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La escritura-arma de Patricio Manns

Fuentes: El Mostrador

«La literatura no tiene nada que ver con Premios Nacionales, sino con una lluvia de sangre, sudor, semen y lágrimas.» Roberto Bolaño  Entre los nombres que están en el aire para recibir el Premio Nacional de Literatura de este año 2014, se encuentra el de Patricio Manns, más conocido por sus canciones y su compromiso […]

«La literatura no tiene nada que ver con Premios Nacionales, sino con una lluvia de sangre, sudor, semen y lágrimas.»
Roberto Bolaño 

Entre los nombres que están en el aire para recibir el Premio Nacional de Literatura de este año 2014, se encuentra el de Patricio Manns, más conocido por sus canciones y su compromiso político que por su obra literaria. Es probable que pierda y este sería -creo- su mejor reconocimiento, pues en la (buena) literatura siempre se pierde, y porque los premios son para los que se portan bien, o para los que venden (o compran) cosas propias, libros y estatus. Ninguno de estos casos es el del «Pato» Manns, creador, estibador y arriero de una literatura que nos introduce en lo impropio: del crimen, la guerra, la crueldad, el miedo, la sangre del otro. Lejos entonces de estas dos tentaciones, que son en verdad dos peligros, quisiera hablar de algo menos visible y más inquietante en su obra, algo que es problemático de reconocer, pero que nos incumbe y nos interpela colectivamente. A este efecto estético y político lo llamaré la escritura-arma de Patricio Manns, teniendo siempre presente que lo que importa, como dice él mismo, no es tanto el arma como los motivos por los que se la empuña.

Los motivos que se pueden cartografiar en la obra de Manns, por demás compleja y singular (pues abarca composiciones poético-musicales, narrativa, cuentos, crónica periodística e histórica, extensos poemarios y memoriales, así como incursiones en el teatro y el cine), aparecen sobre una superficie de batallas, de resistencia y derrota, de traiciones, de heridas sangrantes, de amplias soledades, de exilios y regresos nunca cumplidos. Pero esta motivación interna no se proyecta a su escritura desde su ferviente y admirable compromiso político (hasta cierto punto exterior a la antro-política de su escritura), sino desde una batalla más antigua, milenaria que -como bien dice Jaime Concha- sangra y estimula sus sueños. De esta «herida que estimula los sueños», surgen mundos de imaginación poética, historias en las que asoman siempre la mirada digna y no resignada, la sabiduría ancestral, la memoria de las luchas, el duelo público, el amor, la compasión y la ternura. Pero en la experiencia de su lectura debemos atravesar un camino plagado de revueltas, un camino clandestino de niebla y soledad, de autodestrucción, en donde el delirio del sexo y el alcohol serán formas de abrirse camino hacia el auténtico espacio poético de Manns. Espacio profundo y confuso, perforado por agujeros que se conectan con mundo otros, submarinos y nocturnos, que afloran en los roqueríos cercanos a los faros de los mares del sur de Chile. Espacios contiguos al presente, donde habitan seres que al filtrarse hacia nuestro lado disuelven casi todo, incluso la palabra misma.

 

La escritura de Manns persigue el movimiento por el cual algo se sumerge y desaparece, pero en este movimiento aquello deja una acta que es una forma histórica de emergencia. La trilogía Actas de Marusia, Actas de Muerteputa y Actas del Alto Bío-Bío, constituyen esencialmente muestras de este movimiento narrativo e histórico. Tal vez porque el acta es la marca que establece el errar de los actos, tal vez porque, antes de constituirse en documento, el acta es una marca sobre la tierra y sobre los cuerpos. Así, el acta es una rítmica de los tiempos y los contratiempos, de los golpes y los contragolpes, de los seres y los contraseres. En esta dialéctica en suspenso, los hechos que relata Manns en su novelística de los ciclos represivos en la historia de Chile, y lo que de hecho plasma en su poesía hermética, es este juego permanente entre el gesto justiciero de la restitución y el gesto de apertura al porvenir redimido. En la complejidad de esas luchas sentimos cosas infinitas que aparecen y desaparecen: un él, una ella, un es, una espiga, un guerrillero, un habla distante y otra, pero a la vez tan nuestra. Pero, ¿quién habla?, ¿qué encarnan las formidables figuras del viejo Angol Mamalcahuello y de Ánima Luz Boroa, su compañera, en Actas del Alto Bío-Bío?, ¿qué decir trae la boca de Caxicóndor en Todos los instantes del reino?, ¿por fin qué habla en alucinaciones de María Parabellun en El Desorden en un cuerno de niebla? Es difícil responder a estas preguntas, pero lo que no hay que hacer, me parece, es ceder a la tentación de establecer un vínculo comunicante entre un narrador social e histórico (una memoria colectiva) y la voz poética o literaria (una creación personal). Sólo escapando de esta falsa disyuntiva, propongo, se nos presenta algo diferente o, mejor aún, podemos mirar-nos en esa diferencia. Es la distancia entre el otro y el mismo, entre la que habla y el que escribe, entre el que esquilma y la que sangra. ¿Acaso en las voces que escuchamos no resuena algo de otras voces acalladas?

