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Reseña de “Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos”, de Laura Gassó

La épica de la resistencia

Fuentes: Rebelión

El 20 de febrero de 1943 Antonio Gassó Fuentes (Xàtiva, 1919), Gaskin por remoquete, viaja en tren a Rabat en misión de servicio. Anota en el dietario: «¡Por fin salgo del desierto, después de más de tres años en él encerrado!» Y describe su «indescriptible satisfacción»: «Hay que imaginarse un hombre joven, esencialmente sensible, saliendo […]

El 20 de febrero de 1943 Antonio Gassó Fuentes (Xàtiva, 1919), Gaskin por remoquete, viaja en tren a Rabat en misión de servicio. Anota en el dietario: «¡Por fin salgo del desierto, después de más de tres años en él encerrado!» Y describe su «indescriptible satisfacción»: «Hay que imaginarse un hombre joven, esencialmente sensible, saliendo de un lugar fatídico, después de haber sido humillado, explotado vilmente, viviendo automáticamente, ahogado por el tedio y pensamientos abrumosos, que le llevaran a la desesperación, durante ¡3 años! después de haber pasado 10 meses en un campo de concentración; saliendo de ese sitio horrible y monótono (…)».

La hija de Gaskin, Laura Gassó, encontró en una maltrecha caja de zapatos los diarios de su padre (un aviador republicano preso entre 1939 y 1943 en diversos campos de trabajos forzados y de castigo en el desierto norteafricano). Laura ha recogido el dietario (correspondiente al periodo entre 1941 y 1943), lo ha trabajado y contextualizado en un adecuado prólogo, y finalmente lo ha publicado en forma de libro (Editorial L’Eixam).

El diario se localiza históricamente en los años en que Francia (y por extensión, sus colonias norteafricanas) está gobernada por el régimen colaboracionista de Petáin, amigo ferviente del nazismo. En ese contexto, las notas de Gaskin adquieren el valor de fuente historiográfica de primer orden. Mejor que nadie, lo deja entrever Laura Gassó en el introito al libro: «El diario relata de forma concisa y breve la dureza de la vida en los campos, especialmente en la cárcel y la sección de disciplina, los castigos implacables, las humillaciones, el hambre y la sed, el frío intenso o el calor asfixiante del desierto, las noches en vela, las enfermedades y toda clase de calamidades que soportaron en los campos del norte de África los refugiados republicanos españoles y otros internos extranjeros, brigadistas o desplazados de países ocupados por los nazis».

La memoria histórica, como casi todo, abre la posibilidad a múltiples lecturas. La más habitual es la de carácter político: la recuperación de un pasado que se mantiene en carne viva para utilizarlo en las batallas políticas actuales. Se trata de un fin legítimo dado que toda memoria es, en resumidas cuentas, presente. Otra finalidad, también ligada a la actualidad, es la reconstrucción del pasado que realizan los historiadores (el oficio de historiar consiste en hacerle preguntas al objeto de estudio con un fin último: entender mejor lo que hoy ocurre); también es posible exhumar el pasado como reconocimiento y homenaje a personas o colectivos (según Laura Gassó, «este libro nace como una contribución personal a la deuda que tenemos todos con aquellos que lucharon por un mundo mejor, cuya historia quedó enterrada en las fosas, en los cajones y en el olvido»).

Pero hay otra lectura, más inmediata y puede que inocente, con la que el lector puede abrir el angular y tomar otra perspectiva. Es la lectura que se queda en cómo piensan, sienten, se relacionan, se divierten, se expresan y viven la vida cotidiana personas de otra época. Cómo encarnan ideologías, utopías, su capacidad de sacrificio, de soportar sobre sus espaldas el peso de la historia. Su sentido de la amistad, del compromiso fuerte, de percibir (con trazos simples y rotundos) dónde se emplaza el enemigo, sea el patrón, el capital o el fascismo. Su lenguaje franco y directo, de áspero sabor popular. Sus emociones, esencialmente humanas, que ningún libro de autoayuda ha filtrado. Personajes vinculados a la vida de modo simple, natural, espontáneo, directo, con un fuerte y arraigado sentido de lo colectivo; con la seguridad vital que procuran los rituales de la modernidad; no sometidos a la barrera mediadora de las redes sociales. Ni al aislamiento hedonista del individuo postmoderno. Son esto también los diarios de Gaskin.

