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La espera de los cubanos

Fuentes: Rebelión

A no ser que se incurra en la mendacidad, no se puede describir la Historia de Cuba como un proceso en el que la espera haya jugado un papel importante. Invocar la espera como un elemento que ha llegado a integrarse en el subconsciente nacional para explicar el pasado y el presente, es una atractiva […]

A no ser que se incurra en la mendacidad, no se puede describir la Historia de Cuba como un proceso en el que la espera haya jugado un papel importante. Invocar la espera como un elemento que ha llegado a integrarse en el subconsciente nacional para explicar el pasado y el presente, es una atractiva mistificación barajada por algunos escritores cubanos, pero que no pasa de ser una pose fraudulenta en tiempos de cambio. O sea de incertidumbre.

Desde la colonización hasta el 50 aniversario de la Revolución, por más que se busca un instante de espera no se encuentra otra cosa que un movimiento histórico constante del pueblo cubano, un bullir marcado por prolongadas batallas y aportes culturales, que desembocaron en estruendosos fracasos o en significativas victorias que, como en todos los países, dieron paso a periodos de retraimiento o marasmo. Pero en esas pausas se fraguaron, sin que nadie esperase nada, nuevos movimientos de cambio y progreso que de nuevo triunfaron o chocaron con dificultades que parecían insalvables.

Durante tres siglos y medio de esclavitud ningún africano sojuzgado esperó nada de nadie en la Isla de Cuba. Todo fue una agitación terrible, desaforada: trabajaban dieciséis horas diarias, su esperanza de vida en la plantación era de cinco años y no hubo un solo momento de sosiego. Imposible llamar espera a las sublevaciones constantes, a la represión sangrienta que no paró jamás, a los cimarrones perseguidos hasta la muerte y a los niños negros vendidos, alquilados y aplastados, o a la frenética acumulación de riquezas y de injusticias. ¿El barracón era una espera?

Los fabulosos entrecruzamientos de la transculturación, y los esfuerzos de deculturación que hizo el poder colonial de España, ¿fueron una espera o un hervidero de influencias mutuas y de contradicciones, que generaron formas cada vez más cubanas de entender cotidianidad, la la política, la sexualidad, la religión y la cultura, pero también la ostentación, el arte de ser un bicho y esa tendencia de tantos cubanos, de ayer y de hoy, a subordinarse suavemente al extranjero poderoso en provecho propio? Junto a todo esto creció cierta modalidad, cada vez más criolla, de resistir , que no es lo mismo que esperar.

El periodo que condujo a las guerras de independencia, ¿qué fue sino otro hormiguero de búsquedas y choques, con el anexionismo, las expediciones y las ejecuciones; los plantadores pujando por sus ventajas, el reformismo, el autonomismo y las conspiraciones independentistas en el durísimo día a día de un pueblo sometido? No hubo espera en los que sentaron las bases de la cultura cubana; a su manera, todos actuaron con tremenda fuerza, incluso en contra de sí mismos. No logro entender cuál fue la espera de Heredia o de la Avellaneda, para no hablar de Plácido o Juan Clemente Zenea.

¿La Guerra de los Diez Años fue una espera? ¿Los reconcentrados de Weiler aguardaban, famélicos y desesperados y con un abanico en la mano, a que la contienda pasara como pasa una pieza de teatro, o eran objetos torturados de una Historia imparable que no esperaba ni un segundo para realizarse? ¿Qué clase de espera que representan un Máximo Gómez y un Maceo, junto a todos los que no eran ellos pero que los hicieron posibles en un avatar incansable de sacrificios, ritos, trabajos, victorias, claudicaciones y riesgos diarios?

Tampoco fueron una espera las odiosas divisiones de los emigrados cubanos, con los rencores y las rencillas de esa tendencia fratricida que tanto daño le ha hecho siempre a Cuba.

¿Alguien puede esclarecer en qué consistió la espera de José Martí, un ser humano al que casi resulta imposible imaginárselo no ya esperando, sino ni siquiera durmiendo? Martí es la antítesis de la supuesta espera cubana. Marti es el desvelado que no deja dormir a los demás.

¿Y si aquella República mal parida en 1902, con su Enmienda Platt y su Base Naval de Guantánamo resultó ser una espera, por qué EE UU tuvo la necesidad imperiosa de interrumpir a los esperadores interviniendo militarmente en 1906-1909, en 1912, en 1917-1920 y en 1933? ¿Qué fue la revolución de ese año? ¿Una espera? ¿A Julio Antonio Mella hubo que asesinarlo para que no esperase más? ¿De qué forma esperaban la embajada norteamericana en La Habana, la Confederación Nacional Obrera, Jesús Menéndez o la Guardia Rural?

