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La era de las migraciones

Fuentes: Rebelión

El tema de las migraciones no se plantea en términos lineales. Tanto para las naciones desarrolladas como para las que se encuentran en vías de desarrollo, el fenómeno migratorio va cargado de ambivalencias, asumiendo elementos positivos y negativos. Se trata, en efecto, de un tema inmensamente complejo. Para las naciones desarrolladas la inmigración proveniente de […]

El tema de las migraciones no se plantea en términos lineales. Tanto para las naciones desarrolladas como para las que se encuentran en vías de desarrollo, el fenómeno migratorio va cargado de ambivalencias, asumiendo elementos positivos y negativos. Se trata, en efecto, de un tema inmensamente complejo.

Para las naciones desarrolladas la inmigración proveniente de las naciones en desarrollo puede presentar aspectos negativos. Entre los más notables de éstos se encuentran los costos en servicios y los riesgos de transculturación. Lo primero se vincula a la carga que los habitantes plenamente productivos tienen que asumir en impuestos por los servicios brindados a inmigrantes insuficientemente productivos. A su vez, el desdibujamiento de la identidad y de las tradiciones de una sociedad, como resultado del impacto migratorio, tiende a ser visto con frecuencia como un hecho negativo. Esto último, no obstante, está íntimamente relacionado con los niveles de permeabilidad de la sociedad receptora y la capacidad de integración de los recién llegados. La ciudad de Londres, por ejemplo, se precia del cosmopolitismo resultante de su diversidad humana y cultural.

Sin embargo, para estos mismos países la inmigración presenta también elementos claramente positivos. En la medida en que la misma se encuentra usualmente constituida por grupos humanos altamente calificados o de muy baja calificación, se tienden a llenar vacíos. Por arriba se estimula, sin costo alguno para el estado receptor, el dinamismo de sectores tecnológicos o productivos, mediante la incorporación de profesionales de sólida formación. Un solo ejemplo puede explicar lo dicho. Anna Lee Saxenian, profesora de la Universidad de Berkeley, señalaba que para finales de la década de los noventa los ingenieros chinos e indios dirigían el 29 por ciento del negocio tecnológico en Silicon Valley. Para el 2000, dichas compañías representaban en su conjunto ventas del orden de los 19,5 millardos de dólares y empleaban a 73 mil personas. i

Por debajo, a su vez, se ocupan espacios que los habitantes de los países desarrollados no desean ocupar. Es decir, labores necesarias pero de bajo status social. Tomemos nuevamente a Estados Unidos como referencia. De acuerdo a Philippe Legrain, 28,3 por ciento de los trabajos disponibles en los Estados Unidos se corresponden a labores que «la mayoría de los trabajadores no calificados nacidos en Estados Unidos no ocuparían de ninguna manera». ii En igual sentido se expresa Tamar Jacoby del Instituto Manhattan: «El deficit en la disponibilidad de mano de obra no calificada -el cual está en el orden de los cientos de miles de trabajadores por año- se está manifestando en un sector tras otro». iii Bien sea por arriba o por abajo se llenan importantes necesidades.

Para los países en vías de desarrollo se presentan también elementos positivos y negativos. El más evidente de los positivos es la remesa en divisas de sus emigrantes. De acuerdo a la revista The Economist , de fecha 31 de marzo-6 de abril de 2001, para esa fecha se movilizaban anualmente 100 millardos de dólares alrededor del mundo por concepto de remesas. Es claro, a la vez, que para países sumidos en la pobreza, la exportación de la mano de obra ociosa constituye un importante alivio a sus presiones sociales. Entre los aspectos más negativos para estos últimos se encuentra, evidentemente, la fuga de cerebros. El desangre que se plantea con la pérdida de los elementos más calificados y productivos de la sociedad es un costo neto sin contrapartida.

No obstante la complejidad de este tema, la tendencia prevaleciente en los países receptores de migraciones suele apuntar hacia el rechazo. El caso de Estados Unidos es bastante elocuente en este sentido.

Según señalaba The Economist en su edición del 3 de diciembre de 2005, una encuesta de CBS de fecha cercana mostraba que el 75 por ciento de los norteamericanos era de la opinión de que era necesario hacer más para mantener fuera de sus fronteras a los inmigrantes ilegales. Por su parte, una encuesta de Pew Research Center, de fecha 30 de marzo de 2006, señalaba lo siguiente: «Los estadounidenses se encuentran crecientemente preocupados con la inmigración. Un número cada vez mayor de personas considera que los inmigrantes constituyen un peso para el país, sustrayendo trabajos y viviendas y copando el sistema de salud pública. Muchos personas se encuentran preocupadas con respecto al impacto cultural del número creciente de recién llegados» iv .

