevitable la pobreza aumentara»; que podrían haber «tenido políticas con mayor sentido social» y que cuando lo plantearon, «nos acusaron de díscolos, de que no teníamos una voluntad de respaldar las iniciativas que habían».
En suma, el diagnóstico de la elite política que administra el modelo sobre el aumento de la pobreza, según la encuesta Casen, se reduce a la crisis económica de 2007-2009 (que resurgió con fuerza, por si no lo han notado, porque no lo dicen), al bajo crecimiento de la actividad económica y a las deficiencias de la focalización del gasto social.
En otras palabras, como cada vez que sucede cuando se trata de la pobreza, el debate se concentra en la manipulación de las consecuencias, mientras que unos y otros evaden las causas, asociadas inextricablemente a la naturaleza del modelo económico neoliberal vigente en Chile, del que esa misma elite se ufana en mostrarlo como «ejemplo para el mundo».
Modelo incapaz de generar trabajo
Aunque en rigor son dos facetas del mismo problema, las causas de la no sólo persistente, sino creciente pobreza en Chile, pueden dividirse, grosso modo , entre aquellas de naturaleza sistémica y las que emanan del actual esquema político e institucional.
Entre las primeras, están las asociadas a la condición de modelo primario-exportador, cuya actividad principal, por lejos, se reduce a la exportación de recursos naturales, cuya renta, además, es incapaz de captar y retener.
Uno de los principales defectos de los modelos especializados en la exportación de recursos naturales, consiste en que son extremadamente poco intensivos en la oferta de trabajo.
Según el último Anuario Estadístico de la Corporación Chilena del Cobre, Cochilco, la minería metálica ofreció 38 mil 034 puestos de trabajo en 2009, de los cuales 31 mil 849 correspondieron a la minería del cobre, y 26 mil 653 a la Gran Minería del cobre.
Esto implica que la actividad económica que generó el 15,5% del producto, según el mismo anuario de Cochilco, y el 50,8% de las exportaciones, según el Informe de Comercio Internacional de la Dirección de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería, en el año 2009, ofreció el 0,51% del empleo del total de la fuerza de trabajo, y o el 0,57%, si se considera sólo al número de ocupados, según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, de diciembre de 2009.
Si se sigue la metodología de la encuesta de empleo del INE, la conclusión permanece inamovible.
En el último boletín de empleo, de junio de 2010, aparece que los 96 mil 370 empleos ofrecidos ese mes por el sector Minas y Canteras, representaron el 1,3% de la fuerza de trabajo, y el 1,4% de los ocupados.
Pero tampoco es un efecto de hoy. En la perspectiva del largo,plazo, el principal talón de Aquiles del modelo neoliberal es su incapacidad de generar empleo.
La media estadística de la desocupación en el período neoliberal, es decir, entre 1975 y 2009, con datos del documento Indicadores Económicos y Sociales de Chile 1960-2008 del Banco Central, y los boletines de empleo del INE de 2009, alcanza al 10,3%.
Fuga de capitales
La segunda deficiencia estructural de los modelos económicos especializados en la exportación de recursos naturales, consiste en que son incapaces de retener la renta que genera esa actividad, más aún en el caso de Chile, uno de los países con legislaciones más permisivas y desreguladas del mundo con los capitales externos.
No hay que ir muy lejos para demostrarlo: basta analizar la balanza de pagos de 2009, con datos del Banco Central.
Las exportaciones totales del país ascendieron a 53 mil 735,4 millones de dólares, y la de cobre a 26 mil 271,1 millones.
La cuenta Renta de la Inversión, donde se refleja la repatriación de utilidades de la gran minería del cobre, puesto que contrasta los retornos por inversiones de chilenos en el exterior y la salida de capitales por utilidades de extranjeros con inversiones en Chile, registra un déficit de 10 mil 305 millones de dólares.
Pero la partida que importa, para efectos de este análisis, es la renta proveniente de Inversión Directa. Esta indica que mientras las repatriación de capital, o sea, las utilidades de empresas chilenas en el exterior sumó 2 mil 814,9 millones de dólares, la exportación de capital, es decir las utilidades repatriadas por empresas extranjeras a sus países de origen, llegó a 14 mil 087,8 millones de dólares.
En otras palabras, en 2009 la inversión extranjera repatrió utilidades equivalentes al 26,2% de las exportaciones totales del país y al 53,6% de las exportaciones del cobre.