Vendiendo, asesinando y vendiéndose, Batista no esperó ni un solo minuto de su vida para vivirla por lo grande a costa de la Nación. Resultaría de una frivolidad extraña, casi de opereta, formular el apogeo revolucionario contra la dictadura batistiana como una espera, y menos aún el frenético proceso revolucionario a partir del primero de enero de 1959. Estoy seguro de que si se pudiera encender una luz cada vez que en Cuba se ha cambiado, transformado, modificado y metamorfoseado algo (de atrás para adelante, y al revés, y para bien y para mal) en los últimos 50 años, no habría un solo mes de oscuridad en Cuba.

Tampoco ha habido espera en el llamado exilio cubano. Los grandes siquitrillados de los sesenta no tardaron en enviar a su Brigada de Asalto 2506, para recobrar lo perdido. En Playa Larga y Girón la espera fue tan inexistente que a las 64 horas ya habían sido derrotados. Las oleadas sucesivas de cubanos privilegiados que nos asentamos en EE UU y otros países no nos cobijamos tampoco en una espera apática, sino que reconstruimos nuestras vidas con trabajos sin cuento, alcanzando mejores condiciones económicas o pereciendo bajo el peso de la era imaginaria del exilio. Mientras tanto, otros ponían bombas, o recibían subsidios estadounidenses para sus revistas, mientras medraban diariamente de la industria anticastrista internacional. Eso sigue igual.

La única manera de adjudicarle al pueblo de Cuba una tendencia especial a la espera es dando un salto mortal intelectual: llamar espera a lo que ha sido y es una lucha continua por la existencia, la soberanía y la subsistencia, y una tozuda resistencia para poder seguir siendo cubanos.

Pero una vez sentado el embeleco de nuestra espera en el tiempo histórico, se puede forzar su aplicación al tiempo actual. ¿El bloqueo es una espera? Desde hace 50 años, bloquear las posibilidades de desarrollo de Cuba ha sido una actividad norteamericana marcada por un frenesí que no tiene parangón en la Historia. La principal tarea de la Foreign Office of Assets Control del Departamento del Tesoro es sancionar a las naciones que alberguen terroristas. Pero en el Washington Post del 11 de enero, Ann Louise Bardach cita un estudio de 2007 que revela la falta total de espera norteamericana con respecto al aplastamiento de los cubanos: desde el año 2000, más del 70 % de las sanciones impuestas por la Foreign Office of Assets Control fueron dirigidas contra todo el que violase lo que ellos llaman el embargo contra Cuba. Dos empleados de esa oficina trabajan para descubrir y penalizar a los aliados de Bin Laden, mientras que veinte abnegados trabajadores se dedican a tiempo completo a sancionar a quienes comercien con Cuba.

Cuando un pueblo está sometido a una poderosa agresión constante desde el exterior, las victorias parciales no existen. Si Cuba triunfa logrando que se produzca una inversioncita extranjera por aquí, o firmando un contratico para asegurar el aprovisionamiento de catéteres para los hospitales cubanos por allá, el Departamento del Tesoro ya se las arregló para bloquear y «neutralizar» esos logros. Mientras el Estado cubano pugna por resolver (también frenéticamente) las numerosas dificultades, el pueblo no espera: mientras unos batallan otros se desesperan, se decepcionan, se encabronan y se cansan. Muchos jóvenes pierden la confianza en su futuro personal y se van. Su situación privada es un reflejo de la impuesta desde fuera, unida a factores internos que tienen su base en deformaciones del socialismo cubano. Muchas de esas deformaciones surgen como una respuesta a rajatabla contra el estado de continua amenaza, pero igual atentan contra el sentido de la justicia del pueblo, y a veces contra el sentido común.

Mientras todo eso trata de arreglarse en un tira y dale de participación ciudadana que no tiene nada de espera, la agresión externa deja de tomarse en cuenta . Sólo así puede hablarse de espera.

Eso es justamente lo que los estrategas del bloqueo llamaron hace ya 47 años «causar el hambre y la deseperación y el derrocamiento del Gobierno». Son demasiadas décadas de vicisitudes para que los jóvenes cubanos que deciden marcharse del país tengan en cuenta el salvajismo inaudito de la Ley Helms Burton, o del Plan Bush. Es más sencillo hablar del «bloqueo interno», pues como dice Chomsky «siempre hay una tendencia a subestimar la eficacia de la violencia». Aunque el Gobierno cubano lo niegue, la violencia del bloqueo ha triunfado al ganarse las mentes y el corazón de muchos cubanos.

Otra sería la situación si nuestros escritores y artistas, dentro y fuera de la Isla e independientemente de la ideología de cada cual, pudiéramos unirnos en un gran frente común para lograr que los ciudadanos estadounidenses puedan viajar a Cuba con su curiosidad y su dinero; que los cruceros que hacen escala en todas las islas del Caribe también toquen puertos cubanos y que las relaciones comerciales de Cuba –con EE UU y con el mundo-al fin se normalicen y generen prosperidad. Tal vez sea en esa actitud silenciosa donde único se acurruque una sospechosa espera.