Este clima de opinión se ha proyectado como es natural hacia el Congreso de los Estados Unidos, con particular referencia a la Cámara de Representantes y, dentro de ella, a la fracción Republicana, que en un 80% mantiene una actitud contraria a la inmigración.

Prueba concreta de esta actitud fue la Ley aprobada por la Cámara de Representantes en diciembre del 2005 que buscaba acabar con la inmigración ilegal. Sobre el particular The Economist refirió lo siguiente: «Algunas provisiones colindaban con el fanatismo: construyendo una muralla de 700 millas en la frontera con México; clasificando a la inmigración ilegal como un crimen (y no simplemente como una ofensa civil como ocurre actualmente); extendiendo la condición de criminales a quienes los ayuden, lo cual incluiría a los trabajadores de la Iglesia que les dan agua y cuidado» v . Por lo demás, el Congreso estadounidense ha quintuplicado los gastos en seguridad fronteriza desde 1993, llevando los gastos a 3,8 millardos de dólares en el 2004 y triplicando el tamaño de la patrulla fronteriza.

Dentro del contexto anterior, lo más llamativo es la posición de Congreso con respecto a los inmigrantes calificados. Según señala Philippe Legrain: «Mientras los gobiernos generalmente aceptan, y hasta promueven, la creación de un mercado global de trabajo para los profesionales calificados, tienden a impedir el acceso en busca de trabajo de la mayoría de los demás personas, particularmente las provenientes de países pobres» vi .

Sin embargo, el Congreso de los Estados Unidos tampoco parece querer a los profesionales calificados provenientes del exterior. En el año 2003 el Congreso de ese país redujo el número de visas tipo H1B (visas temporales para personas altamente calificadas) de 200 mil a 65 mil al año. Como resultado de ello las empresas de alta tecnología, las facultades de ciencia y el mundo financiero de Wall Street, se han visto confrontados a significativas limitaciones de personal.

No en balde The Economi s t señalaba lo siguiente: «Estudiantes de postgrado y trabajadores del sector de la alta tecnología cuentan las mismas historias de pesadilla, de meses enteros de espera para tramitar la presentación de algún documento. Mientras tanto las compañías de alta tecnología se quejan de manera reiterada por no poder obtener visas de entrada para los mejores cerebros del mundo. Varios intentos han sido hechos por Bill Gates y otros de los barones de la alta tecnología, quienes han venido haciendo cabildeo en el Congreso para que se creen procesos de ingreso más flexibles y para que se permita a los estudiantes extranjeros permanecer en Estados Unidos luego de su graduación. Sin embargo, hasta ahora todos los intentos de lidiar con la inmigración legal se han visto frustrados… Estados Unidos tiene que tomar conciencia de lo que pasaría si los inmigrantes dejasen de llegar. Las facultades universitarias sufrirán una fuerte parálisis. Las compañías de alta tecnología se verán seriamente restringidas de personal. Nueva York podría verse eclipsado por Londres como centro financiero global». vii

Por su parte , en el ámbito académico, periodístico e intelectual, toda una corriente de pensamiento se ha dedicado a satanizar a los inmigrantes, presentándolos como factores de decadencia, alto costo económico, pérdida de identidad nacional y amenaza a la seguridad nacional.

Samuel Hungtinton y George Borjas de la Universidad de Harvard, el reconocido periodista Peter Bimelow y el político y ex pre candidadato presidencial Pat Buchanam, sobresalen dentro de esta línea. Ellos recuerdan la virulencia racista y anti inmigratoria que en el siglo XIX evidenciaron pensadores estadounidenses como John Jay Chapman, Madison Grant o Edward Ross, en una época en que emergieron la «Liga de Restricción a la Inmigración» y las cruzadas anti judía y anti católica.

La actitud anti inmigratoria es proporcional al rechazo a una sociedad multicultural. En su última obra, Samuel Huntington alertaba en contra del peligro de la hispanización creciente de su país. En ella enfatizaba la necesidad de mantener con vida el «credo americano», caracterizado a su juicio por los valores de una sociedad anglosajona y protestante. Para él, éste se veía seriamente amenazado por una cultura exógena como la hispanoamericana, que lleva en sí el germen de la destrucción de esos valores.