Un Nos-Otros-Pueblo que atraviesa el devenir de la historia de Chile y que nos habla de las condiciones inmanentes a su propia marginación, es decir, testimonia en su propia desaparición lo que fue necesario abatir para que pudiese surgir lo «que somos». La sangrienta y siempre actual Ocupación de Arauco -ese exterminio distante y no visible- en el El lento silbido de los sables; nuestro propio hundimiento que supuso el genocidio y el epistemicidio de las tribus fueguinas en El corazón a contraluz, o la terrible insurrección mapuche de 1934 y la matanza que le siguió en el Memorial de la Noche, son «documentos de barbarie». En los textos de Manns se aprecia la línea enérgica de fuga contra la ignominia del presente, la misma que en su tiempo representaron -para la literatura chilena- De Rokha y Droguett, dos ancestros de lo delirante y de lo orgiástico, escritores asesinos vengadores del pueblo. Creo que la obra de Patricio Manns nunca ha dejado de mostrar esos contrastes y contornos de luz y de sombra donde no existe la posibilidad de una identidad estable ni tranquilizadora. Al contrario, el contacto con el mundo poético de Manns provoca la sensación de una lejanía, de una aparición fuera de toda mirada y de todo registro, un recuerdo olvidado del despojo y de la muerte fuera de toda medida. Pero también su palabra reactiva la tensión de una rebeldía y de una autonomía más allá de cualquier determinación. ¿Qué significa, si no, el devenir criminal y justiciero en La vida privada de Emilie Dubois? o ¿cómo entender el destino del bandido de Arriba en la cordillera?, ¿y la intemperie amenazante del Pueblo Mapuche, protagonista de sus mejores páginas?

Por lo dicho, creo también, que a la imaginación poética de Patricio Manns le «vino tan bien» el exilio. Su obra expresa una sensibilidad singular de la experiencia del exilio suscitada por el golpe militar de 1973, misma que es ya patrimonio de la cultura chilena del siglo XX. A través de la condición de exiliado -período en que escribió temas impresionantes como Palimpsesto, El equipaje del destierro, Cuando me acuerdo de mi país, Cantiga de la memoria rota o el Concierto en Trez Vella, por nombrar algunos-, desarrolla y pule su prosa-poética alucinante y descentrada. Pero, incluso antes de esa experiencia histórica del exilio, Patricio Manns ya era, por suerte para la literatura, un exiliado. Del exilio que implica toda literatura. El poeta se enfrenta a palabras que son en sí mismas medios de comunicación, pero las usa de una manera rara, o mejor, las lleva a un lugar raro: el lugar donde ellas mismas dejan de ser los que son, palabras, para convertirse en poesía. En ese lugar de rareza es donde el poeta descubre aterrado que no fue él quien condujo las palabras, sino que ellas lo llevaron a él por un camino de misterio y de sueños en el que De repente los lugares desaparecen. Allí, incluso, la propia lengua es ya extraña y las únicas patrias son la valentía y el humor.

Es por ello que la literatura de Manns no es indígena o indigenista, como tampoco es una literatura o una poética de la identidad. Acaso por eso mismo su obra compromete a la sociedad chilena en su conjunto y su multiplicidad negada. En efecto, a través de lo que J. Armando Epple describe como «la interacción textual», Manns hace otra vez visibles los tiempos contradictorios -dentro del flujo sangriento de nuestra historia- que han quedado resonando y cuyos ecos nos hacen responsables. Por ello es que su escritura-arma aparece relacionada obsesivamente con la memoria, pero es una memoria nocturna, pues es la memoria de una larga pelea. Pero ¿si somos por esa memoria, qué somos? Lo diré así: si somos esa memoria es porque tenemos la posibilidad de diferenciarnos del pasado (de separarnos de su peso sangrante), pero al rememorar esas luchas, escapamos también a las injusticias del presente, a través de ese compromiso que proviene del pasado. La memoria es así un arma que, en medio de la batalla y en un momento de peligro, nos salva.

Antes de que los marchantes y las personas autorizadas de la literatura utilicen la batalla de las voces para crear marcas que luego pondrán en el mercado, habría que preguntarse si no es prioritario cuestionar «lo nacional», antes de dar premios. Si no es prioritario descifrar antes los secretos, los murmullos, los ecos, las huellas, los silencios y las miradas que «nuestra» literatura persigue y en las que se debate. Huellas de lucha, rostros del pueblo, lenguajes que la ciencia de la historia no puede explicar, y una potencia que los poderes no pueden tampoco del todo aniquilar. Pero esta potencia nada tiene que ver con lo nacional, es más bien su contrario. Manns es un escritor del pueblo, un escritor guerrero «armado con memorias» que hacen comparecer la presencia con la ausencia, el antes con el ahora, la paz con la guerra y al revés, liberando las posibilidades del futuro. Escritura del horror, del duelo, de la persistencia. Por ello, visto desde el borde, si le concedieran el Premio Nacional de Literatura a Patricio Manns sería como concedérselo a algo así como la «nación de todos nuestros muertos» (a Nicolasa Quintreman, a Jorge Teillier); «esas y esos» que se cruzaron entre nos-otros, o los que aún no han nacido, y por cuya dignidad nuestra palabra es todavía posible.

http://www.elmostrador.cl/opinion/2014/07/29/la-escritura-arma-de-patricio-manns/