La estancia en los campos de trabajos forzados de Antonio Gassó puso a prueba, como ocurrió con tantos otros, su capacidad humana de resistencia. Y de sufrimiento. Fue un periodo en que las biografías se convirtieron en épica. La épica de la resistencia. ¿Cómo aguantar las penalidades? Seguramente, por la cercanía de los compañeros, la esperanza de retornar a España con los suyos, las ocasionales juergas y francachelas, las lecturas, los partidos de fútbol y las partidas de ajedrez, la novedad que implica un cambio de oficio dentro de los inicuos campos, los planes de fuga o incluso encontrar tabaco. Y puede que por el efecto catártico que siempre produce anotar las vivencias personales en un dietario. La lectura de «Diario de Gaskin» aproxima vívidamente a una experiencia existencial (la degradación del ser humano) bastante común en «el corto siglo XX».

Los apuntes periódicos testimonian la severidad y el trato vejatorio al que se somete a los internos. El 4 de agosto de 1942 anota Antonio Gassó: «Tengo los riñones deshechos debido al agotador trabajo. ¡Qué largas se hacen las 9 horas en el tajo! Para evitarlo en lo posible, me dedico a distraer mi imaginación pensando…El sol cae tan plano, que cuando alguna nube se le interpone, respiro más satisfecho que si hubiera recibido un buen regalo (…)». Al día siguiente abunda en la misma idea: «Sufro horriblemente con la carga de leña después de 9 horas y media de trabajo y mucha hambre atrasada». Un mes antes Gaskin da fe de la aplicación de un nuevo castigo: el «tombeau» con trabajo, es decir, laborar 9 horas diarias con 300 gramos de pan y agua. El 5 de enero de 1942, tras pasar una noche «pésima», relata en el diario cómo «debido al intenso frío (viento del norte) se presentan 15 al médico. Al enterarse el Capitán, manda 6 al tajo y 4 a la cárcel, sin ser vistos por el doctor». A ello se agregan dos meses de comida «infame».

Los diarios ponen de manifiesto gestos de solidaridad y camaradería en un ambiente extremo y hostil. Así, el 6 de abril de 1941 «viene a verme Leiva, que está conmigo todo el día. Me regala una pastilla de jabón, dos hojas de afeitar y media pastilla de jabón para los dientes». La dureza de los castigos no impide, por lo demás, exhibir la militancia. El 18 de septiembre de 1941, cuando los guardas franceses se llevan a varios compañeros al área de represión, alguien exclama: «¡Viva el comunismo y el socialismo!» Mientras, otros levantan el brazo con el puño cerrado delante de unas anonadadas autoridades galas. También se es receptivo y sensible a los factores exógenos. Sean meteorológicos, como el violento siroco que impide conciliar el sueño; sean políticos: la noticia de que Hitler atacaba la URSS y la esperanza que ello suponía para la derrota del fascismo internacional. Dolores, enfermedades, hambre y trabajo, ingente y fatigoso trabajo: picar piedra, cargar carretillas, cocinar para la compañía, supervisar la construcción de puentes o realizar tareas administrativas (también algunos episodios de jarana y evasión entre compañeros). En los campos disciplinarios o de castigo, las condiciones de vida eran todavía peores.

Con independencia de los diarios, ¿Quién fue Antonio Gassó Fuentes? Lo sintetiza su hija en pocas pinceladas, que después desarrolla en el prólogo de «Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos»: «Al comenzar la Guerra Civil se presentó a la Aviación Republicana y fue seleccionado para realizar los cursos de piloto de caza en la URSS. Se incorporó como sargento piloto a la Zona Centro. Al final de la guerra pudo embarcar en el último buque que salió del puerto de Alicante, el Stanbrook, y huir a Argelia, donde fue internado en diversos campos de trabajo forzados y de castigo en el desierto. En febrero de 1943, consiguió evadirse y pasar a Marruecos, en donde vivió durante 20 años (los primeros, indocumentado, sin trabajo y sin dinero, pero en condiciones mejores que las anteriores de semi-esclavitud). Se casó, tuvo una hija (Laura) y a finales de 1959 regresó a Castelló hasta su muerte en 1974». Un resistente comunista que no vio morir al dictador.