Según sus palabras: «Los cultos al multiculturalismo y la diversidad pasaron a ocupar el lugar de las ideologías y las simpatías izquierdistas, socialistas y obreras…Cuando la raza y la etnia eran componentes claves de la definición de Estados Unidos, quienes no eran blancos ni europeos del norte sólo podían desafiar tal definición al precio de parecer poco americanos. Los inmigrantes, los negros, etc., se convertían en estadounidenses ‘volviéndose blancos’ o sometiéndose a la ‘angloconformidad’. Una vez exorcizadas formalmente tanto la raza como la etnia, se abrió la vía para que los grupos minoritarios afirmaran sus propias identidades…». viii

El que un planteamiento como el anterior provenga no de un miembro del Ku Klux Kan, sino de quien fue hasta su muerte reciente el más reputado cientista político de los Estados Unidos, constituye la mejor evidencia de que tan a la derecha ha evolucionado la sociedad norteamericana en relación a este tema.

Buchanam, por su parte, afirma ba: «Súbitamente tomamos conciencia que entre los millones de inmigrantes nacidos en el extranjero, un tercio de los cuales son ilegales, decenas de miles son leales a regímenes con los cuales podríamos estar en guerra…Por primera vez desde que Andrew Jackson espulso a los británicos de Lousiana en 1815, un enemigo externo está dentro de nuestras puertas y el pueblo estadounidense está en peligro en su propio país». ix

Peter Brimelow refería: «Estados Uni dos se convertirá en una excentricidad entre las naciones del mundo debido a la mutación demográfica que se está infligiendo a sí misma, no sólo en el sentido de que los estadounidenses resultaran extranjeros los unos frente a los otros…sino finalmente en el sentido de que los estadounidenses ya no tendrán en común aquello que Abraham Lincoln llamó en su Primer Discurso Inaugural ‘los acordes místicos de la memoria…'». x

De lo antes dicho se deduce que si bien el rechazo esencial planteado es hacia la inmigración ilegal, el mismo trasciende a la ilegalidad como fenómeno jurídico para proyectarse sobre la inmigración en su conjunto como fenómeno sociológico y cultural. Un porcentaje mayoritario de los norteamericanos pareciera sentirse cada vez más incómodo e inseguro ante la presencia creciente de un rebaño humano distinto al suyo. Dicho sentimiento se proyecta no sólo sobre la inmigración ilegal, sino también sobre la legal, no sólo frente a los inmigrantes no calificados, sino también frente a los calificados.

También Europa visualiza el tema de la inmigración esencialmente como amenaza. El 18 de junio del 2008 el Parlamento Europeo aprobó la Directiva de Retorno de Inmigrantes Ilegales. Su apartado más polémico es el que permite a los estados miembros retener en centros de internamiento (virtuales campos de concentración), por simple orden administrativa y hasta por un período de dieciocho meses, a aquellos inmigrantes sin papeles, en trámites de expulsión. Para algunos internacionalistas la Directiva colide con dos grandes convenciones internacionales: la de los Derechos del Niño de 1989 y la de Viena sobre Relaciones Consulares de 1963.

La iniciativa anterior pasa por alto, desde luego, la influencia que las propias acciones europeas tienen sobre el flujo migratorio que se busca contener. Las solas subvenciones a los agricultores europeos han dejado sin viabilidad económica a la agricultura en buena parte de África, propiciando el escape de importantes masas humanas hacia el Norte.

Por lo demás, ello va a contracorriente de la generosidad evidenciada por otras regiones del mundo frente a las sucesivas oleadas de emigraciones europeas del pasado. Tal situación resulta particularmente válida en relación a Iberoamérica, una de las regiones tradicionalmente más abiertas frente a los flujos migratorios europeos.

En cualquier caso, la crisis económica global no hará más que exacerbar este tema, llevándolo a nuevas dimensiones.

i Ver Philippe Legrain, Inmigrants, Your Country Needs Them, London, Little Brown, 2006, p. 15

ii Idem , p. 75.

iii «Immigration Nation», Foreign Affairs , New York, noviembre/diciembre, 2006, p. 52.

iv «America’s Immigration Quandary», Pew Research Center for the People and the Press.

v 1 de abril, 2006.

vi Op. Cit., p. 15.

vii 24 de marzo, 2007.

viii ¿Quiénes somos? Los Desafíos de la Iidentidad Nacional Estadounidense, Barcelona, Paidos, 2004, p.p. 174 y 175.

ix Citado por Legrain, Philippe, Op. Cit ., p. 10.

x Alien Nation: Common Sense About America’s Immigration Disaster , New York, Harper Perennial, 1996, p. 203.