En 2008, la exportación de capitales fue de 17 mil 419 millones; de 22 mil millones 832,4 en 2007; 19 mil 913,4 millones en 2006, y 11 mil 416,3 millones en 2005.
Raya para la suma, durante el ciclo de altos precios del cobre, la inversión extranjera exportó 85 mil 668,9 millones de dólares, en circunstancias de que entre 1974 y 2009, invirtió en cobre 24 mil 548,9 millones, según cifras del anuario de Cochilco. A mayor abundamiento, sólo en 2007 amortizó casi el cien por ciento de la inversión.
Como anota el economista Hugo Fazio, citando un estudio de Cochilco, en el quinquenio 2005-2009, las empresas cupríferas que operan en Chile «obtuvieron un margen promedio neto de 46,7% entre las utilidades obtenidas y las ventas; en otras palabras, de cada dólar comercializado se quedaron con una suma muy cercana a la mitad. Es difícil encontrar a nivel global márgenes de ganancias tan elevados, excluyendo obviamente las operaciones ilícitas. Mientras tanto, los márgenes de los quince mayores consorcios mundiales en el sector fue en el mismo período de 22,9%, es decir 23,8 puntos porcentuales menos».
Esto genera situaciones absurdas, lindantes con el surrealismo, como el patético espectáculo del debate sobre la pobreza a propósito de la encuesta Casen, en los mismos días en que el gobierno de Piñera maniobraba para otorgarles todavía más franquicias tributarias a las transnacionales mineras, con el resultado doblemente absurdo de que sus parlamentarios terminaron votando en contra del proyecto, porque los parlamentarios de la Concertación se negaron a aceptar el canje del aumento transitorio del impuesto específico a la minería por una extensión del régimen de invariabilidad tributaria.
Arbitro saquero
Entre las causas de la pobreza emanadas del esquema político e institucional, están las normas que regulan la relación capital trabajo.
Postular que Chile tiene una de las legislaciones laborales más desreguladas del mundo es insuficiente. En rigor se trata de la legislación que en mayor grado regula a favor del capital y contra el trabajo.
Entre los grandes mitos del neoliberalismo están a) que el precio del trabajo lo fija el mercado, y b) que el alza del mismo debe estar asociado al aumento de productividad.
Ambos argumentos son falsos, de falsedad absoluta.
Si fuera verdad que el precio del trabajo lo determina el mercado, los trabajadores deberían tener libertad para intervenir en la fijación de su precio, mediante derechos otrora reconocidos en Chile, como la sindicalización, la huelga y la negociación colectiva.
Ahí están las cifras para rebatirlo: la tasa de sindicalización bordea el 12%, los trabajadores que tienen acceso a la negociación colectiva no llegan al 10% y el número de huelgas y de trabajadores involucrados se mantiene extremadamente bajo (159 en 2008, último año del que se tiene registro, con 17.453 trabajadores involucrados y un promedio de 10,7 días de duración), por ninguna otra causa que su perfecta inutilidad; todas cifras oficiales, de la Dirección del Trabajo.
Y cada vez que se discute una reforma laboral que apunte al fortalecimiento de la capacidad de negociación de los trabajadores, es decir, el derecho a intervenir en la determinación del precio de la «mercancía» que ofrecen, ahí mismo afloran los campeones de la libertad para impedirla, con el argumento hipócrita de la captura de los trabajadores por los grupos de presión mejor organizados.
Tampoco es cierto que el insaciable empresariado chileno comparte el incremento de la productividad del trabajo.
Un estudio del economista Gonzalo Durán, para la División Estudios de la Dirección del Trabajo, muestra que en el período 2000-2007, el promedio de las utilidades de las empresas alcanzó un promedio de 15%, el promedio de inflación del período fue de 2,8%, y el reajuste real del exiguo porcentaje de trabajadores que tiene acceso a la negociación colectiva, sólo llegó al 0,76%.
En el caso de las 600 mayores empresas del país, precisamente aquellas donde se concentra la negociación colectiva, el promedio de ganancias se empinó al 43% en el mismo período, según el estudio del mismo autor.
Esto quiere decir, simplemente, que tanto las utilidades como el incremento de productividad del trabajo van a engrosar las faltriqueras del capital.
Otra manera de medir la asimetría de la relación capital trabajo, es la distribución funcional del ingreso.
En el trienio 971-73 la participación de los salarios en el producto llegó al 62,8% y la del capital, al 37,2%. Esa relación funcional del ingreso prácticamente se ha invertido.
Para el año 2006, la participación de los salarios en el producto bajó al 34,9% mientras la del capital remontó al 65,1%.
En suma, mientras Chile mantenga un modelo económico incapaz de generar empleo y de retener al menos en parte la renta generada por la exportación de recursos naturales, y una legislación que prohija una de las relaciones capital-trabajo más desiguales e injustas del mundo, el combate a la pobreza se reducirá a una retórica tan vacía como el debate en torno a la encuesta Casen, mientras que el único avance posible será la manera de medirla.
Si Piñera cree que va a derrotar la pobreza mediante el crecimiento, la inversión en educación, el fortalecimiento de la familia y el mejoramiento de los programas sociales, va a envejecer esperando, tal como vienen haciéndolo los pobres desde hace 35 años.
Así como no es posible cazar elefantes con un rifle de postones, tampoco se pueden resolver problemas estructurales con medidas que orbitan en la periferia.
La única forma para avanzar en términos reales en la lucha contra la pobreza, consiste en cambiar las orientaciones estratégicas del modelo, y apenas sea posible, el modelo mismo.
Trampas hasta para medir la pobreza
Resulta irritante observar como representantes de la Concertación y otros defensores del modelo se jactan de haber reducido la pobreza a un 13,7%, mientras todos se dan de puñaladas porque volvió a subir al 15,1%.
Es mentira que la pobreza alcance hoy al 15,1% de la población, como lo era que en 2006 alcanzara el 13,7%.
Esa afirmación es una autocomplaciente pirotecnia estadística, como sabe hasta un estudiante de primer año de economía.
La encuesta Casen utiliza una metodología que consiste en fijar la línea de pobreza en función de una canasta de alimentación básica mensual, a razón de 2.176 calorías por día.
La línea de la indigencia se establece con personas que residen en hogares cuyo ingreso percápita es inferior a este valor.
La línea de pobreza para las zonas urbanas se obtiene duplicando el valor de la Línea de Indigencia, en tanto que el de las zonas rurales se calcula incrementando en 75 % el presupuesto básico de alimentación estimado para estas zonas.
En la encuesta de 2006, la que generó la falsa imagen de que la pobreza se había reducido al 13,7%, el valor de la fue de 23 mil 549 pesos, por lo que la línea de la pobreza se situó en 47 mil 99 pesos.
En la encuesta de 2009, la línea de pobreza alcanzó a 64 mil 134 pesos.
De acuerdo con ese criterio, una persona que percibía un ingreso de 50 mil pesos en 2006 y 65 mil pesos en 2009, dejaba de ser pobre pobre para efectos estadísticos.
Eso es una mentira, y los que la propalan lo saben.
Con ese criterio, los trabajadores que perciben el sueldo mínimo serían poco menos que nuevos ricos, lo cual es un absurdo.
A todo lo más, la metodología de la encuesta Casen autoriza a decir que el pocentaje de personas que acceden a la canasta básica de alimentos, se movió de tal a tal cifra, entre una encuesta y otra.
Como señala acertadamente Marcel Claude en el informe de la Fundación Terram, Determinación del Nuevo Umbral de la Pobreza Para Chile: Una aproximación desde la Sustentabilidad, «los pobres son tan pobres en Chile que ni siquiera se les reconoce el derecho a ser reconocidos como tales. (…) Lo que se considera como pobreza en Chile, según la interpretación que se hace de la CASEN, es mucho más parecido a la extrema miseria, a la marginalidad total».
En el trabajo mencionado, Claude propone un nuevo indicador para medir la pobreza, denominado Umbral de Satisfacción Mínimo, que además de la alimentación básica incluye gastos en vivienda y energía, equipamiento del hogar, vestuario y transporte, salud, cultura y recreación.
Dicho indicador establecía la línea de la pobreza en 125 mil 767 pesos mensuales por persona en el caso de una familia y de 121 mil 614 pesos para un adulto que vive solo. Si se cruza este indicador con la medición del ingreso por tramos de decil, se desprende que el 32,2% de los chilenos quedaba en 2006 por debajo esa línea de la pobreza.
Además, en este país de arrogantes, a los pobres se les hace trampa hasta en la forma de medirlos. Mientras el costo de los productos considerados por la encuesta subió un 36,2% entre 2006 y 2009, el IPC varió en un 14%.
Por último, el problema de la pobreza es inseparable de su opuesto: la insultante concentración de la riqueza y la intolerable desigualdad social.
Pero de eso sí que no se habla.